lunes, 2 de febrero de 2009

LA AUTOCRÍTICA Y LA PARTICIPACIÓN POLÍTICA


Hace unas semanas oía un comentario en la radio que me reafirmaba en las ideas que sobre las organizaciones sociales he adquirido en quince años de participación activa en la vida asociativa y política del territorio. Dicho comentario venía a decir algo que pienso desde hace algunos años. Esa actitud que hace que muchos jóvenes y personas comprometidas abandonen desengañados la vida social. El comentario, yendo al grano, se refería al tipo de democracia que utilizan partidos, sindicatos y otro tipo de organizaciones. Una democracia interna que no es real, que no es realmente participativa. ¿Cuántos de ustedes que hayan participado en partidos políticos o sindicatos, por ejemplo, no lo han vivido en sus carnes? Reuniones, asambleas, votaciones… a las cuales se asiste por “familias políticas”, con grupos de personas que van a votar una ponencia, una memoria de ejercicio económico o de actividad, o que eligen a alguien que no conocen de nada, convirtiéndose en algo más parecido a un rebaño que a otra cosa.

Este convencimiento, acrecentado en los últimos años por mi trabajo profesional, hace que haya reconsiderado las tradicionales formas de participación y asociacionismo. El “partidismo”, que no la política, ha inundado las bases más elementales de la participación ciudadana. Y huyendo de ese “partidismo” sólo nos queda la política social, la ciudadana, buscando nuevas fórmulas de entidades colectivas que trabajen asambleariamente y con democracia participativa. Los blogs y las redes sociales telemáticas están abriendo un camino importantísimo para la lucha ciudadana, y los grupos de poder tradicional lo saben.

A estas formas de control se suma la poca cultura participativa de la población, en un país en el que nadie representa a nadie, herencia de nuestro secular individualismo. Y aunque queramos ver en procesos novedosos de planificación (Agenda 21, por ejemplo) un cambio de rumbo, que existe sobre todo gracias a las formulaciones europeístas, distamos mucho de tener unas bases asentadas en la cuales desenvolvernos con mayor diálogo social.

Otro aspecto en el cual no nos prodigamos en nuestras organizaciones, sean o no políticas, es la autocrítica. Y así, desde la asociación cultural al centro de desarrollo, pasando por todas las capas de nuestra vida se maquillan resultados, se apuesta por proyectos por no dar marcha atrás y reconocer los fallos… nos burocratizamos en nuestras jaulas sin salida. Por no hablar de los movimientos para colocar aquí o allá a uno de “nuestra cuerda”. Así los tenemos a todos controladitos y, ya saben, la información es poder.

Por supuesto, la responsabilidad es de todos. De nuestros políticos, por lo de siempre; de los que supuestamente nos representan porque no existe comunicación con las bases; de los ciudadanos por no exigir conocer el interior de estas estructuras y no luchar por cambiarlo; y también, por qué no decirlo, de los técnicos, que quizás no hemos dirigido más esfuerzos a abrir las instituciones a los ciudadanos. O quizás no se tengan los medios, o se ha perdido la ilusión…

Nos quedan miles de recursos por estudiar, metodologías por elaborar. Nos queda un trabajo alejado de estructuras de poder, donde reinventemos la sociedad, convirtiéndonos en agentes activos del cambio. O, al menos, nos debe de quedar el orgullo, individual o colectivo, de proponerlo y actuar en consecuencia.




Víctor Manuel Guíu Aguilar
equalcedema@yahoo.es

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