lunes, 29 de marzo de 2010

EL PARQUE CULTURAL DEL CHOPO CABECERO EN EL ALTO ALFAMBRA (8)






EL USO TRADICIONAL DEL CHOPO CABECERO



Los chopos cabeceros son el producto de la gestión a cargo de la sociedad campesina del álamo negro (Populus nigra) mediante escamonda periódica durante generaciones. Como buenos trasmochos, son árboles de trabajo. Es decir, aquellos que han sido cuidados para la producción a lo largo de sus vidas de bienes aprovechados por el ser humano. Esa es su razón de ser.

Los álamos descabezados no son los únicos manejados mediante este tipo de poda en esta parte de la cordillera Ibérica ya que también se han gestionados sauces blancos, mimbreras, fresnos y, en menor medida, rebollos. Aunque sí son los más abundantes y con mayor contribución en el paisaje.

Este aprovechamiento agroforestal parece ser antiguo. Así, se han encontrado referencias bibliográficas que describen explícitamente esta técnica de gestión en la cuenca de Gallocanta de 1790. Su origen puede ser muy anterior.

Las ramas de los chopos cabeceros han sido históricamente empleadas como vigas en la construcción, tanto en las cubiertas como en los solados. Este árbol reúne un alto ritmo de crecimiento, palos largos y rectos con unas propiedades mecánicas adecuadas, pudiendo obtenerse además cinco o seis vigas de calidad de un mismo ejemplar en una misma cosecha. Su madera es resistente a la carcoma y podredumbre especialmente en ambientes de baja humedad. Era utilizado en la construcción de viviendas, pero sobre todo en la de graneros, pajares y parideras. De hecho, este es el principal aprovechamiento de dichos árboles, cuya área de distribución coincide fielmente con la de su presencia en las edificaciones de los núcleos urbanos próximos. Hasta la llegada de las vigas de hormigón, las ramas de los cabeceros eran muy usadas en la construcción y debieron tener una alta demanda durante el máximo demográfico en los pueblos turolenses de principios del siglo XX.

El chopo cabecero forma parte de la cultura ganadera de ovino tradicional de estas tierras. Es habitual que las choperas funcionen como vías pecuarias locales en los movimientos de rebaños dentro de un mismo término. Al disponerse sobre el fondo de los valles, las ovejas aprovechan los pastos mientras se desplazan. Salpicadas con sus monumentales árboles, estos frescos prados comunales, son en realidad alargadas dehesas. La hoja del chopo, sin ser muy nutritiva, gusta mucho al ganado. La oveja y la cabra comían aquellas que les resultaban accesibles y las de las ramillas que les cortaba el pastor a su paso. En el Maestrazgo el uso forrajero era el principal aprovechamiento de estos árboles; para la Sanmiguelada todas las ramillas de cada viga eran cortadas y recogidas para alimentar al ganado durante el invierno con la hoja seca. Un uso aún vigente de las choperas de cabeceros es como majadas veraniegas para el sesteo del rebaño, al contar con intensa sombra y agua próxima.

En los páramos y sierras turolenses el frío invernal es intenso y prolongado, por lo que la leña ha sido un recurso energético de gran valor al tratarse de un territorio muy deforestado. Vigatillas y ramas menores eran recogidas tras cada escamonda para su uso en calefacción doméstica o en pequeñas industrias. Hoy es el único uso que mantiene la escamonda de los cabeceros.

Su cultivo en los márgenes de ríos, ramblas o acequias estabilizaba los taludes ante la acción erosiva del agua y al tiempo que protegía las fincas contiguas. En menor medida y según territorios, la madera de chopo cabecero también se empleaba en carpintería, como puntales en minería y para la fabricación de cajas y viruta para embalaje de fruta, lo que le propició cierto esplendor antes de la expansión de las plantaciones del chopos híbridos.

En menor medida, se utilizó como árbol ornamental cerca de ermitas, como pararrayos natural y para proteger de las inclemencias atmosféricas en los amplios secanos, así como en las fiestas populares, bien como enramadas o bien en las hogueras invernales.

Chabier de Jaime Lorén
Colectivo Sollavientos

viernes, 26 de marzo de 2010

Programa Asamblea Sollavientos




Fecha: Día 17 de Abril
Lugar: Castellote. EANA




Programa:


- 10: Llegada – Saludos – Café.

- 10,30: Asamblea Colectivo Sollavientos
-- Elección logotipo Sollavientos.
-- Resumen y evaluación de las jornadas en que se ha participado.
-- Funcionamiento interno del Colectivo y del Bloq.
-- Grupos de trabajo.
-- Ruegos y preguntas.

- 12,30: Los Parques eólicos y el paisaje de montaña.
- Colectivo Sollavientos.
- Foro Ciudadano Agenda 21.
- Agentes sociales.

- 14: Comida: Paella popular (si hay pueblo).

- 15,30: Visitas:
-- Mina de Arcillas.
-- Presa de Santolea.
-- Vista panorámica desde el Castillo templario

- 18,30: Castellote
Mesa - Debate
“Propuestas positivas de desarrollo en territorios de montaña”.



*Si piensas asistir, con el fin de facilitarnos la organización, te agradeceremos nos lo comuniques al correo electrónico de Sollavientos:

sollavientos@gmail.com

viernes, 19 de marzo de 2010

JAVALAMBRE




Muchos días del invierno, en estas tierras, el cielo se nos muestra completamente limpio de brumas. La luz en esas mañanas es de tal nitidez, que desde las tierras altas del Maestrazgo se observa la Sierra de Javalambre cubierta de seda blanca en todo su extenso dorso alomado. La pureza de esa imagen casi nos deja tocar la capa de nieve helada. Aquella que crujía a cada paso en el día de Año Nuevo de hace veinticinco años, cuando me inicié caminando por el Alto del Ventisquero, en una soledad acompañada del cielo azul, cual navegante en medio del Mediterráneo que desde allí se intuye hacía el levante. Viene a mi recuerdo el cierzo helado cortando la cara, como desde tiempo inmemorial curte la de pastores cobijados en manta ensebada de aromas de tomillo ahumados con aliaga, ardiendo entre piedras al cobijo del viento, y lavada con lágrimas desprendidas con el recuerdo de las batallas perdidas; el paño que protege del frío y del dolor, al desprender tanto sentir profundo abigarrado en sus hilos. Me encontré una pequeña araña andando en aquel desierto blanco, arrancando con cada movimiento de sus patas minúsculos cristales de hielo, como lo haría en los erg del desierto con cada uno de los granos de arena amontonados en venteadas dunas.
No hace muchos años, desde el santuario celtibérico de Peñalba, en Villastar, la Montaña Blanca se nos mostraba con la misma virginidad con que la debieron mirar aquellos hombres que, mientras grababan en la arenisca símbolos de su culto, oteaban hacía el levante y veían aquella mole de roca interponiéndose y llenando de misterio aquello que ocultaba. Quién sabe si la espiritualidad que expresaban aquellos antiguos pobladores no reflejaba sino su miedo de atravesar aquella muralla. En la actualidad, desde ese mismo lugar, Javalambre se ve domesticado: la red de pistas de esquí abiertas entre los pinares de la ladera oeste y la visión de torres, cables y edificios no pasan desapercibidos, incluso para quienes desde la ciudad de Teruel observamos la cumbre más alta del sur de la Ibérica.
El verano aleja el rigor invernal pero trae el infierno. Un mosaico de sabinas rastreras y piedras se comporta como lagartijas tumbadas al sol, resguardadas del frío viento del norte que nunca deja de sollar en estos altos. Bastantes de estas sabinas son más que centenarias, grandes “árboles horizontales” de un valor inapreciado. “Simples” para muchos; monumentos vegetales únicos, en realidad.
Como “simples” parece que nos ven a quienes no pretendemos horadar las entrañas de la Sierra. Quienes no nos sumamos a la caravana de aquellos que hollan en búsqueda de fortuna, como aquellos lejanos aventureros del Yucón que dejaron en su intento su identidad, su cultura y su vida, segando a su paso la hierba como caballos de Atila.
Conforme leemos este paisaje preñado de elementos culturales en torno a la cultura pastoril, percibimos que no es un lugar inhóspito. Esta isla biológica altitudinal es, junto al Pirineo y Sierra Nevada, uno de los “hotspots” (núcleo de alta prioridad botánica mundial) reconocidos en la Península Ibérica. Dejo a otros que escriban sobre este patrimonio de todos, o lean ustedes lo escrito sobre esta sierra, como la obra Centres of Plant Diversity (Davis, Heywood y Hamilton, IUCN, 1994) y tantas referencias de botánicos ilustres.
Su importancia mundial en el panorama de la conservación contrasta con la desidia con la que ha sido tratada por los respectivos responsables medioambientales de Aragón, lo que también pueden leer repasando las hemerotecas provinciales de los últimos veinticinco años. Ni tener las mejores muestras mundiales de sabina albar, ni los bosques horizontales de sabina rastrera, ni la abundancia de endemismos vegetales gravemente amenazados, ni el valor entomológico o geomorfológico ha sido reconocido. Javalambre es el único en toda Europa de los mencionados hotspots que no goza de ningún tipo de protección, lo cual deja perpleja a la comunidad científica internacional.
El dorado que algunos ven en el esquí, como único modelo de desarrollo para esta sierra, ha sido responsable de la destrucción de casi prácticamente toda la población mundial de Oxytropis javalambrensis, así como de otras plantas exclusivas de estas cimas.
La ambición desarrollista no tiene límites. En el año 2005 el Departamento de Medio Ambiente del Gobierno formuló declaración de impacto ambiental desfavorable para el proyecto de carretera de acceso por la cara sur de la Sierra a las Pistas de Esquí. Sin embargo, los hay que no cesan de reivindicarla, aún incumpliendo la legalidad vigente, en la búsqueda de la cuota de crecimiento urbanístico para el sector sur de la sierra. Para ello hay que abrir en canal las cimas y crear una enorme y kilométrica herida en el paisaje.
Entre tantas voces alzadas en el pensamiento único de un modelo de desarrollo, debemos hacer replicar las de quienes sentimos dolor cuando se rasga la capa que viste el gran domo de Javalambre. Son muchas las especies que no resisten esos cambios bruscos que imprimimos con nuestras acciones en el territorio. Para algunos, esos cambios simbolizan perder uno de los últimos lugares donde poder abrazar sentimientos profundos con la tierra. Entre tanta superficialidad con que la vida nos envuelve en su intento por atraparnos el alma, se hace necesario que hablen también aquellos que sienten de otra manera su vida en la Sierra. Se hace necesaria nuestra complicidad con su intento por hallar una vía que sostenga el tejido social que ha modelado estos paisajes. También ellos habitan la Sierra de Javalambre, junto a los viejos tejos centenarios diseminados a lo largo del barranco de La Hoz, que resisten el paso del tiempo enraizando entre las grietas de las viejas rocas.


Ángel Marco Barea

lunes, 15 de marzo de 2010

EL PARQUE CULTURAL DEL CHOPO CABECERO DEL ALTO ALFAMBRA (7)




RÍOS, ACEQUIAS, FUENTES Y CHOPOS



El chopo es una planta con una fuerte dependencia del agua. Tiene un gran porte, abundantes hojas, mucha savia, una extensa red radicular… Su gran facilidad para extraer agua del suelo y subsuelo, transportarla hasta las hojas y transpirarla en grandes cantidades, explica en parte su rápido crecimiento. Por esta misma razón, puede llegar a competir con el hombre por un bien tan preciado como es el agua.
Sin embargo, el chopo abunda en nuestros valles. En el Alto Alfambra, en el Pancrudo, en el Jiloca…, los chopos cabeceros forman hileras casi continuas, que permiten adivinar el trazado de los ríos. Pero no es éste el único lugar en el que podemos encontrarlos. También los hallamos a lo largo de las acequias de los sistemas de regadío tradicional, formando hileras, y en torno a manantiales y rezumaderos de agua, casi siempre en pequeños grupos, delatando claramente la localización de esas zonas húmedas.
¿Cuál es la razón de su abundante y sistemática presencia en estos tres tipos de lugares, cuando puede llegar a ser un competidor en el consumo de agua? Indudablemente porque, en una sociedad tradicional, sus ventajas son mayores que los problemas que puede llegar a generar.
Los chopos cabeceros de las riberas fluviales son una versión simplificada del bosque-galería natural. Esta simplificación, probablemente, reduce el consumo total de agua del río, y además ayuda a fijar sus márgenes, a “inmovilizar el río”. En un paisaje de regadío fluvial tradicional, de azud y acequia, es fundamental sacarle la máxima extensión de huertas a las terrazas bajas del río. Esto se consigue con una acequia-madre que gane pronto altura y se separe al máximo del curso fluvial. Y también con un río “canalizado”, que ocupe el mínimo espacio posible, y que no cambie su trayectoria durante las grandes avenidas. Para ello, nada mejor que sustituir el bosque-galería natural, más amplio e irregular, por una tupida hilera de chopos. Además, estos árboles pueden seguir siendo refugio de la fauna, descansadero de ganado en pequeñas choperas, y cultivo del que se puede aprovechar las hojas como forraje, o las vigas como combustible y material de construcción. Cada chopo tiene su dueño.
En las acequias, los chopos no consumen apenas el agua que circula por ellas, sino que aprovechan las pérdidas de agua debidas a la infiltración, a los agujeros de topillos y otros animales, etc. También sirven de refuerzo de sus márgenes estrechas y sobreelevadas, previniendo roturas y ayudando a fijar el barro suelto que se va acumulando tras las periódicas “limpias” del canal. En cierto modo, el chopo ayuda al hombre en la paulatina labor de construcción de la propia acequia.
Un beneficio similar ocurre en las fuentes y rezumaderos de agua. Aunque no se trate de una surgencia difusa, es casi imposible captar toda el agua de un manantial. Por ello, los puntos de surgencia de aguas subterráneas, sean naturales o canalizados con caños, siempre presentan una mayor o menor cantidad de agua en el suelo, que aprovechan los chopos cabeceros. Estos árboles, incluso, pueden servir para drenar humedales impracticables y para crear prados y sesteaderos para el ganado.
El Alto Alfambra es un espacio idóneo para observar estas tres localizaciones del chopo cabecero y para comprender sus funciones y beneficios (agrícolas, ganaderos, ecológicos, económicos…). Es un libro abierto para leer las relaciones entre el hombre y el chopo, y admirar la sabia simbiosis que se produjo en la cultura de nuestros antepasados recientes: El chopo cabecero, además de otras muchas más cosas, es una pieza clave del paisaje de regadío tradicional.

Alejandro J. Pérez Cueva
Colectivo Sollavientos

miércoles, 10 de marzo de 2010

PLANTACIONES FORESTALES DE LA FUNDACION BOSQUES DE LA TIERRA EN TERUEL / AÑO 2010

FUNDACION BOSQUES DE LA TIERRA EN TERUEL.
PLAZA SAN SEBASTIAN, 2. 2º A
44001 TERUEL



Teruel, 10 de Marzo de 2010

Estimados amigos:

Comunicaros los lugares y fechas de la campaña de Plantaciones durante la Primavera del 2010:

¨ Domingo, 14 de Marzo de 2010. En Monreal del Campo a las 10,00 horas. Salida desde el Restaurante Botero.

¨ Domingo, 14 de Marzo de 2010. En colaboración con “el Club de Montaña Cuatrineros de Escucha” y “la Plataforma Nuestros Bosques no se olvidan”, se plantará en una zona a determinar del incendio forestal de este verano: Aliaga, Ejulve, La Cañadilla, Montoso de Mezquita….. Si estáis interesados en participar poneros en contacto con Javier, su teléfono es 696029187.

¨ Sábado, 3 de abril de 2009. En Fuentes Calientes a las 10,30 horas. Salida desde el local de la Asociación Cultural “Las Fuentes” (al lado de la Escuela Pública).

¨ Con la FUNDACION MATARRAÑA NATURE. Proyecto de recuperación paisajística en Torre del Compte. Varios días. Teléfono de contacto: 978890099.

LOS ÁRBOLES QUE VAMOS A PLANTAR HAN SIDO DONADOS POR EL AYUNTAMIENTO DE ALBACETE FRUTO DEL CONVENIO DE COLABORACIÓN QUE TIENE CON ECOLOGISTAS EN ACCION.

lunes, 1 de marzo de 2010

EL PARQUE CULTURAL DEL CHOPO CABECERO DEL ALTO ALFAMBRA (6)


FORMACIÓN DEL PAISAJE DEL ALTO ALFAMBRA



A excepción de las cabeceras del Alfambra y del Sollavientos, con prados y frondosos bosques de pino albar, el paisaje del Alto Alfambra se caracteriza por altiplanos fríos y yermos, por valles de cereal y por hileras de chopos cabeceros. Una sensación encoge el ánimo de muchos viajeros. Son las parameras desnudas, los campos en barbecho, los chopos sin hojas… Un paisaje alejado de los encinares, robledales, sabinares y pinares originarios que aún se conservan, aunque en un fuerte estado de regresión. Este paisaje es fruto de una dilatada transformación de los elementos naturales del territorio. Es un constructo cultural de subsistencia, de presión antrópica sobre el medio natural, hijo de una historia en la que se suceden las crisis ambientales.

Resulta difícil apreciar cuál fue el impacto de los primeros pobladores, o de las etapas romana, visigoda o andalusí en estas tierras. Sí está más claro en la Edad Media y Moderna, donde la expansión de la agricultura y la ganadería llevó a establecer una estricta regulación sobre los recursos forestales y cinegéticos, que en ocasiones no se respetó, aunque pudiera ser fruto del consenso de monarquía, concejos, sesmas, comunidad de aldeas, ligallos... Existía de fondo una sorda presión sobre los recursos que no cabe atribuir mecánicamente a las capas bajas. Con todo, la regulación de los recursos significó una controlada regresión del medio natural.

El crecimiento demográfico sustentado por la expansión agropecuaria y la explotación de los recursos forestales (“fustas”, carbón vegetal), se vio ampliado por el auge del comercio y transformación de la lana. Aunque la población se redujo a partir del siglo XV y hasta el XVIII no recuperó valores bajomedievales, la presión sobre el medio se mantuvo. Que gran parte de las actuales iglesias y palacios de nuestros pueblos se construyera en esta época nos habla de dicha presión y de las formas que adquirió.

En efecto, con el fin de la época foral tras la Guerra de Sucesión, y en plena crisis de la industria lanera, las clases ricas presionaron a favor de la agricultura en detrimento de la tradicional gestión forestal por cuestión de rentabilidad económica y prestigio, lo que encajaba en los proyectos y mentalidad de la monarquía absolutista y de buena parte de los ilustrados. Es muy probable que la organización del espacio fluvial, con huertas, acequias, molinos y chopos cabeceros, que ha perdurado hasta hoy, se acabase de configurar casi definitivamente en este momento. Pero esto sucedió en un marco de incremento de los procesos de desigualdad social por acumulación de riqueza, que no cesó en el XIX con la implantación del estado-nación liberal y de la propiedad privada.

La expansión demográfica derivada de la disminución de la mortalidad, con máximos de población a finales del XIX y principios del XX, obligó a roturar tierras marginales en extremos inimaginables. Las mejores masías y fincas estaban en manos de escasos propietarios, los únicos —por otra parte— con recursos de capital para invertir en una mejor explotación. La mayor parte de la población debía conformarse con un pequeño pedazo de huerta, unos pocos animales de corral, unos pobres y dispersos bancales de cereal y, con suerte, algún chopo cabecero del que cortar leña y vigas. Fue la última crisis ambiental de este territorio. Esperemos.


Ángel Marco Barea*
Ivo Aragón**
*Colectivo Sollavientos
**Plataforma Aguilar Natural