SOCIEDAD Y PAISAJE
Es creciente la presencia de voces de la sociedad que, bien mediante artículos de opinión en la prensa, presentación de alegaciones en procesos de información pública de proyectos de minas o infraestructuras, o en el intercambio de opiniones, muestran su preocupación por los cambios en el paisaje. Esto no debe entenderse únicamente como una crítica al modelo socioeconómico industrial asentado en la creencia de que desarrollo y progreso van unidos a crecimiento sin límites, sino como una demanda de cauces para colaborar en fórmulas de consenso para definir el futuro.
Con frecuencia no vemos con buenos ojos cómo el paisaje del territorio donde vivimos es modificado por elementos industriales (líneas de alta tensión, parques eólicos, canteras) o por una explotación intensiva de los recursos agrícolas, ganaderos y forestales. Ello indica que en los procesos de autorización de esos proyectos se ha olvidado una participación directa de la sociedad afectada respecto a aspectos cruciales de su calidad de vida. Aunque esos elementos se presenten como una llegada del desarrollo, deben ser los afectados los que decidan qué valores lo simbolizan realmente. Muy probablemente, el rechazo por grupos sociales, y la simpatía de gran parte de la población a esas voces que se alzan en contra, indican que una amplia mayoría no observa que traigan el tipo de riqueza que quieren para sí, ni sienten que ésa sea la manera en que debemos crecer personal y socialmente.
No nos estamos refiriendo al impacto sobre paisajes de naturaleza primigenia. Nuestro territorio ha sufrido una gran transformación, fruto de las diferentes sociedades que lo han ocupado. La ganadería y la agricultura han transformado lo que en su momento debieron de ser bosques en extensas parameras de cultivo de secano o de vegetación rala aprovechable por el ganado. Los bosques que subsisten recuerdan la necesidad de madera y leña de los habitantes, y por ello no constituyen verdaderos bosques biodiversos.
Pero este territorio simboliza la identidad con nuestro pasado. Por ello aceptamos las actividades endógenas responsables de su modelado y rechazamos que sufra una nueva transformación, si ésta se lleva a cabo por actividades exógenas que no van a revitalizar el tejido social.
El paisaje que hoy observamos contiene no sólo elementos culturales, sino también elementos naturales con valor estético y que simbolizan la buena salud de un ecosistema capaz de ofrecernos bienes ambientales: oxígeno, sumidero de CO2, agua de calidad, control de la erosión, suelo capaz de soportar la regeneración de bosques, de cultivos, de pastos…
Es cierto que el éxodo rural ha traído el abandono de actividades agrarias y ganaderas y la autoregeneración de masas forestales. Esto ha conllevado la sustitución de diversas especies animales antaño abundantes por otras a las que las nueva situación favorece (corzo, jabalí, cabra montés….). Todo ello ofrece vías de desarrollo en torno al sector servicios en la forma de turismo de naturaleza, demandado por un amplio sector de la sociedad urbana.
En la actualidad existen herramientas surgidas del Convenio Europeo del Paisaje, como las llamadas Cartas del Paisaje, que posibilitan el debate social respecto a cómo queremos el lugar donde deseamos vivir. Es una apuesta por fórmulas de participación pública garantes del consenso social sobre la planificación del futuro del territorio. Es cierto que se requiere de criterios y personal técnico para conservar y regenerar el paisaje, pero los objetivos deben surgir de esas apreciaciones de los habitantes, atendiendo a lo que el paisaje simboliza para ellos: un medio de vida, unos valores patrimoniales, una identidad, una espiritualidad.
La falta de participación pública en las decisiones sobre el territorio conlleva que esas voces disonantes sobre las líneas fijadas por los gobiernos autonómicos o locales sean recogidas con agrado por una amplia mayoría de la sociedad. No se desea que la planificación sobre el futuro del territorio, que la toma de decisiones trascendentales sobre el lugar donde hemos decidido vivir, surja de foros cerrados. Ese es el matiz que marca la diferencia entre democracia directa y democracia representativa.
Autor del texto: Ángel Marco Barea
Autor de la ilustración: Juan Carlos Navarro
Colectivo Sollavientos