Una buena “caldica”
Manel Moya*
El tío Miguel advertía: “¡Chacho! en esta tierra en invierno, vale más que te falte el pan que la leña”. Añadía también: “aunque esa casa es muy abriga; aun con la cuadra vacía, y sin nada en los graneros…”. En invierno, en más de una ocasión, el final de un encuentro con él podía ser algo como:“ !hasta luego!... voy a ver como va la estufa”. Estas aseveraciones, y otras muchas más, sobre temas diversos, me provocaron siempre la curiosidad por saber hasta qué punto mi percepción coincidía con la rotundidad con la que él se manifestaba. Hoy, pasados unos años, después de haber estado in situ durante algunas semanas en invierno, han cobrado sentido muchos conceptos contenidos en aquellas frases rotundas y chocantes en su momento.
Desde la cocina con la lumbre en las losas, las muy posteriores cocinas económicas, recocinas con fogones de gas butano, estufas de plancha, de hierro, etc. hasta los “modernos” sistemas de calefacción, hemos podido presenciar, en relativamente pocos años, cambios notables en los modos y sistemas de conseguir calentar la casa durante los rigores del invierno.
Hemos podido ver también cómo se incorporaban técnicas, materiales y procedimientos constructivos importados de otros lugares, aunque no siempre adaptados a las condiciones de la arquitectura popular o tradicional. No tener en cuenta las diferencias climáticas entre unos territorios y otros ha producido más de un chasco.
Desde hace unos años, nuevos principios y sistemas, bajo la etiqueta de alternativos, han ido difundiéndose de la mano de auténticos pioneros en el tema (uso de la biomasa, consumo de proximidad, respeto al medio ambiente, etc.). Estas y otras ideas formuladas con una nueva jerga no han conseguido calar en muchos ámbitos de nuestra sociedad, menos aun en el rural, tal vez por aquella atávica “desconfianza rural preventiva”. Aunque antaño, por necesidad, y sin llamarlo del mismo modo, aplicaban buena parte de lo que hoy aparece como nuevas alternativas. Era la austeridad, obligada entonces, y que ha brillado por su ausencia en los últimos decenios. Con todo, lentamente, parece que vamos aceptando e incorporando algunos de esos viejos/nuevos sistemas y principios.
El uso de la llamada biomasa comienza a sonar en proyectos a gran escala. Centrales de generación eléctrica, plantas de procesamiento en lugares sin demasiada biomasa (!). Promesas de puestos de trabajo (siempre exiguos al final), plantaciones de nuevas variedades de chopo con genética patentada, limpieza de montes contra incendios. Pellets que viajarán cientos de kilómetros para ser consumidos con tecnología sostenible, pero con un gran consumo de energía para su fabricación y comercialización. Bajo el “palio verde” de la sostenibilidad, muchos procesos insostenibles corren riesgo de pasar inadvertidos.
En otra escala, la más doméstica o popular, ya no suenan tantos proyectos ni políticas claras que se dirijan a la innovación para una mejor calidad de vida. Por ejemplo, mientras en Europa se avanza para reducir los niveles de contaminación producidos por los sistemas de calefacción doméstica, aquí la mayoría de estufas que seguimos utilizando son absolutamente ineficientes y obsoletas. A todos nos produce una cierta nostalgia ver cómo sale humo de las viejas chimeneas de los pueblos, pero una estufa convencional es una auténtica máquina de contaminar y consumir combustible ineficientemente.
No hay soluciones mágicas, por descontado, pero es necesario abrirse a las experiencias y técnicas que se aplican en otros países de nuestro entorno. ¿Cómo se calientan con leña en los países nórdicos, con climas más crudos que aquí? ¿Por qué no se conocen apenas alternativas más eficientes (las estufas de inercia térmica, por ejemplo)?
Debemos, a la vez, poner en valor los recursos de proximidad. ¿Tiene sentido que la leña de los montes, no tenga un uso más eficiente para los habitantes cercanos a estos? ¿Cuántas escuelas, multiservicios, locales públicos, etc., podrían calentarse en invierno con recursos forestales de proximidad ?
Hay soluciones eficientes en este ámbito. Necesitamos políticas públicas de difusión y apoyo para la introducción de mejores sistemas. Innovar también puede generar nuevos puestos de trabajo. Nada es fácil, por descontado, pero los gestores de lo público harán bien en plantearse iniciativas (instalaciones) que sirvan de ejemplo.
Volviendo al tío Miguel, él no usaba la palabra biomasa, le bastaba con otras como: leño, cándalo, rimero, caldica. De haberla conocido seguramente hubiera dicho algo como:
“¡Chico!, no vaya a ser que por quererlo todo nos quedemos sin nada, y además, matemos a la gallina biomasa de los huevos de oro”.
*Colectivo Sollavientos