Las plantas, especialmente las leñosas, tienen patrones de crecimiento muy diferentes a los de los animales. Los árboles y arbustos disponen de meristemos, tejidos con células poco diferenciadas, localizadas en los ápices de la planta pero también repartidas por otras zonas. En periodos de expansión son capaces de aumentar en altura y diámetro. En periodos desfavorables prolongados o en etapas seniles pueden retirarse hacia posiciones más estables, en las que mantenerse hasta que retornen periodos de abundancia. En teoría, tienen un potencial de longevidad casi ilimitado.
Noguera en El Poyo del Cid
Por eso muchos árboles pueden reconstruir completamente su ramaje y follaje tras un vendaval, una avalancha de nieve o la avenida de un río. Los trasmochos naturales.
Algo parecido ocurre con la pérdida de las partes aéreas, de las ramas. Los árboles disponen de ellas para exponer a la luz solar el máximo número de hojas que pueden mantener. Las ramas son unos órganos leñosos alargados que tienden a subdividirse progresivamente en piezas de menor calibre y que terminan en un conjunto de láminas foliares, las hojas: las centrales sintetizadoras de biomoléculas orgánicas. En su conjunto, ramas y hojas ocupan un espacio aéreo en el que atrapan la radiación solar e interaccionan compitiendo con el resto de las ramas del mismo árbol y con las de los ejemplares próximos.
Realmente, cada rama funciona como un árbol en sí mismo. Como un organismo propio. Tiene una gran autonomía con el resto del organismo. Es casi un ser colonial. Dispone de una conexión con el suelo, se soporta como sus compañeras sobre un mismo tronco, pero compite con ellas, al fin y al cabo. Si una tiene poco vigor, las vecinas se apoderan. Si desaparecen todas, un vigoroso rebrote ocupa el valioso espacio restante.
Esto es algo que nos cuesta mucho de entender a los humanos. Es posible que el arraigado antropocentrismo nos niegue a aceptar modelos funcionales diferentes a los que presentamos los vertebrados. Muchas personas no comprenden la capacidad de recuperación de un árbol tras una poda o incluso una escamonda. Si a ello, se le suma la creciente sensiblería urbana, la incomprensión es total. Pero esto es otro tema.
Este invierno hemos estado recorriendo los montes de Collados y Valverde. Un fenómeno nos llamó la atención: multitud de ramas por los suelos.
Primero lo vimos en un campo con almendros en un ribazo. Era algo raro. No podía tratarse de una poda. No había sin cortes limpios. Demasiado pronto. Estábamos aún en el final de diciembre.
Más adelante encontramos rebollos. Muchos rebollos con ramas tronzadas. Algunas de más de diez centímetros de diámetro.
Algunas eran retorcidas ramas de ejemplares arbóreos ya entrados en años ….
Otros eran largas y finas ramas jóvenes de rechizos de tallar en pleno desarrollo durante los últimos veinte años una vez que ha remitido la corta de leñas ….
En el arroyo, también encontramos sobre el suelo enormes vigas de chopo cabecero …
Incluso, se veían recias y cortas ramas de carrasca desgajadas de sus matas.
¿Qué podía haber ocurrido?
Su explicación estaba en la nevada de mediados de noviembre. Fue una precipitación copiosa. En Fonfría 34,8 litros por metro cuadrado y 60 L/m2 en Cucalón. En el monte de Collados pudieron ser casi cincuenta. Pero de una nieve muy adherente, en la que cada copo se retenía sobre los objetos salientes que se encontraba antes de llegar al suelo y actuaba como núcleo para incorporar a los siguientes.
Aspecto de un joven rebollo en plena nevada (Calamocha)
El otoño fue un tanto anómalo. Sin grandes heladas ni vientos, los árboles retuvieron las hojas hasta bien entrado noviembre. Las carrascas lo hacen siempre. Los rebollos, también. Veníamos de una primavera de abundantes lluvias en las que los árboles fabricaron numerosas y amplias hojas. Vamos, que había mucha fronda en cada rama.
Y sobre ella descansaron veinte o treinta kilos de nieve durante varias semanas.
Casi todas las ramas se doblaron. Y algunas se tronzaron.
Esta nevada inyectó agua en el subsuelo, reactivó a los organismos descomponedores del mantillo, movilizó a los organismos acuáticos de los arroyos …. y también modeló el ramaje de los árboles planifolios.
Estos fenómenos naturales pueden tardar en repetirse varias décadas. Mientras tanto han cincelado la anatomía de muchos árboles. Eliminando algunas ramas con poca sustentación, u otras demasiado salientes. En fin, seleccionando dentro del conjunto de “árboles” que son las ramas de un único árbol. O los resalvos que prosperan y compiten dentro de un tallar.
Estas ramas tronzadas dejan unos espacios que serán ocupados por las ramillas procedentes de las ramas vecinas. Son como el claro que deja en el bosque la caída de un gran árbol.
Es una cuestión de escalas.