Desde finales de la Edad Media hasta el siglo
XIX la economía de las Tierras Altas de Teruel se especializó en la producción
de lana. Este producto era destinado tanto a la exportación como, sobre todo, a
una industria textil autóctona que llegó a ser muy importante.
Durante más de quinientos años, miles y miles
de ovejas han pastado en los montes y valles de este sector de la Cordillera
Ibérica. Los bosques originales se transformaron en pastos y tierras de labor,
mientras iba surgiendo un acuciante problema para sus gentes. Bueno, en
realidad, dos.
Por un lado, la necesidad de leña para su uso
como combustible. Este problema no se resolvió. Tras la tala de los árboles se siguió
con la de los arbustos. Enebros, guillomeras, aliagas y sabinas fueron
aprovechados creando, con el tiempo, los paisajes deforestados que pueden verse
en las fotos antiguas y que en las últimas décadas comienzan a recuperarse.
Por otra parte, faltaba madera de obra para la
construcción de edificios. La solución fue plantar chopos en las riberas y
hacerlos cabeceros. El desmoche regular proporcionaba las necesarias vigas. El
rebrote de los vástagos en la cabeza del árbol se producía lejos del acceso del
diente del ganado que pacía en su entorno. Una inteligente solución para
compatibilizar la ganadería extensiva y la producción forestal. Como
complemento, las ramas menores obtenidas tras la escamonda servían como
combustible en las glorias domésticas o en los hornos de tejerías o panaderías.
Así, hasta el éxodo rural y la llegada de las
vigas de hormigón. Desde entonces, buena parte de los chopos cabeceros fueron abandonados,
y los que seguían gestionándose, lo eran para dedicar las ramas a su uso como
combustible doméstico, tras hacerlos tarugos. En la actualidad este es el único
aprovechamiento económico. Es la única razón que mueve a los agricultores a
realizar el desmoche, tan necesario para conservar a estos árboles, así como su
valor ambiental y cultural.
El uso de combustibles fósiles y la regresión
demográfica en el medio rural hacen cada día menos necesaria la leña de chopo
cabecero. Una amenaza más para su futuro.
Mientras tanto, en un cambio de modelo, resurge
la biomasa como una fuente energética posible. En un primer momento se
consideró el empleo de las ramas de chopo cabecero como materia prima para la
fabricación de pellet. No parece ser el camino, pues las empresas prefieren el
pino. El desmoche manual sobre el árbol requiere además mucha mano de obra y encarece
el producto, y la rentabilidad del pellet lo hace inviable.
Mientras tanto, ¿qué les está ocurriendo a los
árboles trasmochos que jalonan las campiñas del centro y oeste de Europa? Antes
de abordarlo hay que recordar las diferencias que nos separan. Por un lado, en
estas sociedades se aprecia mucho más los valores ambientales y culturales de
estos árboles. Por otro, son países con una alta densidad de población en el
medio rural, por lo que existe gran demanda de leña para uso doméstico en el
entorno de estas arboledas.
En estos países, cuando las ramas de los
trasmochos no son muy gruesas y los árboles no muy altos, los propietarios se
encaraman a la cabeza con su motosierra y lo desmochan. Las ramas son hechas
tarugos con ayuda de la familia o de los vecinos que, entonces, se reparten la
leña.
Cuando los árboles están en espacios públicos
(márgenes de carreteras) o tienen grandes ramas cuyo desmoche manual es
peligroso o caro, se está implantando la mecanización. La tecnología avanza.
Sobre una máquina retroexcavadora de uso polivalente se puede instalar un
cabezal dotado de grapas y motosierra que, a una altura variable, agarra y corta
las ramas de los trasmochos, y las introduce después en una trituradora que
produce astillas. Estos productos, tras su secado en un espacio cubierto, son
utilizados como combustible en sistemas de calefacción de viviendas, granjas o
edificios públicos. En algunos países como Francia, se está apostando
abiertamente por el cultivo simultáneo de herbáceas y de árboles en una misma
parcela, así como por la autonomía energética de las explotaciones agrarias
aprovechando los recursos forestales.
Los chopos cabeceros del sur de Aragón
constituyen una variante secular de agroforestalismo, que tiene todo un futuro
en un nuevo marco energético. Hay que encontrar la clave para activarlo.
Chabier
de Jaime Lorén
Colectivo Sollavientos