martes, 31 de julio de 2018

SERIE MET X: “EL CHOPO CABECERO COMO RECURSO ENERGÉTICO: usos tradicionales y futuro deseable


Desde finales de la Edad Media hasta el siglo XIX la economía de las Tierras Altas de Teruel se especializó en la producción de lana. Este producto era destinado tanto a la exportación como, sobre todo, a una industria textil autóctona que llegó a ser muy importante.
Durante más de quinientos años, miles y miles de ovejas han pastado en los montes y valles de este sector de la Cordillera Ibérica. Los bosques originales se transformaron en pastos y tierras de labor, mientras iba surgiendo un acuciante problema para sus gentes. Bueno, en realidad, dos.
Por un lado, la necesidad de leña para su uso como combustible. Este problema no se resolvió. Tras la tala de los árboles se siguió con la de los arbustos. Enebros, guillomeras, aliagas y sabinas fueron aprovechados creando, con el tiempo, los paisajes deforestados que pueden verse en las fotos antiguas y que en las últimas décadas comienzan a recuperarse.
Por otra parte, faltaba madera de obra para la construcción de edificios. La solución fue plantar chopos en las riberas y hacerlos cabeceros. El desmoche regular proporcionaba las necesarias vigas. El rebrote de los vástagos en la cabeza del árbol se producía lejos del acceso del diente del ganado que pacía en su entorno. Una inteligente solución para compatibilizar la ganadería extensiva y la producción forestal. Como complemento, las ramas menores obtenidas tras la escamonda servían como combustible en las glorias domésticas o en los hornos de tejerías o panaderías.
Así, hasta el éxodo rural y la llegada de las vigas de hormigón. Desde entonces, buena parte de los chopos cabeceros fueron abandonados, y los que seguían gestionándose, lo eran para dedicar las ramas a su uso como combustible doméstico, tras hacerlos tarugos. En la actualidad este es el único aprovechamiento económico. Es la única razón que mueve a los agricultores a realizar el desmoche, tan necesario para conservar a estos árboles, así como su valor ambiental y cultural.
El uso de combustibles fósiles y la regresión demográfica en el medio rural hacen cada día menos necesaria la leña de chopo cabecero. Una amenaza más para su futuro.
Mientras tanto, en un cambio de modelo, resurge la biomasa como una fuente energética posible. En un primer momento se consideró el empleo de las ramas de chopo cabecero como materia prima para la fabricación de pellet. No parece ser el camino, pues las empresas prefieren el pino. El desmoche manual sobre el árbol requiere además mucha mano de obra y encarece el producto, y la rentabilidad del pellet lo hace inviable.
Mientras tanto, ¿qué les está ocurriendo a los árboles trasmochos que jalonan las campiñas del centro y oeste de Europa? Antes de abordarlo hay que recordar las diferencias que nos separan. Por un lado, en estas sociedades se aprecia mucho más los valores ambientales y culturales de estos árboles. Por otro, son países con una alta densidad de población en el medio rural, por lo que existe gran demanda de leña para uso doméstico en el entorno de estas arboledas.
En estos países, cuando las ramas de los trasmochos no son muy gruesas y los árboles no muy altos, los propietarios se encaraman a la cabeza con su motosierra y lo desmochan. Las ramas son hechas tarugos con ayuda de la familia o de los vecinos que, entonces, se reparten la leña.
Cuando los árboles están en espacios públicos (márgenes de carreteras) o tienen grandes ramas cuyo desmoche manual es peligroso o caro, se está implantando la mecanización. La tecnología avanza. Sobre una máquina retroexcavadora de uso polivalente se puede instalar un cabezal dotado de grapas y motosierra que, a una altura variable, agarra y corta las ramas de los trasmochos, y las introduce después en una trituradora que produce astillas. Estos productos, tras su secado en un espacio cubierto, son utilizados como combustible en sistemas de calefacción de viviendas, granjas o edificios públicos. En algunos países como Francia, se está apostando abiertamente por el cultivo simultáneo de herbáceas y de árboles en una misma parcela, así como por la autonomía energética de las explotaciones agrarias aprovechando los recursos forestales.
Los chopos cabeceros del sur de Aragón constituyen una variante secular de agroforestalismo, que tiene todo un futuro en un nuevo marco energético. Hay que encontrar la clave para activarlo.



Chabier de Jaime Lorén
Colectivo Sollavientos

martes, 24 de julio de 2018

SERIE MET IX: la herencia del carboneo.


En Cerveruela (Campo de Daroca), en la primavera de 2010, se celebró un encuentro de carboneros organizado por la Asociación cultural “La Chaminera que humea”. Montaron la carbonera o “calera” y revivieron la vida de sus antepasados. Esta práctica ancestral, que ha pervivido en nuestro territorio hasta hace pocas décadas, es un buen ejemplo de un modelo energético de aprovechamiento de la biomasa. Y ha dejado recuerdos y herencias. Los primeros se desvanecen poco a poco; los restos de la actividad son efímeros, pero quedan documentos que la atestiguan, topónimos que acreditan su importancia (Carboneras de Guadazaón, en Cuenca, por ejemplo) y, sobretodo, una vegetación actual, con una estructura de plantas tallares, de porte arbustivo, que pone de manifiesto la amplia extensión de esta actividad en la provincia y la necesidad de intervenir sobre dichas plantas para que recuperen parte de la funcionalidad perdida.

No son muy frecuentes los documentos que atestigüen la actividad, pero tampoco podemos decir que ésta no haya dejado rastro en la historia turolense. Hay algunos en los archivos históricos, en particular de los últimos siglos de la Edad Moderna, aunque indudablemente reflejan una práctica que se hacía ya con anterioridad, al menos desde el medievo.

A tenor de las referencias documentales, este aprovechamiento se localizaba sobre todo en las zonas más altas y húmedas (como Gúdar-Javalambre, Albarracín, Maestrazgo…). El territorio se especializaba en función de su aptitud, y eso nuestros antepasados lo controlaban muy bien. Es cierto que, en otras comarcas, como la del Martín o la del Jiloca (piénsese en la producción de hierro en esta última área), también había un aprovechamiento intenso de los carrascales. Pero, aunque no es descartable que pudiera darse en alguna medida el carboneo, puede que se trate solo de acopio doméstico de leña, una necesidad básica de subsistencia.

Para los concejos era una fuente de ingresos estupenda en la financiación de sus servicios. Dejaban madurar los bosques y, llegado el momento, cedían los derechos de tala y carboneo a cambio de dinero. Luego, el espacio se cerraba para que se regenerara. A esto se añadía la limpia, poda y entresaca regular de las superficies forestales para carboneo.

Las especies afectadas no podían ser cualesquiera, sino árboles con abundante y enérgico rebrote tallar, si se cortaba su eje principal, y de madera con alto poder calorífico. El roble (Quercus faginea, principalmente) y la carrasca (Quercus ilex) eran los preferidos, pero no los únicos.

El aprovechamiento de los carrascales y rebollares en forma de porte tallar está muy extendido en amplias zonas montañosas del sur de Aragón, en donde estas especies forestales son dominantes. Es un sistema de gestión forestal de gran interés ambiental. Los estudiosos británicos de ecología del bosque le conceden mucha más importancia que los ibéricos, para quienes estos sistemas vegetales son una fórmula degradada de las dehesas, olvidando su representatividad en el paisaje en amplias zonas de la Península y sus funciones ambientales.

En la actualidad hay pocos encinares en Teruel que no sean montes bajos. El Dr. Montserrat hablaba de montes “butaneros” para referirse a los que habían evolucionado a partir de la aparición de la bombona de butano y el consiguiente cese del carboneo, y el relajamiento en el aprovechamiento de leñas (años 1950). Probablemente, ambas formas de explotación, carboneo y acopio de leña, implicaron la eliminación de especies arbóreas de menor interés para la gente (arces, serbales...) y un cambio en la estructura de los árboles. En un curso de la Universidad de Verano de Teruel, Carlos Gracia, de la Universidad de Barcelona y CREAF (Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales), explicó que estas carrascas rebrotadas desde la raíz, con numerosos tallos desde abajo (simpódicas dicen los botánicos) eran más vulnerables a la sequía. La causa es que en ellas aumenta la proporción de tallos y ramas (tejido leñoso que consume energía) respecto a la de hojas (tejido que la produce). El problema se soluciona con una práctica que los forestales llaman resalveo, que consiste en cortar varios de los tallos y dejar 2 ó 3 para que la carrasca adquiera un porte más arbóreo (monopódico). En el Parque Natural de la Dehesa del Moncayo, el ingeniero de la DGA Enrique Arrechea resalveó una masa de rebollos y mostró reveladoras imágenes tras un año de sequía: la masa resalveada estaba verde y la no resalveada marrón, afectada por la falta de agua.

¿Qué hay que hacer en estos bosques herederos de este modelo energético y actualmente vulnerables a las sequías, cada vez más frecuentes? ¿Qué habría que hacer tras el cese del aprovechamiento de una fuente de energía tradicional (el carbón vegetal y la leña) para mejorar la salud de los carrascales intervenidos durante siglos y que ahora presentan una descompensación entre troncos y hojas? Al igual que, después del uso del carbón, hay que restaurar el paisaje minero, tras el uso del carbón vegetal hay que "restaurar" los carrascales, reduciendo su biomasa, modificando la arquitectura de los árboles y, quizá, incorporando nuevas especies que enriquezcan la biodiversidad. En definitiva, gestión, gestión de nuestros montes, para que nos sigan dando beneficios, empleo y actividad en nuestros pueblos.

Ivo Aragón, Aguilar Natural y Colectivo Sollavientos

José Manuel Nicolau, Colectivo Sollavientos

martes, 17 de julio de 2018

SERIE MET VIII: Coste y despilfarro energético de la energía eólica




La energía eólica es atractiva para muchos ciudadanos: “visualmente” atractiva, por los blancos y esbeltos molinos y su moderna estética; “ecológicamente” atractiva, porque es falsamente considerada una energía limpia; “tecnológicamente” atractiva, pues se considera no solo renovable, sino también eficiente, y “económicamente” atractiva, pues pensamos que nos abarata el coste de la energía, al ser gratis la materia prima.
Los turolenses, en general, y seguro que muchos de los lectores de esta columna, en particular, es posible que reconozcan todos o algunos de estos “atractivos”. El primero de ellos es una cuestión de gustos personales, sobre la que hay poco que decir, pero las tres ideas restantes son muy precisables y discutibles.
Desde un punto de vista ecológico se tiende a pensar que los inconvenientes de los aerogeneradores se centran en su fuerte impacto en el paisaje y sobre las aves. Esto es cierto, y nada despreciable, pero no es lo único poco ecológico de los molinos. Para construirlos ha hecho falta energía, mucha energía: minería y fundiciones para los componentes, apertura de pistas en montaña, hormigón, transporte de operarios y material, líneas de alta tensión para la evacuación de energía…
Si medimos la ecología de la electricidad de origen eólico por su tasa de retorno energético, se constata ya su baja eficiencia: se estima que un molino produce, en sus 30 años de vida útil, entre dos y cuatro veces la energía que ha hecho falta para ponerlo en funcionamiento. La “tasa de reproducción” energética de los molinos, simplemente, crece mucho más lenta que la demanda de energía, por lo que la energía para iniciar el sistema, y para que mantenga el ritmo de la demanda, exige enormes cantidades de energía “sucia”. Es más, su propio carácter hace que no pueda utilizarse la energía que generan sin una tasa de respaldo muy alta: por cada megawatio de potencia instalada en forma de energía eólica se necesitan otros cuatro o cinco megawatios de otro tipo de energía menos “caprichosa”, pues el sistema eléctrico no puede sufrir sobretensiones ni infratensiones:saltaría, produciendo apagones que los usuarios no están dispuestos a admitir. En gran medida esta energía de respaldo la proporcionan las centrales térmicas. Son las que han llegado a denominarse las “novias feas” del molino: él es un dandy caprichoso y elegante que funciona cuando quiere, haga falta o no su energía, mientras que ella, quemando carbón, se encarga del trabajo sucio para ajustar la oferta a la demanda.
Un dato normalmente desconocido de la construcción de los molinos es que utilizan neodimio en los imanes del rotor. El neodimio es una “tierra rara”, es decir, un mineral con tan baja concentración que hace falta lavar toneladas de material para producir las pequeñas cantidades necesarias. Y estos procesos de lavado son complejos y altamente tóxicos. También se necesita cerio, aluminio…
Por lo dicho hasta el momento, puede ya vislumbrarse que no se trata de una tecnología tan eficiente ni rentable como se piensa. De hecho, para aumentar su eficiencia deben ser cada vez más grandes (al revés que la mayor parte de la tecnología) y localizarse en sitios muy favorables (el mar o la parte alta de las montañas, es decir, en lugares difíciles, con la consecuente pérdida de tasa de retorno energético). Esta ineficiencia tecnológica de los molinos “de palo y aspas” se agrava si pensamos que ya hay otras tecnologías eólicas desarrolladas o prometedoras, como la Maglev (basada en la levitación magnética sobre un eje de rotación vertical).
Pero hay otra característica de esta energía que la hace altamente ineficiente, con tasas de producción de energía que apenas superan el 30% de su potencial: su incorporación al sistema eléctrico debe seguir unas pautas de predicción meteorológica de “viento mínimo”, en otras palabras, solo aportan lo que es seguro que pueden garantizar aportar. Si hace más viento del previsto, o se paran los aerogeneradores o se disipa parte de la energía producida, pues si se mete esa energía se crearían sobretensiones de la red. Peor sería si se hiciese una sobrevaloración de lo que pueden aportar y no estuviesen preparadas otras energías de respaldo: caería la red por infratensión. Esto explica porqué los días de fuerte viento, en las que se sobrepasan con mucho las predicciones mínimas de viento, muchos molinos están parados, a veces hasta un tercio o más del parque. Y otros produciendo y disipando energía, hasta que el sistema eléctrico la necesite.
La energía eléctrica es muy difícil y costosa de acumular. También es costoso e impactante transportarla. La que se genera lejos de donde se consume acaba siendo más cara, más ineficiente y menos ecológica. Por ello, la mejor forma de utilizarla es con unidades de producción pequeñas y muy cercanas al lugar de consumo (viviendas particulares, huertos, pequeñas comunidades de vecinos o de población…), algo diametralmente opuesto al modelo actual.
Aunque Teruel se cubriese de parque eólicos, no se estaría apostando por un modelo de energía autóctona, sostenible y verde. Cederíamos nuestro territorio para que unas grandes empresas cerrasen unos beneficios con una energía cuestionable que consumirían fuera. Mientras, nuestra demanda específica se cubriría como se hace con todo el mundo: con un mix de energía térmica, nuclear, gas natural, algo de hidroeléctrica y muy poco de solar. ¿Vale la pena?

Alejandro J. Pérez Cueva

Colectivo Sollavientos

martes, 10 de julio de 2018

SERIE MET VII: La potencialidad de Teruel en las energías renovables




 La provincia de Teruel ha gozado casi siempre de unas condiciones geográficas y geológicas propicias para producir energía en los diferentes modelos energéticos que se han ido sucediendo a lo largo de la historia. En la primera aportación de esta serie, José Luis Simón (“Cuando la energía se nos fue…”, en este periódico y en htpps://sollavientos.blogspot.com.es) ponía de manifiesto la riqueza que supuso la energía hidráulica e hidroeléctrica, capaz de mover molinos, batanes, martinetes, serrerías, fábricas de papel, y toda una boyante protoindustria textil (mantas, hilaturas, etc). Y ello a pesar de no poseer ríos excesivamente destacables por su caudal; los desniveles orográficos suplían frecuentemente la falta de generosos caudales.
También señalaba este autor la riqueza, hoy en franco declive, que supuso el carbón, por los lignitos de las Cuencas Mineras. Pero ponía el énfasis en una diferencia esencial entre el modelo energético protoindustrial y el del carbón: el fácil transporte de la energía eléctrica, que ha redundado en que la riqueza energética se aproveche en otros lugares. Algo similar ocurre con las dos energías renovables con mayor implantación actual: la energía solar y la energía eólica. Las condiciones ambientales de la provincia son muy buenas, pero corremos un alto riesgo de que esta energía también se nos escape.
La energía solar, tanto la termovoltaica como la fotovoltaica, dependen en esencia de dos factores climáticos, la cantidad de horas de sol y la intensidad de la radiación captada por las placas. Las horas de sol son el parámetro inverso a la nubosidad, y esta depende directamente de factores como la inestabilidad atmosférica, el agotamiento de los sistemas nubosos que llegan a la provincia, la pluviosidad/nivosidad media, o la posibilidad de que se formen nieblas de inversión térmica. Es evidente que la provincia no goza de condiciones óptimas en todos sus rincones: los valles del Turia-Alfambra, Jiloca, depresión de Sarrión o algunas hoyas cerradas, sufren frecuentes inversiones y persistentes nieblas. Pero la provincia, salvo las partes más occidentales de los Montes Universales, es relativamente seca, y está protegida de casi todas las advecciones inestables (nortes, suroestes, levantes…).
El otro factor climático propicio, la intensidad de la radiación, esen parte resultado de esto que acabamos de decir. El clima de la provincia es seco, ya no solo porque llueva poco, sino por la baja humedad ambiental del aire. A ello contribuye otro factor geográfico clave, que es la elevada altitud media. Esto se traduce en que las presiones atmosféricas se sitúen entre los 900 y los 800mb, lejos de los 1013mb que se dan a nivel del mar. Y con un 10-20% menos de atmósfera, hay mucho menos vapor de agua, y la radiación incidente (sobre todo la de alta intensidad, como la ultravioleta) es más potente. En otras palabras, el clima de Teruel (de estepa fría) es tan bueno para secar jamones como para producir energía solar.
Un relieve elevado pero suave, sin sombras, también ayuda a estas buenas condiciones: los mejores sitios para huertos solares serían estos altiplanos, que gozan además de muchos sectores con casi nulo impacto visual.
La energía eólica goza también de unas ciertas condiciones favorables, aunque no tantas como la solar. Los frentes montañosos del norte provincial son en ocasiones la primera barrera frente al cierzo. Los valles y sierras de dirección ibérica (NO-SE) encauzan estos fuertes flujos de viento. A las montañas del Maestrazgo les llega el efecto de las brisas mediterráneas; el frente montañoso de la “Rama Castellana” de la Cordillera Ibérica, desde los Montes Universales a Javalambre, tiene un trazado perpendicular a uno de los flujos de viento peninsulares más frecuentes, el viento del SW. Además, el mencionado carácter plano de casi todas las cumbres también ayuda, pues favorece el flujo laminar frente al turbulento, tan dañino para los aerogeneradores. Aquí, sin embargo, nos encontramos ante un grave inconveniente: los mejores sitios son los de mayor impacto visual, a menudo fortísimo hasta lo insoportable, según se desprende de las actuaciones ya realizadas (por ejemplo, en San Just o el Esquinazo).
Estamos otra vez ante una de esas disyuntivas históricas turolenses ya vividas: ¿Aprovechamos esta potencialidad generadora de energía como pasó con la hidráulica? ¿O cedemos el territorio para exportar esta energía y que otros la aprovechen? ¿Apostamos por proyectos respetuosos y de bajo impacto visual y ambiental, como es el caso sobre todo de la energía solar? ¿O alquilamos el territorio a cambio de unas rentas más o menos jugosas para que instalen molinos? En este sentido, la legislación actual y las tarifas de la electricidad nos lo ponen difícil para conseguir un reparto más justo, democrático, equitativo y respetuoso ambientalmente de esta potencial riqueza. Pero eso es harina de otro costal.

Alejandro J. Pérez Cueva

Colectivo Sollavientos

martes, 3 de julio de 2018

SERIE MET VI: Del petróleo al fracking: el sueño imposible

Ilustración de Juan Carlos Navarro
  
En una época (más de un siglo ya) en que los hidrocarburos son la savia del sistema económico mundial, encontrar petróleo y gas bajo el subsuelo es el sueño de cualquier país. Desde la década de 1940, el Estado español impulsó la prospección de estos combustibles en zonas que ofrecían posibilidades. El descubrimiento de un yacimiento explotable en Ayoluengo (Burgos) en 1964 y la crisis del petróleo de 1973 aumentaron el interés nacional por ellos. Proliferaron estudios del subsuelo mediante prospección sísmica (técnica basada en la transmisión de las ondas sonoras, análoga a la ecografía en medicina) y pozos de exploración en zonas como los valles del Ebro y el Guadalquivir, Cantabria, La Rioja o el Maestrazgo.
Entre los varios cientos de sondeos que se realizaron en toda España, dos estaban en la provincia de Teruel: el denominado “Mirambel-1” (1974), en el término de Tronchón, y el “Maestrazgo-2” (1977), en Mosqueruela. Ambos alcanzaron profundidades cercanas a 3000 m. Las torres de perforación, de más de 20 metros de altura, y los trabajos, que se prolongaron a lo largo de meses, fueron un espectáculo para los habitantes de los pueblos vecinos. Las cuadrillas formadas por decenas de trabajadores, el sonido de las brocas horadando el subsuelo día y noche, alentaron durante la década de los 70 la esperanza de un desarrollo futuro de la provincia que evocaba la épica del Far West norteamericano. Pero los estudios no arrojaron resultados positivos, y todo acabó en un intento vano.
En los años 80 sí se produjeron en España nuevos descubrimientos de petróleo, la mayoría en la plataforma marina (campos de Amposta y Casablanca frente a las costas de Tarragona), y de gas, como el del Serrablo (Huesca). Este último se agotó a comienzos de los 90, mientras que los de la plataforma del delta del Ebro se mantienen en activo. También se han localizado yacimientos en el área de Cantabria-País Vasco-La Rioja, valle del Guadalquivir, y en las plataformas del Cantábrico y golfo de Cádiz. Aun con todo, el total de la producción de hidrocarburos en nuestro país solo alcanza a cubrir el 0,2-0,5 % del consumo.
Ningún otro intento exploratorio se hizo en la provincia de Teruel, hasta que el decaimiento de las reservas de hidrocarburos convencionales en todo el mundo despertó el interés por los no convencionales, y en particular por el llamado gas de pizarra (shale gas) que se explota mediante la técnica de fracturación hidráulica o fracking. En 2012 la compañía Montero Energy, filial entonces de la multinacional canadiense R2 Energy, presentó varias solicitudes de investigación de gas de pizarra en Aragón y norte de la Comunidad Valenciana, entre las que se encontraba el proyecto Platón, en el área entre Villarluengo, Fortanete, Cantavieja, Mosqueruela, Puertomingalvo, Mirambel y Bordón. El enorme impacto ambiental que tiene el fracking (consumo de recursos, impacto paisajístico, peligro de contaminación de acuíferos…) hizo que una buena parte de la sociedad del Maestrazgo, tanto en Teruel como en Castellón, se manifestara en contra de dichos proyectos y presentara alegaciones con el apoyo de colectivos científicos y académicos. Se temía que su desarrollo pudiera llegar a constituir una perversa herencia que hipotecase por completo el futuro de estas comarcas sin abrir expectativas de desarrollo alternativo a largo plazo. Ante las dudas que suscitaba, el Gobierno de Aragón dejó pasar el tiempo sin conceder ni denegar el permiso de investigación Platón, a pesar de que Montero Energy fue comprada entretanto por la compañía aragonesa SAMCA. Sin embargo, la resolución que sí emitió la Generalitat Valenciana, que obligaba a que se reformularan los proyectos de Castellón y se excluyera expresamente el uso del fracking, hizo que la empresa desistiera finalmente de ellos el pasado año. Nada se sabe oficialmente del permiso Platón, si bien en el mapa oficial de permisos de investigación que se muestra en la web del Ministerio de Industria tampoco constaba ya en 2017.  
Para algunos, este nuevo pinchazo podrá parecer una oportunidad perdida, pero la cuestión hay que verla con algo de perspectiva histórica. Regiones de EE.UU. donde el fracking parecía una fuente duradera de riqueza hace unos pocos años están viendo cómo los pozos se agotan rápidamente, el empleo desaparece y las veleidades del precio del crudo en los mercados arruinan muchas empresas. En otro plano muy distinto, la explotación de la decena de pequeños pozos que de forma testimonial quedaban en Ayoluengo concluyó el pasado mes de enero, al cumplirse 50 años de su inicio y no ser renovada por parte del Gobierno la concesión de explotación. El Dorado petrolífero español es hoy otro pueblo olvidado más del páramo castellano, similar a aquél que Berlanga retrató en la inolvidable “Bienvenido, Mister Marshall


José Luís Simón Gómez

Colectivo Sollavientos