lunes, 21 de diciembre de 2020

La gran nevada que sorprendió a España en plena canícula durante su segundo año sin verano

 





Los excepcionales temporales de nieve y lluvia de julio de 1932 tras la erupción del volcán Quizapú marcan un episodio climático insólito

 

Los pueblos de El Maestrazgo y las serranías de Albarracín y Cuenca se cubrieron de blanco en medio del asombro de sus vecinos y veraneantes

Aragón, Cataluña, la Comunidad Valenciana y el País Vasco vivieron un julio excepcionalmente anómalo con lluvias acumuladas de hasta 232 litros/m2

Las cenizas volcánicas tuvieron efectos directos en el clima y redujeron la radiación solar en España, favoreciendo un verano más frío de lo normal 

 

Vicente Aupí

Las crónicas del clima de España hablan de nevadas célebres, extraordinarias por su copiosidad o por inesperadas en lugares al nivel del mar. Sin embargo, la más singular del siglo XX tuvo que ser la de 1932, causante de perplejidad no en tierras cálidas, sino entre los pobladores de serranías donde la nieve cae todos los inviernos. Su asombro no obedecía a la magnitud de la nevada, sino al día en que ocurrió: un 19 de julio, en plena canícula, el periodo en el que España suele soportar, un año normal, los calores más intensos.

Aquel día de 1932 el verano regresó al invierno para tapizar de blanco extensas zonas de montaña en la Península, entre ellas los Montes Universales, El Maestrazgo, la Serranía de Cuenca y, muy probablemente, también Gredos. En la sierra turolense de Albarracín cuajó generosamente y sin contemplaciones por encima de los 1.400-1.500 metros de altitud y muchos pueblos, como Bronchales y Terriente, vieron sus caseríos engalanados con un manto de nieve que en algunos puntos se dice que llegó a medio metro. La estampa de Bronchales, inmaculadamente níveo un mes de julio, quedó inmortalizada gracias a una foto que desde entonces se guarda en su ayuntamiento y da fe de la envergadura del fenómeno. Tal vez sin esa imagen fuera difícil creerlo, pero su conservación atestigua la veracidad de una nevada excepcional que fue extensiva a decenas de pueblos españoles, incluido Morella, en el Maestrazgo de Castellón, a una altitud muy inferior.

 

Un verano anómalo tras la violenta erupción del volcán Quizapú

La verdadera singularidad del temporal fue su carácter generalizado, que recogen los boletines meteorológicos de la época, en los que queda patente la excepcional situación meteorológica. Realmente, lo sucedido del 17 al 20 de julio de 1932 fue el clímax de un periodo de precipitaciones abundantes y temperaturas anormalmente bajas e impropias para el verano de un país cálido como el nuestro. No resulta difícil vincular el extraño comportamiento de la atmósfera aquellas semanas de 1932 con la colosal erupción del volcán Quizapú, ocurrida tres meses antes, el 10 de abril, en Chile y considerada como una de las más importantes del siglo XX, con impacto directo sobre el clima de la Tierra.

Los efectos de la erupción fueron patentes no sólo en el continente americano, sino también en el resto del mundo. En Chile, Argentina y Brasil toneladas de ceniza oscurecieron el cielo y sepultaron pueblos y ciudades, para extenderse en las semanas posteriores por diferentes zonas del Globo. Ya en julio, la prensa española recoge el testimonio de meteorólogos de la época vinculando las nubes de cenizas suspendidas en la atmósfera con el enfriamiento de aquellas semanas y la situación meteorológica. Probablemente se trató de un nuevo año sin verano, a menor escala, que recordó lo sucedido en 1816 en Europa por el enfriamiento planetario forzado por la erupción, un año antes, del volcán Tambora. Como ésta, la del Quizapú de 1932 fue una erupción pliniana y forma parte del grupo de episodios volcánicos con consecuencias directas en el comportamiento del clima terrestre.

 

10 ºC de máxima en Ávila y 17 ºC en Valencia un 19 de julio

Aunque el documento gráfico que se conserva en el Ayuntamiento de Bronchales es el mejor aval de la nevada del 19 de julio de 1932, el análisis de la situación general vivida en el conjunto de España refuerza la credibilidad del fenómeno, ampliamente recogido en la prensa de esos días. En los boletines del Servicio Meteorológico Español (como se llamaba entonces la actual Aemet) hay datos que despejan cualquier sombra de duda: aquel día estival en el que la nieve caía inesperadamente, las temperaturas fueron de pleno invierno en el resto de España. La máxima fue de 10 ºC en Ávila; en Cuenca, Guadalajara, Segovia, Soria y Teruel no se superaron los 11 ºC; Madrid y Huesca compartieron una máxima de 13 ºC y, lo más espectacular, la mediterránea Valencia no pasó de los 17 ºC. Una máxima de 17 ºC en la ciudad del Turia un 19 de julio parece un chiste vista en la actualidad, cuando son frecuentes noches tropicales con mínimas estivales que no bajan de 24 y 25 ºC y dificultan el sueño a sus habitantes.

Estas temperaturas diurnas, propias de un día de diciembre o enero, avalan el frío reinante sobre España y permiten extrapolar que las condiciones en las zonas de montaña y sus pueblos fueron invernales. Los 10-11 ºC de máxima registrados en capitales de provincia situadas entre 900 y 1.200 metros de altitud fueron acompañados en Teruel y Ávila de unas mínimas de 4 y 5 ºC, respectivamente, por lo que en zonas más altas se dieron condiciones aptas para que nevara, a pesar de que el calendario sugiriera que España estaba en verano.

Los mapas de isobaras de esos días muestran una situación atmosférica atípica, más propia de las que se suelen dar en invierno cuando se producen en España invasiones de aire polar. En el mapa de superficie de aquel 19 de julio de 1932 se observa un gran paralelismo con situaciones propias de invasiones de aire polar en invierno, como la que se inició el 24 de diciembre de 1970 en una de las mayores olas de frío del siglo XX. En ambos mapas, una intensa corriente de aire frío llega hasta España arrastrada por centros de altas presiones en el Atlántico y bajas presiones sobre Escandinavia y otros puntos del continente europeo. La principal diferencia es que uno correspondía a una jornada canicular y el otro a lo más duro del invierno. Las temperaturas no empezaron a normalizarse hasta muy avanzado el mes de agosto.

 

Cosechas arruinadas y récords de lluvia en el Cantábrico y el Mediterráneo

Lamentablemente, el insólito temporal de nieve de aquel verano no fue algo aislado o anecdótico, sino que hay que englobarlo en el contexto del mes de julio climatológicamente más anómalo que podemos encontrar, en cuanto al régimen de precipitaciones, durante el siglo XX. Los mismos días que nevó en las serranías del interior y sus pueblos, la España mediterránea y su entorno sufrió uno de los peores temporales de lluvia registrados un mes de julio. Entre los días 17 y 20 se produjo un episodio de precipitaciones que descargó 121 litros en Tortosa, 115 en Castellón, 85 en Valencia, 74 en Tarragona, 67 en Zaragoza y 52 en Teruel.

Lo más significativo, sin embargo, es que todo julio de 1932 tuvo un carácter extremadamente lluvioso y, además del intenso temporal de mediados de mes, muchos observatorios batieron su récord de precipitación acumulada para el mes de julio, que continúa vigente en la actualidad. El dato más rotundo es el del centenario observatorio de San Sebastián-Igueldo, que en julio de 1932 recogió 232 litros por metro cuadrado de precipitación, muy repartida a lo largo del mes, ya que llovió muchos días. El de 1932 se mantiene también como el julio más lluvioso de su serie climatológica en Tortosa (186 litros/m2), Barcelona (163) y Castellón (157). En Tarragona y Valencia el balance mensual fue de 140 y 115 litros/m2, respectivamente, valores todos ellos excepcionales para el clima estival del litoral mediterráneo, en el que lo típico es que julio marque el mínimo pluviométrico anual. En todos estos lugares se trata del mes menos lluvioso y algunos años no cae una gota.

El exceso de lluvia y las frecuentes tormentas causaron inundaciones generalizadas. Entre otros, se desbordaron los ríos Ebro, Gállego, Huerva, Jalón y Llobregat, que junto a la violencia de las tormentas causaron daños catastróficos en el campo español. La ruina en las cosechas del verano de 1932 evoca lo ocurrido en 1816 (el año sin verano) en buena parte de Europa por el tiempo frío y lluvioso que echó a perder los cultivos en muchos países. Tanto la erupción del Tambora, causante del desastre climático de 1816, como la del Quizapú en 1932, figuran entre las más violentas de los siglos XIX y XX.


Artículo publicado en El País el 13 de noviembre de 2020.

 

jueves, 17 de diciembre de 2020

El día polar en el que se alcanzaron -30 ºC en el corazón de España

 




Se cumplen 56 años del récord oficial de frío, registrado en el Observatorio de Calamocha-Fuentes Claras (Teruel)

 

El triángulo Teruel-Calamocha-Molina de Aragón, con más de un centenar de registros inferiores a -20 ºC, está considerado el Polo del Frío español

Los grandes episodios se han dado tras una invasión de aire polar precursora, al despejarse el cielo con viento en calma y suelo nevado

Entre capitales de provincia, la temperatura más baja corresponde a Albacete, con una mínima de -24 ºC en la gran ola de frío de enero de 1971

  

Vicente Aupí

 

Aquella mañana, la del 17 de diciembre de 1963, el personal de guardia en el Observatorio de Calamocha-Fuentes Claras (Teruel) tuvo que recurrir a un soplete para abrir la verja de la estación meteorológica. Todo se había petrificado con la descomunal helada, vistiendo totalmente de blanco el páramo turolense, en un paisaje que evocaba a las estepas rusas. Horas antes, Manuel Villamón, uno de los observadores, había anotado una temperatura de -21 ºC a la una de la madrugada y -28 ºC a las 7. Finalmente, tras acceder soplete en mano a la garita de los termómetros, se comprobó que la mínima había sido de -30 ºC, temperatura reconocida desde entonces por Aemet como récord oficial de frío en zonas pobladas de España. Villamón, a sus 90 años, esboza hoy una sonrisa al recordar con nostalgia esa época, en la que era habitual que en los turnos de nochevieja dejaran el champán a la intemperie hasta el momento de las uvas: “Ese 17 de diciembre, después de apuntar los -30 ºC, pensé si me habría equivocado, pero me convencí de que no al entrar en el centro de comunicaciones y comprobar que tenía el bigote escarchado”, declara a El País.

Aquellos -30 ºC parecen leyenda de otro tiempo, pero sintetizan la personalidad climática de una porción del solar ibérico de unos 2.000 kilómetros cuadrados, cuya referencia geográfica es el triángulo que forma Teruel con Molina de Aragón y la propia Calamocha. Con un perfil orográfico más bien llano, de horizontes abiertos, este triángulo y su entorno han deparado al Banco Nacional de Datos Climatológicos de Aemet más de un centenar de anotaciones con temperaturas inferiores a los -20 ºC desde finales del siglo XIX. El primero de la lista fue el célebre temporal de frío y nieve de enero de 1885, cuando Teruel y Molina de Aragón alcanzaron -20 ºC y -26,8 ºC, respectivamente. Pero el historial muestra que en estos 134 años casi todas las décadas cuentan con alguno de esos hitos de frío extraordinario. La última vez fue en las navidades de 2001, celebradas con los termómetros desplomados a -25 ºC, en la que puede considerarse la última gran ola de frío comparable a los episodios históricos de los siglos XIX y XX.

Vigías del pasillo aéreo

El récord de -30 ºC de 1963 fue la culminación de varias décadas con frecuentes temporales de frío y nieve, tanto en esta zona como en el resto de España. En la década de los 40 el Ministerio del Aire puso en marcha en Molina de Aragón y Calamocha dos observatorios cuyo principal cometido ha sido vigilar las condiciones atmosféricas del pasillo aéreo Madrid-Barcelona, que pasa por la vertical de ambas. Pero al poco tiempo de su entrada en servicio se comprobó que algunos inviernos las temperaturas caían a valores glaciales, como los -25,0 ºC de Calamocha en 1945 y los -26,7 ºC y -28,2 ºC de Molina de Aragón en 1947 y 1952, respectivamente.

Durante su historia, el observatorio de Calamocha ha tenido diferentes emplazamientos. En la actualidad y en sus primeros tiempos ha estado en el propio municipio, pero entre 1951 y 1980 se instaló, con la denominación Calamocha VOR (radiofaro para la navegación aérea) en el vecino término de Fuentes Claras, a 900 metros de altitud, donde se produjo el registro del que este martes, 17 de diciembre, se cumplen 56 años. No obstante, los datos de ese día de las cercanas Molina de Aragón y Monreal del Campo, que alcanzaron mínimas de -28 ºC, atestiguan que en toda la zona hubo valores muy similares, en el entorno de los -30 ºC, dignos de las regiones polares.

 

Cielo despejado, ausencia de viento y suelo cubierto de nieve

La frecuencia de tales episodios en esta zona de la península Ibérica hay que buscarla en la facilidad con la que confluyen varios factores meteorológicos desencadenantes: todo empieza con alguna invasión de aire polar acompañada de nevadas, pero la clave es el escenario atmosférico posterior, consistente en una o varias noches con tres ingredientes indispensables: cielo despejado, ausencia de viento y suelo nevado. Esta es una peculiaridad del clima del triángulo Teruel-Calamocha-Molina de Aragón, y sus datos atestiguan una evidente tendencia a que confluyan estos tres factores con posterioridad a una entrada previa de aire de origen polar, que actúa como elemento precursor. En estas condiciones se han dado la práctica totalidad de los episodios, con desplomes térmicos de más de 20 ºC en pocas horas durante las largas noches cercanas al solsticio de invierno. Los factores que intervienen en estos escenarios atmosféricos son independientes de la actual tendencia de calentamiento observada, que afecta sobre todo a las temperaturas medias mensuales y anuales, pero no es óbice para que se pueda repetir en cualquier momento, con la situación propicia, un episodio que dé lugar a nuevos registros de -20 ºC.

Un dato especialmente llamativo del día del récord de 1963 es que después de los -30 ºC registrados por la mañana, a mediodía el termómetro marcó una máxima de -11 ºC. Ese mismo día, las cercanas poblaciones de Molina de Aragón y Monreal del Campo, tras compartir una mínima de -28 ºC, observaron unas increíbles temperaturas máximas de -8 ºC y -16 ºC, respectivamente. No es difícil hacerse una idea de las dificultades que implicaban semejantes condiciones en la labor de los observadores. Entre otras personas, dicha tarea la han desempeñado en Molina de Aragón Rafael Sousa, José Antonio Martín Corral, Juan José Martín, Francisco Moya, David Momblona y su responsable actual, Mónica Valverde, quien incide en que “la gente mayor comenta que los inviernos no son como los de antes, y la verdad es que resulta difícil imaginar el rigor de olas de frío como la de diciembre de 1963”. En el Observatorio de Calamocha, junto a Manuel Villamón, ha compartido la batalla contra el hielo una larga decena de observadores, de los que continúan en activo Agustín Alijarde y Carlos Santos.

Mención aparte merece el Observatorio de Daroca, recientemente reconocido como estación centenaria por la Organización Meteorológica Mundial (OMM), gracias a una serie climatológica que empieza en 1909. Su responsable en la actualidad, Yolanda Jiménez, afirma que “lo peor no es el frío, sino los horarios”. Antes de que ella recogiera el testigo, estuvieron al frente del observatorio Juan Serrano y Carmelo Saldaña, ya nonagenario, quien suele recordar que el día de los -30 ºC de Calamocha-Fuentes Claras se rozaron los -23 ºC en Daroca y sus dedos “se quedaron pegados al pluviómetro, que estaba totalmente helado”.

A pesar de la notable frecuencia con la que se han dado en esta zona, temperaturas inferiores a los -20 ºC también se han registrado en muchas otras zonas de España. En los archivos de Aemet constan, entre otros datos, -27,6 ºC en Camesa de Valdivia (Palencia) y -26,0 ºC en Riaño (León) y Munera (Albacete), todos ellos en enero de 1971, al igual que los -24 ºC de la base aérea de Los Llanos, en Albacete, que ostenta el récord de frío entre capitales de provincia. Junto a ella, algunas de las capitales españolas con registros muy notables son Burgos, con -22 ºC en enero de 1971; Vitoria, que llegó a -21 ºC en diciembre de 1962, y Salamanca, con -20 ºC en febrero de 1963.

 

Publicado en El País el 17 de diciembre de 2019.

martes, 15 de diciembre de 2020

ODS TERUEL 2030 (y 7): ENTRE LA IMAGINACIÓN Y EL DESEO

 



En un año aciago, con la firme esperanza de que dentro de diez años el paso de la pandemia presente, que ha vuelto a mostrar la fragilidad e interdependencia de la naturaleza y el ser humano, será solo un mal recuerdo y de que se habrán consolidado medidas universales para prevenir el surgimiento de otras, y no menos de que muchas de las medidas de reconstrucción del Pacto por Teruel sean realidad, quiero proyectar mi deseo imaginativo o mi imaginación desiderativa (ambos, imaginación y deseo son dos recursos baratos, productivos y sostenibles) hacia un escenario posibilista, nada de sueños utópicos lisonjeros, y sí dentro de los límites de los Objetivos de Desarrollo Sostenible que la ONU ha marcado en su agenda 2030. 

Para entonces la obsoleta y nefasta Ley de Minas ya estará actualizada. Subsanando su desequilibrio hoy en día a favor de las empresas explotadoras, estará orientada hacia una consideración efectiva de los derechos de la propiedad de los terrenos y la salvaguarda de los valores ambientales y paisajísticos. Y en este mismo orden de cosas, tendremos personas preparadas para acometer las restauraciones pertinentes, amparadas en una normativa precisa. La industria cerámica autóctona, por iniciativa de la empresa SAMCA estará en funcionamiento. El manifiesto Geología para una Nueva Cultura de la Tierra dado a conocer en Aguilar del Alfambra en junio de 2011, habrá tenido tiempo para afectar la mentalidad de la clase política provincial.

La población de Teruel seguirá siendo baja (siempre relativamente), con tendencia a la estabilización. Nuestros pueblos mantendrán (quizá hayan aumentado) su cuota de recepción de la inmigración (aquí más necesaria) y de la población neorrural, imprescindible. Se prevé un despliegue de jóvenes dinamizadores que exporten sus ideas: los planteamientos de dignificación de la vida rural de la Cosmopueblita de Burbáguena de la penúltima primavera estarán plenamente consolidados. Se verán niños en más pueblos, que recibirán una educación adaptada al medio natural y social. La escueta lista de pueblos abandonados (El Cañigral, El Alconzal, Mas de Labrador, Las Casillas de Bezas) no aumentará. El envejecimiento de la población se verá afectado ante la perspectiva positiva del aumento de la esperanza de vida, lo cual generará un fortalecimiento del sector servicios de la salud y asistenciales (deseamos tener y ser viejos sanos y sabios).

El  turismo de calidad en todas sus facetas culturales (geología y paleontología, paisaje y senderismo, observación de estrellas, gastronomía y enología, naturaleza, rutas etnobotánicas, fauna, investigación científica, arte, historia, parques culturales, deporte, un poco de todo…), constituirá un sólido soporte para la población activa estable, a la que puede beneficiar un alza en el movimiento cooperativo y el despliegue de la economía colaborativa y demás nuevas economías. El importante Museo de la Guerra Civil proyectado en la ciudad de Teruel estará abierto. Apurando, a lo mejor las pasarelas metálicas en las hoces y barrancos ya no estarán de moda.

La producción y procesamiento de productos autóctonos básicamente alimentarios (cárnicos, jamón, embutidos, quesos,  aceites, cerveza, vinos, trufas, repostería, azafrán, chocolate, conservas vegetales y mermeladas…) y artesanales (cerámica, forja, madera, tejidos, juguetes…)  se habrá consolidado y diversificado. Algunas de nuestras excelentes mieles habrán obtenido la etiqueta de denominación de origen (quizá la de Hinojosa de Jarque).

Una significativa mejora en la gestión de los bosques hará frente al avance inexorable de la variación en las manifestaciones del clima, lo que unido a medidas más eficaces en la prevención y extinción, evitará los incendios devastadores.

Una buena y asequible conexión a internet habrá llegado a los menores núcleos de población, lo que solucionará muchos problemas y abrirá camino a muchas oportunidades.

Para 2030 podrán convivir un despliegue de infraestructuras necesarias y suficientes con nuevos espacios protegidos declarados: El Parque Natural  de la Sierra de Javalambre (pendiente) y las Reservas de la Biosfera del Valle del Cabriel (efectiva desde el 6 de Junio), la del Alto Turia (pendiente) y otras. La cultura de la custodia del territorio también se habrá consolidado. La caza de jabalíes y cabras monteses estará regulada hacia una estabilización de sus respectivas poblaciones. Habrá un límite razonable en la creación de nuevas granjas porcinas y se llevará a cabo un tratamiento integral de los purines.

Se disparará el empleo de energías limpias. Podríamos ser pioneros en cubrir con placas solares los polideportivos y salones de usos múltiples de los pueblos. Para entonces nuestros ríos pueden estar saneados y nuestro medio libre de plásticos, al albur de una normativa más exigente en la prevención de este problema.

Nuestros pueblos estarán más guapos que nunca, preservando su urbanismo tradicional y su coherencia arquitectónica. Y en todo su territorio no se habrá establecido ningún paraíso fiscal, a pesar de que alguien ha pensado que esto supondría la solución definitiva para el futuro de Teruel.

Gonzalo Tena Gómez

Colectivo Sollavientos


jueves, 10 de diciembre de 2020

TE ODS 2030 (6): TERUEL ANTEL EL CAMBIO CLIMÁTICO





El Objetivo número 13 de los ODS comprendidos en la agenda 2030 de las Naciones Unidas dice : Adoptar medidas urgentes para combatir el cambio climático y sus efectos.

Estos objetivos son un reto para todos los países e instituciones tanto públicas como privadas del planeta, pero se deben concretar y poner en práctica de forma realista en cada una de las instituciones y en cada uno de los territorios y entre sus ciudadanos. Por eso desde el Colectivo nos planteamos que se podría hacer en la provincia de Teruel para conseguir avanzar en la toma de medidas frente al Cambio climático.

El Cambio Climático suena desde hace unos años en las noticias y en los programas de divulgación y de opinión, también se ha colado en las conversaciones informales de calle o de tertulias de amigos ante un fenómeno climático extremo; forma parte del debate entre científicos de distintas disciplinas y con visiones muy diversas; incluso es un mantra para explicar o dar respuesta a cualquier fenómeno que no somos capaces de explicar.

Lo cierto es que para la gran mayoría de científicos y de investigadores del clima y de la tierra en sus múltiples disciplinas, es uno de los fenómenos más preocupantes de nuestro momento actual y una de las tareas a las que dedican buena parte de sus investigaciones, tanto para encontrar soluciones de mitigación, como para proponer posibles adaptaciones a la nueva situación. Lo es por su carácter global ya que no sólo afecta a un determinado espacio o país o territorio, sino que cualquier repercusión llega a todos los rincones del planeta.

También para la ciudadanía comienza a ser un tema no sólo de debate o de conversación sino  de toma de posición para encontrar soluciones. Así los movimientos juveniles que tanta resonancia han tenido en los últimos tiempos y las propuestas de declarar una Emergencia Climática, que tiene ocupada a muchas de las ONGs ambientalistas y a algunas instituciones.

Pero lo importante ya no es debatir, sino actuar ante una realidad aceptada por casi todos, aunque sea con matices. Teruel se debería posicionar como líder en la toma de decisiones y de propuestas ante el Cambio Climático por sus condiciones ambientales inmejorables y debería servir de modelo para implantarlas en otros lugares. Podemos plantear varias propuestas:

n  Convertir los pueblos de la provincia en autosuficientes energéticamente y con un consumo de proximidad. No se puede apostar por parques eólicos o solares que ocupen en territorio para exportar la energía y enriquecer a las grandes energéticas, sino por un modelo bajo en emisiones y en afecciones al paisaje.

n  Una política forestal que genere nuevas plantaciones desde el territorio y con gente del territorio y sus aprovechamientos reviertan en la población local con trabajos y beneficios adecuados.

n  Apostar por el consumo de proximidad, generando una información clara de los productos que se producen, de sus puntos de distribución y de sus productores. Habilitar espacios de venta y de sacrificio para los productos locales.

n  Apostar por programas y propuestas educativas para todos los colectivos que sensibilicen y generen una manera de actuar diferente en las forma de usar el transporte y en el consumo.

n  Generar una red de pueblos frente al cambio climático, que bajo un objetivo común, planteen y llevan a la práctica sus propias acciones.


Se puede apostar por convertirse en un territorio referente frente al cambio climático, que le dotaría de valor ambiental que es más necesario en este momento que el valor económico, sin olvidar que los valores ambientales deben revertir en calidad y sostenibilidad de sus habitantes.

Más que una utopía, lo que se plantea es una nueva visión de la realidad provincial para adaptarla a los nuevos tiempos y sus retos y, uno de ellos, sin duda, es el calentamiento del planeta.

Javier Oquendo

Colectivo Sollavientos