Gonzalo Tena Gómez*
Mina Lastra es una mujer que, en 2010, fue elegida Miss Ecuador (San Google dixit). Casualidad. Pero esta película no es la que nos interesa ahora. La memoria de otra “Mina (la) Lastra” (un proyecto de explotación de arcilla a cielo abierto en Aliaga, que toma su nombre de una meseta contigua) es el guion de una película de género negro que todavía no se ha rodado. El guion es inconsistente y malo y no debería poner en acción a las cámaras, porque a la postre supondría un refuerzo a la despoblación y lastraría nuestro territorio en el sentido argentino-uruguayo de “comérselo vorazmente”. Mejor un tercero que empezara así:
“En los largos, plácidos, sanadores y poéticos paseos de los atardeceres de agosto, los caminantes contemplan las vacas de fuera del camino y éstas dirigen su mirada inexpresiva hacia ellos. Alguna, curiosa, asoma su pacífica cabeza armada por encima de un ribazo dejándose fotografiar…”
Un peirón dedicado a “la Purisma” marca el inicio, hacia el sur, del singular y acogedor valle de Santilla, paralelo al curso del río Guadalope, en el extenso y variado término de Aliaga. Lo recorre longitudinalmente, paralela al barranco de El Peral, una pista sin asfaltar, que se dirige a Villarroya de los Pinares, adecuada para caminar o circular lentamente en bicicleta o en pequeños vehículos a motor o transitar maquinaria agrícola. Pastos para ganado vacuno y lanar y bancales de cereales y algunos huertos han determinado sus usos tradicionales desde la noche de los tiempos hasta nuestros días. Unas instalaciones de estabulación vacías atestiguan un episodio pasado de sobreexplotación ganadera. En los últimos años los pastores eléctricos han hecho acto de presencia lineal. Unas mínimas trazas atestiguan la existencia en el pasado de una pequeña mina subterránea de carbón, la de El Peral.
La partida de Santilla alberga una pequeña ermita y ha dado y da vida a un racimo de masadas diseminadas en su extensión: El Soldao, El Peral, La Torre del Peral, La Collada, Casa Conesa (estas dos últimas afectadas por el proyecto), El Cartujo, El Rey, Casa Calvo…
Los 30 años (prorrogables) planificados de explotación supondrían la eternización de un gran empastre: se abrirían las puertas a nuevas explotaciones mineras (la segunda ya no encontraría tantos impedimentos). Este desaguisado vendría auspiciado por la obsoleta Ley de Minas vigente (1973), que favorece a las empresas explotadoras en detrimento de la población autóctona y del paisaje. ¿Cuándo se aprobará una más racional y ecuánime?
Epílogo con más preguntas:
Vienen de fuera y se nos quieren llevar la arcilla, en una acción de neocolonialismo trasnochado. ¿A por qué vendrán después?
¿Conocerán los gerifaltes del azulejo el proceso de formación (edafogénesis) –su lentitud, 10 000 años de nada- la fragilidad y la irrecuperabilidad en demasiados casos del suelo vegetal?
¿Qué pensarán al respecto los bichos, domésticos y libres, que habitan este fragmento de naturaleza? ¿Y la ultima molécula de la arcilla milenaria, qué dirá?
¿No es suficiente que todo un pueblo afectado se oponga para paralizar el proyecto?
¿El Geoparque del Maestrazgo se ha pronunciado ya sobre el tema?
La arcilla debería continuar en su sitio, y como papel exclusivo, seguir sirviendo de soporte básico a los pastos y raíces de los cereales y a lo que podemos contemplar hoy en el valle de Santilla.
* Colectivo Sollavientos