Llama la atención al visitante que se adentra en Mirambel la ausencia de
cables eléctricos atravesando la templaria atmósfera de sus calles. ¿Es
que a este pueblo no ha llegado la luz?, podría pensarse. Nada de eso.
Mirambel decidió, hace ya más de cuatro décadas, que su estética urbana
no admitía esos alambres negros tendidos entre los aleros. Redactó unas
ordenanzas municipales que obligaban a enterrarlos, recuperó y extendió
sus tradicionales pavimentos
empedrados para cubrirlos, y dejó en uno de
sus rincones, a modo de museo para el recuerdo, la maqueta de una
sección de las canalizaciones subterráneas que los esconden.
Fue una actuación valiente, al servicio de una voluntad decidida por
conservar todo el recinto urbano amurallado sin alterar su imagen
medieval y renacentista. Todo ello le valió en 1980 la declaración de
Conjunto Histórico Artístico, y en 1982 la concesión del premio Europa
Nostra, el más prestigioso galardón que se otorga a proyectos de
conservación y defensa del patrimonio cultural. La pertenencia de
Mirambel a la red de los Pueblos más Bonitos de España
es coherente con
esa misma hoja de ruta, orientada a realzar y promover el encanto de un
pueblo tan exquisitamente conservado.
A finales de los años 70, los vecinos llevaban ya tiempo acostumbrados a
ver los cables por el aire, algo que es paisaje habitual en nuestros pueblos
desde que la corriente eléctrica llegó a ellos. Sin embargo, decidieron
eliminarlos de ese casco urbano que acababan de redescubrir como una
joya del siglo XVI. Los viajeros reconocen ese detalle impagable a la hora
de hacer fotografías, y algún director de cine lo ha tenido en cuenta al
elegir Mirambel como escenario de rodaje. Pero seguramente no fueron
estas las razones que movieron a los mirambelanos a tomar esa decisión;
lo hicieron por dignidad, como una elemental muestra de autoestima.
Paradójicamente, fue tras enterrar los cables de la luz cuando vieron
cómo el pueblo resplandecía.
“Aragón con luz propia” fue el lema elegido para una jornada informativa
celebrada en Zaragoza el pasado 18 de enero, en la que se expresó
público agradecimiento por el maná que los macroparques eólicos y
fotovoltaicos prometen. Mirambel es ahora uno de los pueblos integrados
en la Asociación Viento Alto, que aplaude y asume el plan eólico que
Forestalia les tiene preparado (el llamado Clúster del Maestrazgo), y se
relame vislumbrando los supuestos beneficios que les va a reportar.
Supongo que la gente es plenamente consciente de que, si el faraónico
proyecto sale adelante, los visitantes no verán cables en las calles, pero sí
gigantescos molinos y torres de alta tensión acribillando el paisaje de su
entorno. Subir a pie a la ermita de San Martín o viajar en coche a
Cantavieja o Tronchón tendrán premio: unas vistas inigualables sobre
decenas de aerogeneradores de 200 m de altura (equivalentes a torres de
70 pisos) clavados al pie de la Muela Monchén o encaramados en los altos
de la Tarayuela, a 1700 m de altitud. También, una larga y sinuosa línea
de hercúleas torres de alta tensión que recorrerá muelas y morrones
entre Tronchón, Cantavieja y Portell de Morella; y cables, poderosos
cables, infinitos cables que llevarán la luz a lejanas urbes y complejos
industriales.
En su escrito de alegaciones al proyecto del Clúster del Maestrazgo, la
Asociación Viento Alto argumenta que “el paisaje del Maestrazgo esta
humanizado desde hace siglos por la extracción de madera, los
abancalamientos, los muros de piedra seca y los cultivos, y que los
aerogeneradores suponen una nueva actividad humana que están
dispuestos a asumir”. Me gusta la palabra “humanizado”, que encierra
una gran verdad: el paisaje de este recio territorio ha sido modelado por
siglos de trabajo de hombres y mujeres, que han modificado su medio, sí,
pero adaptándose a él, tratándolo con afecto y preservando su armonía.
Poco tiene que ver con el propósito de industrializar el paisaje con 125
centrales eólicas verticales, 140 km de líneas de alta tensión y 270 km de
nuevas pistas. ¿Asume eso Mirambel? ¿Lo asumen el resto de pueblos que
forman ese santuario natural e histórico del que Forestalia se ha
encaprichado? ¿O enarbolará Mirambel su propia luz y su propia
voluntad, la de 1982?
Gonzalo Tena Gómez
Colectivo Sollavientos