Gonzalo Tena Gómez*
Esta vez, fue en Aliaga. Era ineludible, dado el
impresionante bosque de galería de chopos añejos, muchos centenarios, en las
riberas del Guadalope y su afluente, río de La Val. Y también porque su gente
sabe valorar este patrimonio natural y cultural y está dispuesta a protegerlo y
promocionarlo.
Como en una de las celebradas novelas de García
Márquez, todo el mundo sabíamos los hitos del día y su desenlace, en nuestro
caso feliz, pero no podíamos sustraernos a acudir y participar, porque la
conmemoración, la propuesta y la villa se lo merecían; por nuestra
identificación con una reivindicación cultural y medioambiental en torno a esta
riqueza heredada, y, quizás, atraídos también por el realismo mágico que
destilan esos troncos fantasmagóricos de los verdaderos protagonistas de la
jornada. Así, conseguimos configurar la
edición más concurrida de las siete llevadas a cabo (Aguilar del Alfambra,
Torre los Negros, Valdeconejos, Ejulve, Cuencabuena-Lechago, Blesa-Huesa del
Común y Aliaga).
A las 10 de la mañana comienza a desarrollarse el
programa: recepción, bienvenida y presentación junto al pabellón municipal. A
continuación, congregados en el campo de fútbol, con el decorado de fondo del
pliegue serpenteante de La Olla, estructura tectónica de importancia mundial y
“escultura de la naturaleza”, se nos recuerda que Aliaga es la cuna de la
divulgación geológica en España, y que el río se lo cogió con calma: 5 millones
de años para excavar el valle retorcido (‘alhulga’) que alberga a sus
habitantes, entre los que se encuentran nuestros queridos y amenazados chopos
cabeceros, ataviados estos días de amarillo otoñal (“Amarillea todo…”, recitaba
Labordeta).
Después, la numerosa comitiva, riada humana,
integrada por forasteros (incluyendo a un “tree hunter” inglés, Robert McBride,
que “vive y respira árboles”) y locales, enfila la calle Mayor y sale de la
población en dirección hacia Ejulve. Nueva parada en un nuevo mirador para
contemplar y escuchar acerca de la Peña del Barbo-Estrecho de la Aldehuela,
Monumento Natural. Avanzamos con la
protección de una ambulancia en la cabecera y la de un vehículo de la guardia
civil en la cola. Abandonamos el asfalto y nos introducimos en la ribera del
Guadalope, en su margen izquierdo, en sentido ascendente. Paseo plácido de día
sin sol entre los gigantes homenajeados. Ya próximos a la ermita, debajo del
antiguo puente, nueva lección, de etnografía, con el tema del aprovechamiento
ancestral de la madera de los Populus
nigra, adobado con notas de la ecología del escenario.
Una vez en la explanada cerca del Hotel El Molino
Alto, hábiles trepadores, con sus pertrechos,
proceden a representar el llamativo espectáculo de la escamonda de dos
chopos, sierra mecánica en mano. Innumerables objetivos fotográficos –incluido
el de Carlos Pérez Naval, de 10 años, natural de Calamocha, premio Wildlife Photographer of the Year- enfocan las fases de la labor. Son plantados
cinco nuevos ejemplares.
Antes de la comida multitudinaria (363
comensales), se inaugura una hermosa exposición con las obras del II Concurso
de Fotografía sobre el Chopo Cabecero, cuyo fallo se pronunciará más tarde. En la sobremesa, presentación de la Entidad
de Custodia del Territorio para la Conservación del Chopo Cabecero, ahora
coreamos a modo de himno de la fiesta “Somos, como esos viejos árboles…” (el
espíritu de Labordeta se enseñorea del pabellón). Dos representantes de la prestigiosa revista
Quercus recogen el título de Amigo del Chopo Cabecero 2015. Escuchamos a la
presidenta de Salvemos Aliaga y al alcalde.
Y empieza el baile, amenizado por Bucardo Folklore
Aragonés, formación continuadora de la
tradición de los gaiteros. Sobre suelo irregular un corro selecto de ágiles
danzantes y algunos patosos nos divertimos de lo lindo.
Nuestro reconocimiento a la buena y entregada
organización de la jornada.
* Colectivo Sollavientos