jueves, 31 de enero de 2019

EL RETO DE LA DESPOBLACIÓN (I)




Autor fotografía: Gonçal Tena Gómez




Reflexiones sin pretensiones

 

La despoblación del mundo rural (turolense, aragonés, español, europeo…) nos preocupa a todos; quizá más a quienes vivimos en la ciudad, y tenemos esa mezcla de melancolía romántica sobre de nuestros orígenes familiares y complejo de culpabilidad por no saber qué hacer para frenarla. La despoblación y los sentimientos/pensamientos/posturas que despierta es un asunto tremendamente poliédrico, que necesita ser analizado por separado en sus múltiples aspectos, a la vez que comprendido de forma global y, a ser posible, liberándolo de tópicos, eslóganes simplistas y victimismos.

 

El mundo rural es, antes que nada, las personas que lo habitan. El que cada vez sean menos nos preocupa porque socialmente les debilita y les resta oportunidades tanto para seguir manteniendo su forma de vida como para acceder a los servicios que la sociedad moderna ofrece.

 

Pero también forma parte del mundo rural su patrimonio material (natural, arquitectónico, etnológico…). Cuando se cierra la penúltima casa de un pueblo, pensamos con tristeza en la última familia que, a partir de ese momento, quedará sola; pensamos en esa solitaria chimenea humeante en las largas y duras noches de invierno. Cuando se cierre esa última casa, porque sus dos últimos habitantes hayan decidido marchar con los hijos a la ciudad convencidos de que la vida será allí más fácil, no nos alegraremos por ellos y respiraremos con alivio. Bien al contrario: nuestra zozobra saltará entonces a las propias casas y callejas del pueblo, a las chimeneas hueras, los tejados que se hunden, la iglesia que se desconcha, los huertos que se pierden... Es la materia física del pueblo la que se queda entonces desvalida.

 

También es mundo rural su patrimonio inmaterial: costumbres, tradiciones, romerías, dances, matacerdos, ritos que identifican y cohesionan al grupo. Esos ritos están vinculados a lugares concretos, necesitan escenario y atrezzo, y sobre todo requieren de personas que los materialicen. Pero no son sólo espacio, objetos y personas; son algo más: una savia?, un alma?

 

La destrucción del mundo rural no es sólo su despoblación. También es la destrucción de la cultura rural: los pueblos que se convierten en ruinas y las tradiciones que se pierden. Mantener el mundo rural pasa por fijar su población todo lo que se pueda, pero también mantener y recuperar su patrimonio natural y cultural, su patrimonio material e inmaterial. Una obviedad, vaya. No aspiro a descubrir nada nuevo; sólo pienso en voz alta, asumiendo todas las incertidumbres y las contradicciones que un problema tan complejo suscita.

Colectivo Sollavientos

sábado, 12 de enero de 2019

Hartos de la despoblación


“Despoblación” es la palabra mas repetida en el entorno en que me muevo en los dos o tres últimos años y la verdad es que genera un cierto hartazgo en un buen número de personas residentes de continuo en el mundo rural.


Por una parte el vivir con la despoblación te quita posibilidades y servicios que en ocasiones consideras básicos, aunque siempre hay que cuestionar lo que hoy en día entendemos como tal o con la palabra necesidad, que todavía es más peligrosa. Es cierto que el sistema sanitario se ve afectado por la falta de compromiso de este sector, por supuesto no todos, para desplazarse o desarrollar su tarea en un mundo carente de algunos pequeños servicios. No lo es menos que hay una cierta precariedad laboral, y la dificultad para cubrir algunos puestos de trabajo. Quizás en la educación es donde menos se note, pero hay limitaciones de tiempo y espacio para desarrollar ciertas actividades extraescolares, por ejemplo judo, clarinete..  que por otra parte en ocasiones no se sabe si es muy conveniente desarrollarlas. 

Las redes de comunicación modernas por supuesto que han llegado, aunque quizás les falte velocidad y en algunos casos disponibilidad, pero es cierto que para las labores diarias suele ser suficiente y si resulta que lo que más tenemos es tiempo, ¿para que queremos correr tanto? Es posible que pasarse a la vida slow o tranquila, quitando esnobismos que no son muy rurales, sería una manera de vivir nuestra identidad. Las comunicaciones por carretera no son una maravilla, pero tampoco necesitamos autovías a todas manos para no ocuparlas  o para que nos vayamos más rápido de los pueblos en lugar de para llegar antes. No necesitamos AVE o aeropuertos , sí alguna línea ferroviaria que dé posibilidades de distribuir los productos que se generan en estas tierras. Todas estas carencias producen también una cierta hartura y cansancio.

Pero lo que realmente nos harta a algunos residentes en zonas con muy baja densidad de población, es el aprovechamiento que se está haciendo de esta situación para  beneficio propio o para generar encuentros y jornadas que poco o nada aportan y casi siempre se celebran en grandes ciudades, pues es donde hay población para llenar el aforo. A algunos se les ve la patita de que lo que realmente se busca son fondos de distintas procedencias para crear infraestructura y estructuras que vivan de la despoblación, pero sin afectarla. Peor todavía cuando se usa como argumentario con tintas racistas o xenófobos o se quiere utilizar para la conquista de votos y de vetos. El tono de desasosiego sube cuando con esta excusa se intentan recoger todos aquellos proyectos que los demás no quieren o se intenta engañar con actividades que en nada benefician a los actuales y futuros residentes del medio rural y así  sólo sirve la despoblación como excusa para instalar cuantos más parques eólicos mejor, aunque destruyan el medio y el paisaje, o cuantas más empresas contaminantes mejor, pues más vale vivir ahogados que tener tanto desahogo; cuantos más vertederos o extracciones de riqueza pues más puestos de trabajo, aunque sean de mala calidad y nocivos.

Alguno dirá, ya están los del pueblo con su nula visión del futuro y su conformismo fruto de la falta de cultura o quizás sólo del adormilamiento que produce tanta pasividad. Pero es que ya no cabe mas discurso y hay que pasar a presentar propuestas,  que partan y vuelvan al mundo rural; de experiencias que ayuden a revitalizar las zonas vaciadas; de gentes que trasladen su domicilio porque de verdad se dan cuenta que vivir es algo distinto a consumir y amontonarse para hacerlo.

Algunos queremos un mundo rural que responda a su esencia, que preserve su cultura, que conserve la riqueza natural heredada, que ofrezca un modelo de educación ecosocial y comunitaria, que valore los recursos por encima de las necesidades, que apueste por la equidad y no por la justicia, que se cuente con él a la hora de tomar decisiones que le afecten, que, en definitiva se crea que un futuro diferente es posible y que cambiando el modelo cambiarán las dinámicas poblacionales.

En toda esta tarea nadie debe quedar excluido ni apartado, pero hay ideas y proyectos que no tienen cabida. Si todos a una pasáramos a la acción, otra suerte nos esperaría. La utopía es alcanzable sólo en parte, pero se puede buscar.

Javier Oquendo
Colectivo Sollavientos

jueves, 10 de enero de 2019

JOSÉ MOLINER, MASOVERO SOLITARIO


Casa Barragán, también denominada Perrera, que figura como Cañacorra en las escrituras de propiedad, es el domicilio propio y fijo de José Moliner Sancho, varón robusto y de tez saludable, de carácter sano, afable y colaborador, a quien no molesta el apodo familiar. La masada está enclavada en el término municipal de Aliaga y forma parte de Las Coronas, conjunto de masías –habitadas algunas-, diseminadas por donde el altiplano de La Lastra se rompe y se precipita después en el valle encajado del Guadalope. José nació en Pitarque y vive en la masada desde 1963, al principio con sus padres y solo en los últimos años, desde que ellos murieron, el padre hace veintitantos años y la madre, que pasó sus últimos inviernos en Valencia con su hija Elvira, hace cuatro. Tiene 68 años. Un generador de gasolina y una placa solar le proporcionan la electricidad necesaria. Una goma de 750 m de larga le hace llegar el agua desde una fuente a casa “por su peso”. Se comunica con un teléfono fijo y una antena parabólica  le permite ver la televisión, a la que no se ha aficionado demasiado. Su nevera funciona con gas.


 Casa Barragán


Aunque en algún período le toca madrugar más, se suele levantar  a las 7  -igual en invierno y en verano- para “dar vuelta por el ganao” e iniciar la faena. El estiércol –que vende- le ocupa con asiduidad, así como el control y reparación de cercas y comederas. La dedicación agrícola se paralizó al faltar el padre, la ganadera es exclusiva: “pastoreo”. Por supuesto, el verano es la mejor época, y en este último ha tenido la ventana abierta 4 noches para dormir. Cuando nieva se dedica a “echarles a los animales, encender la estufa, encender la radio y escuchar las calamidades que pasan por esas carreteras”.
En la alimentación de José Moliner son asiduas la fruta y la verdura, así como el pescado. El cordero le apetece poco. Goza de buena salud –se toma la tensión-  y confía en que, en caso de ponerse malo, “alguno echará una mano”.


Los hijos de las ojinegras



Sus mejores recuerdos se remontan a  sus 17 años, cuando “había  caza a montón”. Perdices y conejos constituían un magnífico suplemento a la alimentación familiar. También evoca con agrado la energía de la juventud: “en cuatro blincos íbamos a Pitarque o donde hiciera falta”. No desearía estar en otro sitio. No viviría en una ciudad “aunque me pagaran un sueldo por estar como estamos aquí, sentaos”. Abandonó la idea de ser camionero por evitar los peligros de la carretera. Se siente feliz en su situación. No ha experimentado la sensación de dureza en su vida cotidiana y su trabajo y no conoce el aburrimiento. Recuerda el año 91 en que estuvieron incomunicados en el mas durante 4 semanas a causa de la nieve: ningún problema, había harina para que la madre masara, leña y comida para los animales. Ahora el horno de Casa Barragán está “cargao de leña, pero faltó la masadera”.
Manifiesta su gusto por el ganado ovino. Lo que le hace más feliz es “el ver las 500 ovejas cada mañana”. Considera que no le falta de nada. Puede permitirse alguna salida de esparcimiento. Le encantan las vacadas de Valdelinares y del Valle de Palomita (Villarluengo). Mantiene contacto asiduo con el vecindario masovero, pero el bureo “ha pasao a la historia”.



El rebaño pastando en las inmediaciones de la masada

Tiene tres perras entradas en años: una mastina de los Pirineos, Perla, que ahuyenta los buitres de una fuente para que las vacas no rechacen abrevar en ella, y dos tímidas perras pastoras: Zorra y Mosca, madre e hija. También le hacen compañía seis gatos. Ha llegado a matarse él solo el cerdo sin dificultades. Y a día de hoy hay que añadir a la fauna doméstica que controla sus 500 ovejas ojinegras –“madres”-, que le han proporcionado 300 “nacimientos”  el último julio –atender a los partos es otra de sus ocupaciones-. Si nace un cordero muerto, José le arrima otro vivo a la madre. El esquileo –anual- tiene lugar en la masada en los días precedentes a San Juan. Los esquiladores acuden de Checa (Guadalajara). Pagan la lana a 15 cts. el kilo.  Todo el rebaño es de  raza ojinegra porque es la que le gusta al dueño, y porque “la gracia de un ganao es que sea todo igual”. No en vano la ojinegra de Teruel –autóctona de Aragón- se adapta perfectamente a su climatolgía: sequedad e inviernos rigurosos. Por otra parte, la denominación de origen Ternasco de Aragón acoge esta variedad ovina.  Asegura José que la subvención oficial que recibe garantiza su explotación ganadera –“por eso aguantamos”-, puesto que “el cordero lo estamos vendiendo igual que hace treinta años, a 65 euros”. Reus es el destino final de venta de la producción de Casa Barragán.

La perra "Mosca"


José baja los miércoles a Aliaga a recoger en el supermercado los panes redondos encargados –que aguantan bien la semana-, similares a los que se elaboraban antaño en su casa y en las demás masadas. Semanalmente va a lavar la ropa a Pitarque. Posee un piso en Alcorisa para cuando se retire. Allí se desplaza a cortarse el pelo. Su viaje más largo fue a Salou cuando “aun vivían los padres”. Hoy en día no le apetece viajar.
Está contento con la “señora carretera” –la que une Aliaga con Pitarque-  que les aproxima a las masadas. No reivindica nada a los gobernantes: “no nos falta de nada”, y añade: “La luz esperamos que nos la pongan”. Contempla un futuro de “abandono total” cuando los masoveros actuales dejen las masadas: “no hay ninguno que las quiera llevar”.

                              *                         *                         *

 Hoy, 16 de agosto de 2018, José ha bajado a Aliaga a recoger el pan y transportar sus 6 mardanos a Cirujeda, para que no tengan contacto con las hembras. Le he hecho la entrevista, previamente pactada, sentados en un tronco junto al río de La Val. Por la tarde –amenazadoramente negra de tormenta- me he dirigido a Casa Barragán en coche, primero por la carretera de Pitarque, después por una pista de tierra. He evitado el último tramo –empinado i descendente- y he continuado a pie, campo a través, por la loma que oculta la masada. Al otro lado se podía otear el numeroso rebaño y el casalicio a la izquierda. Llegado a la puerta, con el postigo superior abierto, las dos perras, asustadas entre gatos indiferentes, han empezado a ladrar en la entrada y yo a llamar al amo a grito pelado -¡menuda escandalera!-. Empieza a llover y me refugio en un caseto lateral con la puerta abierta, que hace de leñera.  La lluvia empuja a José hacia la casa. Las ojinegras se retiran solas hacia el corral y él se asegura de su resguardo, poniendo especial atención en la protección de los corderos. Pasamos al interior a una cocina-comedor rellena de una sombra espesa e iniciamos la conversación. Se oye algún balido atenuado.  Suena el teléfono. Le ha llamado un amigo. La lluvia ha cesado y salimos al exterior. José me hace una representación de la evolución de la recogida del ciemo: con la horquilla y el cobano –pequeño cesto- al principio; con el carretillo después y manejando una minicargadora en la actualidad. Me muestra un cobertizo que alberga una montaña de cebada y avena –50 toneladas de complemento alimentario para las ovejas-. Visitamos la era, en desuso, el pajar y el granero. Me enseña la nevera a butano y una vieja carnera. Es hora de dejar que mi anfitrión continúe sus quehaceres interrumpidos. Amablemente me transporta en su veterano 4x4 cuesta arriba hasta alcanzar mi vehículo lavado por la lluvia, blanco radiante. Nos despedimos.

José Moliner cargando el cobano de ciemo

De vuelta a casa reflexiono que ni los políticos ni los intelectuales pueden arrogarse el mérito en la lucha contra la despoblación, sino las personas que viven en los pueblos más pequeños y en las masadas, como José Moliner, a quienes debemos todo nuestro reconocimiento.
José Moliner posa junto al “taxi” de los mardanos


Texto y fotografias: Gonzalo Tena Gómez
Colectivo Sollavientos