Esta es la
primera parte del título del Ministerio que se va a encargar de hacer que
España cambie su modelo energético y se adapte a la exigencias de los distintos
organismos y cumbres que luchan para que la temperatura media global del paneta
no aumente en más de 2 grados y el cambio climático consiguiente no suponga
graves consecuencias para los países, sus economías y sus habitantes.
Este reto no
sólo hay que afrontarlo con decisión, sino que es imprescindible hacerlo con
celeridad, pues la situación es de Emergencia y exige respuestas rápidas y
contundentes que descarbonicen la economía o, dicho de
forma más simple, que se deje de quemar combustibles fósiles que ocasionan
grandes emisiones de CO2 a la atmósfera y son la causa principal del
aumento de la temperatura media de la Tierra.
Hasta aquí
estaríamos de acuerdo prácticamente todos, excepto quienes se niegan a ver la
realidad por intereses particulares o ideológicos, aunque podríamos aportar
matices y explicaciones más amplias y completas.
La solución
también se acoge a un gran consenso, y
es apostar por las energías renovables, que si bien no son limpias del todo,
pues están sujetas a un proceso de extracción de materias primas y de
fabricación que lleva asociado emisiones, sí que son mucho más respetuosas con el medio porque
en el proceso de producción utilizan fuentes naturales como el viento, el sol, el
calor interno de la tierra, los movimientos del mar o la biomasa.
Lo que
genera discrepancias es el modelo , pues se puede apostar por el autoconsumo y
la producción distribuida, lo que supone pequeñas instalaciones para abastecer
a empresas o población que se encuentran cercanas a donde se produce la energía que además se obtiene con medios propios y
sus beneficios son distribuidos. O se
puede apostar por grandes centrales que luego trasladen su producción para
cubrir la demanda, mayoritariamente de grandes ciudades y macropolígonos
industriales, generando los beneficios para las grandes empresas y los
realizadores de proyectos vendidos al mejor postor. Además estas centrales, llamadas
comúnmente parques siempre se instalan en espacios amplios y poco habitados,
pues se necesita mucho terreno y no muy caro.
Estos
espacios poco habitados suelen coincidir con lugares ricos en biodiversidad y por eso mismo muchos han sido declarados como
lugares de interés para su conservación. Colocar en estos espacios grandes
proyectos industriales impacta negativamente de manera muy significativa en la biodiversidad que pretendemos conservar
y, por tanto, esta transición no sólo no
es justa, sino que es perversa, pues afecta a los seres vivos más sensibles y
redunda en una pérdida que tiene repercusiones en toda la cadena ecológica. Si
por salvar el planeta del calentamiento lo sometemos a una pérdida de riqueza
paisajística, vegetal y animal, estaremos vistiendo un santo para desvestir a
otro y posiblemente afectando más al más débil, con lo que la injusticia se
acrecienta.
Transición,
por supuesto que sí, y justa para todos y no para el beneficio de unos pocos y
el desastre de la mayoría.
Javier
Oquendo
Colectivo
Sollavientos