miércoles, 10 de agosto de 2022

PASARELAS

Existen las pasarelas de la moda y también la moda de las pasarelas (aparte de las de los aeropuertos y barcos); las primeras, sofisticadas y rebosando glamour y tontería, y las últimas, ahora populares, son las que permiten adentrarse cómodamente en desfiladeros, barrancos y paredes verticales rocosas que encauzan algunos ríos. Suelen ser metálicas y están ancladas en la roca. Los recorridos lineales donde se ubican carecen de finalidad educativa, pero contribuyen a generar en los usuarios un cierto sentimiento aventurero.

Las hay más discretas, de madera normalmente, y más estentóreas; más comedidas y más agresivas con el paisaje y la vista, alcanzando a veces un nivel de impacto inaceptable.

La moda de recorrer las pasarelas compite ventajosamente con la práctica del excursionismo clásico por senderos en la montaña y ha propiciado una cierta masificación humana en parajes secularmente poco conocidos y vírgenes. También compite con el barranquismo: si hay pasarelas, este, para bien o para mal, pierde su sentido en el mismo trayecto.

Al respecto surgen algunos interrogantes: ¿Se pueden instalar pasarelas en todos los desfiladeros más vistosos de Teruel, o habría que preservar algunos -o al menos una parte de estos estrechos y gargantas- respetando su estado natural primigenio? ¿Cuantas más pasarelas, mejor? ¿Cuál es su impacto sobre la fauna? ¿Todo el mundo hemos de llegar a todas partes? ¿Es necesario convertir fragmentos de la Naturaleza en parques temáticos para entretener a las nuevas generaciones? ¿Dónde fijar los límites? De entrada podemos considerar innecesarias algunas pasarelas que recorren a una determinada altura tramos de un río que siempre se han transitado por la orilla o por una vía convencional paralela (incluso una carretera). Si lo que se puede contemplar desde las pasarelas puede hacerse desde un mirador externo, nos las podemos ahorrar.

A la hora de abordar los beneficios económicos que puedan reportar estos recorridos a las poblaciones próximas, haría falta un estudio serio sobre la cuestión. Aparentemente, las personas usuarias llegan con sus automóviles, hacen el recorrido que les ha traído allí -una breve parada en el bar, quizá- y, misión cumplida, se marchan por donde han venido: no es necesario hospedarse en el pueblo, apreturas económicas aparte.

Esta introducción superflua de estructuras metálicas en el medio natural, no sometida a la pertinente Evaluación de Impacto Ambiental, se añade a otras en páramos, bancales, lomas y crestas: las centrales fotovoltaicas y eólicas, creando una sinergia tremendamente impactante.

Desde el Colectivo Sollavientos abogamos por la aplicación de criterios seriamente estudiados y sopesados a la hora de proyectar estas intervenciones, así como por la preservación de los parajes naturales, para que no pierdan un ápice de sus valores y su espectacularidad, y puedan disfrutarse sin aditamentos artificiales, prestos a brindar aprendizajes.


 Gonzalo Tena Gómez, Colectivo Sollavientos