martes, 29 de octubre de 2019

CRECIMIENTO versus BIENESTAR (X): “LA CURVA DE LA FELICIDAD”







 

Desde su primera novela, “Acosado” (Danglingman), nadie como Saúl Bellow, canadiense-estadounidense, Premio Nobel de Literatura en 1976, ha profundizado en el caos de la sociedad actual, en el ‘malestar de la opulencia’ y en el ‘malestar de la miseria’ que coexisten en ella. Somos infelices porque no somos capaces de equilibrar nuestros deseos con lo que tenemos, de gestionar nuestra riqueza.


El concepto ‘malestar de la miseria’, aparentemente, es fácil de comprender: si necesitamos algo que no tenemos, somos infelices. Pero el equilibrio no se consigue solo aumentando nuestros bienes (crecimiento económico). Es obvio que también se puede conseguir limitando nuestros deseos (decrecimiento de la ansiedad).


El concepto de ‘malestar de la opulencia’, por el contrario, es más difícil de comprender. Se tiende a pensar que “cuanto más, mejor”. Pero surge la pregunta: ¿en qué medida el crecimiento se convierte en bienestar? O incluso, ¿puede el crecimiento producir malestar, como sugiere Bellow? Para encontrar respuestas es necesario comprender cómo son y cómo han evolucionado en el tiempo las curvas del crecimiento económico y del bienestar en nuestros países desarrollados.


La curva de la opulencia, de la riqueza, del crecimiento económico, es exponencial. Un multimillonario, por ejemplo, empieza con un millón, luego acumula dos, cuatro, ocho… Cada duplicación supone tener más que en todas las duplicaciones anteriores juntas: 8 es más que 4+2+1. Lo mismo pasa con el consumo de recursos o de territorio para crecer y crear bienes. Así pues, si queremos crecer un 7%, necesitaremos duplicar el consumo de energía en 10 años, y en ese corto espacio de tiempo la energía consumida será mayor que la suma de toda la energía consumida en todas las duplicaciones anteriores. Lo dicho, si necesitamos pasar de 8 a 16, esas nuevas cifras de consumo serán mayores que 8+4+2+1. Así de inexorable es el crecimiento. Todo lo que crece lo hace con curvas exponenciales en el tiempo: la población mundial, el incremento de las emisiones de CO2, o los precios de las entradas de cine.


La curva del bienestar tiene una tendencia temporal totalmente contraria. A medida que pasa el tiempo, crecer en bienestar es cada vez más difícil. Si uno parte de la miseria más absoluta, con poco que consiga aumentará mucho su felicidad, pero a medida que sus estándares de felicidad, ligada a los bienes poseídos, vayan siendo mayores, le costará más aumentarla. Un ejemplo muy rudimentario: si uno consigue comer un donut al desayunar cada día, puede que se sienta bastante feliz, pero si consigue comer dos, no será el doble de feliz. Del mismo modo, el primer coche familiar produce mucha felicidad, el segundo ya no tanto, y si compramos más, puede que hasta nos produzca malestar. Y, sin embargo, para conseguir el segundo coche, habremos tenido que duplicar nuestro capital.


La evolución temporal de las curvas de crecimiento y de bienestar ya tiene algunas fechas en nuestras sociedades desarrolladas. Simplificando mucho, algo necesario porque el mismo concepto de bienestar es muy complejo, podríamos decir que estas gráficas evolucionan a la par desde la Revolución Industrial hasta los años 60-80 del pasado siglo. En sus primeras fases, el crecimiento se traduce en bienestar fácilmente: mejoras sanitarias, tecnológicas, laborales, culturales... Sin duda, los países más pobres necesitan crecer para salir de su círculo de miseria. Pero a partir de esas décadas nuestra sociedad de bienestar ve cómo la curva del crecimiento aumenta exponencialmente y la del bienestar declina. En nuestros tiempos actuales se verbaliza a menudo que hay que crecer, y no poco, simplemente para mantener nuestros niveles de bienestar. ¿Es éste el modelo que queremos seguir? ¿Nuestra curva de la felicidad es la de una persona sana y bien alimentada, o la de un obeso cuarentón? ¿Estamos ya en el círculo del ‘malestar de la opulencia’ de Bellow?


Alejandro J. Pérez Cueva

Colectivo Sollavientos





miércoles, 9 de octubre de 2019

CRECIMIENTO vs BIENESTAR (IX) UNA PERSPECTIVA HISTÓRICA DESDE LOS PUEBLOS DE TERUEL: II) EL BIENESTAR





Los pueblos de las sierras turolenses fueron partícipes y protagonistas a lo largo de la Edad Media y Moderna de un movimiento secular de crecimiento, si bien no constante ni lineal. Básicamente lo hicieron a través de la formación y adaptación de sus sistemas agrarios, y una amplia apertura a los mercados y diversificación económica en las familias. Asimismo, dejamos planteado que parte de dicho crecimiento se orientó a lo que hoy denominaríamos ‘bienestar social’: servicios sociales, sanitarios, educativos, comerciales, etc.
Las actividades enfocadas al bienestar se vehicularon en parte a través de la caridad religiosa, las redes clientelares y el ámbito doméstico, donde, lo tocante a los cuidados, se adjudicó a la mujer. Sin embargo, desde el medievo, parte de la riqueza producida en las aldeas se dedicó por parte de concejos y comunidades a mejorar las
condiciones de los vecinos de los pueblos. En buena medida, estas primeras acciones consistieron en ayudas como entregas de cereal y exenciones tributarias ante calamidades. Hubo también tutelas y formación para huérfanos, ayudas para mutilados en guerras y, aparecieron, asimismo, instituciones hospitalarias, más típicas de cabeceras comarcales y ciudades que de pequeños núcleos rurales.
También se organizó a nivel local una panoplia de servicios que los concejos ofertaban en régimen de arriendo, básicamente molinos, herrerías y hornos. Esta nómina fue ampliándose en los siglos siguientes con establecimientos hosteleros y tiendas o “cajas” en las que se suministraban bienes de consumo (aceite, vino, hielo…). Dentro de los abastos resultó muy importante para las personas la formación de las tablas de carne o carnicerías concejiles, que se unió a uno esencial en sociedades ganaderas, el de la sal. Estos servicios atendían necesidades de orden productivo (piénsese en el trabajo de los herreros haciendo o reparando herramientas y herrando animales) así como de consumo y elaboración de alimentos básicos. Si bien se procuraba que los precios fuesen estables y por debajo de los de mercado, también era interesante el papel de las instituciones como organizadoras de una provisión que, de forma individual, resultaba más compleja (y cara) para el conjunto de los vecinos.
El dinero recaudado con los arriendos alimentaba las arcas de los concejos, un dinero, que, en parte, y junto con otros ingresos municipales, así como el proveniente del endeudamiento público, se gastó crecientemente en la provisión de más ‘servicios de bienestar’, sobre todo a partir del siglo xvi, cuando parece detectarse una diversificación y aumento de esta inversión.
En este sentido, proliferaron en los pueblos las ‘conductas’ (puestos de trabajo que ofertaban los concejos) relacionadas con la sanidad y la educación. De esta manera, ya fueran por sí mismos, o en conjunción con localidades vecinas más grandes, los vecindarios disfrutaron con regularidad de maestros de niños, médicos, boticarios, maestros-cirujanos, cirujanos-prácticos (practicantes) y albéitares (veterinarios), profesionales que no solían atender solos, sino que trabajaban apoyados en ayudantes y mancebos. Además, la red hospitalaria se amplió y se abrieron hospitales para pobres, aunque los concejos optaron en ocasiones por instituir legados píos para auxiliar a este tipo de población.
Habitualmente los ‘conducidos’ percibían una parte de su remuneración de las arcas municipales, y otra (lo más ajustada posible) de los vecinos que hacían uso de sus servicios. La gestión de estos ‘servicios de bienestar’, además de la cada vez más compleja labor de los concejos, fue uno de los motivos por el que crearon ‘empleo público’. Hay que tener presente que los consistorios ejercieron de agente fiscal, supervisor mercantil y fueron esenciales para la actividad económica local al administrar pastos, infraestructura ganadera, caminos y puentes, ampliar regadíos y ejecutar obra pública, como las sedes de los ayuntamientos y las traídas de aguas y fuentes tan frecuentes en nuestros pueblos. Así, se contrataron alguaciles, guardianes, pregoneros, recaudadores y secretarios, trabajos administrativos imprescindibles debido a la actividad desplegada, tal y como, por otra parte, refleja el hecho de que, en numerosas localidades, incluso en las pequeñas, hubiera notarios reales.
Salvando la necesaria contextualización conceptual, tecnológica y de las mentalidades que impone el hecho de que hablemos de estos períodos históricos, no deja de llamar la atención cómo las vecindades de nuestros pueblos optaron en diversos casos por atender a sus necesidades productivas, de consumo, educativas, sanitarias y de atención a situaciones calamitosas, organizándose de forma pragmática y cooperativa (incluso empática) merced a una apreciable autonomía económica, financiera y política. También es necesario recalcar la inserción de esta organización como causa y consecuencia de un trend de crecimiento económico secular, en el que, por tanto, crecimiento y bienestar no fueron incompatibles.


Ivo-Aragón Inigo
Colectivo Sollavientos