Estos tristes días pasados se ha planteado la posibilidad de una conexión entre la Rambla del Poyo y el Nuevo Cauce del Turia como una solución a las riadas de l’Horta Sud. Incluso se ha llegado a afirmar que el proyecto estaba ya planteado, y que, de haberse llegado a hacer, se hubiesen salvado muchas vidas. ¿Cómo se puede estar tan seguro de ello?
Este proyecto, de realizarse, como la mayor parte de las grandes obras hidráulicas (puentes, pantanos, encauzamientos artificiales…) sería un “invento”. La esencia de un invento es que se trata de un diseño nuevo que se piensa que funcionará. Pero, la gran diferencia entre un invento hidráulico para situaciones extraordinarias y un invento normal es que el primero no puede probar su funcionamiento hasta que no ocurra un evento extremo. Si un ingeniero inventa una bombilla más eficiente, un motor de avión o un barco para la Copa América de vela, lo prueba. Si funciona, lo patenta o lo intenta mejorar. Pero la suerte o la desgracia de los ingenieros y arquitectos de obras hidráulicas es que normalmente no pueden probar en vida si sus inventos van a funcionar correctamente. Suerte para los malos y desgracia para los buenos.
Se conocen pocos casos en que un ingeniero o arquitecto hidráulico pudo probar en vida su invento. Pero es el caso de Bartolomé Ribelles Dalmau, director de las obras de la antigua carretera Valencia-Barcelona y autor del Pont Nou sobre el Mijares, justo después de su confluencia con la Rambla de la Viuda. Las obras comenzaron en 1784 y acabaron en 1790, y Bartolomé Ribelles “inventó” un elegante puente de estilo neoclásico. No solo se limitó a construir un puente nuevo, sino que, como buen arquitecto, intentó un diseño novedoso para su época. Y las rivalidades profesionales ya ocurrían en aquellos tiempos.
El Mijares es un rio de temibles riadas, y la Rambla de la Viuda todavía más. Si coinciden ambas riadas, el efecto puede ser catastrófico, y eso es lo que pensaban los colegas enemigos de Ribelles: que el puente no resistiría. Pero cuando ya estaba prácticamente finalizado, a falta de pretiles y poco más, ocurrió en 1787 una de las principales riadas históricas de la zona. La riada del Mijares destruyó un puente en Onda, y la de la Rambla de la Viuda, otro en Atzeneta. Se dice que las aguas llegaron a cubrir totalmente el Pont Nou. Imaginen la angustia del arquitecto que lo inventó ¿Resistiría como él pensaba, o sería destruido como pensaban otros colegas de su profesión? Pero, al bajar las aguas, allí estaba, para su gozo y para despecho de sus detractores.
Por suerte o por desgracia no ha podido probarse si el invento del Nuevo Cauce del Turia funcionará como se ha previsto. Este invento hidráulico es especial, porque exporta las riadas de la cuenca del Turia a la del piedemonte de la Albufera. No es un invento sencillo, pues ha tenido que crear unas pendientes adecuadas para su correcto funcionamiento hidráulico: desaguar avenidas de claro mayor volumen que la de 1957 y proteger así Valencia. Para ello (i) el cauce ha tenido que excavarse en el umbral de la divisoria de aguas entre las dos cuencas, (ii) ha tenido que recurrir a un salto de agua en su tramo superior, el salto de Xirivella, para amortiguar la velocidad de las aguas ocasionada por una excesiva pendiente, (iii) discurre con una pendiente del cauce similar a la de la llanura aluvial en su tramo medio y (iv) tiene que sobreelevarse respecto a la llanura hasta unos 6 metros, al final. La razón de esto es que, en los últimos tres kilómetros, la pendiente es nula: el mar entra hasta casi la altura de la Pista de Silla.
Las incógnitas que plantea este tan novedoso y difícil invento hidráulico son varias: si el agua embocará bien al principio, antes de que comience la obra dura, o si parte de ella volverá a circular por el viejo cauce; si parte del agua rebosará entre la margen derecha y Quart, y se dirigirá hacia Xirivella, donde sería retenida por la vía del tren; si la ruptura de pendiente en su tramo medio, más o menos a la altura del cementerio municipal de Valencia, cuando el fondo del cauce se acerca a una pendiente cero, no provocará un freno y acumulación excesiva de agua; si el canal está bien dimensionado en su parte final, cuando tiene que confiar en la pendiente hidráulica de la lámina de agua hasta llegar al mar; o si la elevación del mar en los temporales de levante pudiera exigir una sección de cauce mayor en este tramo final… Todo ello con una solución que, como decíamos, exporta las riadas de una cuenca a otra.
Lo más probable es que el diseño de este invento esté bien realizado, y logre vehicular el caudal previsto. Pero ¡todavía no se ha podido comprobar!, y puede tardar años en que suceda. En este contexto, plantear otro invento hidráulico, como el de encauzar la Rambla del Poyo, de todas o parte de sus aguas, hacia el Nuevo Cauce, no deja de ser algo arriesgado. Los cálculos gruesos de la situación pasada son simples y aparentemente convincentes: Si sumamos la riada del Turia, de algo más de unos 2000 m3/seg a la de la Rambla del Poyo, de otros 2000 y pico m3/seg, nos salen unos 4500 m3/seg; todavía nos sobran 500m3/seg. Pero ¿qué pasaría si se juntasen dos riadas un poco mayores? ¿o si no acabase de funcionar del todo bien el invento del Nuevo Cauce? ¿o si las transformaciones de sus cuencas propiciasen riadas con mayores volúmenes y caudales con mayor conectividad hidráulica?...
El problema de las riadas de la Rambla del Poyo en l’Horta Sud es muy difícil de solucionar: ni pequeños embalses de laminación en la cuenca media y alta, ni reforestación de amplios sectores, ni microembalses de recarga de acuíferos en las montañas calcáreas de cabecera, ni un embalse algo mayor en Cheste, ni volver a ruralizar los usos del suelo… El encauzamiento de parte de las aguas en el cono de deyección del barranco, desde la su zona apical, en Torrente, hacia el Nuevo Cauce, no deja de ser una solución parcial más a implementar, pero nunca la solución definitiva, y mucho menos cuando no hemos podido comprobar su funcionalidad. Habría que pensarlo muy bien, y posiblemente recalcular los parámetros de la solución propuesta: que el Nuevo Cauce admita las aguas de la Rambla del Poyo cuando él puede tener problemas por sí mismo.
El elemento positivo es que la probabilidad de que coincidan los dos picos de crecida en el mismo tiempo en la confluencia de ambos cauces artificiales es muy baja. Esta vez, por ejemplo, la riada del Turia fue unas horas posterior a la de la Rambla del Poyo, y eso, en situaciones extremas, puede ser suficiente.
El problema de los inventos hidráulicos para situaciones extremas es que no podemos probar su funcionamiento, pero, muchas veces, no tenemos más remedio que echar mano de ellos. Por ello, hay que pensarlos muy bien, y nunca actuar con la prepotencia de que son soluciones definitivas.
Alejandro J. Pérez Cueva
Catedrático de Geografía Física, Universitat de València