sábado, 25 de febrero de 2012

TERUEL POR SI MISMO (VI)













EL RENACER DEL MUNICIPIO DE OLBA (II)

Angel Marco*

Gonzalo Tena*




La peculiaridad de este valle del río Mijares es el amplio número de núcleos urbanos diseminados en torno al municipio principal de Olba: Los Pertegaces, Los Tarragones, Los Ramones, Los Lucas, Los Moyas, Los Ibáñez, Los Dines, Los Villanuevas, Los Tarrasones, Los Giles, La Tosca, Los Asensios, La Artiga, La Civera, La Verdeja, Las Ventas…, así hasta veinticinco barrios.

En la última década del siglo XX comenzaron a llegar nuevos pobladores atraídos por la singularidad del valle, por su clima benigno, y, sin lugar a dudas, por su buena comunicación con núcleos urbanos importantes, localizados en el arco mediterráneo que incluye Castellón y Valencia, y también con Teruel. Los habitantes recién llegados se sumaron a la población autóctona –cimiento sin el cual, nada de lo que hay ahora hubiese sido posible-, se instalaron en algunos de los barrios citados y contribuyeron notoriamente a su rehabilitación.

Gentes como Marisa, Delfi, la maestra, y Nando, junto a otros con raíces en el valle, como Javier; en su mayoría procedentes de núcleos urbanos, buscadores de un lugar donde explorar nuevos valores, donde encontrar un estado de equilibrio con el medio natural sin perder aspectos del mundo urbano en que crecieron. Productores de agricultura biodinámica; artesanos de mercadillos alternativos; profesionales que realizan su trabajo por teletrabajo; editores de revistas; gentes con ganas de aunar el desarrollo del turismo rural con servicios alternativos centrados en mostrar y enseñar técnicas de espiritualidad, de equilibrio interior y otras, que ayudan a sanar. También, gente animada por ese ambiente diferente que se ha creado en el valle para utilizar su casa restaurada como segunda residencia. En su amplia diversidad les une un intento de buscar nuevos modelos de desarrollo socioeconómico, alejados del crecimiento desmesurado y orientados a marcar límites que nos hagan más respetuosos con la naturaleza y con la necesaria equidad entre todas la sociedades, fijando nuevos valores en los indicadores de calidad de vida. La deliciosa publicación Mijares Vivo hace eco de estas propuestas.

Algunos han sido relevados por otros, que se han establecido en el valle y han continuado con el espíritu emprendido por los pioneros. Otros han consolidado su presencia con actividades que llevan desarrollando desde hace más de dos décadas, ejerciéndolas con clara voluntad de permanencia. Entre éstos últimos hemos de citar a Toni Marín y Miracles Delgado, editores de la importante revista sobre bioconstrucción EcoHabitar; Jacinto y Ana, gestores del Albergue de Olba, donde, en torno al turismo rural se enseña a quien lo desea nuevos caminos para encontrar el placer de vivir; otros, que andan experimentando con nuevas pautas en torno al trueque o a trabajos temporales que les permitan seguir habitando en el valle; también amigos como Mara Cabrejas y David Hammerstein, quien encuentra en el valle la energía necesaria para reponerse del duro trabajo en Bruselas representando a ONGs.

La presencia de los nuevos pobladores en el municipio no ha sido testimonial. Hoy constituyen un fuerza social capaz de intervenir en la política municipal y propiciar modelos de gestión que no serían posibles sin una ciudadanía sensibilizada por el sentir de lo común, sin prescindir de los necesarios conocimientos de gestión del territorio de la gente oriunda del valle.

El futuro, nuestro futuro, el de Teruel, el de los pueblos despoblados, quizá solo sea posible desde pequeños proyectos, a escala humana, cercanos al desarrollo de un trabajo entusiasta, de calidad, que parta del compromiso con el medio natural, cultural y humano, y genere una calidad de vida capaz de asentar y atraer población. Para ello seguramente es necesario generar una nueva cultura alejada de propuestas externas y grandilocuentes, una renovada mirada a la cultura tradicional. También, un mayor apoyo administrativo e institucional.

Citando a Graham Greene, en su Factor Humano, son las relaciones entre las personas, más que los avatares políticos, económicos o de raza, las que construyen la vida. Y es que cuando la gente se reúne, las grandes ideas se hacen realidad.

Esta renovación del tejido social de Olba está desencadenando cambios en esa dirección. Con ello probablemente se están asentando bases a considerar en el resto del territorio turolense.


* Colectivo Sollavientos

sábado, 18 de febrero de 2012

TERUEL POR SI MISMO (VI)










EL RENACER DEL MUNICIPIO DE OLBA (I)



Ángel Marco*






En Olba vivían 691 habitantes en 1960, pero hoy no viven más de 200 personas. Su pico de población debió alcanzarlo en 1900, cuando el valle contaba con 1802 habitantes. Su evolución demográfica es paralela a la de la gran mayoría de los municipios de la provincia de Teruel, que como en todo su territorio, se refleja en cambios en el paisaje, apreciables al comparar fotografías de finales del siglo XIX con la visión que hoy podemos percibir del mismo. La intensidad con que llegó a aprovecharse los recursos naturales de la tierra debido a los niveles de poblamiento, llevó a que el valle se denominara “del hambre”.

Como testigos de tiempos pasados, han quedado las laderas abancaladas, donde todavía se conserva el perfil y los muros de piedra sujetando el suelo. En una altitud cercana al río, una red de acequias deslizan el agua aprovechando los desniveles de la orografía. Muchas de ellas aún se usan (se conservan también los pequeños azudes) y generan un microclima en las laderas, responsable de la singularidad de una vegetación más propia de ambientes húmedos. En una economía de autosuficiencia, los cultivos debieron centrarse en el cereal y la horticultura. No obstante, existen referencias de que las viñas ocupaban una amplia extensión de las tierras de labor. En todos los barrios existían cubas para elaborar el vino, como la del viejo edificio, hoy restaurado para turismo rural, localizado junto al puente de Carlos IV. Un antiguo tabernero de la comarca, que lo compraba habitualmente, recuerda una alta producción de una calidad mejorable, a consecuencia de utilizar uvas de regadío.

La filoxera acabó con casi la totalidad de las cepas y los campos han ido repoblándose, en ocasiones con actuaciones dirigidas por el antiguo Patrimonio Forestal, generando un monte mediterráneo donde sobresalen las especies quercíneas y el pino carrasco en un sotobosque de enebros y romeros, a veces tan cerrado, que resulta impenetrable. Los límites de las huertas testimonian el alcance que tuvieron en su día.

El derrumbe demográfico iniciado a finales del XIX, al igual que en el resto de la provincia, fue consecuencia del declive del modelo protoindustrial, establecido en este territorio del sur del Sistema Ibérico desde el siglo XVII en torno a la industria textil. En Rubielos de Mora existió un centro de producción de seda, y en toda la sierra Ibérica, batanes y telares para modelar la lana de la extensa cabaña de ovejas que aprovechaba los pastos. Olba, además de ser un punto neurálgico para el comercio de todos esos productos con zonas costeras del Mediterráneo, también albergó la clásica fábrica de papel, muy común en los pueblos con río (destruida por el propio río a finales del XIX), otra de lanas y una pequeña fábrica de cemento rápido (en los 80 aún tenía dos trabajadores). Ya entrados en el siglo XX, sobre todo creó empleo la hidroeléctrica, que entre las centrales y el mantenimiento de presas y canales, llegó a ocupar a más de 50 trabajadores fijos, además de los eventuales, que se contrataban para las limpiezas. Estos saltos de agua siguen funcionando, pero hoy, de manera automatizada y solo un empleado viene desde Arañuel tres o cuatro veces por semana a comprobar que todo funciona. El papel estratégico en las vías de comunicación con el País Valenciano, lo perdió tras la apertura de la línea ferroviaria Valencia -Teruel, que derivó el transporte a la zona alta, a Barracas y Sarrión .


* Colectivo Sollavientos

sábado, 11 de febrero de 2012

TERUEL POR SI MISMO (V)

http://www.abrazalatierra.com




ABRAZAR LA TIERRA


Víctor Manuel Guíu Aguilar *


Después de más de una década de proyectos de “desarrollo rural” (palabra muy recurrente y recurrida por los políticos de turno) algunos técnicos de desarrollo rural (como Teruel, también existen) observaron que, por mucho o poco dinero que se meta en el medio, y por mucho o poco que hable el político elegido por algunos de los “todos”, el territorio continuaba despoblándose sin remedio.


Así pues, el equipo de Omezyma (o como se llame ahora), junto a grupos de desarrollo de toda España, se fueron reuniendo a partir de 2003 para ver cómo proponer alguna metodología propia que posibilitara un resurgimiento poblacional, pero no a cualquier precio, si no al precio del repoblador emprendedor, al precio de poder fallar pero querer sobre todo marcar una línea de futuro a largo plazo.


En el proyecto había grupos de trabajo en Castilla (que además de ancha también existe), Cantabria, La Mancha, Madrid, Aragón… Como proyecto piloto (de experimentación) se trabajo a conciencia la capacidad técnica de los que iban a trabajar en el territorio. Para ello se diseñó con especialistas de todos los ramos (sociólogos, psicólogos, geógrafos, etc..) un plan de estudios propio y singular que, a través de metodologías participativas crearan un corpus de recomendaciones de gestión de una oficina de nuevos pobladores (o de nuevos vecinos, como gustaba llamarlos más en otros lares). A ello se le sumó una metodología participativa en algunos territorios (no en todos) para que la propia ciudadanía asumiera como propio el proyecto y animara y acompañara a las nuevas propuestas empresariales y de repoblación.


El proyecto recibió el nombre de “Abraza la Tierra”, y ponía en tela de juicio muchas de las “verdades absolutas” que políticos, plataformas ciudadanas y medios de comunicación ponen en boca de todos. Eso de “necesitamos infraestructuras”, y tapatín tapatán. No cabe duda que necesitamos infraestructuras pero, ¿cuáles?, ¿de qué tipo?. Porque la duda razonable que se planteó y se sigue planteando es que pocos hablan del “hecho CULTURAL” que supone el problema despoblatorio.


Así pues, todos los partidos en estas elecciones continuaron en la dinámica de “hay que hacer esta o tal infraestructura” (en román paladino –yo la tengo más larga que tú-), pero se sigue sin atajar el problema cultural de la desaparición de nuestros pueblos. Por tanto, siguen desapareciendo aún a pesar del maquillaje de algunos datos.


Abrazar la Tierra fue (y digo fue porque como todo que está pensado desde el punto de vista científico y filosófico tuvo sus años contados) un ejemplo en algunas cosas. Sobre todo, ya lo he dicho, en identificar hechos culturales como grandes problemas de la despoblación. Pero también en utilizar metodologías en red, formación a la carta de técnicos y plantear participación ciudadana cuando todo aquel sistema y procedimiento nos sonaba a todos a chino mandarín (o cantonés, p´al caso).


En el deber situaríamos la manía irremediable de muchas estructuras de desarrollo local que aprovechan proyectos como este para financiar su medida de gestión (léase sueldos) sin profundizar ni interesarse en absoluto por el proyecto. También la dificultad de algunos técnicos, que no teníamos los recursos personales necesarios para tratar determinados temas, situaciones o programas.


Pero la filosofía del proyecto sigue siendo un ejemplo de cómo conformar políticas distintas y propuestas claras de por dónde podría ir el desarrollo rural, localizando propuestas emprendedoras, analizando y acompañando a los nuevos pobladores, colaborando con el ciudadano de a pie.


Abraza la Tierra continúa como una Fundación que no quiere que aquel esfuerzo quede en agua de borrajas, algo digno en un gremio, el del Desarrollo Local, en el que cuando mamá estado no pone pasta todo se diluye por muy buena idea que sea.


En un mundo de 7000 millones de habitantes parece contradictorio hilar en el campo de la despoblación. Pero un paseo por la tierra interior, un día entre semana de cualquier mes de invierno (y el invierno ya empieza al acabar las fiestas del pueblo) ofrece un panorama desolador. Y lo que nos queda…




* Colectivo Sollavientos










domingo, 5 de febrero de 2012

TERUEL POR SI MISMO (IV)











Caza, pesca y otros cotos


José Manuel Salesa Ariste *








Hace algunos años, un compañero contaba que lo mejor de ir a pescar al río Pitarque eran los almuerzos de la fonda. Es cierto que también citaba el contemplar esa naturaleza casi virgen, el respirar la humedad de la ribera y oler sus fragancias, como virtudes de su afición, pero siempre culminaba en un pantagruélico premio. Y este comentario seguro que sería suscrito por cazadores, buscadores de setas o paseantes en general.


Aquellas labores que antaño formaban parte de la vida de nuestros pueblos, necesarias para subsistir y, en muchas ocasiones, equiparadas a la ganadería o la agricultura en cuanto a importancia, han perdido el componente de necesidad para pasar a formar parte del ocio o el deporte. Sin embargo, mantienen su importancia por cuanto pueden servir para el desarrollo rural que en el siglo XXI nos ocupa. Hablamos del desarrollo rural vinculado al medio, de la explotación (en el mejor sentido de la palabra) del entorno en su necesario intercambio con los habitantes que lo pueblan. Por ello, es de alabar la gestión de los cotos de caza, pesca, setas y cualquier otro ámbito que se nos ocurra, que repercutan en la población, creando puestos de trabajo y atrayendo gente, incidiendo directamente en el turismo con el plus de utilizar recursos propios y, por tanto, poniendo en alza, defendiendo y promoviendo una parte fundamental del patrimonio rural.


El inicio de una jornada de pesca en el río Guadalope puede comenzar con la visita a la fonda de Villarluengo para obtener alguno de los 20 permisos diarios. Si gusta de comenzar temprano, se ha podido pernoctar en la propia fonda o en alguna casa de turismo rural. El trato será amable y cercano, intentando que el pescador repita, para que incluso vuelva con su familia o amigos, de visita o para quedarse algunos días. Comprará algún producto en la panadería, y tal vez coma al finalizar la jornada en algún establecimiento de la zona. Podemos hacer trasposiciones similares para el coto de setas que este año se ha creado en el Maestrazgo. No ha acompañado el tiempo, pero está en la buena línea, por cuanto se ha trabajado en conjunto (ámbito comarcal) para sacar provecho colectivo a un bien natural. Y la caza no puede ser menos. En los cotos de Villarluengo, en la temporada 2010-2011, se cazaron 296 machos de cabra montesa, por alguno de los cuales se pagaron en torno a los 6.000 euros. Los ingresos directos por la pesca, las setas e, incluso, la caza, no suponen grandes cifras, pero tienen una gran importancia al crear y mantener en el territorio un pequeño tejido laboral y propiciar la movilidad de personas que, potencialmente, pueden incidir de forma directa en el turismo y en los servicios. Además, la actividad cinegética repercute directamente en el mantenimiento de unos paisajes más naturales, por cuanto requiere una gestión integral del ecosistema que mantenga los diferentes hábitat que precisan los animales en su quehacer diario, lo que lleva a potenciar un recurso hoy en alza en torno al turismo rural.


Ahora bien, hay que seguir trabajando. Hay que eliminar los prejuicios históricos hacia el forastero, hacia el que viene de fuera y que en la actualidad representa parte de las esperanzas para el desarrollo rural. Hay que desterrar el secretismo y las organizaciones cuasi-sectarias de algunos cotos, que deben profesionalizarse e informar de las cuentas y, en especial, de sus repercusiones en el territorio. También, y concretamente en los cotos de caza, habría que plantear su unión para ampliar el territorio abarcado. Si se ha hecho un coto comarcal para las setas, ¿por qué no un gran coto de caza con un ámbito similar, como mínimo? La fauna se establece en territorios naturales y no en delimitaciones políticas o económicas impuestas por el hombre; es parte de un ecosistema y debe gestionarse con la meta de que el sistema natural funcione. En este sentido, las grandes reservas de caza de España, al contrario que los cotos privados, suelen abarcar amplias extensiones, sin cercados, donde se gestiona la vida silvestre, incluyendo el aprovechamiento cinegético ante su demanda social. Ahora bien, la caza es un bien escaso y casi de lujo, y tal como se indicaba al principio, ha dejado de ser una necesidad para pasar a ser un recurso, por lo que la gestión ya sea como reserva o como coto debe buscar una rentabilidad económica, social y medioambiental.


* Colectivo Sollavientos