jueves, 26 de diciembre de 2019

"Lo rural ha muerto, ¡Viva lo Rural! (Otro puñetero libro sobre la despoblación)", de Víctor Guiu




SINOPSIS: (solapa)
La despoblación está de moda. Todos tienen respuestas para ganar el partido.
O van con la pregunta contestada, o pocos preguntan a jóvenes y paisanos, que tienen claro dónde les encamina la cultura imperante.
A través de imágenes cotidianas de los que nadan en este mar inmenso, se nos muestran puntos de vista donde la hibridación urbano-rural ha transformado lo que creíamos “rural”.
Combinando literariamente anécdotas y estudios, el autor exprime lo que sucede diariamente por nuestros pensamientos híbridos. Porque ahora que todo esto es producto, se nos olvida que nadie cambia el discurso del remedio. Y los remedios, como los niños que imaginan el mundo viendo la pantalla de un móvil, no tienen mucho que ver con lo que nos cuentan.

LO RURAL HA MUERTO; ¡VIVA LO RURAL!

Lo rural… Y eso ¿qué es?: la España vacía, vaciada, interior… ¿España, mi querida España?
Hasta el día de hoy bastaban unos cuantos topicazos para salir airoso. Nada más lejos de la realidad.  La complejidad que encierra la respuesta requiere hacer encaje de bolillos. Este libro no busca respuestas; las teje. Pero sí se hace preguntas, muchísimas, para que el lector extraiga sus conclusiones ya sea repartidor, poeta,  ingeniero o pastor.
Abordando puntos de vista diferentes con humor y valentía, recopilados vital y profesionalmente durante décadas, el libro exprime el languidecer de un mundo que nos toca de lleno. Todos tienen remedio, aunque el discurso del remedio es en esta historia lo que menos ha cambiado.
El siglo XXI es el vademécum de la modernidad. En estos tiempos líquidos de: ¡queremos todo y lo queremos ya!, la fina sombra de la parca se intuye en la lejanía y quizás no haya vuelta atrás.
Los ciudadanos, las entidades, los gobiernos… todos están en el tablero y cada uno mueve sus fichas como puede o le dejan. Pero la partida tiene truco.
Rigor, seriedad, ironía y acidez, se dan cita en este libro tan esclarecedor y tan limpio, para que no olvidemos el motivo cultural que envuelve la despoblación y contra el que es casi imposible luchar.
La nostalgia hiere, pero la desidia es letal.
Como quien espera entre la docilidad y el cabreo, asistiremos al sepelio de cuerpo presente, aunque nunca nos hayan dado vela para este entierro. Y después, por supuesto, nos quejaremos… ¿o no?

Sergio Grao




PEDIDOS: 


FICHA TÉCNICA LIBRO
ISBN 978-84-944125-8-5
Título: Lo rural ha muerto, viva lo rural. Otro puñetero libro sobre la despoblación.
Autor: Víctor Manuel Guiu Aguilar
Introducción: Luis Antonio Sáez Pérez (Director Cátedra sobre Despoblación y Creatividad de la Universidad de Zaragoza)
Formato: 24 cm alto x 17 cm ancho.
Páginas: 160.
Fotomontajes: 5 (Abilio Andrés)


BREVE SEMBLANZA DEL AUTOR 
Víctor Manuel Guiu Aguilar (Híjar –Teruel–, 1978)
¿Lo rural ha muerto?... ¿Hay solución?
Víctor Guiu, licenciado en Historia, postgraduado y con estudios en unas cuantas cosas, lleva veinte años trabajando en varias comarcas y recopilando anécdotas, proyectos y cuentos. En el pueblo ha sido un poco de todo: técnico, profesor, gestor, fundador de centros de estudios, camarero… Y sobre todo poeta. Reflejando los paisajes y paisanajes donde ha vivido y donde ha querido vivir. A lo largo de su vida ha publicado numerosos artículos relacionados con la despoblación. Participa en prensa local de cuando en cuando y ha publicado algunos libros de poemas. El último “Poesía Líquida” en 2015. Es miembro del grupo de polipoesía “La Europa del Aborigen” y padre. En este libro el autor nos sumerge en ese mundo tan particular de la despoblación, visto desde un prisma crítico y puro, sin ningún tipo de condescendencia. En él nos desvela todos los actores principales, que son muchos... y todos los actores secundarios, que deberían ser más... Ahora que la palabra "despoblación" suena en tertulias, telediarios y congresos, las soluciones vienen tarde para muchos, pero a tiempo para varias generaciones.

miércoles, 18 de diciembre de 2019

CAMBIO CLIMÁTICO Y MUNDO RURAL





Es posible que no se haya escuchado tantas opiniones y comentarios juntos sobre el cambio climático como las escuchadas en los días previos y en los que se está desarrollando la Conferencia sobre el clima o COP25 en Madrid.

Es cierto que no es un problema local o de un determinado lugar, sino que su gravedad se debe a que afecta a todo el planeta y da igual donde se produzcan las emisiones, pues no tienen ni fronteras, ni limitaciones, pero no es menos cierto que no a todos afecta por igual, pues a los países pobres les va a resultar mucho más difícil su adaptación y a las zonas costeras les va a impactar con más fuerza y a determinados ciudadanos de islas del Pacífico ya les ha obligado a emigrar, como a muchos de países que sufren severas sequías.  

Sin olvidar este carácter global del problema, sí que podemos hablar de la incidencia sobre determinadas comunidades o espacios y evaluar su mayor o menor afección. Desde esta perspectiva nos podemos plantear si el cambio climático tiene una incidencia especial en el mundo rural y si este tiene que tomar unos determinados comportamientos para facilitar su mitigación. No es menos cierto que muchos de los debates y de las perspectivas se plantean desde el mundo urbano y sus preocupaciones. Pero no se trata de un enfrentamiento entre culturas, sino de dar luz a las distintas percepciones y sensibilidades.

Cualquier cambio en el clima, que no es el tiempo, que varía permanentemente, tiene mucha más incidencia en las actividades del mundo rural que en otros espacios, pues sus actividades está muy íntimamente relacionadas con el medio natural y con todos los procesos que en él se dan, y uno muy importante es el clima. La agricultura y la ganadería dependen del “cielo”, que decían nuestros mayores, pues todos sus ciclos están influenciados en gran medida por las lluvias, las heladas, las tormentas, los episodios de calor…  Cuando estos cambian y se vuelven más inestables, pongamos por ejemplo las sequias prolongadas, las actividades agrícolas y ganaderas sufren de manera mucho más importante que otros sectores, pues deben procurar el alimento de los animales con productos traídos de fuera, como la soja, y elevar el precio de su producción, sin que el mercado lo asuma en muchos casos.  Por tanto, el cambio climático afecta al mundo rural de forma muy significativa.

Otro de los sectores que ayuda al mantenimiento del mundo rural es el turismo, que podríamos pensar de entrada que éste se va a ver beneficiado por unas temperaturas más cálidas, pero sin ser exhaustivos, son previsibles dificultades en los abastecimientos de agua, el exceso de consumo para estabilizar la temperatura en los establecimientos, tanto en verano con aire acondicionado como en invierno con calefacción. Las olas de calor no facilitan el disfrute del medio, y unos bosques enfermos no ayudan a su disfrute.

En la actividad forestal estamos viendo que los bosques sufren un fuerte estrés hídrico que afecta a la defoliación de los árboles y por tanto han mermado un mercado que ya no estaba en sus mejores momentos. También las plagas son mucho más severas y recurrentes, por lo que los árboles sufren fuertes defoliaciones y en ocasiones mueren.

Al actuar frente al cambio climático, el mundo rural se puede convertir en el espacio donde se plantean las nuevas actividades que intentan mitigar sus efectos, como la generación de electricidad o la captura de CO2, con importantes impactos en su patrimonio y volviendo a convertirlo en productor para el consumo de otros. Esto sería un efecto colateral, pues no sería un efecto directo del cambio en el clima, sino de las actividades que tenemos que plantear para mitigar las emisiones.

El mundo rural es el gran proveedor de recursos ecosistémicos; en lenguaje más vulgar, de cosas necesarias para poder vivir, como los alimentos, el oxígeno, el agua, los recursos forestales y minerales… Pero todos estos recursos son precisamente los que más van a sufrir  merma o  deterioro si la temperatura del planeta sube más de 2º, por lo que las actividades económicas en el mundo rural tendrán una disminución en su rentabilidad.

Es tiempo de actuar y de plantear el futuro con responsabilidad, con la determinación que exige la emergencia climática, pero sin los errores de la improvisación.
 
Javier Oquendo
Miembro del Colectivo Sollavientos

jueves, 21 de noviembre de 2019

¿Emergencia climática o Emergencia Medioambiental?





Esto es una ratonera, estamos atrapados, el sentido común y la sabiduría que todos tenemos dentro nos dictan qué medidas deben ser las adoptadas para mitigar el desastre que se nos viene encima, pero, que no se ponen en práctica porque son decisiones colectivas que incluyen a muchas personas, a muchas entidades y a aquellos en los que delegamos la toma de decisiones. A estos últimos, nuestra misión la del ciudadano corriente,  es obligarlos a adoptar estas medidas porque si no, la civilización, tal como la desearíamos, empezará a desaparecer en pocos años, ahí está la Emergencia, ese es el sentido de las últimas manifestaciones por el planeta.

¿Pero qué medidas son esas?, empezaré por la energía, la nombrada Transición energética, el uso de las energías renovables, todos sabemos que  la colocación de paneles solares  y pequeños molinos de viento en nuestros tejados es la manera más limpia de producir energía, toda esa superficie disponible en las ciudades está ahí esperándonos; pero no, esa opción nunca está en la mesa de las alternativas elegibles: los ciudadanos nos convertiríamos en productores a pequeña escala de energía y eso no encaja en los planes de las grandes empresas energéticas, que prefieren la Macro Energía Eólica. Sí, se genera energía sin gastar combustibles fósiles, “es renovable”; pero, y ¿el elevado coste de transporte?, ¿la alteración de los caminos para acceder a sus emplazamientos?, ¿los impactos sobre la fauna, y la contaminación paisajística?, ¿eso no se discute?. Cuando vamos de vacaciones, ¿preferimos ir a  ver montañas vírgenes o montañas con gigantescos molinos eólicos?. No me hace falta contestar a esta pregunta. ¿Vamos a dejar que sacrifiquen nuestro paisaje?, una de las últimas oportunidades de llenar esa “España despoblada”, es con el turismo rural. Nos venden humo: desarrollo industrial en el mundo rural que fija población. Mentira: miseria de empleos que después resulta que son 4, y ¿por qué prefieren esta alternativa? Pues porque la Macro Energía Eólica, pasa a ser SU energía y así pueden vendérnosla.

Declaremos a la energía como un producto de primera necesidad y cambiemos el sistema de arriba a abajo. Fundemos  empresas que se dediquen a la I+D en paneles solares, a producirlos, a instalarlos, a mantenerlos, a crear empleo (las previsiones son espectaculares), a ayudar en este sentido,  a mirar como lo hacen los vecinos de Europa, por ejemplo el caso de Alemania que tiene más paneles solares que España y bastantes menos horas solares.

Respecto a los coches eléctricos, de entrada debemos acabar con la idea de ser necesariamente propietario de un vehículo. Nuestro entorno esta colonizado por esas peligrosas máquinas que ocupan espacio, y que suponen una de las peores inversiones que los ciudadanos hacemos en nuestras cortas vidas. Si necesito ir de A a B me bajo a la calle y tengo varias opciones: transporte público, alquiler de varios medios de locomoción como son las bicis (hay mecánicas y eléctricas), patinetes (que debemos regular), o coche eléctrico de alquiler. Hay y habrá empresas que se encargarán de su mantenimiento, seguros etc. –me consta que se generará empleo. Si aun así queremos tener coche propio, la idea es que sea un coche eléctrico con dos baterías intercambiables, hay ya unas baterías de alto rendimiento, y  todos los fabricantes deberán usar el mismo modelo homologado, como las pilas de toda la vida. Una de ellas se recarga en casa durante el día con los paneles solares instalados en el tejado. Asimismo deberíamos disponer de puntos de recarga o de simplemente intercambio de baterías ¿Electrolineras?. Estaréis de acuerdo en que esto es posible, pero volvemos a tropezarnos con la barrera de los intereses, de los empleos, del status quo, con argumentos que nos repiten una y mil veces en contra del sentido común, para que sigamos igual, cuando estas iniciativas crearían riqueza, empleo y nos devolverían libertad.
Otra medida es lo concerniente a la proliferación de los plásticos –un gravísimo problema ambiental que se añade a los desajustes climáticos, - ¿qué dice el sentido común?: que deberíamos usar los imprescindibles. Pues NO, tenemos “plásticos hasta en la sopa”, literal si la sopa es de pescado.  ¿Qué deben hacer nuestros administradores? Pues reducirlos al mínimo y contribuir así al complimiento de los objetivos de Desarrollo Sostenible, prohibiendo a las empresas fabricantes la producción  indiscriminada o autorizando la entrada de nuevos productos en función del tipo y cantidad de plástico que contienen y de un diseño pormenorizado de la vida de ese producto, primando la economía circular. Una vez más nos fallan nuestros administradores, sin ir más lejos por ejemplo, la entrada en el mercado de las máquinas de café con dosis de un solo uso. ¿No se dieron cuenta de que se iba a producir un nuevo residuo? En este caso con aluminio,-metal que al planeta le está saliendo muy caro-, de difícil reciclado, que por el momento no veo que se recoja para que vuelva al ciclo productivo.

Con este articulo espero concretar algunas de las medidas que pueden modificar el cambio climático pero, insisto,  estamos atrapados por el sistema, nuestra misión como ciudadanos es obligarlo a adoptar medidas con sentido común, si no, D.E.P nuestra querida civilización.
P. D.: Ante este panorama de contaminación atmosférica, degradación sistemática del entorno, impacto paisajístico (a veces paradójicamente, desde el pretexto de combatir el cambio climático, aerogeneradores en lugar de gran valor natural, etc.), plásticos, contaminación en las ciudades, islas de calor, masificación de los sistemas de aire acondicionado, y suma y sigue, al que se añadiría el propio cambio climático. Deberíamos pensar que al planeta todo este desvarío le da igual, seguirá aquí y los humanos, si seguimos así, seremos solo un mal recuerdo en su periplo vital.


Nicolás Ferrer-Bergua
Colectivo Sollavientos

viernes, 15 de noviembre de 2019

EL PAISAJE COMO PATRIMONIO CULTURAL




El concepto teórico de cultura hace que prácticamente a todo lo que nos rodea lo podamos englobar dentro de la definición técnica de Patrimonio Cultural. Esto, inimaginable hace unas décadas, inasumible todavía hoy, impracticable en lo que a fundamentos jurídicos s refiere, no deja de ser un reflejo más de la complejidad absoluta de nuestra sociedad postmoderna.
A pesar de ello, ese sentido utópico de entender nuestro entorno como Patrimonio es en sí un reto que, a la vez, nos permite descubrirnos como hacedores del territorio y de nuestra propia Cultura (con mayúsculas); además de convertirse, en ese lenguaje tedioso y feo del desarrollo, en una oportunidad. Pero también es una responsabilidad, pues como ocurría no hace tanto con lo que se denominaba “patrimonio popular”, los habitantes de un territorio son los cómplices necesarios para que sus tradiciones se respeten, se protejan y, por supuesto, se defiendan.
Según la UNESCO el Patrimonio Cultural “designa la herencia, material o inmaterial, recibida por una comunidad… para ser disfrutada y protegida por las generaciones presentes y también para ser transmitida… a las generaciones que vendrán”. Dicho concepto es “subjetivo y dinámico”, de ahí que cambie a medida que cambian los valores de nuestra sociedad, para bien o para mal.
A pesar de ello, la visión decimonónica sigue muy presente en nuestra mentalidad y, lo que es peor, en los técnicos y estructuras políticas que ordenan nuestro territorio. Sin embargo, la mayor complejidad radica en hacer ver a los propios habitantes de muchos lugares, esa posición de responsabilidad como hacedor y como protector de su propio territorio. Esa salvaguarda de unos valores y de unas formas de ser que quizás nosotros mismos desconozcamos, en este pasaje actual en el que lo rural y campesino ha desaparecido casi completamente, para convertirnos en una suerte de híbridos culturales donde prima lo urbano y el consumismo desaforado; sea a través de centros comerciales o a través de “amazon”.
La amplitud del término quedó reflejada en el Convenio Europeo del Paisaje del año 2000. Un Convenio que, como tantos, es sencillo de firmar y utilizar como foco de progreso; pero mucho más difícil cumplir por las trabas con las que se cruza la realidad económica de la cual todos participamos.  Tanto haya llovido mucho como si no, se consolida el concepto integral e indisoluble de Patrimonio Cultural, donde lo natural, lo inmaterial y aquello que todos tenemos en el imaginario como patrimonio, no pueden desligarse en cajones compartimentados para construir un todo; nuestro todo, nuestro paisaje cultural.
Según el Convenio, el Paisaje nos proporciona valores y retos sociales, económicos, culturales y naturales. El por qué del mismo debemos de relacionar con esa Unión Europea moderna y progresista que siempre va por delante de unos estados que, pesados y viejos, tardan en reaccionar.
Porque, ante la pregunta de si deseas proteger nuestro legado cultural reflejado en el paisaje, todos o casi todos responderían con un sí, lo difícil es el cómo llevar dichos deseos a la práctica. Así pues, hemos vivido en el último lustro un supuesto proceso participativo en el cual reflejar por zonas geográficas (en el caso aragonés por comarcas) unos mapas de paisaje que ayuden a nuestros gestores a valorar las posibilidades del paisaje como recurso integral y proteger aquellas diversas zonas de la vorágine desarrollista. Y hablo de supuesta participación porque, tras años de proyectos, agendas 21 y estrategias en los cajones, los “homo participativos” han ido alejándose de ciertas mentiras envueltas en papel de regalo y la realidad muestra una escasísima participación. Sobre todo de aquella gente que por implicación y formación más tiene que aportar. De todos modos daría igual, el papel “asesor” todo lo soporta.
En el caso de nuestro paisaje el reto es doble. Nuestro imaginario colectivo nos impide ver más allá de los conceptos clásicos de nuestros cabezos pelados. Difícilmente llegaríamos a una conclusión consensuada de qué partes del todo, e incluso de qué todo deberíamos hablar, proteger y salvaguardar como herencia cultural para los siglos venideros. Un panorama clásico de una zona de secano, donde el territorio es tan barato y las perspectivas tan pocas que cualquier proyecto sería bienvenido sin pensar más allá.
Contamos con un hábitat disperso clásico en las huertas; las Torres. Y con ciertos elementos etnográficos, incluyendo caminos y parameras modificadas por el hombre que, aunque por unos minutos, deberían de hacernos reflexionar. Difícilmente volveremos a lo de antes, ni falta que hace en muchos casos, pero vemos cómo evoluciona el paisaje con sus concentraciones, la falta de cuidados y lo que quizás es peor, la falta de una mentalidad colectiva de valorar esto como importante. Siempre a remolque, la ribera del Martín se fija luego en otras comarcas que se han pensado más y, al menos, son conscientes de aquello que les es propio y quizás haya que conservar.
Los paisajes recordados cambian. Si incluso existe una propuesta de convertir la térmica de Andorra en un paisaje cultural y creativo, otra cosa es que cuaje o nos convenza a los habitantes del territorio, por qué no pensar en Paisaje en lugar de en pueblo. Por qué no pensar en cultura y legado en lugar de en mero desarrollo; muchas veces pan para hoy y…
Pronto el secano se convertirá en mar fotovoltaico, caminos trazados con tiralíneas por el bien de la producción… Todo amparado por una ciudadanía que, aquí sí, piensa en verde, pues es el verde el color que no tiene cuando deja de asomarse por las anteojeras del imaginario colectivo.
Todos conocemos la historia de nuestro paisaje sufrido. El agua, o mejor dicho, la falta de ella, nos hace inmunes a un amor que a veces fue odio. Nos hemos creído, con razón o sin ella, que vivíamos en la “fealdad”. Nada que objetar, pero no nos lamentemos luego de no habernos conocido lo suficiente y dejemos siempre lo nuestro como foto de postal inexistente.


Víctor Manuel Guiu Aguilar

Colectivo Sollavientos


martes, 29 de octubre de 2019

CRECIMIENTO versus BIENESTAR (X): “LA CURVA DE LA FELICIDAD”







 

Desde su primera novela, “Acosado” (Danglingman), nadie como Saúl Bellow, canadiense-estadounidense, Premio Nobel de Literatura en 1976, ha profundizado en el caos de la sociedad actual, en el ‘malestar de la opulencia’ y en el ‘malestar de la miseria’ que coexisten en ella. Somos infelices porque no somos capaces de equilibrar nuestros deseos con lo que tenemos, de gestionar nuestra riqueza.


El concepto ‘malestar de la miseria’, aparentemente, es fácil de comprender: si necesitamos algo que no tenemos, somos infelices. Pero el equilibrio no se consigue solo aumentando nuestros bienes (crecimiento económico). Es obvio que también se puede conseguir limitando nuestros deseos (decrecimiento de la ansiedad).


El concepto de ‘malestar de la opulencia’, por el contrario, es más difícil de comprender. Se tiende a pensar que “cuanto más, mejor”. Pero surge la pregunta: ¿en qué medida el crecimiento se convierte en bienestar? O incluso, ¿puede el crecimiento producir malestar, como sugiere Bellow? Para encontrar respuestas es necesario comprender cómo son y cómo han evolucionado en el tiempo las curvas del crecimiento económico y del bienestar en nuestros países desarrollados.


La curva de la opulencia, de la riqueza, del crecimiento económico, es exponencial. Un multimillonario, por ejemplo, empieza con un millón, luego acumula dos, cuatro, ocho… Cada duplicación supone tener más que en todas las duplicaciones anteriores juntas: 8 es más que 4+2+1. Lo mismo pasa con el consumo de recursos o de territorio para crecer y crear bienes. Así pues, si queremos crecer un 7%, necesitaremos duplicar el consumo de energía en 10 años, y en ese corto espacio de tiempo la energía consumida será mayor que la suma de toda la energía consumida en todas las duplicaciones anteriores. Lo dicho, si necesitamos pasar de 8 a 16, esas nuevas cifras de consumo serán mayores que 8+4+2+1. Así de inexorable es el crecimiento. Todo lo que crece lo hace con curvas exponenciales en el tiempo: la población mundial, el incremento de las emisiones de CO2, o los precios de las entradas de cine.


La curva del bienestar tiene una tendencia temporal totalmente contraria. A medida que pasa el tiempo, crecer en bienestar es cada vez más difícil. Si uno parte de la miseria más absoluta, con poco que consiga aumentará mucho su felicidad, pero a medida que sus estándares de felicidad, ligada a los bienes poseídos, vayan siendo mayores, le costará más aumentarla. Un ejemplo muy rudimentario: si uno consigue comer un donut al desayunar cada día, puede que se sienta bastante feliz, pero si consigue comer dos, no será el doble de feliz. Del mismo modo, el primer coche familiar produce mucha felicidad, el segundo ya no tanto, y si compramos más, puede que hasta nos produzca malestar. Y, sin embargo, para conseguir el segundo coche, habremos tenido que duplicar nuestro capital.


La evolución temporal de las curvas de crecimiento y de bienestar ya tiene algunas fechas en nuestras sociedades desarrolladas. Simplificando mucho, algo necesario porque el mismo concepto de bienestar es muy complejo, podríamos decir que estas gráficas evolucionan a la par desde la Revolución Industrial hasta los años 60-80 del pasado siglo. En sus primeras fases, el crecimiento se traduce en bienestar fácilmente: mejoras sanitarias, tecnológicas, laborales, culturales... Sin duda, los países más pobres necesitan crecer para salir de su círculo de miseria. Pero a partir de esas décadas nuestra sociedad de bienestar ve cómo la curva del crecimiento aumenta exponencialmente y la del bienestar declina. En nuestros tiempos actuales se verbaliza a menudo que hay que crecer, y no poco, simplemente para mantener nuestros niveles de bienestar. ¿Es éste el modelo que queremos seguir? ¿Nuestra curva de la felicidad es la de una persona sana y bien alimentada, o la de un obeso cuarentón? ¿Estamos ya en el círculo del ‘malestar de la opulencia’ de Bellow?


Alejandro J. Pérez Cueva

Colectivo Sollavientos





miércoles, 9 de octubre de 2019

CRECIMIENTO vs BIENESTAR (IX) UNA PERSPECTIVA HISTÓRICA DESDE LOS PUEBLOS DE TERUEL: II) EL BIENESTAR





Los pueblos de las sierras turolenses fueron partícipes y protagonistas a lo largo de la Edad Media y Moderna de un movimiento secular de crecimiento, si bien no constante ni lineal. Básicamente lo hicieron a través de la formación y adaptación de sus sistemas agrarios, y una amplia apertura a los mercados y diversificación económica en las familias. Asimismo, dejamos planteado que parte de dicho crecimiento se orientó a lo que hoy denominaríamos ‘bienestar social’: servicios sociales, sanitarios, educativos, comerciales, etc.
Las actividades enfocadas al bienestar se vehicularon en parte a través de la caridad religiosa, las redes clientelares y el ámbito doméstico, donde, lo tocante a los cuidados, se adjudicó a la mujer. Sin embargo, desde el medievo, parte de la riqueza producida en las aldeas se dedicó por parte de concejos y comunidades a mejorar las
condiciones de los vecinos de los pueblos. En buena medida, estas primeras acciones consistieron en ayudas como entregas de cereal y exenciones tributarias ante calamidades. Hubo también tutelas y formación para huérfanos, ayudas para mutilados en guerras y, aparecieron, asimismo, instituciones hospitalarias, más típicas de cabeceras comarcales y ciudades que de pequeños núcleos rurales.
También se organizó a nivel local una panoplia de servicios que los concejos ofertaban en régimen de arriendo, básicamente molinos, herrerías y hornos. Esta nómina fue ampliándose en los siglos siguientes con establecimientos hosteleros y tiendas o “cajas” en las que se suministraban bienes de consumo (aceite, vino, hielo…). Dentro de los abastos resultó muy importante para las personas la formación de las tablas de carne o carnicerías concejiles, que se unió a uno esencial en sociedades ganaderas, el de la sal. Estos servicios atendían necesidades de orden productivo (piénsese en el trabajo de los herreros haciendo o reparando herramientas y herrando animales) así como de consumo y elaboración de alimentos básicos. Si bien se procuraba que los precios fuesen estables y por debajo de los de mercado, también era interesante el papel de las instituciones como organizadoras de una provisión que, de forma individual, resultaba más compleja (y cara) para el conjunto de los vecinos.
El dinero recaudado con los arriendos alimentaba las arcas de los concejos, un dinero, que, en parte, y junto con otros ingresos municipales, así como el proveniente del endeudamiento público, se gastó crecientemente en la provisión de más ‘servicios de bienestar’, sobre todo a partir del siglo xvi, cuando parece detectarse una diversificación y aumento de esta inversión.
En este sentido, proliferaron en los pueblos las ‘conductas’ (puestos de trabajo que ofertaban los concejos) relacionadas con la sanidad y la educación. De esta manera, ya fueran por sí mismos, o en conjunción con localidades vecinas más grandes, los vecindarios disfrutaron con regularidad de maestros de niños, médicos, boticarios, maestros-cirujanos, cirujanos-prácticos (practicantes) y albéitares (veterinarios), profesionales que no solían atender solos, sino que trabajaban apoyados en ayudantes y mancebos. Además, la red hospitalaria se amplió y se abrieron hospitales para pobres, aunque los concejos optaron en ocasiones por instituir legados píos para auxiliar a este tipo de población.
Habitualmente los ‘conducidos’ percibían una parte de su remuneración de las arcas municipales, y otra (lo más ajustada posible) de los vecinos que hacían uso de sus servicios. La gestión de estos ‘servicios de bienestar’, además de la cada vez más compleja labor de los concejos, fue uno de los motivos por el que crearon ‘empleo público’. Hay que tener presente que los consistorios ejercieron de agente fiscal, supervisor mercantil y fueron esenciales para la actividad económica local al administrar pastos, infraestructura ganadera, caminos y puentes, ampliar regadíos y ejecutar obra pública, como las sedes de los ayuntamientos y las traídas de aguas y fuentes tan frecuentes en nuestros pueblos. Así, se contrataron alguaciles, guardianes, pregoneros, recaudadores y secretarios, trabajos administrativos imprescindibles debido a la actividad desplegada, tal y como, por otra parte, refleja el hecho de que, en numerosas localidades, incluso en las pequeñas, hubiera notarios reales.
Salvando la necesaria contextualización conceptual, tecnológica y de las mentalidades que impone el hecho de que hablemos de estos períodos históricos, no deja de llamar la atención cómo las vecindades de nuestros pueblos optaron en diversos casos por atender a sus necesidades productivas, de consumo, educativas, sanitarias y de atención a situaciones calamitosas, organizándose de forma pragmática y cooperativa (incluso empática) merced a una apreciable autonomía económica, financiera y política. También es necesario recalcar la inserción de esta organización como causa y consecuencia de un trend de crecimiento económico secular, en el que, por tanto, crecimiento y bienestar no fueron incompatibles.


Ivo-Aragón Inigo
Colectivo Sollavientos

miércoles, 18 de septiembre de 2019

CRECIMIENTO vs BIENESTAR (VIII) UNA PERSPECTIVA HISTÓRICA DESDE LOS PUEBLOS DE TERUEL: I) EL CRECIMIENTO





Los conceptos y teorías relativas al crecimiento y el bienestar son propios de la contemporaneidad. En el pasado no existían per se, o al menos, tal y como los concebimos hoy. Esto no quiere decir que las sociedades no estuvieran preocupadas por producir bienes o vivir de acuerdo con determinados parámetros materiales y sociales. La historia de los pueblos turolenses da ejemplo de cómo desde las comunidades vecinales se abordaron estas preocupaciones. Una perspectiva que, por ser diferente, puede contribuir a oxigenar la reflexión sobre crecimiento económico y bienestar social.
Las actividades relacionadas con ambos conceptos se incardinaron desde mediados del siglo xiii, hasta bien entrado el xix, en un contexto del que vamos a citar unos pocos rasgos que fueron más o menos constantes. En primer lugar, el imperativo de la perpetuación del grupo vecinal en el seno del orden establecido, el de la progresión del grupo familiar más que la simple subsistencia, y la importancia del valor social de la actividad productiva más allá de la estricta finalidad de la acumulación de riqueza. Del rico mosaico social e institucional nos interesa la autonomía y la centralidad de las comunidades de vecinos en la gestión, además de una estructura social claramente jerarquizada, pero con notables vías de inclusividad, aunque también de exclusión y estigmatización.
El crecimiento económico se basó a escala local, muy destacadamente, en la formación y adaptación a las condiciones físicas e históricas de sistemas agrarios que, en el caso de las sierras de Teruel, destacaron por sus producciones de lana y carne, pero también de cereales. A parte, las economías familiares conocieron una apreciable diversificación y una crucial y creciente apertura a los mercados, lo que explica la importancia que adquirieron las manufacturas textiles domésticas, la trajinería, el cultivo de especies netamente exportables –como el azafrán–, el pluriempleo –tanto masculino como femenino– y la profesionalización en todo tipo de labores artesanales, servicios domésticos y albañilería. Por último, el endeudamiento jugó también, para bien y para mal, un papel muy importante.
Lógicamente el modelo no fue constante en el tiempo, y el crecimiento se vio interrumpido por fases de crisis y depresión en las que, tanto los factores endógenos como los exógenos, tuvieron una incidencia variable. Sin embargo, la adaptabilidad de las prácticas puestas en juego, así como la existencia de válvulas de escape como la emigración, permitieron su perdurabilidad.
La piedra angular del crecimiento, los sistemas agrarios, pudieron tener problemas, pero se trató más de casos de sobrexplotación que de falta de sostenibilidad, puesto que fueron funcionales hasta el final del periodo. Asimismo, actividades como la producción de textiles y la comercialización de las materias primas alcanzaron cotas muy brillantes. Su ocaso se explica más por la integración de la economía de las sierras turolenses en los mercados capitalistas del siglo xix, su sujeción a las políticas liberales de un Estado-nacional en construcción y, acaso, porque el modelo tradicional no podía procurar, precisamente, un mayor crecimiento.
Todo este despliegue contribuyó antes de la crisis de la contemporaneidad a un contexto de crecimiento económico más amplio. En los siglos medievales, tal y como explica el profesor Carlos Laliena, las tentativas de medición del producto interior bruto español parecen apuntar a que alrededor de 1500 el PIB per cápita estaba únicamente por debajo del italiano y del flamenco. Esta perspectiva general es o debe ser particularmente cierta con respecto a los territorios de la Corona de Aragón en la que se integraban las sierras turolenses. En los siglos de la Edad Moderna, Jeffrey G. Williamson ha expuesto recientemente que el PIB per cápita de los países del norte de Europa va a crecer a mayor velocidad y se va a distanciar de los países del sur, si bien en éstos continuó aumentando, siendo el segundo más abultado del planeta.
Si tomamos la anterior tendencia como punto de partida, resulta lógico pensar que parte de dicho crecimiento se enfocara a nivel local por parte de unos concejos y comunidades con un estimable nivel de autonomía al ‘bienestar social’ de las vecindades, un bienestar que, a su vez, contribuiría a alimentar las dinámicas de crecimiento. Dicha aportación fue continuada y creciente.


Ivo-Aragón Inigo
Colectivo Sollavientos