Gonzalo Tena Gómez*
Me refiero a la isla
macaronésica de El Hierro, la más pequeña y occidental del archipiélago
volcánico canario, con forma de boomerang,
a cuyo extremo occidental Ptolomeo adjudicó el Meridiano 0 por ser el confín
del mundo conocido en la época (en 1884 se fijó en Greenwich), de apenas 280 kilómetros cuadrados poblados
antiguamente por los bimbaches, que han legado su territorio intacto a
sus menos de 10 000 actuales habitantes; con su cima en el Malpaso (1501 m);
con un habla particular (de tono parsimonioso como los ademanes de sus usuarios),
condicionada por su historia, las migraciones de sus habitantes y su
aislamiento; con una gastronomía cuya protagonista entre los postres es la quesadilla y con sus vinos; el paraje
más alejado de la metrópoli española.
La isla sufre el embate
de espumas blancas (de las cuales emergen llamativos roques), impulsadas por los fuertes vientos alisios, que sacuden
sus roquedos negros en los flancos noroccidentales. A sotavento, el Mar de Las
Calmas es más clemente con los acantilados inacabables. Tiene sol, pero no
playas, con lo cual se espolsa el turismo convencional. Para tomar el baño se
han construido piscinas rústicas en contacto con el mar. Buena parte de sus estrechas
carreteras asoman al abismo sin quitamiedos.
Miradores vertiginosos
salpican su orografía, entre ellos el de La Peña, primorosamente construido
(mimetizado con su entorno) y ajardinado por el insustituible artista de
Lanzarote César Manrique. En el sur se asienta la población de La Restinga,
donde se ofertan inmersiones para contemplar los privilegiados paisajes submarinos
con sus especies vivas. Cerca de allí tuvo lugar una erupción en el fondo del
mar en 2011. Su entorno constituye una inmensa escombrera volcánica, Los Lajiales, invadida por coladas de lava cordadas, auténticas plastas
de vacas gigantes de Plutón. En otro lugar más verde y acogedor, hacia el
norte, encontramos el sustituto del
mítico árbol sagrado de El Garoé, un ejemplar resguardado de til (Ocotea
foetens, de la familia de las lauráceas), proveedor de agua para la isla al precipitar
en sus pies “las lluvias horizontales”
que proporciona el mar de nubes. Y en otro, hacia el oeste, la nívea ermita de
La Virgen de los Reyes. En la zona de El Julan, encarados al Mar de Las Calmas,
se pueden observar unos enigmáticos grabados sobre la roca volcánica de época
aborigen: los Letreros y los Números. Los tubos volcánicos, de todos
los tamaños, algunos con aprovechamiento humano, se encuentran por doquier.
Los escaparates de la
vegetación se agrupan en diferenciados pisos bioclimáticos: las comunidades
litorales, integradas por plantas halófitas (tolerantes a la salinidad),
xerófitas (adaptadas a la sequedad como la tabaiba) y rupícolas (asentadas en acantilados);
el sabinar (húmedo o seco) con representantes acrobáticos en su defensa ante el
viento, como la famosa Sabina de El Hierro, de 500 años, admirado símbolo de la
isla; el pinar, de pino canari, sin sotobosque, con robustos ejemplares de
troncos repetidamente chamuscados, pero vivos, ufanos y altivos; y por fin, el monteverde o laurisilva, sombría y
húmeda, donde también pueden encontrarse brezos de porte arbóreo.
Una subespecie canaria de
cernícalo se enseñorea del aire, y merece destacar entre la fauna, el exclusivo
lagarto gigante (Gallotia simonyi
machadoi), alarmantemente amenazado, pese a los esfuerzos de especialistas en
el Lagartario que se puede visitar en el municipio de Frontera.
Toda la isla de El Hierro
fue declarada Reserva de la Biosfera
el año 2000 y Geoparque en 2014, por
la UNESCO. Una central eólico-hidráulica le proporciona su autosuficiencia
energética. Muestra a los visitantes el Ecomuseo de Guinea, un Centro
Etnográfico y otros de interpretación de
un Parque Cultural (El Julan) y de la Vulcanología, de la Geología y de la
Reserva de la Biosfera.
Hace 30 años, las
autoridades encabezaron la firma de un Manifiesto
Ecológico que planteaba la conservación del paisaje, del patrimonio
genético, de los trabajos tradicionales y de las señas de identidad, así como
la recuperación de la memoria arquitectónica, el establecimiento de un turismo
de naturaleza y la implicación de la población en la consecución de un modelo
de desarrollo basado en estas premisas.
En 2013, la comunidad educativa
presentó su Carta de Ciudadanía
donde se expresa el compromiso de los habitantes y los visitantes con la
defensa del medio ambiente y el patrimonio cultural a través de la valoración
del paisaje, de la elaboración de productos propios ecológicos, del fomento de
las energías renovables y de las tradiciones, de la salud, la autoestima y la
solidaridad, y el impulso de “un modelo participativo en el análisis de los
problemas y búsqueda de alternativas para la sostenibilidad de El Hierro…
promoviendo proyectos mancomunados”
Cuando Tomás Padrón
Hernández, afirmaba, siendo Presidente del Cabildo Insular de El Hierro, que en
esta isla “la sostenibilidad no es una utopía, es ya una realidad…”, podríamos
aducir, a tenor de lo que se puede observar allí, que posiblemente, la
sostenibilidad en esa pequeña isla es lo más aproximado a la realidad que se
pueda encontrar en toda la geografía estatal.
¿Cuáles de estos
planteamientos podrían trasladarse al desarrollo del Teruel interior?
* Colectivo Sollavientos