Últimamente se habla mucho de la biomasa, de sus usos, de sus aprovechamientos. Pero quizás sea necesario, antes que nada, explicar de qué hablamos, pues mucha gente no entiende a qué nos referimos; si les dijéramos que se trata de usar la madera o leña como combustible, responderían que ‘vaya invento: es lo que hemos estado empleando toda la vida’.
En estos momentos la novedad más significativa es que se plantea su uso para la producción eléctrica. Muchos piensan que es un mal uso, pues su aprovechamiento es de un 30% aproximadamente, según los más optimistas, tirándose el resto de la materia prima por la chimenea.
Es cierto que es una materia prima renovable, se regenera de forma rápida, crea empleo en el mundo rural (aunque quizás no tanto como se dice), ayuda a la prevención de los incendios forestales, va mucho mas allá de las masas forestales y reutiliza residuos agrícolas (huesos de oliva, cáscara de almendra…), dando así valor a algunos subproductos del sector frutícola o agro-forestal.
Por todos estos argumentos, y alguno más que se podría añadir, podemos considerarla como una fuente de energía que debe ser utilizada, pero su uso debe estar destinado a la producción de calor, que es cuando alcanza rendimientos de hasta un 95%. En Teruel, la demanda de calor para viviendas y otros edificios es muy elevada; en muchos meses de invierno supone uno de los mayores gastos de la economía familiar. Por tanto, esta aplicación sería económica y socialmente muy rentable.
¿Por qué se plantea su uso en centrales de producción eléctrica? Hay tres razones que lo justifican: 1) Las primas eléctricas que se aplican a las energías renovables, que el estado paga al productor por tratarse de energías limpias y que están por encima del valor de la electricidad. 2) Las ayudas y subvenciones que se aplican a la construcción de este tipo de centrales. 3) El bajo precio que se da a la madera, que se está comprando al propietario forestal por debajo del precio de mercado (aun cuando éste está ya muy bajo).
De esta reflexión rápida se desprende que hay que apostar por la biomasa tradicional de producción calorífica, con productos como el pellet o la astilla, utilizando modernas calderas de combustión, cuya tecnología está muy desarrollada, y potenciando así actividades que generan valor añadido importante en el medio rural. En cambio, hay que poner en duda los proyectos vinculados a la producción eléctrica, surgidos al arrimo de ayudas públicas. Y un último apunte: el uso de la biomasa debe enmarcarse en una forma nueva de gestión del consumo de energía, que restrinja el uso de combustibles fósiles, muy contaminantes y cada vez más escasos, que apueste por nuevos sistemas basados en productos cercanos como la madera, y que renuncie a los niveles de despilfarro actual en muchos sectores.
Javier Oquendo
Colectivo Sollavientos
Autor de la ilustración: Juan Carlos Navarro