Hace tiempo que entramos en la etapa post-carbón en Teruel. El declive ha sido paulatino, pero imparable e implacable. Cerró la cuenca de Utrillas hace ya tres lustros, antes la de Aliaga; ENDESA también ha clausurado ya todas sus minas. Se mantienen las dos grandes explotaciones de SAMCA y la de Estercuel colgadas del hilo de incertidumbre de la Térmica de Andorra. Mucho se ha trabajado para amortiguar los efectos sociales y económicos del declive del carbón y construir un nuevo tejido productivo en estos territorios de interior. Los planes MINER para la reconversión de las comarcas afectadas han aportado un caudal considerable de recursos públicos, con resultados desiguales; pero ahí están la Casting Ros en Utrillas o los balnearios de Ariño y de Segura de Baños, entre otras muchas iniciativas. La sensación general es de insatisfacción con los frutos conseguidos, que se consideran insuficientes. Fracasaron numerosos proyectos y el aire que insuflan las iniciativas exitosas da para lo que da. Y es que, “restaurar” un tejido productivo en estas comarcas no es tarea fácil.
Para que resulte atractivo
desarrollar un proyecto de vida en un territorio en el siglo XXI, además de
infraestructuras, servicios y opciones laborales y de ocio; y además de talento
humano, se requiere una naturaleza saludable. Desde finales de los años 70 la
extracción del carbón a cielo abierto transformó intensamente el paisaje
turolense: en torno a 3.600 ha han sido directamente “desmontadas”, un 13% de
las cuales no ha recibido ningún tratamiento de restauración y a otro 14% se
les aplicó restauración de “primera generación”, claramente deficiente. Y ahí
están minas como “Palestina” en Castellote, con un enorme hueco lleno de agua,
y escombreras pegadas a la orilla del gran río Guadalope, vertiendo sedimentos
tras las tormentas. Y en Palomar de Arroyos el panorama es similar. Y en el
Salobral (Aliaga) y en Berge y en Portalrrubio. El río Estercuel –que se
rellenó de tierras procedentes de las escombreras perdiendo su cauce y su
funcionalidad- ahora empieza a restaurarse, por exigencia de la CHE. Y el
Escuriza también ha recibido una buena carga de materiales mineros. Se perdió
el olivar de Alloza en la Val de Ariño y los pastizales húmedos de Palomar al
pie de San Eloy. Y quedó yermo y silenciado el hermoso paisaje de campos con
setos, carrascas y pinar natural de Val de la Piedra en Foz-Calanda. Son
ejemplos del pasivo ambiental del carbón, que ha dejado tramos de ríos
degradados y espacios estériles que afean los paisajes, los escenarios en que
se fundamentan la identidad social de las gentes y el sentido de pertenencia y
de arraigo. Y el turismo, actividad imprescindible en el nuevo escenario
económico.
En los años 90 hubo algunas
iniciativas de la DGA para restaurar escombreras de las minas subterráneas y
lavaderos, algunas de las cuales quedaron integradas en el paisaje periurbano
de los municipios (BOA 10 de junio 1992). Y se publicó un Decreto autonómico
(98/1994) para regular las restauraciones, que contribuyó a que éstas
mejorasen. En Utrillas, MFUSA desarrolló un modelo de restauración original que
consiguió una buena integración paisajística y eliminó el impacto hidrológico.
Y ENDESA recuperó amplias zonas para la agricultura y creó humedales
ecológicamente valiosos. Pero el pasivo de los años 80 ahí seguía. La última
esperanza para limpiar este negro legado del carbón estaba puesta en el Plan
MINER 2013-2018, que contemplaba las restauraciones mineras como de
“financiación especial”. Sin embargo, el Ministerio no ha activado el Plan en
Aragón en este tiempo. Cero euros. El gobierno de Aragón confía en recibir 5
millones este año, poniendo otro más, pero ha priorizado proyectos creadores de
empleos directos por delante de los ambientales. El paisaje deberá esperar, una
vez más. A veces he fantaseado con el dilema que se le podría haber planteado
al ministro del ramo cuando se inauguró la Térmica de Andorra si le hubieran
dado a elegir entre producir un buen pellizco de la energía eléctrica del país
¿0,7-2% en los buenos años? a cambio de dejar 1.000 ha degradadas en Teruel y
unos cuantos millones de toneladas de CO2 en la atmósfera (y un
episodio de contaminación ácida en El Maestrazgo). Imaginamos la respuesta.
Pero los habitantes de estas tierras también tienen derecho a un medio ambiente
saludable (la Constitución dixit), así que la recuperación del paisaje
–tarea vinculada a la del tejido económico- es irrenunciable.
José Manuel Nicolau Ibarra
Colectivo Sollavientos