martes, 26 de junio de 2018

SERIE MET V: El paisaje que nos dejó el carbón










Hace tiempo que entramos en la etapa post-carbón en Teruel. El declive ha sido paulatino, pero imparable e implacable. Cerró la cuenca de Utrillas hace ya tres lustros, antes la de Aliaga; ENDESA también ha clausurado ya todas sus minas. Se mantienen las dos grandes explotaciones de SAMCA y la de Estercuel colgadas del hilo de incertidumbre de la Térmica de Andorra. Mucho se ha trabajado para amortiguar los efectos sociales y económicos del declive del carbón y construir un nuevo tejido productivo en estos territorios de interior. Los planes MINER para la reconversión de las comarcas afectadas han aportado un caudal considerable de recursos públicos, con resultados desiguales; pero ahí están la Casting Ros en Utrillas o los balnearios de Ariño y de Segura de Baños, entre otras muchas iniciativas. La sensación general es de insatisfacción con los frutos conseguidos, que se consideran insuficientes. Fracasaron numerosos proyectos y el aire que insuflan las iniciativas exitosas da para lo que da. Y es que, “restaurar” un tejido productivo en estas comarcas no es tarea fácil.

Para que resulte atractivo desarrollar un proyecto de vida en un territorio en el siglo XXI, además de infraestructuras, servicios y opciones laborales y de ocio; y además de talento humano, se requiere una naturaleza saludable. Desde finales de los años 70 la extracción del carbón a cielo abierto transformó intensamente el paisaje turolense: en torno a 3.600 ha han sido directamente “desmontadas”, un 13% de las cuales no ha recibido ningún tratamiento de restauración y a otro 14% se les aplicó restauración de “primera generación”, claramente deficiente. Y ahí están minas como “Palestina” en Castellote, con un enorme hueco lleno de agua, y escombreras pegadas a la orilla del gran río Guadalope, vertiendo sedimentos tras las tormentas. Y en Palomar de Arroyos el panorama es similar. Y en el Salobral (Aliaga) y en Berge y en Portalrrubio. El río Estercuel –que se rellenó de tierras procedentes de las escombreras perdiendo su cauce y su funcionalidad- ahora empieza a restaurarse, por exigencia de la CHE. Y el Escuriza también ha recibido una buena carga de materiales mineros. Se perdió el olivar de Alloza en la Val de Ariño y los pastizales húmedos de Palomar al pie de San Eloy. Y quedó yermo y silenciado el hermoso paisaje de campos con setos, carrascas y pinar natural de Val de la Piedra en Foz-Calanda. Son ejemplos del pasivo ambiental del carbón, que ha dejado tramos de ríos degradados y espacios estériles que afean los paisajes, los escenarios en que se fundamentan la identidad social de las gentes y el sentido de pertenencia y de arraigo. Y el turismo, actividad imprescindible en el nuevo escenario económico.

En los años 90 hubo algunas iniciativas de la DGA para restaurar escombreras de las minas subterráneas y lavaderos, algunas de las cuales quedaron integradas en el paisaje periurbano de los municipios (BOA 10 de junio 1992). Y se publicó un Decreto autonómico (98/1994) para regular las restauraciones, que contribuyó a que éstas mejorasen. En Utrillas, MFUSA desarrolló un modelo de restauración original que consiguió una buena integración paisajística y eliminó el impacto hidrológico. Y ENDESA recuperó amplias zonas para la agricultura y creó humedales ecológicamente valiosos. Pero el pasivo de los años 80 ahí seguía. La última esperanza para limpiar este negro legado del carbón estaba puesta en el Plan MINER 2013-2018, que contemplaba las restauraciones mineras como de “financiación especial”. Sin embargo, el Ministerio no ha activado el Plan en Aragón en este tiempo. Cero euros. El gobierno de Aragón confía en recibir 5 millones este año, poniendo otro más, pero ha priorizado proyectos creadores de empleos directos por delante de los ambientales. El paisaje deberá esperar, una vez más. A veces he fantaseado con el dilema que se le podría haber planteado al ministro del ramo cuando se inauguró la Térmica de Andorra si le hubieran dado a elegir entre producir un buen pellizco de la energía eléctrica del país ¿0,7-2% en los buenos años? a cambio de dejar 1.000 ha degradadas en Teruel y unos cuantos millones de toneladas de CO2 en la atmósfera (y un episodio de contaminación ácida en El Maestrazgo). Imaginamos la respuesta. Pero los habitantes de estas tierras también tienen derecho a un medio ambiente saludable (la Constitución dixit), así que la recuperación del paisaje –tarea vinculada a la del tejido económico- es irrenunciable.

José Manuel Nicolau Ibarra

Colectivo Sollavientos


martes, 19 de junio de 2018

SERIE MET IV: “NO ALARGUEMOS LA AGONÍA DEL CARBÓN” (Seamos honestos con el territorio y con las generaciones futuras)



Nuestras comarcas mineras, al igual que otras a nivel de todo el Estado español, viven desde hace ya demasiado tiempo en una continua incertidumbre relacionada con el mantenimiento de los empleos dependientes del carbón y en nuestro caso, Andorra, de los vinculados a su Central Térmica, alimentada por lignito y gestionada actualmente por Enel, una gran compañía multinacional del sector energético.

De todos es sabido que una empresa de estas características se rige por sus propios beneficios económicos. A esto hay que añadir muchos otros factores que dificultan desde hace años el mantenimiento de la extracción carbonera: la mayoría de las minas son deficitarias, su dependencia de las ayudas públicas, el hecho de que el carbón sea uno de los combustibles fósiles que genera una buena parte de las emisiones de CO2, causantes del principal problema ambiental, el calentamiento global; las nuevas políticas energéticas europeas apuestan por el incremento de las renovables y el autoconsumo; las actuales minas a cielo abierto, además del grave impacto paisajístico que generan, ocupan a muy pocas personas, al ser sustituidas éstas por potentes máquinas… Todo ello, convierte a este sector en blanco de graves conflictos económicos y sociales.

Lo que supone “la crónica de una muerte anunciada” parece volver una y otra vez al mismo punto: ¿Qué va a ocurrir con todos los trabajadores y sus familias dependientes de esta actividad si cierran las minas y no se utiliza el carbón autóctono? ¿Qué va a ocurrir si la Central Térmica no invierte en las medidas tecnológicas ambientales exigidas por Europa?

Difíciles situaciones y difíciles respuestas, sobre todo cuando tras la llegada de miles de euros procedentes de los fondos MINER no hemos conseguido generar una trama de propuestas laborales diversificadas que hayan acogido a todos los trabajadores y consolidado unas alternativas permanentes.

Una vez más hemos vuelto a la misma situación nunca resuelta, y esto debería alertarnos de que quizá sea ésta la última oportunidad de apostar de una vez por todas por un futuro al margen de un sector que, habiendo contribuido a nuestro desarrollo, posiblemente ha agotado ya todas sus expectativas. Y esto sin olvidar a todas las personas en situación de desempleo no pertenecientes a este sector, las grandes olvidadas y cada vez más numerosas en nuestras comarcas.

Todo este relato, a estas alturas tan obvio, e incluso asumido por los sectores políticos y sindicales que han defendido y siguen defendiendo a ultranza el carbón, ha sido y sigue siendo motivo de controversia, ya que durante años un discurso y un pensamiento único han presionado, afrontado y descalificado cualquier atisbo de opinión y/o postura diferente.

Necesitamos también hablar de otro futuro, de otro modelo, de otras propuestas que ya están desde hace años encima de la mesa, propuestas gestadas en diferentes procesos participativos que se han ido realizando desde 2003 referentes al sector agroecológico y agroalimentario, el turismo, el apoyo al tejido empresarial de pequeñas y medianas empresas, a jóvenes autónomos de la zona,…y sobre todo, el sector de las energías renovables. Un territorio tradicionalmente vinculado a la energía debería tomar la iniciativa y reconvertir una parte de su economía, aprovechando las infraestructuras ya existentes, como, entre otras, las líneas de evacuación, a la par que apoyar a todos los trabajadores vinculados desde siempre a este sector.

Uno de los grandes valores de nuestro territorio son las personas: el mejor recurso con el que contamos, el humano, con capacidad para reflexionar, pensar, trabajar, decidir, planificar… Ya es hora de sentarnos a diseñar una nueva estrategia no dependiente de grandes empresas, sino de nuestros propios recursos, de generar un desarrollo endógeno, humano y sostenible, desde, para y con el territorio. Seamos capaces de vislumbrar e interpretar  por qué caminos se gesta el futuro.

No alarguemos la agonía, digamos adiós al carbón, de la manera más responsable, justa, digna y solidaria. Manteniendo la memoria minera, trabajando desde ahora mismo en nuevas y diversificadas apuestas para todos y todas.Seamos honestos con el territorio y con las generaciones futuras.
Texto y Foto: Olga Estrada Clavería

Colectivo Sollavientos

SERIE MET III: EL CORPORATIVISMO POLÍTICO DEL CARBÓN. La línea de humo del horizonte

Autor: Uge Fuertes 

Las personas de mi generación han crecido con una línea del horizonte donde el humo de la térmica forma parte del propio paisaje vivido y soñado.

Desde los llanos de Quinto, viniendo de Zaragoza. En lo alto del Majalinos. Bajando de las Ventas de Valdealgorfa. Ese falo industrial de vértigo que desde el coche es fiel indicador de la velocidad del viento.

A los pies del somontano que aún no es sierra. Bebiendo el carbón que trajo gentes, paisajes y paisanajes.

El Bajo Aragón agrario, aquel de señoríos y temple medieval, sufrió una pequeña revolución industrial durante una parte del franquismo y en la transición, a través de las minas y sus térmicas. Escatrón, Eschucha, Aliaga, Andorra. Tierra fértil. Suelo fértil. Historia y despoblación que fue aclimatada durante unas décadas a algún clavo ardiendo en forma de humo de pitillo. Algunos pueblos multiplicaron su población. Otros, asistieron como espectadores de un teatro con entrada de “clac”. Humo. Un humo quizás necesario en una tierra que tantas oportunidades había perdido pero que, tarde o temprano, todos sabían que se consumiría.

A medida que la sociedad cambiaba una incipiente preocupación medioambiental acusaba discursos que pocos entendían. Y es que estos discursos, redactados en ámbitos urbanos ya destrozados medioambientalmente, poco tenían que ver con la realidad social y cultural de una tierra que, sociológicamente, había cambiado también. Habíamos aceptado monocultivos como solución, porque pocas soluciones más teníamos.

El carbón y la construcción de esa catedral de humo trajo obreros, dinero… Llenó los bares, las casas y las timbas. La tierra se hizo híbrida socialmente hablando. El monte se tiñó de un paréntesis de monocultivo. El Andorra era capaz de ganar al Zaragoza de Víctor Muñoz.

Cuando todavía no nos habíamos industrializado ya nos quisieron reindustrializar. La eterna crisis del carbón, la entrada en la CEE y en la UE y el gravísimo error de enfoque que produjo las prejubilaciones, construyó una sociedad peculiar, propia, burguesa… similar a la de otras regiones que sufrieron el mismo problema. Y en lugar de reindustrializar, de reinvertir, el monocultivo de la construcción en Zaragoza y el Levante se nutrió también de ingresos que vinieron aquí pero que no se quedaron.

Los sindicatos y los partidos políticos poco quisieron hacer, cargadas sus bases de un criterio monocolor: el interés político a corto plazo. Y los gestores olvidaron el desarrollo de la tierra entregándolo a fondos y proyectos que pronto demostraron su gran parte de ineficacia. La sociedad política, que tanto evolucionó con la lucha y la mentalidad obrera de los mineros, se tornó en pocos años, a base de subvención y prejubilación, en una sociedad semiurbana, acomodada, en la cual las hoces, los martillos y las revoluciones se quedaron como cuentos y fábulas del abuelo, que decía haber hecho mucho, pero que nos trajo irremediablemente hasta el hoy y el mañana. La dificultad de construir propuestas críticas de aquellos gastos y subvenciones sigue vigente en la actualidad. Ocurre un poco como lo de hablar de épocas históricas cercanas de nuestro país. Todos estaban allí pero ninguno sabía que aquello no era la solución.

No ha lugar. Los míos no lo hicieron mal. Pero todos estuvieron presentes como organizaciones. Todos opinamos. Todos sabemos. Todos sentenciamos. Pero… ¿quién tira la primera piedra? Aquello no funcionó, y pronto se supo. Café y polígono para todos. Arreglos de carreteras hacia ninguna parte (y menos mal porque si por Fomento fuera, allí estarían como camino de herraduras)….

La reindustrialización, los programas Miner y las prejubilaciones incrementaron la renta provincial, pero ni impedían la despoblación, ni se reindustrializó el territorio, perjudicando a parte del terruño que no fue considerado “de primera” como pueblo minero.

Poco importaba, mientras unos recibían intentando quizás lo imposible, otros no podían competir y el último cerraba la puerta.

Todas las organizaciones políticas y sociales participaron (y participan) en parte de aquello. El corporativismo llegó para no marchar. Y después de décadas difícil es oír voces discordantes en dichas instituciones, sean políticas viejas, nuevas, de centro zurda o lateral derecha. IU, PP, PSOE, CHA, Podemos, Ganar, Cs, PAR… ¿por? Por corporativismo, por no enemistarte con el vecino o el cuñado. Porque el partido contrario no te tache de antiturolense, aunque sepas que no hay por donde cogerlo. Podremos prorrogar hasta el infinito nuestra desdicha como sociedad política, donde es fácil agarrarse a un clavo ardiendo, pero muy difícil arreglarnos juntos por los caminos que, nos guste o no, nos lleva la política internacional del carbón. Y quizás no sepamos o no queramos hacerlo de otro modo. O, sencillamente, quizás sea tarde porque culturalmente nadie quiera quedarse. Y pensarán en el pueblo como el recuerdo viejo de aquella España que nos cuentan los libros; o como el lugar donde se rompe la hora una semana para dejar de contar años el resto del tiempo. Aunque para entonces pocos conozcan las oportunidades que perdimos.
No hay quien se libre. La fuerza del carbón, a nivel social, es imparable. El cigarro se apaga y no hay quien le ponga el cascabel al gato. Los que cobraron ya han cobrado y los que no cobran se han marchado o se marcharán. Allí quedarán los restos industriales para los arqueólogos del siglo XXII, cuando se pregunten… y esta gente, ¿dónde se metió?


Víctor Manuel Guiu Aguilar

Colectivo Sollavientos



SERIE MET II: Leña, arquitectura y sangre. Historia del calor doméstico en el Alto Alfambra.


Autor: Chusé -Lois Paricio Hernando

En las antiguas casas de labradores procurarse combustible para caldearlas y atender a sus labores era una necesidad básica. En la era preindustrial la generación de calor en las frías sierras turolenses se lograba sobre todo consumiendo leña. El problema que se planteaba es que la producción de combustible competía con la agrícola y ganadera. La resolución a esta disyuntiva entre los siglos xiii y xix no fue constante, pero tuvo un norte. El Alto Alfambra nos sirve de ejemplo para ilustrarlo.

La presencia de topónimos en la sierra del Pobo como Enebral, Bojares, Buj, el Bojar y el propio de Ababuj como lugar de bojes, apuntan a que en la fase de la conquista y repoblación parte de sus montes estarían cubiertos por este tipo de especies. En Gúdar abundaban unos pinares que también había en Miravete de la Sierra. Así, donde en la actualidad hay aliagares, en la documentación histórica se localizan partidas como “Carrapinar” y “barranco del Pinar”. En 1674 se le cita como “Mirabete de los Pinares”. Sobre masas forestales como estas se inició una secular presión a cargo de las comunidades locales en función de sus amplias competencias de gestión (concejos, Comunidad de aldeas de Teruel), del contexto (más o menos población) y de los incentivos (más demanda de bienes ganaderos o agrícolas).

Autor: Chusé -Lois Paricio Hernando


La obtención de madera era una de las piezas del puzzle productivo que había que encajar en el territorio con las de pastos y cultivos. Para crearlos y ampliarlos se recurrió al fuego. Así lo sugieren topónimos en el entorno de Orrios como “cerro Quemado” o “Quemadal”, citados en una sentencia entre las aldeas de Teruel y la Encomienda de Alfambra (1558). Sin embargo, resultaron más decisivas las especializaciones binarias del suelo en función de sus aptitudes: agrícola-ganadera (barbechos, rastrojeras, etc.) y ganadera-forestal, que en las riberas inundables contribuyó a la formación del emblemático paisaje del chopo cabecero. La especialización en todo tipo de pastos en los que se daban aprovechamientos forestales fue la predominante por su extensión e incluía lejanos fragmentos de bosques a modo de reserva. El territorio estaba minuciosamente trabajado y el único que se destinaba a producir madera era como complemento del pasto o aquel que no era apto para otra cosa.

En estos espacios los vecinos “aleñaban” obteniendo combustible de, por ejemplo, aliagas, bardas, espinos y carrascas, como describe un convenio entre Jorcas y Miravete (1625). Una imagen de cómo era este trabajo nos lo ofrece una concordia entre Miravete y Aguilar (1569): “padres e hijos o asno y mozo que sean de una misma casa de dicho lugar de Aguilar puedan entrar a hacer leña verde y seca”. El combustible provenía de la corta de matorrales, de la madera muerta que se recogía y de la viva que se podaba. En las riberas los chopos también se podaban para obtener leña y vigas. En el siglo xviii un vecino de Aguilar, como tantos otros, escamondaba sus árboles ribereños al Alfambra “y se utilizaba de la leña en su casa”, mientras que otro de Camarillas mandaba “cortar leñas y plantar diferentes árboles”. El patrimonio de las casas, al igual que constaba de bancales, huertos, cerradas de hierba y rebaños, incluía árboles con los que producir combustible.

Autor: Chusé -Lois Paricio Hernando


La leña se consumía en las chimeneas de las cocinas, el lugar en el que las familias hacían su vida, y el calivo se aprovechaba en braseros. No fue hasta fechas posteriores en que se introdujeron estufas, sistemas de calefacción más eficientes dado que las chimeneas pierden gran parte del calor por el tiro. Entonces, ¿cómo se lograba calentar una casa? Es aquí donde la arquitectura y la sangre, como también se llamaba al ganado, asistían al combustible.

El primer factor que favorecía el caldeamiento era la localización de los pueblos, con las fachadas principales de las viviendas orientadas hacia al sur y a ser posible en laderas. Las edificaciones en pendiente ofrecían la ventaja de reducir la fachada norte, la más fría, y aprovechar el efecto aislante del suelo. Aunque las casas experimentaron grandes cambios a lo largo de los siglos, hubo elementos constantes, como la integración de la actividad productiva de la familia en el “diseño energético” de la vivienda y unos materiales constructivos capaces de mantener prolongadamente la temperatura: muros dobles de piedra con hueco relleno de tierra, tabiquería de aljez (yeso) y vanos para ventanas escasos y pequeños.
Autor: Chusé Lois Paricio Hernando


En los siglos medievales las casas no eran especialmente grandes y lo más habitual es que tuvieran una única planta en la que dormían juntas las personas, se guardaban los animales y se encontraba la cocina. Al estar en espacios contiguos el diseño contribuía a preservar el calor. A su vez, el almacenamiento del grano, paja y hierbas bajo el tejado o en otros cuartos servía de aislante. A partir de los siglos xv y xvi los solares de las viviendas empezaron a ser más grandes y fue extendiéndose la edificación de casas compartimentadas en habitaciones, con varios forjados y mayor altura, lo que supuso un reto “energético”. La cocina, con su fuego a tierra, mantuvo la centralidad. Los dormitorios se subdividían en pequeñas alcobas buscando el interior de las casas, lejos de las fachadas más expuestas, o disponiéndose sobre la cocina (caldeada con su fuego) y la cuadra (“la gloria”, con el calor de los animales). Por otra parte, los graneros y trojes de hierbas siguieron teniendo una función aislante al ubicarse en la falsa (bajo la cubierta y sobre las habitaciones).
Todas estas soluciones hicieron habitables las casas desde un punto de vista térmico, por lo que, en definitiva, el calor doméstico dependía del fuego y su leña, de los animales y de la arquitectura, aunque de forma más literaria podríamos afirmar que esta historia energética era, simplemente, la de un territorio y unas casas vividas.

Ivo Aragón Ínigo Fernández

Aguilar Natural y Colectivo Sollavientos



lunes, 4 de junio de 2018

SERIE MET I: Cuando la energía se nos fue


Aliaga, Molino Alto. Autor: Gonzalo Tena 

Las fuentes de energía usadas a lo largo de la historia han condicionado fuertemente la economía y la organización social. Leña, caballerías,fuerza hidráulica, carbón, petróleo, gas, nuclear, renovables… detrás de cada una de ellas hay una sociedad diferente, con estructuras demográficas y socio-económicas distintas. Hagamos un viaje atrás en la historia energética de Teruel.
La provincia es hoy importante productora y exportadora neta de energía eléctrica. Su mayor activo ha sido durante décadas el carbón. Sólo la central térmica de Andorra ha venido produciendo anualmente entre 3000 y 6000 millones de kwh, que representan entre 3 y 7 veces el consumo de toda la provincia. Hace poco funcionaba también la central de Escucha, y tiempo atrás ambas llegaron a coexistir (1981-1982) con la de Aliaga. Ahora se suma la electricidad de origen eólico y solar, generando una savia energética que fluye hacia los cuatro puntos cardinales a través de la moderna red de alta tensión.
La electricidad tiene eso: se transporta con facilidad desde cualquier productor a cualquier consumidor lejano. La minería del carbón, las centrales eléctricas, la instalación de parques eólicos y solares crean empleo en Teruel, pero ¿cuánto se crearía si esa misma energía se consumiera en industrias locales, por ejemplo cerámicas? ¿Qué ocurriría si la arcilla no saliera de Teruel levantando polvo en camiones sino transformada en baldosas? Hace tanto tiempo que nuestra provincia produce energía y materias primas para la industria foránea que quizá no concebimos otro modelo energético y económico.
Durante la primera mitad del siglo XX la irrupción de la hidroeléctrica dinamizó algunas zonas productoras, donde su precio era más barato, propiciando el nacimiento de núcleos industriales como Sabiñánigo. La termoeléctrica podría haber tenido ese mismo efecto en Teruel y Bajo Aragón, con la apertura de las centrales de Aliaga y Escatrón en 1950 y 1952, respectivamente. Pero el decreto de unificación de tarifas eléctricas (1953) paralizó esa oportunidad: la electricidad pasó a costar lo mismo independientemente de la distancia de transporte, lo que propició que el desarrollo industrial se concentrase en polos económicos más activos y mejor comunicados. 
Algo parecido había ocurrido ya a comienzos de siglo, antes de la electrificación de la industria. El lignito turolense entró como combustible en las manufacturas zaragozanas tras la construcción del ferrocarril Utrillas-Zaragoza en 1904 y el consiguiente abaratamiento del coste de transporte. Casi simultáneamente, en 1907, el ferrocarril minero de Ojos Negros comenzaba a llevar mineral de hierro a Sagunto (primero para su embarque y, a partir de 1917, para alimentar los altos hornos). Se esfumaba así la posibilidad de una imaginada siderurgia turolense. El ingeniero Carlos Mendizábal decía aún en 1918 que “el país que reúne una cosa y otra (hierro y carbón), como en Teruel ocurre, es país destinado por la Naturaleza para la producción de aceros”; no fue el caso.
¿Y antes de todo eso? Durante el siglo XVIII y comienzos del XIX los combustibles habituales en metalurgia o cerámica eran la leña y el carbón vegetal; el uso del carbón de piedra era sólo incipiente. Entre 1798 y 1821 funcionó en Utrillas una Real Fábrica de vidrio que aprovechaba el lignito y las arenas de la zona; fue un intento loable de los ilustrados por valorizar los recursos naturales endógenos, pero no llegó a cuajar. Más embrionario era aun el uso de carbón para mover máquinas de vapor industriales, pero sí proliferaban ciertos ingenios tecnológicos movidos por agua. La energía hidráulica se usaba in situ para mover batanes, martinetes, hiladoras, telares, turbinas o molinos papeleros, igual que desde época romana venía moviendo norias y molinos de harina. Esa fuerza motriz no se podía transportar ni por cables ni en tren; había que aprovecharla cerca del río. Florecieron así industrias importantes en comarcas como el Maestrazgo o el Matarraña, hoy apartadas de los circuitos productivos globalizados. Beceite llegó a tener nueve fábricas de papel; en Villarluengo se instaló en 1789 la primera papelera moderna de papel continuo, que un siglo después se transformó en industria textil; había hilaturas y telares en PitarqueVillarroya, Cantavieja, La Iglesuela, Castellote,  Allepuz o Mirambel. No importaban tanto las comunicaciones, los mercados o las sinergias empresariales, factores que hoy dibujan el mapa de las economías de escala. Los requisitos para la industrialización eran sencillos: un caudal de agua y un relieve abrupto por donde conducirlo a saltos. Aguas con fuerza había en esas comarcas(y también mano de obra disponible, sobre todo en el letargo agrícola invernal) lo que hizo de ellas un relevante ‘polo industrial’ que llegó a ocupar a casi una cuarta parte de la población activa. Es difícil imaginarlo ahora, pero fue.

José Luis Simón Gómez

Colectivo Sollavientos