domingo, 28 de enero de 2024

REFLEXIONES SOBRE ECOANSIEDAD Y EMERGENCIA CLIMÁTICA

Una de las vías para rebajar la ecoansiedad, tanto de los ciudadanos en general como de los activistas ambientales que se ven sobrepasados y ‘quemados’, es cuestionar el término “emergencia climática” y el discurso catastrofista que conlleva. Es hora de liberarnos un poco de la presión que proyecta sobre nosotros la mirada iracunda de Greta Thunberg.


Se ha impuesto un discurso dominante basado en esta cadena argumental:

  1. Quemamos muchos combustibles fósiles

  2. Emitimos mucho CO2, cuya proporción va aumentando en la atmósfera

  3. Eso hace que suban las temperaturas por el efecto invernadero.

  4. Eso perturba el clima y hace aumentar los fenómenos extremos: olas de calor y de frío, sequías e inundaciones…

  5. Eso crea problemas de salud, de rendimiento agrícola, catástrofes humanitarias, refugiados climáticos…

  6. A corto-medio plazo, podemos superar un umbral que desequilibre totalmente el sistema climático y produzca un colapso civilizatorio.


La aceptación acrítica de este argumentario implica:

(i) Que 3) y todos los fenómenos posteriores (4 y 5) se atribuyan exclusiva o casi exclusivamente a la acción humana.

(ii) Que el cambio climático pase a ser considerado una emergencia climática, a la que hay que hacer frente urgentemente y por una única vía: corregir el punto 1).

(iii) Dado que no se plantea que los combustibles fósiles se reduzcan a base de reducir nuestro consumo global de energía (lo que implicaría aceptar el decrecimiento), hemos de sustituirlos urgentemente por electricidad producida por fuentes renovables. En consecuencia, aceptamos:

- la implantación compulsiva y desordenada de macroparques eólicos y solares,

- la minería salvaje que hay que poner en marcha para conseguir todos los recursos de metales estratégicos que requieren esas nuevas tecnologías (incluidas las baterías de acumulación).

(Curiosamente, el desarrollo de ambos sectores industriales obedece al mismo modelo de negocio especulativo y depredador que ha caracterizado al capitalismo basado en los hidrocarburos).



Es necesario cuestionar ese discurso, por varias razones:


Para el Centro de Resiliencia de Estocolmo, el cambio climático es uno de los seis que ya se han superado (ver figura; actualización 2023),(1ª) El cambio climático probablemente no es el problema más grave dentro del cambio global que está experimentando nuestro planeta. De entre los límites planetarios definidos por el Centro de pero tres de ellos (contaminación química por compuestos nuevos, ciclos de fósforo y nitrógeno, destrucción de la biosfera) lo han hecho en un grado mucho mayor.


Estamos, por tanto, ante un cambio global, dentro del cual el cambio climático es sólo una parte, y quizá no la más grave. Sin embargo, por alguna razón, no se ha hecho ninguna cumbre mundial sobre ninguno de esos otros límites planetarios sobrepasados hace mucho tiempo, mientras que sí hay un empeño en presentar el cambio climático como una emergencia aterradora.


(2ª) El cambio climático, en sí mismo, no es una emergencia. Con frecuencia se magnifican sus efectos sin analizar detenidamente cada aspecto. Por ejemplo, se da por hecho que el adelanto de determinadas cosechas por el cambio de estaciones, o la necesidad de trasladar cultivos a otras altitudes o latitudes, son males inasumibles. No tienen por qué serlo: hay cambios que podrán ser negativos, otros neutros y otros tal vez positivos; hay que analizar caso a caso.

Muchos de los procesos que comúnmente se achacan, con mayor o menor base científica, al cambio climático (sequías, olas de calor, inundaciones, ciclones, fenómenos costeros extremos) constituyen ciertamente emergencias locales, y a veces recurrentes. En algunos casos, también son emergencias las consecuencias sociales y económicas derivadas de los anteriores: crisis agrícolas, problemas de salud, catástrofes humanitarias.

Pero:

(i) Esos fenómenos indeseados no son sólo consecuencia del cambio climático, sino de otros muchos procesos naturales que han ocurrido siempre, o de acciones humanas recientes, ambos ajenos por completo a él. Por ejemplo, al cambio climático no pueden atribuirse los maremotos, como alguna vez se ha escrito, ni puede llamarse “refugiados climáticos” a quienes han dejado su tierra por sus condiciones seculares de pobreza.

(ii) La respuesta ha de darla la sociedad a cada una de esas emergencias, independientemente de cuáles sean sus causas o concausas, más allá la lucha contra el cambio climático y considerando TODOS los límites planetarios. Hay una larga lista de medidas que son necesarias para hacer frente a cada una de esas emergencias reales:

  • A los problemas de salud: sistemas de salud eficaces y que lleguen a toda la población, freno a la contaminación química...

  • A las crisis agrícolas: sistemas de riego eficaces, ordenación de los regadíos evitando el comercio especulativo e ilegal del agua, agricultura respetuosa…

  • A los ciclones, inundaciones y fenómenos costeros: ordenación del territorio, freno a la urbanización de las costas, sistemas de alerta temprana a la población…

  • A la contaminación por nitrógeno: freno a la proliferación de fertilizantes químicos.

  • A las olas de calor y frío: racionalizar el uso de la calefacción y el aire acondicionado, aislamientos de las viviendas, sustituir el turismo veraniego de playa por el turismo rural…

  • A la pérdida de biodiversidad: freno a la deforestación y a la agricultura extensiva al servicio del capitalismo alimentario global, freno a la urbanización de territorios naturales y destrucción de sus hábitats, freno al turismo de masas…


(3ª) Poner todo el foco en el cambio climático, y todos los esfuerzos y toda la urgencia en ‘descarbonizar la economía’, dificulta y retrasa la adopción de esas medidas, a la vez que agrava otros problemas del planeta:

(i) El calentamiento global tiene una inercia tal que, aunque redujésemos a 0 las emisiones de gases de efecto invernadero, el efecto beneficioso en la atmósfera lo veríamos dentro de muchas décadas. Y entretanto ¿qué hacemos?

(ii) La urgencia de la llamada ‘transición energética’ lleva a aceptar acríticamente el despliegue desordenado de las energías eólica y fotovoltaica, con las consecuencias que ya se están viendo: destrucción del paisaje, usurpación de los usos agrícolas y forestales tradicionales, pérdida de biodiversidad.

(iii) Esa urgencia tiene, paradójicamente, el efecto contrario al que se desea. Apenas se habla de ello, pero los números sobre la Tasa de Retorno Energético (TRE) de la energía eólica son elocuentes. Básicamente nos dicen que estamos disparando el consumo energético (incluido el de combustibles fósiles) precisamente para construir parques eólicos (ver Anexo).

(iv) Esa urgencia diluye también el camino que nuestra civilización, tarde o temprano, habrá de seguir: el decrecimiento. Una nueva forma de consumir y de vivir es posible; de vivir incluso mejor y hacerlo con menos despilfarro de recursos. Será un proceso que habrá que afrontar desde abajo, tejiendo redes solidarias que hagan que nadie quede fuera de esa nueva ‘vida buena’, mientras nos vamos adaptando de la mejor manera posible al cambio climático y tratamos de aportar, cada uno desde sus posibilidades, soluciones que mitiguen los problemas del cambio global. Será un proceso lento que hay que empujar desde abajo, con paciencia, sin eco-ansiedad, con eco-esperanza.




ANEXO: Sobre la Tasa de Retorno Energético (TRE) de la energía eólica

En un artículo reciente1, Carlos de Castro, del Dpto. de Física Aplicada de la Universidad de Valladolid, ha calculado la TREext (Tasa de Retorno Energético extendida) de la energía eólica. La TREext tiene en cuenta todo el consumo energético de la cadena de producción e instalación: desde la extracción de los compo­nen­tes minerales para fabricar los aerogeneradores, la construcción de los mismos, el movimiento de tierras para su instalación o el combustible de los vehículos de servicio y mantenimiento del parque duran­te sus 30 años de actividad. Y tiene en cuenta también, lógicamente, la producción efectiva del parque eólico durante esos 30 años, computando el tiempo real en que está operativo, la potencia efectiva que da, las pérdidas por transporte… Es, por tanto, la TRE más realista posible, y sale sorprendentemente baja: 2,9.

Redondeemos a 3. Eso significa que, para obtener la producción eléctrica total de un parque eólico en sus 30 años de actividad, necesitamos invertir la energía equivalente a 10 años de esa producción para ponerlo en marcha y operarlo. Pero el problema son los tiempos: la energía que dé el parque nos vendrá repartida a lo largo de 30 años, pero el 1/3 de esa energía que hemos de poner para el ciclo completo de su fabricación e instalación ha de aportarse en un periodo muy corto, tal vez de 1-2 años. Por tanto, para construir cada parque eólico en este momento necesitamos invertir la energía equivalente a la producción de 10 parques durante un año, o de 5 parques durante dos años. Y no toda esa energía será limpia; parte procederá necesariamente de combustibles fósiles. En definitiva, ahí está la gran paradoja: estamos consumiendo energía a un ritmo desaforado para invertirlo en construir centrales eólicas.

En este contexto, las enormes prisas por implantar masivamente las energías renovables, la supuesta imposibilidad de una moratoria para planificarlas y regularlas, pueden ser una temeridad. Y el mantra de que estamos ante una “emergencia climática”, no sería más que una coartada al servicio de esa temeridad.

¿No será la propia “transición energética” uno de los principales factores que hacen que siga creciendo y creciendo el consumo de combustibles fósiles en el mundo, a pesar de las normativas europeas y de las cumbres mundiales del clima?

 

José L. Simón

Colectivo Sollavientos