Agustí Guilera*
Nos
están dando gato por liebre. Parece ser que en nuestro país la producción de
energía tiene un camino demasiado fácil y libre de obstáculos, que va a
hipotecar nuestra vida y el de generaciones venideras. Parece que a la
Industria (contaminante o no contaminante) se le conceden demasiados favores y se le otorgan permisos sin ningún
criterio riguroso de impacto ambiental. ¿Qué puede hacer el ciudadano ante
ese desprecio a su propia realidad, a su medio de vida y a su territorio? Si
también quieren contaminarnos la inteligencia, con la ética no podrán.
Después
de recalificaciones urbanas y salvajes, ventajosas para unos cuantos pero
ruinosas para la mayoría, en la economía del ladrillo, ¿le tocará el turno
ahora al medio rural con la implantación masiva de aerogeneradores o la
extracción de gas de nuestro suelo y subsuelo (fracking) con técnicas agresivas y contaminantes que ponen en
peligro los acuíferos de la zona? Nuestras tierras, montes y ríos ya son objeto
de explotación y codicia (la historia se repite) en perjuicio de un equilibrio
del ecosistema natural, social y cultural del territorio. Como siempre, ¿las ventajas serán para una empresa, un
lobby o un ayuntamiento?
Con
la concentración parcelaria el campo se ordenó, se clasificó, se redistribuyó
con criterios economicistas para que no quedara en él ningún resquicio no
productivo. El campo pasó de ser “natural” o de una economía de subsistencia a
ser una industria masiva privada y parcelada. Se talaron árboles, se
destruyeron huertas y se aniquiló una cultura fomentando el principio de “el
que más puede, más (tierra) tiene”.
La
masificación de los aerogeneradores, sin una adecuada racionalización
sostenible, se ha encargado también de borrar toda referencia histórica. Un
paisaje es historia y por tanto cultura. Los parques eólicos desertizan la
memoria de los pueblos, crean alambradas, acotan espacios muertos y secuestran
los referentes de una colectividad. El referente paisajístico de una loma
desaparece y pasa a ser parque eólico. Con el cuento de una "energía no
contaminante" se nos contamina de otra manera: impacto visual, sonoro,
aves, suelo...
La
empresa privada muestra cada vez mayor voracidad. ¿A quién le importa, desde un despacho, que las tierras de Teruel
queden despobladas y en un futuro desertizadas por el impacto de una industria
contaminante y agresiva como es la fracturación hidráulica (fracking) sin tener en cuenta criterios
de prevención, de conservación paisajístico-ambiental o de sostenibilidad del
territorio? ¿Es tanta la osadía de los señores de la guerra en querer taladrar
el tuétano (los estratos del Jurásico) del Maestrazgo para encontrar burbujas
de gas sin hallar resistencia?
Hay
algo que debería estar blindado, ser intocable, universal y ajeno a los cambios
políticos: el bien común. Un mal ejemplo es la nueva ley de costas que imperará
en nuestro litoral marítimo. ¿El futuro será la amenaza del futuro? ¿Por qué el
ser humano no aprende de los errores? ¿Huiremos de una naturaleza cableada,
manchada y expoliada? ¿Nos expulsarán de nuestras tierras? ¿Nos obligarán a
vivir hacinados (para mejor control) en las grandes ciudades alambradas? ¿Van a
industrializar la naturaleza porque no hay suficiente oposición en ella?
“Los valores morales se pierden sepultados por
los económicos” escribió José Luis Aranguren. Llegará un día
en que el silencio de la naturaleza será tan sonoro como las voces que hoy
intentan aplastar unas políticas refrendadas (y desenfrenadas) proclives a
desmantelar todo indicio de valor moral.
*Colectivo
Sollavientos