Caza, pesca y otros cotos
José Manuel Salesa Ariste *
Hace algunos años, un compañero contaba que lo mejor de ir a pescar al río Pitarque eran los almuerzos de la fonda. Es cierto que también citaba el contemplar esa naturaleza casi virgen, el respirar la humedad de la ribera y oler sus fragancias, como virtudes de su afición, pero siempre culminaba en un pantagruélico premio. Y este comentario seguro que sería suscrito por cazadores, buscadores de setas o paseantes en general.
Aquellas labores que antaño formaban parte de la vida de nuestros pueblos, necesarias para subsistir y, en muchas ocasiones, equiparadas a la ganadería o la agricultura en cuanto a importancia, han perdido el componente de necesidad para pasar a formar parte del ocio o el deporte. Sin embargo, mantienen su importancia por cuanto pueden servir para el desarrollo rural que en el siglo XXI nos ocupa. Hablamos del desarrollo rural vinculado al medio, de la explotación (en el mejor sentido de la palabra) del entorno en su necesario intercambio con los habitantes que lo pueblan. Por ello, es de alabar la gestión de los cotos de caza, pesca, setas y cualquier otro ámbito que se nos ocurra, que repercutan en la población, creando puestos de trabajo y atrayendo gente, incidiendo directamente en el turismo con el plus de utilizar recursos propios y, por tanto, poniendo en alza, defendiendo y promoviendo una parte fundamental del patrimonio rural.
El inicio de una jornada de pesca en el río Guadalope puede comenzar con la visita a la fonda de Villarluengo para obtener alguno de los 20 permisos diarios. Si gusta de comenzar temprano, se ha podido pernoctar en la propia fonda o en alguna casa de turismo rural. El trato será amable y cercano, intentando que el pescador repita, para que incluso vuelva con su familia o amigos, de visita o para quedarse algunos días. Comprará algún producto en la panadería, y tal vez coma al finalizar la jornada en algún establecimiento de la zona. Podemos hacer trasposiciones similares para el coto de setas que este año se ha creado en el Maestrazgo. No ha acompañado el tiempo, pero está en la buena línea, por cuanto se ha trabajado en conjunto (ámbito comarcal) para sacar provecho colectivo a un bien natural. Y la caza no puede ser menos. En los cotos de Villarluengo, en la temporada 2010-2011, se cazaron 296 machos de cabra montesa, por alguno de los cuales se pagaron en torno a los 6.000 euros. Los ingresos directos por la pesca, las setas e, incluso, la caza, no suponen grandes cifras, pero tienen una gran importancia al crear y mantener en el territorio un pequeño tejido laboral y propiciar la movilidad de personas que, potencialmente, pueden incidir de forma directa en el turismo y en los servicios. Además, la actividad cinegética repercute directamente en el mantenimiento de unos paisajes más naturales, por cuanto requiere una gestión integral del ecosistema que mantenga los diferentes hábitat que precisan los animales en su quehacer diario, lo que lleva a potenciar un recurso hoy en alza en torno al turismo rural.
Ahora bien, hay que seguir trabajando. Hay que eliminar los prejuicios históricos hacia el forastero, hacia el que viene de fuera y que en la actualidad representa parte de las esperanzas para el desarrollo rural. Hay que desterrar el secretismo y las organizaciones cuasi-sectarias de algunos cotos, que deben profesionalizarse e informar de las cuentas y, en especial, de sus repercusiones en el territorio. También, y concretamente en los cotos de caza, habría que plantear su unión para ampliar el territorio abarcado. Si se ha hecho un coto comarcal para las setas, ¿por qué no un gran coto de caza con un ámbito similar, como mínimo? La fauna se establece en territorios naturales y no en delimitaciones políticas o económicas impuestas por el hombre; es parte de un ecosistema y debe gestionarse con la meta de que el sistema natural funcione. En este sentido, las grandes reservas de caza de España, al contrario que los cotos privados, suelen abarcar amplias extensiones, sin cercados, donde se gestiona la vida silvestre, incluyendo el aprovechamiento cinegético ante su demanda social. Ahora bien, la caza es un bien escaso y casi de lujo, y tal como se indicaba al principio, ha dejado de ser una necesidad para pasar a ser un recurso, por lo que la gestión ya sea como reserva o como coto debe buscar una rentabilidad económica, social y medioambiental.
* Colectivo Sollavientos
1 comentario:
La caza no es más que un capricho cruel en una sociedad que no necesita cazar para alimentarse.
Arrebatarle la vida a un animal para diversión humana muestra la peor cara de nuestra especie.
Se pasa por encima de la vida del animal como si fuera basura.
El control de las poblaciones de ungulados es simple, pero nadie lo quiere abordar: el lobo.
Por otro lado, a muchas especies aún les quedan territorios por recuperar.
No pueden ser los cazadores los dueños del monte, mientras que las personas con aficiones sanas (pasear, fotografiar, etc...) se vean limitados por los que no saben divertirse sin matar.
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