sábado, 18 de febrero de 2012

TERUEL POR SI MISMO (VI)










EL RENACER DEL MUNICIPIO DE OLBA (I)



Ángel Marco*






En Olba vivían 691 habitantes en 1960, pero hoy no viven más de 200 personas. Su pico de población debió alcanzarlo en 1900, cuando el valle contaba con 1802 habitantes. Su evolución demográfica es paralela a la de la gran mayoría de los municipios de la provincia de Teruel, que como en todo su territorio, se refleja en cambios en el paisaje, apreciables al comparar fotografías de finales del siglo XIX con la visión que hoy podemos percibir del mismo. La intensidad con que llegó a aprovecharse los recursos naturales de la tierra debido a los niveles de poblamiento, llevó a que el valle se denominara “del hambre”.

Como testigos de tiempos pasados, han quedado las laderas abancaladas, donde todavía se conserva el perfil y los muros de piedra sujetando el suelo. En una altitud cercana al río, una red de acequias deslizan el agua aprovechando los desniveles de la orografía. Muchas de ellas aún se usan (se conservan también los pequeños azudes) y generan un microclima en las laderas, responsable de la singularidad de una vegetación más propia de ambientes húmedos. En una economía de autosuficiencia, los cultivos debieron centrarse en el cereal y la horticultura. No obstante, existen referencias de que las viñas ocupaban una amplia extensión de las tierras de labor. En todos los barrios existían cubas para elaborar el vino, como la del viejo edificio, hoy restaurado para turismo rural, localizado junto al puente de Carlos IV. Un antiguo tabernero de la comarca, que lo compraba habitualmente, recuerda una alta producción de una calidad mejorable, a consecuencia de utilizar uvas de regadío.

La filoxera acabó con casi la totalidad de las cepas y los campos han ido repoblándose, en ocasiones con actuaciones dirigidas por el antiguo Patrimonio Forestal, generando un monte mediterráneo donde sobresalen las especies quercíneas y el pino carrasco en un sotobosque de enebros y romeros, a veces tan cerrado, que resulta impenetrable. Los límites de las huertas testimonian el alcance que tuvieron en su día.

El derrumbe demográfico iniciado a finales del XIX, al igual que en el resto de la provincia, fue consecuencia del declive del modelo protoindustrial, establecido en este territorio del sur del Sistema Ibérico desde el siglo XVII en torno a la industria textil. En Rubielos de Mora existió un centro de producción de seda, y en toda la sierra Ibérica, batanes y telares para modelar la lana de la extensa cabaña de ovejas que aprovechaba los pastos. Olba, además de ser un punto neurálgico para el comercio de todos esos productos con zonas costeras del Mediterráneo, también albergó la clásica fábrica de papel, muy común en los pueblos con río (destruida por el propio río a finales del XIX), otra de lanas y una pequeña fábrica de cemento rápido (en los 80 aún tenía dos trabajadores). Ya entrados en el siglo XX, sobre todo creó empleo la hidroeléctrica, que entre las centrales y el mantenimiento de presas y canales, llegó a ocupar a más de 50 trabajadores fijos, además de los eventuales, que se contrataban para las limpiezas. Estos saltos de agua siguen funcionando, pero hoy, de manera automatizada y solo un empleado viene desde Arañuel tres o cuatro veces por semana a comprobar que todo funciona. El papel estratégico en las vías de comunicación con el País Valenciano, lo perdió tras la apertura de la línea ferroviaria Valencia -Teruel, que derivó el transporte a la zona alta, a Barracas y Sarrión .


* Colectivo Sollavientos

No hay comentarios: