viernes, 27 de mayo de 2016

EL HIERRO, SIN IR MÁS LEJOS




Gonzalo Tena Gómez*

Me refiero a la isla macaronésica de El Hierro, la más pequeña y occidental del archipiélago volcánico canario, con forma de boomerang, a cuyo extremo occidental Ptolomeo adjudicó el Meridiano 0 por ser el confín del mundo conocido en la época (en 1884 se fijó en Greenwich),  de apenas 280 kilómetros cuadrados poblados antiguamente por los bimbaches, que han legado su territorio intacto a sus menos de 10 000 actuales habitantes; con su cima en el Malpaso (1501 m); con un habla particular (de tono parsimonioso como los ademanes de sus usuarios), condicionada por su historia, las migraciones de sus habitantes y su aislamiento; con una gastronomía cuya protagonista entre los postres es la quesadilla y con sus vinos; el paraje más alejado de la metrópoli española.

La isla sufre el embate de espumas blancas (de las cuales emergen llamativos roques), impulsadas por los fuertes vientos alisios, que sacuden sus roquedos negros en los flancos noroccidentales. A sotavento, el Mar de Las Calmas es más clemente con los acantilados inacabables. Tiene sol, pero no playas, con lo cual se espolsa el turismo convencional. Para tomar el baño se han construido piscinas rústicas en contacto con el mar. Buena parte de sus estrechas carreteras asoman al abismo sin quitamiedos.

Miradores vertiginosos salpican su orografía, entre ellos el de La Peña, primorosamente construido (mimetizado con su entorno) y ajardinado por el insustituible artista de Lanzarote César Manrique. En el sur se asienta la población de La Restinga, donde se ofertan inmersiones para contemplar los privilegiados paisajes submarinos con sus especies vivas. Cerca de allí tuvo lugar una erupción en el fondo del mar en 2011. Su entorno constituye una inmensa escombrera volcánica, Los Lajiales, invadida por  coladas de lava cordadas, auténticas plastas de vacas gigantes de Plutón. En otro lugar más verde y acogedor, hacia el norte,  encontramos el sustituto del mítico árbol sagrado de El Garoé, un ejemplar resguardado de til (Ocotea foetens, de la familia de las lauráceas),  proveedor de agua para la isla al precipitar en sus pies  “las lluvias horizontales” que proporciona el mar de nubes. Y en otro, hacia el oeste, la nívea ermita de La Virgen de los Reyes. En la zona de El Julan, encarados al Mar de Las Calmas, se pueden observar unos enigmáticos grabados sobre la roca volcánica de época aborigen: los Letreros y los Números. Los tubos volcánicos, de todos los tamaños, algunos con aprovechamiento humano, se encuentran por doquier.

Los escaparates de la vegetación se agrupan en diferenciados pisos bioclimáticos: las comunidades litorales, integradas por plantas halófitas (tolerantes a la salinidad), xerófitas (adaptadas a la sequedad como la tabaiba) y rupícolas (asentadas en acantilados); el sabinar (húmedo o seco) con representantes acrobáticos en su defensa ante el viento, como la famosa Sabina de El Hierro, de 500 años, admirado símbolo de la isla; el pinar, de pino canari, sin sotobosque, con robustos ejemplares de troncos repetidamente chamuscados, pero vivos, ufanos y altivos; y por fin, el monteverde o laurisilva, sombría y húmeda, donde también pueden encontrarse brezos de porte arbóreo.

Una subespecie canaria de cernícalo se enseñorea del aire, y merece destacar entre la fauna, el exclusivo lagarto gigante (Gallotia simonyi machadoi), alarmantemente amenazado, pese a los esfuerzos de especialistas en el Lagartario que se puede visitar en el municipio de Frontera. 

Toda la isla de El Hierro fue declarada Reserva de la Biosfera el año 2000 y Geoparque en 2014, por la UNESCO. Una central eólico-hidráulica le proporciona su autosuficiencia energética. Muestra a los visitantes el Ecomuseo de Guinea, un Centro Etnográfico y  otros de interpretación de un Parque Cultural (El Julan) y de la Vulcanología, de la Geología y de la Reserva de la Biosfera.

Hace 30 años, las autoridades encabezaron la firma de un Manifiesto Ecológico que planteaba la conservación del paisaje, del patrimonio genético, de los trabajos tradicionales y de las señas de identidad, así como la recuperación de la memoria arquitectónica, el establecimiento de un turismo de naturaleza y la implicación de la población en la consecución de un modelo de desarrollo basado en estas premisas.

En 2013, la comunidad educativa presentó su Carta de Ciudadanía donde se expresa el compromiso de los habitantes y los visitantes con la defensa del medio ambiente y el patrimonio cultural a través de la valoración del paisaje, de la elaboración de productos propios ecológicos, del fomento de las energías renovables y de las tradiciones, de la salud, la autoestima y la solidaridad, y el impulso de “un modelo participativo en el análisis de los problemas y búsqueda de alternativas para la sostenibilidad de El Hierro… promoviendo proyectos mancomunados”

Cuando Tomás Padrón Hernández, afirmaba, siendo Presidente del Cabildo Insular de El Hierro, que en esta isla “la sostenibilidad no es una utopía, es ya una realidad…”, podríamos aducir, a tenor de lo que se puede observar allí, que posiblemente, la sostenibilidad en esa pequeña isla es lo más aproximado a la realidad que se pueda encontrar en toda la geografía estatal.

¿Cuáles de estos planteamientos podrían trasladarse al desarrollo del Teruel interior?




* Colectivo Sollavientos

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