martes, 25 de febrero de 2020

EL HARAKIRI DE LOS MÁS GUAPOS







Once municipios de las comarcas del Maestrazgo y Gúdar-Javalambre forman la Asociación Viento Alto. Se han constituido para acoger el despliegue de parques eólicos en su territorio como instrumento para fomentar las actividades económicas y el empleo, y contribuir a la suficiencia económica de los ayuntamientos.
Casualmente, tres de esos municipios, Cantavieja, Mirambel y Puertomingalvo, figuran entre los siete pueblos turolenses pertenecientes a la red de los Pueblos más Bonitos de España. Destacan los tres tanto por sus conjuntos urbanos medievales como por la personalidad de su paisaje. La reciedumbre del relieve que los envuelve no hace sino servir de marco que contextualiza geográfica, histórica y estéticamente la singularidad y el encanto de sus conjuntos urbanos, de sus masías y sus ermitas. La arquitectura de piedra seca se mimetiza con la textura del paisaje geológico, a lo largo de kilómetros de muros que prolongan la apariencia de los propios estratos. Todo suma, en definitiva, en este armonioso equilibrio horizontal entre paisaje natural y paisaje humano secular.
La pertenencia y el compromiso de Cantavieja, Mirambel y Puertomingalvo con la filosofía de la red de los Pueblos más Bonitos de España es coherente con los objetivos del Parque Cultural del Maestrazgo: proteger su paisaje natural y agrario tradicional; fomentar la conservación y difusión de su patrimonio histórico, arquitectónico y cultural; consolidar y realzar el encanto de sus pueblos a fin de potenciarlos como destino turístico o como lugar de segunda residencia; apoyar la producción de bienes y servicios de calidad basada en recursos endógenos.
Desgraciadamente, el ingreso de Cantavieja, Mirambel y Puertomingalvo en la red de los Pueblos más Bonitos de España, que para muchos turolenses supuso una alegría y un motivo más para acrecentar nuestra autoestima, se convierte ahora en una triste ironía. Nuevos proyectos empresariales pretenden castigar el entorno de algunos de esos pueblos con el impacto de decenas de parques eólicos, de centenares de aerogeneradores de última generación con 200 metros de altura cada uno (casi 2/3 de lo que mide la chimenea de la central térmica de Andorra). Cuando se hacen públicos los proyectos leemos en los correspondientes estudios ambientales que “no se prevé que ninguno de los parques eólicos proyectados vayan a afectar a ningún Bien de Interés Cultural. Tampoco se considera que los visitantes de estos lugares vean alterada la contemplación de dichos Bienes por la presencia de los parques eólicos…”, para concluir que el impacto sobre el patrimonio cultural de la zona es “compatible”. La impertinencia de tal valoración se demuestra por sí misma si imaginamos un casco urbano amurallado de origen medieval y exquisitamente conservado, como es el de Mirambel, con un fondo de escena formado por vertientes abancaladas y boscosas coronadas por una decena de aerogeneradores de 200 m de altura.
Alguno de esos proyectos empresariales viene apoyado y bendecido por la Asociación Viento Alto. Argumentan que su implantación creará puestos de trabajo y frenará la despoblación. No dicen, sin embargo, lo que perderemos. No hablo de lo que perderán los turistas en términos de placer estético. Al fin y al cabo, ellos vendrán y luego se irán. Hablo de lo que perderán los empresarios turísticos que con esfuerzo han levantado un negocio en una comarca con encanto y ahora se encuentran con esto. Hablo de lo que perderemos personas de fuera que hemos comprado una casa en un pueblo singular, bonito, tranquilo, con historia, que hemos invertido dinero en su rehabilitación y pasamos tiempo en ella haciendo uso de los comercios y servicios de la zona.
No se puede sorber y soplar al mismo tiempo. Si los pueblos más guapos de España no tienen conciencia de lo que les hace bellos, si creen que todo vale, pueden convertirse en los últimos samuráis: nobles y dignos, eso sí, pero atravesados por un aspa metálica y brillante que se mueve de izquierda a derecha, y luego de abajo arriba.  

José Luis Simón
Colectivo Sollavientos



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