El pasado 14 de noviembre celebramos en Cedrillas una Jornada sobre “Desarrollo local sostenible en el medio rural”. Quisiéramos continuar la reflexión que iniciamos esa tarde de sabado en la Sierra de Gudar.
Con este texto de reflexión de José Manuel Nicolau, queremos iniciar un debate en el Blog sobre el futuro de Teruel, valorando los modelos de desarrollo que se nos presentan.
Nos gustaría la máxima participación a través de la sección de “comentarios”, que ofrece esta forma de comunicarnos.
En la sociedad turolense hay un sentimiento de insatisfacción y de frustración porque esta tierra no ofrece perspectivas de futuro ni posibilidades de llevar adelante un proyecto de vida. No hay futuro para los jóvenes, que tienen que emigrar. La insatisfacción lleva en ocasiones a la queja, al sentirse agraviados con otros territorios. Incluso se llega al victimismo. Y a la baja autoestima.
Se dice que la escasez de perspectivas de futuro se debe en primer lugar a la falta de empleo por falta de dinamismo económico y a la precariedad de servicios sociales básicos.
Por ello desde las administraciones y desde el sector privado se han acometido diversas iniciativas para atraer inversiones y promover proyectos que dinamicen la economía y creen puestos de trabajo. Y se ha tratado de mejorar los déficits de algunos servicios.
Se han hecho cosas a escala macro: la autovía mudéjar, Dinópolis, las estaciones de esquí, el aeródromo de Caudé, mejoras en algunos servicios sociales (sanidad), la ciudad del motor, el Jamón de Teruel ... Y se siguen demandando otras que se consideran vitales: el eje ferroviario Sagunto-Santander, la autovía Teruel-Cuenca, el AVE ...
(También hay muchas iniciativas a escala micro, endógenas, relacionadas con el turismo, el sector agro-alimentario, el medio ambiente. La opinión hegemónica en la provincia, aunque las valora, les da menor peso que a las macro, principalmente porque generan menos empleo).
Lo hecho en estos años no ha mitigado la insatisfacción. Y la irritación parece que estuviera aumentando.
Pero sucede un hecho aparentemente llamativo: hay jóvenes que, a pesar de tener trabajo en la industria o el turismo en la provincia, lo dejan para marchar a las grandes ciudades: Zaragoza, Valencia, Madrid. Esto es una queja de algunos alcaldes. Como explica José Ramón Bada en su libro "La sed. Monegros y otra escala de valores" las personas de hoy en día buscamos, sobre todo, tener acceso a las cosas con la mayor inmediatez posible y estar bien conectados a las redes de comunicación. Y eso sólo se consigue en las grandes ciudades. Por eso hay un traslado a las ciudades por considerarse el medio más adecuado para la realización personal en el mundo actual.
Parece difícil que aunque la economía de Teruel crezca y, por ejemplo se alcance el objetivo de los 50.000 habitantes en la capital, desaparezca la insatisfacción. Porque los jóvenes seguirán prefiriendo vivir en una gran ciudad antes que en una pequeña capital de provincias, que seguirá sin satisfacer las "necesidades" de hoy en día. Y esa realidad seguirá generando frustración. Los hijos que estudian fuera no vuelven a una ciudad pequeña. Por falta de trabajo y/o de alicientes. (Me gustaría disponer del dato de qué tipos de empleos se están generando y el porcentaje de ellos ocupados por inmigrantes, en Teruel).
Así, que la tarea que hay emprendida por el crecimiento económico turolense a toda costa, reivindicando infraestructuras e inversiones, puede ser necesaria, no sé, pero no va a ser suficiente para calmar la insatisfacción de fondo. ¿Lo han pensado los políticos y fuerzas vivas que han tomado este rumbo? ¿Saben a dónde nos quieren llevar?.
¿O quizá estoy equivocado y con el AVE, la autovía de Cuenca, la de Monreal-Alcolea, el ferrocarril en condiciones, se alcanzará un nivel de actividad que satisfaga las expectativas de vida del común del turolense? ¿O por lo menos el ciudadano se sentirá atendido, querido por el estado y será eso lo que le recompense? (En el fondo "lo que necesitamos es amor").
En todo caso esta apuesta por el mayor crecimiento posible tiene una derivada a destacar, entre otras: la pérdida de patrimonio natural, cultural y paisajístico. Las infraestructuras, el urbanismo, el esquí, la minería, la industria ocasionan impacto ambiental. La opinión generalizada en Teruel es que dada la situación de penuria y de desventaja de la provincia respecto a otros lugares españoles, la cuestión ambiental no puede frenar ningún proyecto que genere empleo. Incluso de forma implícita se pide una cierta excepcionalidad en la aplicación de la normativa ambiental vigente.
Recientemente, algunos turolenses que trabajan en empresas importantes de la provincia me han confesado, medio en broma medio en serio, que no ven mal algunas de estas infraestructuras que impactan sobre la naturaleza, siempre y cuando no afecten a sus territorios preferidos, los que recorren y pasean con deleite para "cargar las pilas", los que les alimentan su espíritu, los que les ayudan a encontrar serenidad y sosiego o los que forman parte de sus señas de identidad. Y es que hay más personas de las que podría parecer en principio para las que la naturalidad y soledad del paisaje turolense constituyen una fuente de bienestar emocional imprescindible. Y pueblos enteros, como Aguilar de Alfambra, que valoran más su paisaje que los supuestos beneficios de una industria extractiva. Se ha escrito que la Celtiberia era el mejor territorio para comunicarse con los dioses en la Iberia pre-romana. No lo sé, pero hoy en día las sierras, las parameras, los vagos y tantos rincones del paisaje de Teruel siguen transmitiendo una fuerza y espiritualidad extraordinarias. Esto va a quedar muy diezmado con la dinámica del crecimiento incesante, que reduce la naturalidad del paisaje turolense. Porque no se trata tanto de su riqueza biológica, sino de su naturalidad. En Teruel hay grandes extensiones de paisajes deforestados con los suelos erosionados, degradados por nuestros antepasados, quienes llevaron a cabo una gestión no sostenible. ¡Tantos cabezos y parameras pelados! Sin embargo, aunque desvestidos de la cubierta forestal, y desprovistos del suelo, su aspecto natural por ausencia de estructuras artificiales ligadas al urbanismo, infraestructuras o industria, transmite. Transmite mucho, como el desierto, las estepas, los altiplanos, la alta montaña, también desolados.
Esta reflexión puede resultar ridícula y aún insultante para algunos. El paradigma actual sostiene que el paisaje está para producir, "para dar de comer" por encima de las demás cosas. Producir bienes materiales. ¿Se imaginan una sociedad que decidiese proteger espacios naturales por su valor emocional o espiritual? Eso lo hacían y lo hacen algunas comunidades indígenas. ¡Pero nosotros!
Se ha fijado la idea de que "Teruel está muy mal socio-económicamente" y que hay que hacer "lo que sea" para sacarlo adelante. Y este paradigma se ha impuesto de tal manera que quien se sale de él, e incluso quien sólo lo matiza, recibe críticas feroces. Por ello el margen en lo ambiental es escaso. Y hay otra derivada más. El diagnóstico negativo y victimista tapa los valores positivos que tiene la vida en Teruel y que escasean en las grandes ciudades: la paz social, la seguridad, la tranquilidad, la proximidad a la naturaleza, las relaciones más humanas, entre otras.
Quienes pensamos que desarrollo es mucho más que crecimiento económico nos encontramos incómodos con la visión reduccionista vigente. Y también con la agresividad con que se impone. Pero tenemos derecho a expresar que el desarrollo también -sobre todo- debe ocuparse de la parte emocional y espiritual del ser humano. Que el territorio turolense es privilegiado en este sentido. Que el crecimiento basado en la aplicación de tecnología impacta sobre el territorio y cercena sus valores más intangibles.
Cómo compaginar una economía con la vitalidad necesaria para que la sociedad funcione y haya unas ciertas expectativas de futuro, con la conservación y restauración del patrimonio natural es un reto para el que no tengo respuesta ni estoy capacitado. Pero sí tengo derecho a pedir que las autoridades se apliquen a esa tarea. Entre otras cosas porque lo manda la Constitución del 78 y las directivas europeas.
JMNicolau, noviembre 2008
Con este texto de reflexión de José Manuel Nicolau, queremos iniciar un debate en el Blog sobre el futuro de Teruel, valorando los modelos de desarrollo que se nos presentan.
Nos gustaría la máxima participación a través de la sección de “comentarios”, que ofrece esta forma de comunicarnos.
En la sociedad turolense hay un sentimiento de insatisfacción y de frustración porque esta tierra no ofrece perspectivas de futuro ni posibilidades de llevar adelante un proyecto de vida. No hay futuro para los jóvenes, que tienen que emigrar. La insatisfacción lleva en ocasiones a la queja, al sentirse agraviados con otros territorios. Incluso se llega al victimismo. Y a la baja autoestima.
Se dice que la escasez de perspectivas de futuro se debe en primer lugar a la falta de empleo por falta de dinamismo económico y a la precariedad de servicios sociales básicos.
Por ello desde las administraciones y desde el sector privado se han acometido diversas iniciativas para atraer inversiones y promover proyectos que dinamicen la economía y creen puestos de trabajo. Y se ha tratado de mejorar los déficits de algunos servicios.
Se han hecho cosas a escala macro: la autovía mudéjar, Dinópolis, las estaciones de esquí, el aeródromo de Caudé, mejoras en algunos servicios sociales (sanidad), la ciudad del motor, el Jamón de Teruel ... Y se siguen demandando otras que se consideran vitales: el eje ferroviario Sagunto-Santander, la autovía Teruel-Cuenca, el AVE ...
(También hay muchas iniciativas a escala micro, endógenas, relacionadas con el turismo, el sector agro-alimentario, el medio ambiente. La opinión hegemónica en la provincia, aunque las valora, les da menor peso que a las macro, principalmente porque generan menos empleo).
Lo hecho en estos años no ha mitigado la insatisfacción. Y la irritación parece que estuviera aumentando.
Pero sucede un hecho aparentemente llamativo: hay jóvenes que, a pesar de tener trabajo en la industria o el turismo en la provincia, lo dejan para marchar a las grandes ciudades: Zaragoza, Valencia, Madrid. Esto es una queja de algunos alcaldes. Como explica José Ramón Bada en su libro "La sed. Monegros y otra escala de valores" las personas de hoy en día buscamos, sobre todo, tener acceso a las cosas con la mayor inmediatez posible y estar bien conectados a las redes de comunicación. Y eso sólo se consigue en las grandes ciudades. Por eso hay un traslado a las ciudades por considerarse el medio más adecuado para la realización personal en el mundo actual.
Parece difícil que aunque la economía de Teruel crezca y, por ejemplo se alcance el objetivo de los 50.000 habitantes en la capital, desaparezca la insatisfacción. Porque los jóvenes seguirán prefiriendo vivir en una gran ciudad antes que en una pequeña capital de provincias, que seguirá sin satisfacer las "necesidades" de hoy en día. Y esa realidad seguirá generando frustración. Los hijos que estudian fuera no vuelven a una ciudad pequeña. Por falta de trabajo y/o de alicientes. (Me gustaría disponer del dato de qué tipos de empleos se están generando y el porcentaje de ellos ocupados por inmigrantes, en Teruel).
Así, que la tarea que hay emprendida por el crecimiento económico turolense a toda costa, reivindicando infraestructuras e inversiones, puede ser necesaria, no sé, pero no va a ser suficiente para calmar la insatisfacción de fondo. ¿Lo han pensado los políticos y fuerzas vivas que han tomado este rumbo? ¿Saben a dónde nos quieren llevar?.
¿O quizá estoy equivocado y con el AVE, la autovía de Cuenca, la de Monreal-Alcolea, el ferrocarril en condiciones, se alcanzará un nivel de actividad que satisfaga las expectativas de vida del común del turolense? ¿O por lo menos el ciudadano se sentirá atendido, querido por el estado y será eso lo que le recompense? (En el fondo "lo que necesitamos es amor").
En todo caso esta apuesta por el mayor crecimiento posible tiene una derivada a destacar, entre otras: la pérdida de patrimonio natural, cultural y paisajístico. Las infraestructuras, el urbanismo, el esquí, la minería, la industria ocasionan impacto ambiental. La opinión generalizada en Teruel es que dada la situación de penuria y de desventaja de la provincia respecto a otros lugares españoles, la cuestión ambiental no puede frenar ningún proyecto que genere empleo. Incluso de forma implícita se pide una cierta excepcionalidad en la aplicación de la normativa ambiental vigente.
Recientemente, algunos turolenses que trabajan en empresas importantes de la provincia me han confesado, medio en broma medio en serio, que no ven mal algunas de estas infraestructuras que impactan sobre la naturaleza, siempre y cuando no afecten a sus territorios preferidos, los que recorren y pasean con deleite para "cargar las pilas", los que les alimentan su espíritu, los que les ayudan a encontrar serenidad y sosiego o los que forman parte de sus señas de identidad. Y es que hay más personas de las que podría parecer en principio para las que la naturalidad y soledad del paisaje turolense constituyen una fuente de bienestar emocional imprescindible. Y pueblos enteros, como Aguilar de Alfambra, que valoran más su paisaje que los supuestos beneficios de una industria extractiva. Se ha escrito que la Celtiberia era el mejor territorio para comunicarse con los dioses en la Iberia pre-romana. No lo sé, pero hoy en día las sierras, las parameras, los vagos y tantos rincones del paisaje de Teruel siguen transmitiendo una fuerza y espiritualidad extraordinarias. Esto va a quedar muy diezmado con la dinámica del crecimiento incesante, que reduce la naturalidad del paisaje turolense. Porque no se trata tanto de su riqueza biológica, sino de su naturalidad. En Teruel hay grandes extensiones de paisajes deforestados con los suelos erosionados, degradados por nuestros antepasados, quienes llevaron a cabo una gestión no sostenible. ¡Tantos cabezos y parameras pelados! Sin embargo, aunque desvestidos de la cubierta forestal, y desprovistos del suelo, su aspecto natural por ausencia de estructuras artificiales ligadas al urbanismo, infraestructuras o industria, transmite. Transmite mucho, como el desierto, las estepas, los altiplanos, la alta montaña, también desolados.
Esta reflexión puede resultar ridícula y aún insultante para algunos. El paradigma actual sostiene que el paisaje está para producir, "para dar de comer" por encima de las demás cosas. Producir bienes materiales. ¿Se imaginan una sociedad que decidiese proteger espacios naturales por su valor emocional o espiritual? Eso lo hacían y lo hacen algunas comunidades indígenas. ¡Pero nosotros!
Se ha fijado la idea de que "Teruel está muy mal socio-económicamente" y que hay que hacer "lo que sea" para sacarlo adelante. Y este paradigma se ha impuesto de tal manera que quien se sale de él, e incluso quien sólo lo matiza, recibe críticas feroces. Por ello el margen en lo ambiental es escaso. Y hay otra derivada más. El diagnóstico negativo y victimista tapa los valores positivos que tiene la vida en Teruel y que escasean en las grandes ciudades: la paz social, la seguridad, la tranquilidad, la proximidad a la naturaleza, las relaciones más humanas, entre otras.
Quienes pensamos que desarrollo es mucho más que crecimiento económico nos encontramos incómodos con la visión reduccionista vigente. Y también con la agresividad con que se impone. Pero tenemos derecho a expresar que el desarrollo también -sobre todo- debe ocuparse de la parte emocional y espiritual del ser humano. Que el territorio turolense es privilegiado en este sentido. Que el crecimiento basado en la aplicación de tecnología impacta sobre el territorio y cercena sus valores más intangibles.
Cómo compaginar una economía con la vitalidad necesaria para que la sociedad funcione y haya unas ciertas expectativas de futuro, con la conservación y restauración del patrimonio natural es un reto para el que no tengo respuesta ni estoy capacitado. Pero sí tengo derecho a pedir que las autoridades se apliquen a esa tarea. Entre otras cosas porque lo manda la Constitución del 78 y las directivas europeas.
JMNicolau, noviembre 2008
7 comentarios:
Existe un mapa (http://meipi.org/nimby) en el que se pueden introducir todos los casos de conflictos por la instalación de antenas de telefonía móvil , infraestructuras, empresas y otras actividades nocivas. Se lo envío por si quieren d utilizarlo como plataforma para geo-localizar su caso. Se trata de una investigación abierta recientemente para visualizar en un sólo mapa todos los conflictos ambientales abiertos en el país.
Tan sólo tienen que registrarse en diez segundo y situar en el mapa el lugar del caso.
Interesantísima reflexión, que compartimos casi al cien por cien.
En mi trabajo profesional como dinamizador cultural y como técnico en desarrollo rural (hoy como agente de desarrollo local y empleo), en general, compartimos la teoría bien conocida de que el problema básico es cultural. El Sr. Bada en su escrito lo dice bastante claro, "la mitad de la población de aragón vive en Zaragoza y al menos la mitad del resto quiere irse a vivir a Zaragoza" (o algo así). Los movimientos neorurales son residuales, etc...
En mis cursos de doctorado investigué algo sobre el tema y seguía apareciendo el tema cultural como base de la despoblación. En mi zona, el Bajo Martín, una gran empresa (PRenavisa- Pretersa) da trabajo a la gran mayoría de la población de la zona. Y aunque se ha mantenido la población, es algo significativo que se ha mantenido gracias a la emigración, que cualquier sociólogo, geógrafo o cualquier buen observador sabe que es una población, como es lógico, que se mueve mucho. Pero se ha seguido perdiendo población autóctona. ALgunos pueblos de los alrededores de Híjar, de donde yo soy, sufrieron una descontrolada emigración joven en cosa de diez años (mis quintas) por el simple hecho de que dos o tres personas de unas cuadrillas de amigos determinadas subieron a Zaragoza a estudiar y trabajar. Parece extraño?? Pues es menos extraño de lo que parece y mucho más habitual. Sólo en mi cuadrilla de amigos, de una clase de 18 personas, en los últimos cinco años hay cuatro o cinco personas que o se han subido a vivir a la capital o se han comprado algo allí (como inversión) con idea de establecerse definitivamente.
Y a pesar de que sociólogos, geógrafos e investigadores compartan esta visión científica de la despoblación, llamémosla cultural, los políticos siguen insistiendo en los macroproyectos, aunque conozcan la dimensión cultural del problema. Por qué?? Elemental, por simple populismo, porque vende mas. Pero lo curioso es que vende más también entre los emigrantes que abandonaron sus pueblos. Y eso que muchos de esos emigrantes, engañándose a si mismos, insisten que abandonaron su pueblo por temas socio-económicos, cuando su mayor motivación, casi sin saberlo, es una motivación cultural. Gente que viven en Zaragoza con un salario igual o poco más alto pero con unos gastos (sólo en hipoteca) que multiplican a los de los pueblos. POr no hablar del problema del Ocio. Si, amigos, porque la juventud necesita ocio y consumo, que es también un hecho cultural que nuestros padres y abuelos no necesitaron. La juventud necesita emborracharse, ir de fiesta, conocer chicas y chicos para alternar... Y eso es un hecho que difícilmente se puede hacer en la mayoría de los pueblos de la provincia. Y sin ocio, entendido por el ocio mayoritario de hoy en día, no hay juventud, y sin juventud difícilmente habrá pueblo.
Bueno, espero que os resulte interesante estas reflexiones desde la Tierra Baja
Un saludo, el Mestizo (http://mestizo.blogia.com)
PUBLICADO EN DIARIO DE TERUEL/Viernes, 5 de diciembre de 2008
TRIBUNA ABIERTA
Cuenca-Teruel
PEDRO PEINADO GIL *
La lectura de la Resolución de 17 de octubre de 2008 de la Secretaría de Estado de Cambio Climático, por la que se formula declaración de impacto ambiental del proyecto Autovía Cuenca-Teruel, nos da conocimiento de la gran riqueza medioambiental que ambas provincias disponen. Esta tierra, afortunada en lo natural, es pobremente poblada, mal comunicada secularmente y herida de muerte si no nos aplicamos en los próximos años.
Vuelve a plantearse la falsa incompatibilidad entre la defensa del medio ambiente y las necesidades de progreso. Vuelven a entretenernos con las disputas entre los ecologistas y los que suponen que con fuertes inversiones en infraestructuras podríamos darle un impulso a esta tierra olvidada por los siglos de los siglos.
Todos estamos de acuerdo en la necesidad de una mejora de comunicación entre Teruel y Cuenca. La mejor alternativa, al parecer de nuestras instituciones y muchos serranos, es una autovía. Concursan varias razones para ello. Rompería el aislamiento de muchos pueblos, facilitaría la descongestión de la Autovía del Mediterraneo, abriría un eje alternativo a las autopistas del Levante y daría oportunidades de negocio a dos provincias olvidadas de la España interior, que ven con pesimismo que todas las oportunidades brindadas por la historia fueron y son para relegarlas al olvido. Tanto es así que los vecinos de Teruel siguen reivindicando que existe.
Estratégicamente, la unión de las dos ciudades con la parte alta del Mediterráneo abriría unas posibilidades económicas excelentes. No hay que ser muy listo para sentenciar que el comportamiento de los que gobiernan con tanto fasto la Comunidad fallera, hayan realizado una evaluación negativa de la autovía, “proponiendo que se descartara el proyecto habida cuenta del grave impacto ambiental, de que las medidas correctoras no serían suficientes para corregir los impactos previsibles y estimando que las mejoras recientes (1997) son suficientes para responder al uso actual y previsible de la N-420”. Ellos, tan sensibles a los impactos ambientales y tan amantes de España, han hecho lo posible para que la autovía no se realizara. Sospecho que podrían acortar su camino muchos españoles, muchas mercancías y muchos turistas que, brevemente, atravesarían la provincia de Valencia, pero por los puertos de Ademuz y no por su puerto marítimo. Flaco favor a esta isla de interior le ha hecho su gobierno.
Los que vivimos y conocemos la zona, sabemos de la necesidad de esa comunicación o, por lo menos, de la necesidad de modernizar ese vial que conectaría por autovía Teruel con Madrid. Los actuales trazados de la N-420, que en muchas ocasiones atraviesan las poblaciones por su calle Mayor con un continuo transitar de camiones, están obsoletos. Desde Torrebaja a Teruel, la carretera serpentea estrecha y la sorpresa vive escondida tras cada curva. Igual te cruzas con un señor que va a regar su huerto en bicicleta o con los camiones de las minas de Riodeva.
En Cuenca nos encontramos con una situación semejante a la anterior, especialmente con el tramo de la actual carretera en paralelo con el Cabriel, sin olvidar las travesías de Fuentes, Salinas del Manzano y Cañete, que obligan a tomar medidas y, estas correrán el riesgo de no poder acometerse por su impacto medioambiental.
Uno de los argumentos esgrimidos contra la autovía hace referencia al poco tráfico que actualmente circula por esta carretera, pero deberíamos preguntarnos el por qué y deberían evaluarse sus posibilidades de crecimiento, muchas, pues nos uniría de norte a sur con Francia y Andalucía. El coste: unos daños medio ambientales profundos, tal como recoge la citada resolución, pero la población no aprecia el conservacionismo, pues este no le supone mejora alguna.
Las administraciones, en este caso la europea, delimitan una serie de zonas de protección alta, pero, a cambio, los que vivimos en la Serranía no encontramos beneficios de tal protección. Debe haber alternativas. No puede considerarse a este territorio como una isla a la que hay que proteger del impacto de una autovía y nadie se preocupa de las personas que allí viven, pues somos pocos, pero necesarios; si tan importante es nuestro territorio ¿por qué no se le da a su población un tratamiento similar al que merece nuestro medio ambiente? Nos podemos plantear: bien, señores y señoras, seremos una de las reservas naturales del planeta, pero somos nosotros los que la cuidamos y hemos logrado con mucha hambruna que estos parajes sean el delirio de la UE.
No tenemos ferrocarril, no tenemos autovías, no tenemos más que carreteras angostas, no tenemos ADSL, y a su vez tenemos la suerte de vivir en uno de los espacios más bonitos, pero con la vista no se come. El bonito paisaje no da posibilidad de desarrollo si no se acompañan de medidas protectoras y dinamizadoras de la población.
Puedo llegar a entender, pues de mi sensibilidad con y para la naturaleza no hay ninguna duda, que los males causados fueran irreversibles, pero compartimos lo manifestado por el consejero Martínez Guijarro: “es una mala noticia que da al traste con las expectativas de desarrollo de la Serranía conquense”; y turolense, añado, que no se nos olvide, pues este camino lo tenemos que hacer juntos. Si el camino del progreso no pasa por la autovía, deberíamos plantearnos de qué manera hacemos avanzar a esta tierra e impedir que no seamos los últimos mohicanos, quise decir, serranos.
* Secretario Técnico de la Red Tierras de Moya y presidente de La Gavilla Verde.
Nuestras reflexiones sobre un futuro mejor, al menos las mías, no quisiera fueran interpretadas como las de aquel que vive en la ciudad, que intenta solucionar los problemas a los del pueblo.
Mi preocupación por el territorio, lo es sobre el momento que me toca vivir y el modelo de desarrollo imperante, en el que un sistema urbano canaliza satisfacer sus necesidades con el flujo de recursos del exterior. Un modelo poco equitativo en la distribución de la riqueza, que además genera una gran fractura social y un grave impacto ambiental global sobre el entorno, también en su propio medio, la ciudad.
Esta situación, de la que hoy somos conscientes surge de una larga evolución de nuestro pasado.
Así pues, nuestro origen en una sociedad campesina, podemos encontrarlo en el ensayo sobre Los Campesinos escrito en 1971 por Eric R. Wolf. Una sociedad en sus orígenes capaz de sobrevivir autosufiente sin depender del exterior, que comenzó a evolucionar, volviendo más compleja su estructura social, también modificando su entorno en un proceso del que podemos retrotraernos a varios miles de años atrás en el Neolítico. Ello nos lo cuenta Wolf, y de todo este proceso podemos encontrar referencias en sociedades en diferente grado de evolución del Planeta:
"Los campesinos.- constituían un modelo social caracterizado por el control de sus medios de producción. Este sistema simple ha sido reemplazado por otros en los que el control de la producción, incluyendo el trabajo humano, pasa de las manos de los productores primarios a las de grupos que no cargan con el proceso de producción propiamente dicho, sino que asumen funciones especiales de administración y ejecución, fundados en el uso de la fuerza.
En las sociedades primitivas, los campesinos son labradores y ganaderos rurales cuyos excedentes son transferidos a un grupo dominante de gobernantes que los emplea para asegurar su propio nivel de vida y que distribuye el remanente a los grupos sociales que no labran la tierra, pero que han de ser alimentados a cambio de otros géneros de artículos que ellos producen.
Un labrador cesa en sus esfuerzos productivos a partir del momento en que su mínimo de calorías y su fondo e reemplazo estén asegurados.
Existen imperativos sociales, todas las relaciones sociales están, pues, rodeadas de un ceremonial, y el ceremonial puede ser pagado con trabajo, bienes o dinero. si los hombres han de mantener relaciones sociales, han de trabajar también para constituir un fondo destinado a los gastos que esas relaciones originen, esa reserva de dinero constituye el fondo ceremonial, lo que o liba a a producción de excedentes por encima del fondo de reemplazo.
Allá donde alguien ejerce un poder superior efectivo, o dominio, sobre un agricultor, éste se ve obligado a producir un fondo de renta. Esta producción del fondo de renta es lo que, críticamente distingue al campesino el agricultor primitivo.
La primera característica fundamenta de la economía campesina consiste en que es una economía familiar. Toda su organización esta determinada por la composición de la familia del campesino, el número de miembros que integra, su coordinación, sus demandas de consumo, y el número e trabajadores con que cuenta. esto explica por qué la concepción de beneficio en la economía campesina difiere de la que tiene la economía capitalista, y por qué la concepción capitalista del beneficio no puede ser aplicada a la economía del campesino. Dado que el principal objetivo de la economía campesina es la satisfacción el presupuesto anual de consumo de la familia, su mayor interés no radica en la remuneración de la unidad de trabajo (el trabajo diario), sino en la del trabajo de todo el año.
El perenne problema de campesinado consiste, pues, en equilibrar las demandas del mundo exterior con la necesidad de aprovisionamiento del campesino para su casa. Para resolver este problema esencial, los campesinos ponen en práctica dos estrategias diferentes: Aumentar la producción y reducir de consumo.
Es de destacar elementos fundamentales de este tipo de sociedad como:
Los mercados, internos o derivados hacia el exterior
Los tipos de dominio:
Dominio Patrimonial.- También llamado feudal, la tierra esta en manos de señores que heredan el dominio. El campesino es siempre la base de esa pirámide de organización social, sosteniéndola con su fondo de excedentes, que paga en forma de productos, trabajo y dinero.
Dominio prebendal.- Difiere del Patrimonial en que no es susceptible de herencia, pero garantiza a unos perceptores el cobro de tributos al campesinado por a condición de servidumbre que afecta a este estrato social
Dominio mercantil.- La tierra es considerada propiedad privada del terrateniente, para ser comprada o vendida y obtener provecho con su laboreo, La tierra constituye una mercancia ".
Nuestras referencias a esa sociedad idealizada, bajo mi punto de vista vienen de “los últimos campesinos de nuestros pueblos”. Miguel Delibes ha centrado gran parte de su obra en Castilla, lo castellano y los castellanos; así titulo un libro dedicado a Castilla, donde se describe su paisaje y sus gentes con fragmentos de su diversa obra literaria. John Berger, nos mostro estos últimos coletazos rurales en su trilogía “Puerca Tierra”. Gimenez Corbaton, en la trilogía que inicia con “El fragor del Agua” nos lo muestra en las tierras del Maestrazgo.
De nuestra experiencia recorriendo en las últimas décadas estas tierras y la lectura de estos referentes literarios, sacamos conclusiones como las que dice Délibes:”Si el hombre es un ser sociable por naturaleza, habrá que convenir que el castellano lo en una modesta medida, esto es, menos que los demás hombres. El castellano rural propende al retraimiento a la hurañía, manifestación suprema el laconismo puesto que el huraño no sólo rehúye la conversación sino también la presencia”.
Pero también de los últimos sabios, del saber de esa otra forma de vivir, sobre o que hemos leído y lo que hemos escuchado, sabemos de ese inmenso conocimiento de quien su vida la vincula a su Tierra y sobre ella gira cada una de sus actividades diarias, y de ahí el inmenso respeto que siente hacía ella. Y esto es lo que quisiéramos que no ser perdiera en el futuro, en el nuevo orden que debe nacer si pretendemos seguir habitando la Tierra.
La crisis ambiental, la no menos alarmante crisis social, la crisis económica del sistema que ya se mostraba como único y verdadero “el capitalismo”, debe forzarno a buscar una alternativa, un mundo mejor.
La ciudad, feroz y hambrienta de recibir flujos del exterior para sobrevivir, no puede ser el modelo. Quizás en esas experiencias remotas del mundo rural, donde crecer no era preferente, donde pénsamos se fraguo un tejido social -fruto de él son todo ese rico patrimonio cultural, artístico y de costumbres-, podamos encontrar referencias a esa nueva cultura de la que se habla en ciertos circulos centrada en “decrecer”.
Un territorio como el de Teruel, ofrece un medio para experimentar.
Pero decrecer, plantear el desarrollo sin el crecimiento, no es fácil para una sociedad como la nuestra, que hemos sido educadas, que llevamos ya al menos tres generaciones con este horizonte en nuestra vida y para quién no lo logra se siente fracasado. Qque diferencia de esos relatos del viejo con la piel arrugada, toda su vida centrada en su Masada, que muere con la tranquilidad y la plenitud de saber que lugar ha ocupado en el mundo.
Por ello no es popular hablar y escribir de esta forma en un Teruel, como dice JM Nicolau, insaciable en satisfacer sus demandas de infraestructuras públicas, de inversiones, de crecimiento demográfico.....
Cuando nos presentan datos, curiosamente muchos de ellos optimistas, en freno al declive demográfico, incremento de productividad, bajo mi punto de vista reflejan variables de macroeconomía que olvidan analizar directamente el territorio:
-Los datos productivos de Andorra y las Cuencas Mineras, solo son números. ¿Han supuesto una mejora de la calidad de vida sostenible?. Curiosamente hoy reflejan, al contrario que el resto de la provincia, datos negativos en crecimiento demográfico y productividad, porque aquél módelo no fue sostenible y no ha podido mantenerse en el tiempo ni mantener la población. ¿desarrollo un territorio?.
-Quizás, los datos favorables de la Sierra de Gudar, estén reflejando una situación engañosa, centrada en un crecimiento desmedido del sector de “La Construcción y el turismo ”, que en un plazo relativamente corto nos lleve, como en las Comarcas referidas en el punto anterior, a la realidad.
-Los indices de recuperación demográfica sobre la base de la población inmigrante, puede ser solo un espejismo pasajero. Ello sin duda será así si estos nuevos pobladores no somos capaces de vincularlos a la Tierra y que esta la sientan como suya. De que descubran nuevos valores en lo que significa desarrollo y calidad de vida. Y no olvidemos que la sociedad rural, al menos en estas tierras, estuvo marcada por grandes fracturas sociales impuestas por el reparto de la tierra, el caciquismo, etc. Que no se resolvieron y que quedaron aparcadas por el desarrollo industrial que llevo el flujo migratorio de la población desfavorecida hacia las ciudades, y que pueden repetirse de nuevo si no se solucionan las causas que lo motivaban.
-¿Pueden las macrogranjas de cerdos significar una alternativa a los pueblos? ¿Que los puestos de trabajo que generan mantengan una escuela abierta en un pueblo, es suficiente?
-Acaso no deberíamos buscar formulas para conocer lo que significa satisfacer necesidades fundamentales, como la educación y la sanidad, en la ruralidad. ¿Si el referente es un hospital y un centro educativo de la ciudad, las gentes que habita un pueblo no se sentirá discriminada?.
Yo no tengo soluciones, intuyo por que camino no vamos a encontrarlas y por ello insisto en la ruta por la que deberíamos transitar. En mi caso los indicadores de referencia son el paisaje, la vida silvestre y aquella vinculada a una forma de trabajar y vincularse por la Tierra, porqué aquí encuentro un referente para seguir buscando “un mundo mejor”
APORTACIONES AL DEBATE SOBRE EL FUTURO DE TERUEL
Creo que hay un conjunto de factores que inciden en el cierto desapego por parte de la sociedad actual al mundo rural del interior. Es cierto que se ha importado el modelo urbano del éxito ligado a las grandes ciudades y en este sentido, en la cultura mental de nuestra sociedad, pervive el concepto del exito asociado a las grandes ciudades. Aunque se este en peores condiciones en lo relativo a la vivienda, al trabajo e incluso ante el clima laboral, se prefiere y se elige por parte de los jóvenes la " apariencia del exito" ante el rol social de la aceptación a un cierto fracaso impuesto por la sociedad.
Por otro lado, hay una cultura del ocio importada de la ciudad que hay que aceptar. Queremos estar rodeados de gente, tener la posibilidad de cruzarte miradas en los bares, en los paseos, en la calle, sentirte anónimo en un mundo intercomunicado. Eso no tiene que ser malo, pero hay que reconocer que todavia tenemos que valorar que hay otro tipo de ocios mas silenciosos que perviven en el medio rural que son paradojicamente mas humanos, mas vivos y en muchas ocasiones mas granujas que lo que puedas hacer en las ciudades.
Yo creo que lo que hay que hacer es continuar con esa promoción de los valores que aporta el medio rural, plantear propuestas de desarrollo, tener contacto fluido con el mundo urbano. Es cierto que, tal y como comenta Jose Manuel Micolau, la opinión generalizada en Teruel radica en el hecho del mantenimiento del empleo- aunque sea precario- sacrificando algunas partes de los baluartes de la Provincia, como el Medio Ambiente Local, y el Paisaje Cultural. Durante estos años, se han intentado plantear propuestas de desarrollo ligados al sector servicios, como el Turismo Rural o el fomento de la agroalimentación de calidad. Creo que no hay que abandonar este tipo de sectores que asientan población. No obstante, tenemos que encontrar la fórmula por la cual Teruel y mas específicamente las sierras interiores de Teruel sean referenciadas por su aportación global al mantenimiento de la biodiversidad cultural y natural, y que como contraparte, desde el medio urbano se valore dicha aportación y haya una retribución por ello. Aunque es una empresa difícil, creo que puede ser posible.
Jorge Abril
Colectivo Sollavientos.
Transcribo los últimos párrafos del discurso de Miguel Delibes de ingreso en la Real Academia Española, titulado “El sentido del progreso desde mi obra”, escrito en 1973 y posteriormente recogido, junto a otros trabajos, en su libro S.O.S., también con él, concluye su libro Castilla, lo castellano y los castellanos:
A la vista de los papeles garrapateados por mí hasta el día no necesito decir que el actual sentido del progreso no me va, esto es, me desazona tanto que el desarrollo técnico se persiga a costa del hombre como que se plantee la ecuación Técnica-Naturaleza en régimen de competencia. El desarrollo, tal como se concibe en nuestro tiempo, responde, a todos los niveles, a un planteamiento competitivo. Bien mirado y cada día parece más lejana la fecha en que seamos capaces de ir juntos a alguna parte. Se aducirá que soy pesimista, que el cuadro que presento es excesivamente tétrico y desolador, y que incluso ofrece unas tonalidades apocalípticas poco gratas. Tal vez sea así: es decir, puede que las cosas no sean tan hoscas como yo las pinto, pero yo no digo que las cosas sean así, sino que, desgraciadamente, yo las veo de esa manera. Por si fuera poco, el programa regenerador del Club de Roma con su fórmula del “crecimiento cero” y el consiguiente retorno al artesanado y “a la mermelada de la abuelita”, se me antoja, por el momento, utópico e inviable. Falta una autoridad universal para imponer estas normas. Y aunque la hubiera: ¿cómo aceptar que un gobierno planifique nuestra propia familia? ¿Sería justo decretar un alto en el desarrollo mundial cuando unos pueblos -los menos- lo tienen todo y otros pueblos -los más- viven en la miseria y la abyección más absolutas?. Sin duda la puesta en marcha del programa restaurador del Club de Roma exigiría unos procesos de adaptación éticos, sociales, religiosos y políticos, que no pueden Improvisarse. O sea, hoy por hoy, la Humanidad no está preparada para este salto. Algunas gentes, sin embargo, ante la repentina crisis de energía que padece el mundo, han hablado, con tanta desfachatez como ligereza, del fin de la era del consumismos. Esto, creo, es mucho predecir. El mundo se acopla a la nueva situación, acepta el paréntesis; eso es todo. Mas, mucho me temo que, salvadas las circunstancias que lo motivaron, las fiebre del consumo se despertará aún más voraz que antes de producirse. Ca be, claro está, que la crisis se prolongue, se haga endémica, y el hombre del siglo XX se vea forzado a altear sus supuestos. Mas esta alteración se soportará como una calamidad, sin el menor espíritu de regeneración y enmienda. En este caso, la tensión llegará a hacerse insoportable. A mi entender, únicamente un hombre nuevo -humano, imaginativo, generoso- sobre un entramado social nuevo, sería capaz de afrontar, con alguna posibilidad de éxito, un programa restaurador y de encauzar los conocimientos actuales hacia la consecución de una sociedad estable. Lo que es evidente, como dice Alain Hervé, es que a estas alturas, si queremos conservar la vida, hay que cambiarla.
Pero a lo que iba, mi actitud ante el problema -actitud pesimista, insisto- no es nueva. Desde que tuve la mala ocurrencia de ponerme a escribir, me ha movido una obsesión antiprogreso, no porque la máquina me parezca mala en sí, sino por el lugar en que la hemos colocado con respecto al hombre. Entonces, mis palabras de esta noche no son sino la coronación de un largo proceso que viene clamando contra la deshumanización progresiva de la Sociedad y la agresión a la Naturaleza, resultados, ambos de una misma actitud: la entronización de las cosas. Pero el hombre. Nos guste o no, tiene sus raíces en la Naturaleza y al desarraigarlo con el señuelo de la técnica, lo hemos despojado de su esencia. Esto es lo que se trasluce, imagino, de mis literaturas y lo que qui´za indujo a Torrente Ballester a afirmar que para mí “el pecado estaba en la ciudad y la virtud en el campo”. En rigor, antes que menosprecio de corte y alabanza de aldea, en mis libros hay un rechazo de un progreso que envenena la corte e incita a abandonar la aldea. Desde mi atalaya castellana, o sea, desde mi personal experiencia, es esta problemática la que he tratado de reflejar en mis libros. Hemos matado la cultura campesina pero no la hemos sustituido por nada, al menos, por nada noble. Y la destrucción de la Naturaleza no es solamente física, sino una destrucción de su significado para el hombre, una verdadera amputación espiritual y vital de éste. Al hombre, ciertamente, se le arrebata la pureza del aire y del agua, pero también se le amputa el lenguaje, y el paisaje en que transcurre su vida, lleno de referencias personales y de su comunidad, es convertido en un paisaje impersonalizado e insignificante.
El éxodo rural, por lo demás, es un fenómeno universal e irremediable. Hoy nadie quiere parar en los pueblos porque los pueblos son el símbolo de la estrechez, el abandono y la miseria. Julio Senador advertía que el hombre puede perderse lo mismo por necesidad que por saturación. Lo que no imaginaba Senador es que nuestros reiterados errores pudieran llevarle a perderse por ambas cosas a la vez, al hacer tan invivible la aldea como la megápolis. Los hombres de la segunda era industrial no hemos acertado a establecer la relación Técnica-Naturaleza en términos de concordia y a la atracción inicial de aquélla concentrada en las grande urbes, sucederá un movimiento de repliegue en el que el hombre buscará de nuevo su propia personalidad, cuando ya tal vez sea tarde porque la Naturaleza como tal habrá dejado de existir.
En esta tesitura, mis personajes se resisten, rechazan la masificación. Al presentárseles la dualidad Técnica-Naturaleza como dilema, optan resueltamente por ésta que es, quizá, la última oportunidad de optar por el humanismo. Se trata de seres primarios, elementales, pero que no abdican de su humanidad; se niegan a cortar las raíces. A la sociedad gregaria que les incita, ellos oponen un terco individualismo. En eso, tal vez, resida la última diferencia entre mi novela y la novela objetiva o behaviorista. Ramón Buckley ha interprtado bien mi obstinada oposición al gregarismo cuando afirma que en mis novelas yo me ocupo “del hombre como individuo y busco aquellos rasgos que hacen de cada personal un ser único, irrepetible”. Es ésta, quizá, la última razón que me ha empujado a los medios rurales para escoger los protagonistas de mis libros. La ciudad uniforma cuanto toca; el hombre enajena en ella sus perfiles característicos. La gran ciudad es la excrecencia y, a la vez, el símbolo del actual progreso. De aquí que el Isidoro, protagonista de mi libro Viejas historias de Castilla la Vieja, La rechace y exalte la aldea como último reducto del individualismo.
Esto ya expresa en mis personajes una actitud ante la vida y un desdén explícito por un desarrollo desintegrador y deshumanizador, el mismo que induce a Nini, el niño sabio de Las ratas a decir a Rosalino, el Encargado, que le presenta el carburador de un tractor averiado, “de eso no sé, señor Rosalino, eso es inventado”. Esta respuesta displicente no envuelve un rechazo de la máquina, sino un rechazo de la maquina en cuanto obstáculo que se interpone entre los corazones de los hombres y entre el hombre y la Naturaleza. Mis personajes son conscientes, como lo soy yo, su creador, de que la máquina, por un error de medida ha venido a calentar el estómago del hombre pero ha enfriado su corazón.
Mis personajes, por otro lado, hablan poco, es cierto, son más contemplativos que locuaces, pero antes que como recurso para conservar su individualismo, como dice Buckley, es por escepticismo, porque han comprendido que a fuerza de degradar el lenguaje lo hemos inutilizado para entendernos. De ahí que el Ratero se exprese por monosílabos; Menchu en su monólogo interminable, absolutamente vacío; y Jacinto San José, trate de inventar un idioma que lo eleve sobre la mediocridad circundante y evite su aislamiento. Mis personajes no son, pues, asociales, insociables ni insolidarios, sino solitarios a su pesar. Ellos declinan un progreso mecanizado y frío, es cierto, pero, simultáneamente, este progreso los rechaza a ellos, porqu eun progreso competitivo, donde impera la ley del más fuerte, dejará ineluctalbmente en la cuneta, a los viejos, los analfabetos, los tarados y los débiles. Y aunque un día llegue a ofrecerles un poco de piedad organizada, una ayuda -no ya en cuanto semjantes sino en cuanto perturbadores de su plácida digestión- siempre estará ausente de ella el calor. “El hombre es un ser vivo en equilibrio con los demás seres vivos”, ha dicho Faustino Cordón. Y así debiera ser, pro nosotros, nuestro progreso despiadado, ha roto este equilibrio con otros ser4es y de unos hombres con otros hombres. De esta manera son muchas las criaturas y pueblos que, por expresa renuncia o porque no pudieron han dejado pasar el tren de la abundancia y han quedado marginados. Son seres humillados y ofendidos -la Dese, el viejo Eloy, el Tío Ratero, el Barbas, Pacífico, Sebastían...- que inútilmente esperan, aquí en la Tierra, algo de un Dios eternamente mudo y de un prójimo cada día más remoto. Estas victimas de un desarrollo tecnológico implacable, buscan en vano un hombro donde apoyarse, un corazón amigo, un calor, para constatar, a la postres, como el viejo Eloy de La Hoya Roja, que “el hombre al meter el calor en un tubo creyó haber resulto el problema pero, en realidad, no hizo sino crearlo porque era inconcebible un fuego sin humo y de esta manera la comunidad se había roto”.
Seguramente esta estimación de la sociedad en que vivimos es lo que ha movido a Francisco Umbral y Eugenio de Nora a atribuir a mis escritos un sentido moral. Y, en verdad, es este sentido moral lo único que se me ocurre oponer, como medida de urgencia, a un progreso cifrado en el constante aumento del nivel de vida. A mi juicio, el primer paso para cambiar la actual tendencia del desarrollo, y, en consecuencia, de preservar la integridad del Hombre y de la Naturaleza, radica en ensanchar la conciencia moral universal. Esta conciencia moral universal, fue, por encima del dinero y de los intereses políticos, la que detuvo la intervención americana en el Vietnan y la que viene exigiendo juego limpio en no pocos lugares de la Tierra. Esta conciencia, que encarno preferentemente en un amplio sector de la juventud, que ha heredado un mondo sucio en no pocos aspectos, justifica mi esperanza. Muchos jóvenes de este y del oeste reclaman hoy un mundo más puro, seguramente, como dice Burnet, por ser ellos la primera generación con DDT en la sangre y estroncio 90 en sus huesos.
Porque si la aventura, ha de traducirse inexorablemente en un aumento de la violencia y la incomunicación; de la autocracia y la desconfianza; de la injusticia y la prostitución de la Naturaleza; el sentimiento competitivo y del refinamiento de la tortura; de la explotación del hombre por el hombre y la exaltación del dinero, en ese caso yo, yo gritaría ahora mismo, con el protagonista de una conocida canción americana: “¡Que paren la Tierra, quiero apearme!”.
Un análisis anticapitalista frente al desarrollismo
En tiempos de crisis económica, a las puertas de una crisis energética de proporciones descomunales, peak oil mediante, los agentes sociales, desarrollistas organizados y demás parafernalia pretendidamente representativa del resto de mortales siguen tocando las cornetas de la asimetría en la distribución territorial de recursos, azuzando el podrido árbol de la ideología del progreso y el desarrollo (económico) a ver si cae alguno de sus últimos y venenosos frutos, obviando o dejando en segundo plano (lo que a efectos prácticos viene a ser lo mismo) la desigualdad entre clases, norte/sur y el grave problema ecológico al que tiene que enfrentar la humanidad en las próximas décadas.
¿De dónde venimos?
El declive poblacional de Teruel y otras zonas rurales de la península ibérica comienza a finales del siglo XIX y principios del XX con el establecimiento de polos industriales donde se focaliza la producción y la población, donde ingentes migraciones convierten a los campesinos en obreros industriales.
La construcción de las primeras líneas de ferrocarril suponía el medio para trasladar los trabajadores y las materias primas a las zonas tocadas por la mano del industrialismo. Era el comienzo hacia una movilidad espacial creciente exponencialmente hasta nuestros días: donde esta movilidad motorizada ha conseguido pasar prácticamente desapercibida como instrumento de dominación, cuya percepción variaba entre una herramienta emancipadora “que nos libraría de tantas horas de trabajo y de aquellos empleos más pesados” y una tecnología neutral que podía ser utilizada tanto por unos como por otros. Daba igual cuáles fueran los fines de los actores con poder de decisión y los procesos que habían aupado cada tecnología concreta a la generalización y el uso masivo dentro de los límites que las desigualdades de clase / género / generacional / norte-sur ponían en cada momento.
Resquicios de igualitarismo
Aun podemos ver en nuestros pueblos y sierras resquicios de la identidad pérdida en favor del desarrollo del capitalismo. Se sigue utilizando el trueque entre, por ejemplo, hortelanos de la Vega del Turia y otros trabajadores, donde se configura una suerte de intercambio de bienes/servicios/favores sin fecha de caducidad, aunque con evidente minusvaloración del trabajo en el campo producto de la ideología dominante.
Y es que en sus inicios, el espacio del capital era fundamentalmente territorio urbano. Las gentes que vivían en el campo, no realizando sino ocasionalmente intercambios con dinero, quedaban en gran parte fuera de las leyes de la economía. En el caso del Estado español y más concretamente del medio rural turolense, se tardó más que otros sitios en situarlo en el mapa del capital. Quizás la estocada definitiva llegó bien entrado el siglo XX de la mano de la llamada revolución verde donde se arrancaba al territorio su existencia casi extraeconómica –como el agua o el aire–, para su clasificación y entrega al mercado.
La otra cara de la moneda del vaciamiento de nuestro territorio
La urbanización galopante representa la otra cara de la desaparición del mundo rural, integrado en la naturaleza y viviendo de la comercialización de sus excedentes. La masa forestal de los bosques –que ya no se trabajan– se ha compactado, multiplicando el peligro de incendios, los acuíferos se han salinizado o agotado por sobreexplotación, los pantanos han secado los ríos, los hábitats y las montañas son destruidas por carreteras y urbanizaciones, y con ellas los caminos, las acequias, las balsas y las fuentes. El paisaje está salpicado de grúas y líneas eléctricas o proyectos de ellas y la legislación parcialmente ambientalista se utiliza al antojo de los intereses de las administraciones según sea el caso.
Apenas quedan actividades tradicionales ligadas a formas de vida no urbana, pero en cambio, abundan los vertederos y los automóviles. Hoy la agricultura es un subsector de la industria agroalimentaria, no dependiendo para nada de los usos del suelo ni de la gente del lugar; la producción agrícola sólo depende de la maquinaria y de los abonos, siendo, como cualquier producción industrial, gran consumidora de agua y energía y gran engendradora de residuos contaminantes. La actividad agraria se concentra en lugares concretos, para la explotación a gran escala, abandonándose la mayoría del territorio rural al turismo y a la segunda residencia.
¿Cuál es el papel de nuestro territorio en el capitalismo actual?
Tantos cambios tenían que afectar a las ciudades, que, gracias a una pérdida imparable de identidad, llevan camino de convertirse en una versión de una misma y única urbe, o mejor, en partes de una sola megalópolis tentacular, un nodo de la red financiera mundial. Según el dinamismo que presente, aquél puede ser reorganizado funcionalmente (como en Cataluña), vaciado (como en Aragón), o colmatado (como en el País Vasco).
¿Qué diferencias encontramos entre la distribución urbana de Teruel o Valencia? ¿Realmente cambian en algo más que en la proporción la reforma multimillonaria del centro histórico turolense, lucecitas y plazas grises mediante, con la conversión de Valencia en la urbe-espectáculo de la Fórmula 1 o la Copa América?
Y es que a medida que a lo largo del siglo pasado aumentaba la producción y consumo en las zonas urbanas se producía una degradación más rápida e insostenible de los espacios rurales y naturales. ¿Cuál es el espacio reservado a nuestros pueblos?:
Espacio de explotación de recursos naturales: arcillas, madera, energía (eólica, ciclo combinado, térmicas, hídricos …),
Zona de paso de vías de transporte interurbano (corredor cantábrico-mediterráneo, autovía mudéjar, autovía teruel-cuenca como alternativa a la A-3, …)
Vertederos de residuos (almacenamiento de Co2, chatarrería de aviones de Caudé)
Zona de ocio-turismo “de fin de semana” (Pista de esquí, casas rurales, )
Espacio de expansión metropolitana: de sus gentes y sus modos de vida (Gudar-Javalambre como residencia principal de clases medias y medias-altas principalmente valencianas y secundaria de otros much@s más).
La urbe totalitaria
El paso de una economía basada en la producción a otra asentada en los servicios, el imperio de las finanzas sobre los Estados, la desregularización de los mercados (incluido el del trabajo), la invasión de las nuevas tecnologías con la subsiguiente artificialización del entorno vital, el auge de los medios de comunicación unilaterales, la mercantilización y privatización completas del vivir, el ascenso de formas de control social totalitarias… son realidades acontecidas bajo la presión de necesidades nuevas, las que impone el mundo donde reinan condiciones económicas globalizadoras. Dichas condiciones pueden reducirse a tres: la eficacia técnica, la movilidad acelerada y el perpetuo presente.
La adaptación a las exigencias de la globalización requiere acabar con los mismísimos fundamentos de la conciencia histórica, con el propio pensamiento de clase.
Para que las masas sean ejecutoras involuntarias de las leyes del mercado mundial han de estar atomizadas, en continuo movimiento y sumergidas en un inacabable presente repleto de novedades dispuestas ad hoc para ser consumidas en el acto.
Tras la urbanización depredadora nacía una nueva sociedad más desequilibrada que comportaba un modo de vida emocionalmente desestabilizado y un nuevo tipo de persona: frágil, narcisista y desarraigado. La arquitectura y el urbanismo eran las herramientas de fabricación del cocooning de aquel nuevo tipo, liberado del trabajo de relacionarse con sus vecinos, un ciudadano dócil, automovilista y controlable.
La motorización de la población y la apertura de accesos posibilitaron que las ciudades perdieran sus límites y que las segundas o terceras residencias, reflejo de la prosperidad de determinados sectores, desplazaran a las actividades rurales. De este modo, irían cayendo todos los obstáculos físicos, lingüísticos, culturales, psicológicos, morales, etc., que definían la identidad territorial, dando como resultado la desaparición del lugar, la muerte de su carácter y de su singularidad. En un espacio integrado, el territorio no urbano es, o bien, reserva “no programada” de lo urbano, o bien decorado naturalista de lo urbano.
La identidad turolense: situación actual
“…la sociedad capitalista es una sociedad débil, una sociedad evaporada; que no es casi sociedad y que si, con todo, lo es sólo accidental o indirectamente y que es, por añadidura, un tipo de sociedad paradójico y sin precedentes en el que no son las relaciones entre las personas las que producen sociedad sino el hecho de que las personas, aisladas las unas de las otras, se relacionen con las mismas cosas de la misma forma”. Santiago Alba Rico. Antropología del mercado.
Estos intereses parciales redefinen una “identidad local” que trata de presentarse como auténtica, tras la que se esconde un grupo social concreto. En efecto, el cambio económico en el campo ha supuesto a la vez que la desaparición del campesinado strictu sensu, la aparición de una clase media neorural formada a partir de la compraventa de tierras y de la economía generada por los “habitantes” de las segundas residencias y los domingueros.
No se trata de un campesinado de nuevo cuño, ni tiene demasiado que ver con el sindicalismo agrario, aunque sí con la política local. La componen tanto pequeños productores como funcionarios, estudiantes, comerciantes o trabajadores por cuenta propia. Esta nueva clase es consciente de su origen, la terciarización de la economía, por lo que no cuestiona el proceso que la hizo nacer, y sólo en ocasiones, cuestiona sus excesos. Ni siquiera desea volver atrás, a situaciones menos ruinosas. Para los que cuestionan sus excesos, la destrucción presente vale, la futura, ya no; sí a los adosados, no a su proliferación más allá de un límite y así sucesivamente.
Por otro lado, aunque con evidentes vasos comunicantes, En Teruel (ciudad) se gestó y tomó forma un movimiento ciudadanista cuya base reivindicativa era la desigualdad en el desarrollo de las zonas de interior en comparación con las zonas más urbanizadas del Estado español.
El victimismo en base a la comparación con el desarrollo de “otras regiones de España” consiguió aglutinar a buena parte de la población en un momento determinado, globo que se fue desinflando poco a poco pero cuya mentalidad de base sigue estando presente. Su modus operandi partía de un planteamiento ciudadanista: poniendo encima de la mesa sus demandas exigiendo a los legítimos representantes que aquí “queremos tener la misma igualdad de oportunidades que en el resto de lugares cercanos, queremos la plena instauración de la meritocracia” que consiga legitimar completamente esta pseudo-sociedad donde todo se convierte a marchas forzadas en objetos de consumo, donde la publicidad convierte a las personas en seres infantiles, inconscientes, impulsivos e irreflexivos que son incapaces de plantearse qué manos tan pequeñas podrán pelar las gambas congeladas del Mercadona, si la leche sale de los grifos de las embotelladoras o si tendrán algo que ver el ERE de la Ronal por el que está en paro con “esas llantas de aleación japonesas que le puse al coche tuneado”.
En definitiva: queremos poder relacionarnos con las mismas cosas de la misma forma, “igual que en Valencia o Zaragoza” como diría algún portavoz de los ciudadanístas, queremos trabajo alienado, vertederos de aviones, pistas de esquí, cogeneración en Aliaga y tiendas de Zara, Leroy Merlín o Decathlon, queremos AVEs, más autovías, campos de golf, fábricas de carne de cerdo… al fin y al cabo ¡Exigimos nuestro cachito de miseria!
¿Hacía dónde vamos?
De esta manera nos dirigimos, no hacia la revitalización de nuestros pueblos y comarcas sino hacia la conversión del mismo en una mera expansión de las urbes totalizantes, principalmente Valencia aunque también Zaragoza, que cubra las necesidades lúdicas de los consumidores que las “habitan”. Somos el parque temático de los ahogados por la no-vida de la ciudades, el soplo de aire fresco para sus pulmones, la naturaleza mercantilizada en forma de dinosaurio, campo de golf, pista de esquí o segunda residencia.
El problema de raíz, sin obviar el dogma del crecimiento económico, quizás sea considerar el territorio como naturaleza y no como lugar donde vive gente. Existe un discurso ecodesarrollista donde lo importante es “conservar ciertas partes del paisaje como un elemento clave de la identidad colectiva” y no recrear las asambleas comunales y las formas de cooperación no capitalistas, la verdadera base de la identidad perdida, identidad que parece no ser un hecho histórico, sino un acontecimiento intemporal y eterno.
Por ejemplo, la sierra de Albarracín, Gúdar-Javalambre, el Maestrazgo o el Matarranya son espacios naturales donde reposa algo así como una denominación de origen. Así pues, el territorio puede soportar cualquier actividad económica extraña, a condición de ser planificada y diversificada por un consejo asesor, amparándose en leyes proteccionistas y financiándose con tributos verdes. Los incumplimientos deberían ser perseguidos por una fiscalía específica y castigados por un juzgado ambientalista. Según tal programa, no parece que haya conflicto territorial, sino alteraciones sin demasiada importancia de la buena marcha de la economía que pueden corregirse con una burocracia juridicopolítica.
Este discurso, por lo tanto, no pide el cese de las decisiones tomadas desde el exterior por la administración y las empresas, y mucho menos la toma asamblearia municipal de decisiones, sino “la participación ciudadana en la toma de decisiones que afectan al territorio como elemento clave de un modelo realmente democrático”.
Esta democratización “completa”, definida en las Agendas 21, a la vez que ahoga la posibilidad de una expresión directa, legitima la destrucción del territorio, evitando el planteamiento de la cuestión social en el seno del conflicto, y, por lo tanto, evitando la formulación de una estrategia defensiva. Se trataría pues, de negociar los niveles de degradación “racionalizando” la oferta territorial; en suma, de homologar la destrucción, determinar el grado de la misma y garantizar el control. Retocar la forma, respetar el fondo.
El hecho de que políticos y empresarios sostengan un parecido lenguaje indica que el poder económico está dispuesto a dirigir la defensa del territorio, es decir, a controlar su destrucción, puesto que su conservación paisajística es tan rentable como lo es su devastación. No es por casualidad que las mayores inversiones en el Estado español después de las del AVE sean las destinadas a la energía eólica.
Teruel Avanza S.A. se crea como “un motor económico en armonía con el medio ambiente que permitirá incrementar en un 25% el PIB del turismo en la provincia”. En Teruel ciudad un nuevo complejo “ecológico” pretende construir un Centro Comercial, adosados, hípica… en la Zona de Los Baños. Otro proyecto de Centro Comercial en la Vega del Turia apareció hace algunos meses en la prensa destacando por su tejado verde mientras que Victor Morlán ha anunciado que la autovía Teruel-Cuenca no se va a hacer por el coste medioambiental. En definitiva, si la destrucción del territorio mediante la urbanización es el principal recurso para la formación del capital, también lo está empezando a ser su reconstrucción ajardinada.
Hacia la defensa del territorio
La administración no es parte de la solución, sino parte del problema. En la mayoría de los casos, esté en manos de la derecha o de la izquierda parlamentaria, es la principal valedora de las agresiones al territorio, sean ya chatarrerías de aviones, trazados para la alta velocidad, pistas de esquí o cementeras. Una defensa del territorio –una defensa de sus habitantes– ha de tener claro que la administración es el enemigo y abandonar toda tentación política.
Los temas que un movimiento en defensa del territorio ha de plantearse, como la reapropiación de la decisión por parte de los habitantes, el derecho a ser los únicos en decidir sobre su hábitat, son abiertamente antidelegacionistas y están fructificando últimamente en los conflictos planteados por los vecinos de Concud, Sarrión o Aguilar de Alfambra frente a los planes desarrollistas que les acechan. La detención de todos los planes generales de ordenación urbana, la desclasificación del suelo como urbanizable o los proyectos desurbanizadores, con demoliciones incluidas, están en flagrante contradicción con los principios en los que se sustenta la política y para asumir esos objetivos con eficacia se necesitará transitar la mayoría de las veces lejos de la normativa y de las instituciones.
Los partidos y las instituciones administrativas no pueden representar el interés público porque forman parte del sistema, porque ellos mismos representan intereses privados, y porque son instrumentos contra la formación de los mecanismos de decisión colectiva y las movilizaciones. Aseguran el mango de la sartén. Con ellos nunca podrán afrontarse las medidas necesarias para reducir severamente la movilidad de la población o acabar con el despilfarro de agua y energía. Mucho menos se podrá recuperar el mundo rural -su identidad- y se podrá poner límite a las ciudades.
La defensa ha de iluminar bien la lucha por el territorio, reflejar los antagonismos, señalar con nombres y apellidos a los adversarios, ensanchar los puntos de ruptura. No ceder al acoso ni a la seducción. Su irrenunciable objetivo ha de ser la liberación del territorio de las determinaciones mercantiles, y eso significa acabar con el territorio como territorio de la economía.
A fin de cuentas, ha de establecer una relación respetuosa entre las personas y la naturaleza, sin intermediarios. En definitiva, se trata de reconstruir el territorio y no administrar su destrucción. Esa tarea compete a los que viven en él, no a los que invierten en él, y el único marco donde esto es posible es el que proporciona la autogestión territorial generalizada, es decir, la gestión del territorio por sus propios habitantes a través de asambleas comunitarias.
La resistencia a la degradación urbanizadora ha de levantar miras y apuntar lejos. No solo ha de elaborar estrategias que paralicen el mercado, sino que ha de alumbrar modos de vida opuestos al modelo urbano. Se ha de fomentar la descentralización, el autoabastecimiento, la autonomía y, por encima de todo, el ágora, la asamblea.
Medidas como por ejemplo, las ocupaciones, los huertos colectivos, los mercadillos de trueque, la vuelta al campo, etc., están bien para empezar, en tanto que expulsan al capital de espacios usurpados y actividades colonizadas; mejores son la municipalización, es decir, la propiedad pública del territorio gestionado en asamblea o la supresión del transporte privado, aunque a nadie escapan las enormes dificultades que tendrá su implantación.
Sin embargo, las soluciones “verdes”, “sostenibles” o neoculturales son mucho menos realistas. Por ese camino seguro que no se va a conseguir nada; a lo sumo, un sindicalismo del hábitat practicado por una burocracia ambientalista institucionalizada encargada de administrar el territorio fijando las tasas de degradación permisibles.
La libertad no puede fructificar ni en el territorio urbano “sostenibilizado” ni en el paisaje protegido, porque ambos únicamente ofrecen espacio esclavo. Un paliativo, y, al cabo de cierto tiempo, de vuelta al principio. Por otra parte, hablar de equilibrio territorial, o de territorio liberado, no tiene sentido sino bajo la perspectiva de la desurbanización.
Quien ha de hablar primero ha de ser la piqueta. El territorio no recuperará su equilibrio ni la humanidad su sensatez hasta que el último capitalista sea enterrado en las ruinas de la última aglomeración urbana. La reapropiación del espacio para un modo de vida libre y comunitario ha de nacer inmersos en una gran operación de desmantelamiento, o no nacerá.
de www.teruelinfo.com
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