Cuando todavía humean los rescoldos de los incendios, cuando todavía no nos hemos repuesto a tanto desastre, a tanta impotencia y a tanta rabia contenida, cuando todavía no hemos asumido la pérdida del paisaje y de parte de nuestra identidad..., bueno será que intentemos reponer los ánimos buscando esperanzas frente a tanta devastación.
Tiempo habrá para analizar los medios de extinción y las políticas de prevención de incendios. Ahora toca cubrir el negro de las cenizas con el verde, el verde de la esperanza, el verde que tendrá que brotar nuevamente en nuestros montes quemados. La tarea no será fácil, al contrario. El nuevo rebrotar de nuestros montes tendrá que hacer frente a nuevas y graves amenazas, empezando por las derivadas del cambio climático (con evidentes y ya notorias repercusiones en la distribución de precipitaciones y temperaturas) y la escasa adaptación de parte de la nuestra vegetación a los incendios.
Pero frente a tanta desolación, todavía nos queda lo más importante que tienen estas tierras... sus gentes. Gentes que tan activa y decididamente han participado en las tareas de extinción y que ahora deben de retomar el protagonismo y la iniciativa en las tareas y actividades de restauración.
Para que estos montes recuperen la biodiversidad ahora perdida, serán necesarios costosos planes de restauración, en cuyo diseño y ejecución habrá que contar con la participación de las poblaciones afectadas. Es precisamente en la restauración de los montes quemados donde podemos encontrar algún signo de esperanza... La restauración será difícil, lenta, y cara, pero debería permitir una reformulación de las actuales políticas forestales y abrir un nicho de empleo en el sector forestal.
Tradicionalmente nuestros antepasados, agricultores y ganaderos, vivieron explotando y esquilmando el monte, nosotros hemos vivido olvidando o, en el mejor de los casos, contemplando el monte. Quizá sea el momento de convivir con el monte, de considerarlo como una fuente de empleo, de materias primas y de bienes y servicios. Quizá sea el momento de decidir que tipo de bosques queremos para el futuro y, por tanto, de participar activamente en la toma de decisiones. Quizá también sea el momento de exigir ayudas para que se apliquen las mejores y más adecuadas técnicas de restauración...
Quizá llegará el momento en el que las quejas y las lamentaciones den paso a la esperanza por ver reverdecer nuevamente estos montes. Para que ello sea posible nos tendremos que implicar todos, desde cargos políticos, gestores forestales y técnicos, hasta el último agricultor o ganadero de la comarca.
Con los conocimientos, experiencia y ayuda de todos podremos teñir el negro de verde...
José Antonio Alloza
2 comentarios:
Que verdad tienen tus palabras.
Para mi hay dos llamadas básicas en tu reflexión. La primera, que hay que contar con las gentes que viven en la tierra que se ha de pintar de verde. Sencillamente porque son los más apropiados para trazar pinceladas certeras y con aplomo. Conocen bien el lienzo y lo quieren.
La segunda, vivir, o mejor dicho, volver a nacer mirando el monte. Al igual que ha habido núcleos de población que no han vivido de cara al río, hemos de intentar que se considere el monte como lo que fue. Darle un protagonismo superior. No paternalista y buscando soluciones atractivas desde la tecnología,ecologismo,ciencia,economía, política, humanismo, ...
Tú auguras esperanza y yo te apoyo.
Saludos.
como a algún melón con poder se le ocurra seguir literalmente el título del artículo al año que viene reforzarán las brigadas con difusores de tintura verde, como en los cesped artificiales.
jejeje
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