Los grandes incendios forestales son fenómenos complejos que causan gran alarma en la sociedad, sobretodo cuando se producen irreparables pérdidas humanas. Sin embargo la sociedad, preocupada por los graves problemas económicos actuales o simplemente por desinterés o conformismo, olvida fácilmente el impacto de los incendios.
En Teruel, los cambios socioeconómicos de las últimas décadas y algunas características del medio físico confieren a la provincia una especial fragilidad frente al fuego y los procesos de desertificación ligados a los incendios forestales.
Los incendios de 2009 son un claro ejemplo de los riesgos asociados a los grandes incendios forestales. Aunque los efectos de estos incendios ya son inevitables, el análisis y la reflexión sobre lo sucedido hace dos años puede aportar criterios y soluciones para afrontar próximas situaciones de riesgo.
Dos años después, buena parte de los montes quemados reverdecen en un paisaje dominado por extensas áreas con la madera quemada retirada o apilada. Ambos factores podrían indicar que la restauración está evolucionando positivamente y que sólo es cuestión de tiempo el retorno a la situación previa al incendio. Sin embargo, la realidad es mucho más compleja y está plagada de riesgos e incertidumbres.
Tomando como referencia el incendio de Aliaga, el más extenso pero también el que ha causado un mayor impacto ecológico y económico, la situación actual podría describirse someramente en los siguientes términos:
En nuestros montes el suelo constituye el principal recurso a conservar. Sin embargo, excepto en las zonas llanas o abancaladas, hay evidencias de significativas pérdidas de suelo por erosión laminar.
La composición de la vegetación ha experimentado cambios importantes. La colonización con especies pioneras ha producido una apreciable, aunque temporal, eclosión de biodiversidad. A corto plazo es previsible que la vegetación evolucione hacia tipos de formaciones muy abiertas o ralas, donde la presencia de pinar quedará limitada a los rodales que no se quemaron y a la pequeña superficie ocupada por pino carrasco y pino rodeno (con buena regeneración).
La autosucesión después del fuego de los pinares de pino silvestre y negral (mayoritarios en la zona) presenta serias limitaciones, por lo que su recuperación tendrá que producirse a partir de semillas procedentes de los márgenes o de rodales sin quemar. Sin embargo, no deberían plantearse nuevas repoblaciones (ya se han realizado algunas) sin un consenso previo sobre el uso y los aprovechamientos futuros de estos montes, sobre su composición y su futura gestión. En cualquier caso, deberían realizarse con garantías de alcanzar unos resultados mínimos y asegurando su posterior gestión selvícola.
En los rodales parcialmente afectados por el incendio permanecen árboles muy debilitados, debilidad que constituye un reclamo para la proliferación de plagas. Estos rodales requieren tratamientos específicos, tanto para garantizar su viabilidad como para inducir procesos de restauración pasiva (al igual que en los márgenes del incendio).
Aparentemente no se ha realizado ningún estudio previo para analizar la necesidad y prioridad de las acciones de restauración. Hasta la fecha, las actuaciones están orientadas al tratamiento de la madera quemada. Independientemente de los riesgos o de la severidad del incendio, el criterio utilizado en la selección de las zonas de actuación ha sido la propiedad del suelo (suelo público) y el aprovechamiento de la madera.
Se ha realizado una extensa actividad de apeo de la madera quemada, actividad que también ha ocasionando impactos negativos. Los más severos se producen fundamentalmente en las zonas con extracción total de la madera y son originados en la apertura de pistas (para facilitar la extracción de madera), por accesos inadecuados con maquinaria pesada (con suelo húmedo y en máxima pendiente) y, muy especialmente, por los arrastraderos de troncos, actividades que han movilizado grandes cantidades de suelo.
A nivel socioeconómico los impactos también han sido muy importantes. Pérdidas que no han sido compensadas por la ausencia del prometido “Plan integral para dinamizar económicamente la zona afectada”. Además, ni las actividades de restauración, ni los aprovechamientos de la madera quemada han tenido repercusión significativa en la actividad económica de los municipios afectados.
Los conocimientos adquiridos durante los últimos años en gestión del combustible, predicción de la respuesta de los ecosistemas al fuego o en el desarrollo de técnicas de conservación de suelos, pueden paliar parte de los efectos de los incendios. Pero su aplicación requiere, más que cuantiosas inversiones, objetivos a largo plazo, implicación de las instituciones y de los agentes sociales, una adecuada planificación y la integración del sector forestal en la actividad económica de los núcleos rurales.
La extensión de los ecosistemas afectados y la escasez de recursos económicos, deberían ser factores determinantes para potenciar la calidad y sinergia, frente a la cantidad (extensión). En áreas tan extensas y despobladas la defensa del patrimonio natural requiere optimizar las inversiones o, por el contrario, habrá que asumir graves y nuevos procesos de desertificación (ambiental y poblacional).
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