miércoles, 19 de febrero de 2014

HUERTOS ABANDONADOS, JARDINES PERDIDOS




Los pueblos se despueblan. Especialmente los de las sierras. Las personas mayores, inexorablemente, se nos van. Los jóvenes, los pocos jóvenes que han crecido en estos pueblecicos, por otras razones, también.
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Estos cambios sociales se trasladan al urbanismo. En el otoño, incluso antes, tras las fiestas de agosto, se cierran las puertas de la mayoría de las casas con chapas de metal o tableros de madera. Casas que, en los últimos años, se han arreglado y preparado para ofrecer confort a los padres en sus últimos años y a los hijos que marcharon a la ciudad. Calles encementadas hasta la última costera que lleva al último pajar. Plazas con fuentes (algunas de gusto discutible) y parques infantiles, cuando ya no hay niños. Y teleclubs abiertos con alguna subvención pública que nos lo recuerda, cada vez que entramos, la lápida de piedra colocada estratégicamente por el político de turno que espera así su cosechica de votos …..
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Mi padre me decía que nunca los pueblos habían estado más cuidados que ahora. Ni más muertos, le respondía yo.
Y estos cambios también se trasladan a los campos de cultivo de su entorno. Especialmente, en los de regadío. Los pequeños hortales están abandonándose uno tras otro. Como también se olvidan los viejos frutales, los bancales, los palomares, los chopos cabeceros, las parideras … y otras manifestaciones de la actividad agraria tradicional que ya no son rentables.
Pero los hortales son algo especial para los mayores.
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Durante décadas han sido la fuente de hortalizas y frutas para la casa. Incluso cuando se marcharon los hijos a la ciudad. Son el lugar al que orgulloso llevaba el abuelo a sus pequeños nietos, ya nacidos en la urbe, para intentar enseñarles a distinguir la borraja de las coles. Han sido el lugar de esparcimiento personal donde emplear esas tardes eternas tras la jubilación, han sido el gimnasio recomendado por el médico (¡cuánto habrá ahorrado el SALUD en medicamentos en los abuelos con huerto!), el espacio de socialización con los vecinos comentando que los tomates no enveran o que las judieras no dan …. Es parte de su vida, de su obra.
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Ahora algunos jubilados son patateros. O golondrineros díría yo. Los hijos no les dejan quedarse en el pueblo durante el invierno. Vienen a finales de abril para plantar las patatas (cuando llegan las golondrinas) y se vuelven a la ciudad para el Pilar, tras recogerlas (cuando estas avecillas marchan a tierras africanas).
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El huerto es la niña de sus ojos. Es una muestra de que aún están vivos. Es uno de los últimos baluartes. Es un símbolo al que se aferran … a pesar de las riñas con la hija que le dice, cada año, que no compensa, que se caerá a la acequia, que lo deje ya ….
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Y también lo es para los pueblos. Recuerdo un paseo que di hace unos años por los huertos de Lituénigo, al pie del Moncayo, con el alcalde y con Enrique Arrechea. Me llamó la atención cómo llevaban la cuenta de los huertos que se habían abandonado en el último invierno.
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Eran los jardines perdidos. Eran banderas de humo … rotas, que dirían La Ronda y Labordeta.

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