lunes, 28 de diciembre de 2015

RECUPERAR EL TEJIDO SOCIAL, OBJETIVO IMPRESCINDIBLE PARA CONSERVAR EL TERRITORIO.









Teruel es una provincia despoblada y, a su vez, un espacio de oportunidades para encontrar un lugar donde vivir o llevar a cabo un proyecto empresarial. A algunos nos gustaría que las iniciativas de desarrollo  se sustentaran sobre  la conciencia de la identidad que aporta el territorio, garantizando la conservación del  patrimonio y, por qué no, de las tradiciones.
Cuando hablamos de la Custodia del Territorio no debemos pensar en un nuevo concepto. Debemos remontarnos a siglos atrás cuando sobrevivir en él necesitó  de un tejido social no sólo conocedor de los recursos que necesitaba para subsistir, también precisaba saber cómo gestionarlos para hacerlos sustentables en el tiempo. 
Las bases  de ese modelo de organizar el territorio hemos de buscarlas en los pueblos pastores. Se asientan en la búsqueda del consenso en la toma de decisiones y en la cooperación entre los habitantes como fuerza con la que acometer los retos del día a día, en un medio con un clima muy hostil y una orografía difícil, donde el aislamiento incentivó la necesidad de ayudarse unos a otros. Por supuesto, no fue un lugar idílico y existían desigualdades sociales, económicas y de género, que,  probablemente, además de acontecimientos históricos como la última guerra civil, influyeron en que la gente marchara de los pueblos en busca de una oportunidad en los polos industriales del país. 
A lo largo de la historia estas montañas siempre han soportado flujos de población: de colonos atraídos por los favores que otorgaban los fueros a los nuevos pobladores,  de emigrantes  que marchaban hacia lugares donde el clima, la calidad de la tierra y las comunicaciones facilitaban una vida mejor.
El paisaje ha sufrido  hondas transformaciones, con periodos de máxima intensidad en la ocupación que  ha desforestado el territorio,  y periodos de desierto demográfico que  han favorecido la regeneración  de la vegetación natural.
La competencia para los rebaños  de ovejas y cabras   en el uso del pasto son los grandes  herbívoros silvestres; desaparecen éstos y tras ellos los carnívoros, como el lobo. Otros animales llegan para ocupar su nicho. Prosperan pequeñas aves y especies cinegéticas como la perdiz y el conejo; probablemente muchos invertebrados cuya presencia ha pasado  desapercibida porque nadie los ha estudiado. 
El último éxodo rural,  de mediados y la segunda mitad del siglo XX, ha despoblado esta tierra y originado cambios en el funcionamiento de los sistemas naturales. Dejaron de ararse los pequeños bancales en los que no podía trabajar el tractor, la bombona de butano sustituyó en las cocinas a los tocones de carrasca, la globalización ha favorecido la importación de madera, etc.,. Estas son algunas de las causas  responsables de un periodo de máxima expansión del bosque. Bosques de carrasca, quejigos y  pinares se espesan con rebrotes jóvenes; un medio óptimo para  vivir el jabalí,  el corzo y en las crestas calizas las cabras monteses. 
Una sociedad  con ansias de domesticar, convive con un medio que se asilvestra. Y aquí surge un  conflicto de intereses. La ganadería extensiva desaparece, la agricultura se intensifica  y su productividad depende del uso de fertilizantes y del trabajo de  grandes tractores con los que, a fuerza de muchas horas y pocas personas, se  cultivan extensas superficies dependientes de las ayudas  que aporta  la Unión Europea. Nos gusta ver fauna silvestre y nos duele que nos causen daños en los cultivos. También nos molesta  que nos impongan limitaciones con la finalidad de conservar el medio natural: al uso de vehículos a motor, prohibición de hacer fuego para hacer parrilladas de carne, control de acceso a espacios protegidos, etc
Aparecen proyectos turísticos ante la demanda de una población urbana que pide espacios silvestres donde recuperar las sensaciones que la ciudad les roba. Las actividades en torno al turismo no modelan el paisaje, el hombre deja de actuar como jardinero y la naturaleza  explosiona en naturalidad. Esta nueva situación no es ni mejor ni peor, simplemente es diferente. No siempre entendemos este paisaje no domesticado. La apuesta por el turismo obliga a  acometer infraestructuras como respuesta a  sus demandas: destrozar laderas de altas montañas para  extender pistas de esquí o abrir nuevas carreteras para acceder en vehículo a los rincones  recónditos de la sierra, no siempre conscientes de su impacto ambiental y en ocasiones  con presiones políticas para aprobarlas. No sólo se produce daño ambiental, también cambios sociales. El nuevo tejido social de nuestros pueblos, imitando  al modelo urbano, suele desentenderse de actitudes donde la comunidad prima sobre el individuo, dejando en manos del estado-gobierno  la responsabilidad de su gestión y la indemnización por daños y perjuicios.
Los acuerdos, que antaño surgían en la propia comunidad rural para administrarse, hoy precisan de la tutela del Estado. Hay una alta dependencia hacía las ayudas que la Unión Europea ha puesto en marcha para favorecer la ocupación  de territorios rurales, despoblados y con valores naturales, con la vista puesta en la necesidad de conservar la amplia  red de espacios naturales NATURA 2000. Recuperar el consenso como compromiso de todos  para garantizar estos objetivos constituye la base en la que sostenerse los acuerdos de Custodia del Territorio, que la normativa de protección ambiental ha recogido y  que debemos desarrollar  para  llegar a la meta donde el entendimiento entre el campo y la ciudad  favorezca mantener vivos estos ecosistemas, hábitats  naturales con gran  biodiversidad, también un paisaje  en el que vemos reflejado el pasado  que nos identifica.


Ángel Marco
Colectivo Sollavientos






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