Javier Oquendo*
Estos últimos días ha sido noticia, aunque no de las destacadas y con las que comienzan los telediarios, que se había ratificado el Acuerdo de París. Como casi todo el mundo sabe este Acuerdo hace referencia a la lucha contra el cambio climático o, lo que es lo mismo, a cómo reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y crear mecanismos de adaptación al cambio que ya es irreversible. Este acuerdo se ratifica cuando el 55% de los países participantes, y que sumen el 55% de las emisiones mundiales, lo aprueban en sus parlamentos o en sus gobiernos.
Lo que se recoge en el citado acuerdo, como más concreto es el compromiso de no superar los 2º C. en la temperatura media del planeta y la aportación de 100.000 millones de dólares para compensar a los países en vías de desarrollo que vean dañadas sus economías por generar menos emisiones o por las catástrofes producidas por el aumento de la temperatura. También recoge de forma contundente y sin vaguedades que el cambio climático es una realidad: “Conscientes que el cambio climático representa una amenaza apremiante y con efectos potencialmente irreversibles para las sociedades humanas y para el planeta y, por tanto, exige la cooperación mas amplia de todos los países…con miras a acelerar la reducción de las emisiones….” ; esta afirmación representa sin duda un avance significativo frente a la ambigüedad manifestada en otras cumbres.
Luego se hacen muchas recomendaciones y sugerencias, se anima a los países a ser transparentes y ofrecer datos fiables, pero de una forma demasiado genérica, como han denunciado muchas voces críticas con este acuerdo. Se dice del mismo que: (1) falta una hoja de ruta para lograr los objetivos; (2) no se adoptan medidas para la descarbonización de la economía; (3) falta de números y compromisos concretos; (4) los objetivos nacionales no son vinculantes; (5) no prevé sanciones por incumplimientos; (6) los países en vías de desarrollo no pueden demandar por daños y prejuicios.
La duda es si la recién comenzada cumbre de Marrakech dará respuesta a todas estas lagunas o volverá a repetir los mismos errores que las anteriores. Pues hemos de ser conscientes de que la solución no es fácil, y luchar contra el cambio climático exige un cambio de modelo productivo y de consumo, un cambio en el uso de los combustibles fósiles, y terminar con la cultura del despilfarro y la creencia en que los recursos son ilimitados.
El compromiso primero es de los países y de los grandes productores, pero implica un cambio de los consumidores y en sus hábitos y sus modelos de vida de cada una de las personas. El reto es si seremos capaces de hacerlo: no por miedo, sino por respeto a las futuras generaciones; no por evitar el catastrofismo, sino por la propia salud; no por imposición, sino por convicción; no por esnobismo, sino porque realmente estamos ante uno de los retos mas importantes de nuestro tiempo.
El acuerdo de París debería ser el acuerdo de todos los ciudadanos pero con acciones y compromisos concretos para reducir las emisiones de CO2 y para adaptar los hábitos de vida y consumo a las exigencias del Planeta y, por tanto a la forma de vivir en esta casa común.
*Colectivo Sollavientos
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