jueves, 7 de diciembre de 2017

ANTE LA SEQUÍA, REFLEXIÓN.

Laguna de Gallocanta, durante la sequía de 1989. Fotografía de Vicente Aupí
Nos alarma el flujo de las noticias. Cuando oímos la radio al desayunar, leemos el periódico durante el almuerzo, vemos el telediario al comer, sin olvidar nuestros devaneos por las redes sociales, y confluye en todos los medios una noticia negativa, ésta nos asusta. Así ocurre nuestro desaliento en los momentos de las olas de incendios forestales, de los daños generados por lluvias torrenciales, de determinada guerra que se publicita -obviando el sinfín de conflictos que asolan el Planeta y que no tienen hueco en las informaciones que recibimos- o por la sequía -¿consecuencia del cambio climático?- objeto de las reflexiones de hoy.

La provincia de Teruel está preocupada porque los agricultores andan sembrando los campos polvorientos, donde las heladas terminarán de quemar los trigos y las cebadas que sobresalen raquíticas de una semilla que no ha encontrado el tempero ideal para germinar. Los pueblos temen la llegada de un verano en el que las reservas de agua no se hayan recuperado y tengan que recurrir al suministro de autobombas. Acudimos al embalse más cercano para contemplar sus niveles “más bajos de la historia”, olvidando que hace veinte años su nivel dejaba ver las ruinas de las casas y campos inundados, que hoy todavía no vemos.
Es cierto que sufrimos un ciclo muy seco, y que nos ha llegado cuando apenas no nos habíamos recuperado del anterior. ¿Es causa del cambio climático antrópico, generado por el incremento de COen la atmósfera, cuyos niveles se atribuyen a la quema de combustibles fósiles, generada por nuestro modelo de desarrollo industrial imperante desde el siglo XIX?

Hace unas semanas, en el ciclo de las Charlas de Sollavientos, que se desarrollaron en el Salón de Actos de la Cámara de Comercio de Teruel, los investigadores Sergio Chueca y Alejandro Pérez debatían esta cuestión. Las cifras aportadas por el Dr. Pérez, geógrafo con amplios trabajos en climatología, cuestionaban que la actividad humana sea la causa principal de estos cambios en el clima.



Hace apenas unos años, en la presentación del libro “El General Invierno y la Batalla de Teruel”, su autor, Vicente Aupí, exponía datos sobre ciclos del clima de Teruel, con picos de extremo frío y de periodos secos, lo que nos hacía reflexionar sobre nuestras impresiones basadas en la memoria más inmediata, en ocasiones alejadas de la realidad.

No sufrimos el frío igual que antes, pues nuestras casas están más aisladas, nuestra actividad no está tan ligada a la obligación de permanecer a la intemperie, incluso disponemos de prendas térmicas que nos protegen. La mayor parte de la población vivimos en las ciudades y el medio urbano nos separa del contacto directo con nuestro entorno natural.  

En cuanto a la sequía, la disminución de precipitaciones, que se ha producido en otros momentos no muy alejados, actualmente nos afecta más porque hemos elevado la línea de los requisitos de servicios básicos de nuestra calidad de vida cotidiana. Podríamos hablar de que el abandono rural ha generado una expansión de la vegetación, que también consume agua y disminuye la recarga de los acuíferos -este hecho está contrastado con datos en el Pirineo, como nos relató en la primera Charla de Sollavientos el Dr. Nicolau, profesor de Ecología en la Universidad de Zaragoza -. Que nuestro modelo de desarrollo gasta más agua en el siglo XXI, lo podemos ver nosotros mismos, comparando el consumo actual de nuestra vivienda con el de hace treinta años. El agua es un recurso básico escaso. El hecho de que siempre brote al abrir el grifo de la casa nos ha hecho olvidar su procedencia y origen. La facilidad con que accedemos a ella y su relativo coste económico, creo que nos hace  minusvalorar su importancia, muy distinta al valor que le otorgaban nuestros abuelos cuando debían ir cada día a la fuente a buscarla; hemos perdido la conciencia de la necesidad de cuidarla. La ciudad también nos hace olvidar la procedencia de los servicios ambientales que recibimos de la naturaleza y que son esenciales para sobrevivir.
Alrededores de Aliaga. Fotografía de Gonçal Tena.

Tampoco hemos de olvidar que el clima ha sido causa a lo largo del tiempo de cambios demográficos originados por la movilidad. Cuando fuimos nómadas nuestros desplazamientos  estaban asociados en ocasiones a rutas de ida y retorno al compás de las estaciones; otras veces, a la necesidad de buscar nuevos asentamientos y colonizar nuevos lugares, ante las dificultades de seguir habitando el territorio por grandes adversidades ambientales originadas por el clima. Desde el Neolítico,  las sociedades humanas se hicieron sedentarias para producir alimentos. El clima siempre ha originado y origina grandes movimientos migratorios no exentos de conflicto social. Ciñéndonos a lo local, las sequías han sido causa de ruina de explotaciones agrarias, que motivó cambios de titularidad y éxodos, y no necesitamos buscar ejemplos en la historia de otros países. Quizás,  los últimos, coincidiendo con el desarrollo industrial iniciado en el siglo XIX y XX, originaron el gran vacío de amplios lugares de nuestra geografía.

Pero el incremento del consumo de agua no se ciñe solamente a nuestra vida cotidiana. El consumo de agua del sector primario podría pensarse que ha disminuido por los proyectos de modernización de regadíos, que han logrado una mayor eficiencia al ajustar el consumo a las necesidades de la planta mediante programas de ordenador. Pero no ha sido así, pues se ha incrementado la superficie cultivada y la agricultura recurre al regadío artificial, incluso para cultivos de secano, anteriormente vinculados a un clima mediterráneo, donde las precipitaciones son muy irregulares (vid, olivo, trufa…), incluso observamos cultivos de maíz en secanos regados con agua procedentes de pozos abiertos a acuíferos). En el sector ganadero el agua ya no sólo se usa para abrevar, las granjas están diseñadas para procesos automáticos de limpieza que, no sólo han incrementado su consumo, sino también el residuo que genera, lo que crea grandes problemas en su gestión posterior. En nuestras vacaciones y ocio incrementamos el consumo y actividades que podrían parecer inocuas, por poner un ejemplo, como el descenso de barrancos, ¿nos hemos puesto a pensar en el  impacto de orinar en el cauce cuando éste se masifica? Por supuesto, no podemos olvidarnos  de la necesidad de agua de las nuevas ciudades de vacaciones, macro núcleos urbanos  instalados en la costa y también en algunas zonas de montaña.  

En el medio natural observamos muestras de adaptación a las nuevas condiciones ambientales de un Planeta que está en continuo cambio. Un ejemplo de la respuesta de algunas especies a la disminución de agua o el incremento de la temperatura que genera una mayor evaporación y pérdida de humedad del suelo,  es la  del pino carrasco (Pinus halepensis) suplantando al pino negral (Pinus nigra) y éste al pino albar (Pinus sylvestris), en los diferentes pisos bioclimáticos que hace unas pocas décadas ocupaban. En nuestra planificación de cultivos y repoblaciones deberíamos tener en cuenta que las variables ambientales de nuestro entorno han cambiado en menos de 100 años, que quizás la situación anterior nunca vuelva y que estamos obligados a adaptarnos.

Concluyendo, creemos que lo verdaderamente alarmante de esta situación de sequía, de la que más tarde o más temprano saldremos, es que no nos está haciendo reflexionar sobre nuestros hábitos en el consumo de este recurso escaso, el agua. Si nos ceñimos a nuestra conducta doméstica cotidiana, o a los consumos desde la agricultura, la ganadería, la industria o el sector servicios vinculado al turismo, tan importante hoy en nuestro país, parece que el agua fuera inagotable. Y en las soluciones de abastecimiento, seguimos recurriendo a megaproyectos orientados a la construcción de grandes embalses de almacenamiento -también  con grandes pérdidas por evaporación y transporte-, y a los trasvases entre cuencas hidrográficas. Y continuamos olvidando que nuestro entorno natural también es consumidor y precisa de reservas, del caudal ecológico, para sobrevivir.
Ángel Marco Barea

Colectivo Sollavientos

1 comentario:

Unknown dijo...

Muy interesante, hace reflexionar sobre nuestro comportamiento cotidiano.