Reflexiones sin pretensiones
La despoblación del mundo rural (turolense, aragonés, español,
europeo…) nos preocupa a todos; quizá más a quienes vivimos en la ciudad, y
tenemos esa mezcla de melancolía romántica sobre de nuestros orígenes
familiares y complejo de culpabilidad por no saber qué hacer para frenarla. La
despoblación y los sentimientos/pensamientos/posturas que despierta es un
asunto tremendamente poliédrico, que necesita ser analizado por separado en sus
múltiples aspectos, a la vez que comprendido de forma global y, a ser posible, liberándolo
de tópicos, eslóganes simplistas y victimismos.
El mundo rural es, antes que nada, las personas que lo habitan. El
que cada vez sean menos nos preocupa porque socialmente les debilita y les
resta oportunidades tanto para seguir manteniendo su forma de vida como para
acceder a los servicios que la sociedad moderna ofrece.
Pero también forma parte del mundo rural su patrimonio material
(natural, arquitectónico, etnológico…). Cuando se cierra la penúltima casa de
un pueblo, pensamos con tristeza en la última familia que, a partir de ese
momento, quedará sola; pensamos en esa solitaria chimenea humeante en las
largas y duras noches de invierno. Cuando se cierre esa última casa, porque sus
dos últimos habitantes hayan decidido marchar con los hijos a la ciudad
convencidos de que la vida será allí más fácil, no nos alegraremos por ellos y
respiraremos con alivio. Bien al contrario: nuestra zozobra saltará entonces a
las propias casas y callejas del pueblo, a las chimeneas hueras, los tejados
que se hunden, la iglesia que se desconcha, los huertos que se pierden... Es la
materia física del pueblo la que se queda entonces desvalida.
También es mundo rural su patrimonio inmaterial: costumbres,
tradiciones, romerías, dances, matacerdos, ritos que identifican y cohesionan
al grupo. Esos ritos están vinculados a lugares concretos, necesitan escenario
y atrezzo, y sobre todo requieren de
personas que los materialicen. Pero no son sólo espacio, objetos y personas;
son algo más: una savia?, un alma?
La destrucción del mundo rural no es sólo su despoblación. También
es la destrucción de la cultura rural: los pueblos que se convierten en ruinas
y las tradiciones que se pierden. Mantener el mundo rural pasa por fijar su
población todo lo que se pueda, pero también mantener y recuperar su patrimonio
natural y cultural, su patrimonio material e inmaterial. Una obviedad, vaya. No
aspiro a descubrir nada nuevo; sólo pienso en voz alta, asumiendo todas las
incertidumbres y las contradicciones que un problema tan complejo suscita.
Colectivo Sollavientos
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