Los pueblos de las sierras turolenses fueron partícipes y
protagonistas a lo largo de la Edad Media y Moderna de un movimiento secular de
crecimiento, si bien no constante ni lineal. Básicamente lo hicieron a través de
la formación y adaptación de sus sistemas agrarios, y una amplia apertura a los
mercados y diversificación económica en las familias. Asimismo, dejamos
planteado que parte de dicho crecimiento se orientó a lo que hoy denominaríamos
‘bienestar social’: servicios sociales, sanitarios, educativos, comerciales,
etc.
Las actividades enfocadas al bienestar se vehicularon en
parte a través de la caridad religiosa, las redes clientelares y el ámbito
doméstico, donde, lo tocante a los cuidados, se adjudicó a la mujer. Sin
embargo, desde el medievo, parte de la riqueza producida en las aldeas se
dedicó por parte de concejos y comunidades a mejorar las
condiciones de los
vecinos de los pueblos. En buena medida, estas primeras acciones consistieron
en ayudas como entregas de cereal y exenciones tributarias ante calamidades. Hubo
también tutelas y formación para huérfanos, ayudas para mutilados en guerras y,
aparecieron, asimismo, instituciones hospitalarias, más típicas de cabeceras
comarcales y ciudades que de pequeños núcleos rurales.
También se organizó a nivel local una panoplia de servicios
que los concejos ofertaban en régimen de arriendo, básicamente molinos,
herrerías y hornos. Esta nómina fue ampliándose en los siglos siguientes con
establecimientos hosteleros y tiendas o “cajas” en las que se suministraban
bienes de consumo (aceite, vino, hielo…). Dentro de los abastos resultó muy
importante para las personas la formación de las tablas de carne o carnicerías
concejiles, que se unió a uno esencial en sociedades ganaderas, el de la sal.
Estos servicios atendían necesidades de orden productivo (piénsese en el
trabajo de los herreros haciendo o reparando herramientas y herrando animales)
así como de consumo y elaboración de alimentos básicos. Si bien se procuraba
que los precios fuesen estables y por debajo de los de mercado, también era
interesante el papel de las instituciones como organizadoras de una provisión
que, de forma individual, resultaba más compleja (y cara) para el conjunto de
los vecinos.
El dinero recaudado con los arriendos alimentaba las arcas
de los concejos, un dinero, que, en parte, y junto con otros ingresos
municipales, así como el proveniente del endeudamiento público, se gastó
crecientemente en la provisión de más ‘servicios de bienestar’, sobre todo a
partir del siglo xvi, cuando
parece detectarse una diversificación y aumento de esta inversión.
En este sentido, proliferaron en los pueblos las ‘conductas’
(puestos de trabajo que ofertaban los concejos) relacionadas con la sanidad y
la educación. De esta manera, ya fueran por sí mismos, o en conjunción con
localidades vecinas más grandes, los vecindarios disfrutaron con regularidad de
maestros de niños, médicos, boticarios, maestros-cirujanos, cirujanos-prácticos
(practicantes) y albéitares (veterinarios), profesionales que no solían atender
solos, sino que trabajaban apoyados en ayudantes y mancebos. Además, la red
hospitalaria se amplió y se abrieron hospitales para pobres, aunque los
concejos optaron en ocasiones por instituir legados píos para auxiliar a este
tipo de población.
Habitualmente los ‘conducidos’ percibían una parte de su
remuneración de las arcas municipales, y otra (lo más ajustada posible) de los
vecinos que hacían uso de sus servicios. La gestión de estos ‘servicios de
bienestar’, además de la cada vez más compleja labor de los concejos, fue uno
de los motivos por el que crearon ‘empleo público’. Hay que tener presente que
los consistorios ejercieron de agente fiscal, supervisor mercantil y fueron
esenciales para la actividad económica local al administrar pastos,
infraestructura ganadera, caminos y puentes, ampliar regadíos y ejecutar obra
pública, como las sedes de los ayuntamientos y las traídas de aguas y fuentes
tan frecuentes en nuestros pueblos. Así, se contrataron alguaciles, guardianes,
pregoneros, recaudadores y secretarios, trabajos administrativos
imprescindibles debido a la actividad desplegada, tal y como, por otra parte, refleja
el hecho de que, en numerosas localidades, incluso en las pequeñas, hubiera
notarios reales.
Salvando la necesaria contextualización conceptual, tecnológica
y de las mentalidades que impone el hecho de que hablemos de estos períodos
históricos, no deja de llamar la atención cómo las vecindades de nuestros
pueblos optaron en diversos casos por atender a sus necesidades productivas, de
consumo, educativas, sanitarias y de atención a situaciones calamitosas,
organizándose de forma pragmática y cooperativa (incluso empática) merced a una
apreciable autonomía económica, financiera y política. También es necesario
recalcar la inserción de esta organización como causa y consecuencia de un trend de crecimiento económico secular,
en el que, por tanto, crecimiento y bienestar no fueron incompatibles.
Ivo-Aragón Inigo
Colectivo Sollavientos
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