Desde su primera novela, “Acosado”
(Danglingman), nadie como Saúl
Bellow, canadiense-estadounidense, Premio Nobel de Literatura en 1976, ha profundizado
en el caos de la sociedad actual, en el ‘malestar de la opulencia’ y en el
‘malestar de la miseria’ que coexisten en ella. Somos infelices porque no somos
capaces de equilibrar nuestros deseos con lo que tenemos, de gestionar nuestra
riqueza.
El concepto ‘malestar de la miseria’, aparentemente, es fácil de
comprender: si necesitamos algo que no tenemos, somos infelices. Pero el equilibrio
no se consigue solo aumentando nuestros bienes (crecimiento económico). Es
obvio que también se puede conseguir limitando nuestros deseos (decrecimiento
de la ansiedad).
El concepto de ‘malestar de la opulencia’, por el contrario, es más difícil
de comprender. Se tiende a pensar que “cuanto
más, mejor”. Pero surge la pregunta: ¿en qué medida el crecimiento se convierte
en bienestar? O incluso, ¿puede el crecimiento producir malestar, como sugiere
Bellow? Para encontrar respuestas es necesario comprender cómo son y cómo han
evolucionado en el tiempo las curvas del crecimiento económico y del bienestar
en nuestros países desarrollados.
La curva de la opulencia, de la riqueza, del crecimiento económico, es
exponencial. Un multimillonario, por ejemplo, empieza con un millón, luego
acumula dos, cuatro, ocho… Cada duplicación supone tener más que en todas las
duplicaciones anteriores juntas: 8 es más que 4+2+1. Lo mismo pasa con el
consumo de recursos o de territorio para crecer y crear bienes. Así pues, si
queremos crecer un 7%, necesitaremos duplicar el consumo de energía en 10 años,
y en ese corto espacio de tiempo la energía consumida será mayor que la suma de
toda la energía consumida en todas las duplicaciones anteriores. Lo dicho, si
necesitamos pasar de 8 a 16, esas nuevas cifras de consumo serán mayores que
8+4+2+1. Así de inexorable es el crecimiento. Todo lo que crece lo hace con
curvas exponenciales en el tiempo: la población mundial, el incremento de las
emisiones de CO2, o los precios de las entradas de cine.
La curva del bienestar tiene una tendencia temporal totalmente contraria. A
medida que pasa el tiempo, crecer en bienestar es cada vez más difícil. Si uno
parte de la miseria más absoluta, con poco que consiga aumentará mucho su
felicidad, pero a medida que sus estándares de felicidad, ligada a los bienes
poseídos, vayan siendo mayores, le costará más aumentarla. Un ejemplo muy
rudimentario: si uno consigue comer un donut al desayunar cada día, puede que
se sienta bastante feliz, pero si consigue comer dos, no será el doble de
feliz. Del mismo modo, el primer coche familiar produce mucha felicidad, el
segundo ya no tanto, y si compramos más, puede que hasta nos produzca malestar.
Y, sin embargo, para conseguir el segundo coche, habremos tenido que duplicar
nuestro capital.
La evolución temporal de las curvas de crecimiento y de bienestar ya tiene
algunas fechas en nuestras sociedades desarrolladas. Simplificando mucho, algo
necesario porque el mismo concepto de bienestar es muy complejo, podríamos
decir que estas gráficas evolucionan a la par desde la Revolución Industrial
hasta los años 60-80 del pasado siglo. En sus primeras fases, el crecimiento se
traduce en bienestar fácilmente: mejoras sanitarias, tecnológicas, laborales,
culturales... Sin duda, los países más pobres necesitan crecer para salir de su
círculo de miseria. Pero a partir de esas décadas nuestra sociedad de bienestar
ve cómo la curva del crecimiento aumenta exponencialmente y la del bienestar
declina. En nuestros tiempos actuales se verbaliza a menudo que hay que crecer,
y no poco, simplemente para mantener nuestros niveles de bienestar. ¿Es éste el
modelo que queremos seguir? ¿Nuestra curva de la felicidad es la de una persona
sana y bien alimentada, o la de un obeso cuarentón? ¿Estamos ya en el círculo
del ‘malestar de la opulencia’ de Bellow?
Alejandro J. Pérez Cueva
Colectivo Sollavientos
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