Necesitamos un proceso de transición ecológica, descarbonizar la
economía y apostar por energías renovables. Pero no se trata de sustituir
o incrementar la producción de energía eléctrica para saciar la creciente
demanda de la sociedad. Al contrario, es necesario definir las
necesidades esenciales con un compromiso de reducir el consumo, evitar
el despilfarro y fomentar el autoconsumo energético. El paisaje no debe
llenarse de molinos de viento sacrificando valores naturales esenciales.
Si algo hay cambiante en el planeta, es el clima. El clima, complejo y
caótico es un sistema que depende de la actividad solar, del calor que
irradia la Tierra hacia el espacio exterior, del intercambio calórico entre
aire, agua y suelo, que a su vez es función de los gases que contienen, del
color del sustrato o de las actividades de la biosfera y la antroposfera.
¿Disponemos de modelos que consideren todos estos factores, con sus
entradas y salidas, y que ponderen cuál es el papel de nuestra especie en
todo ello?
No podemos eludir la responsabilidad del desarrollo industrial basado en
los combustibles fósiles y la consiguiente liberación de CO2 a la
atmósfera. Tampoco cerrar los ojos a las consecuencias que el cambio
climático tiene en la vida de las comunidades humanas, originando
desplazamientos de refugiados ambientales y conflictos en torno a
recursos escasos como el agua. Nuestra dependencia de combustibles
fósiles, que han llegado ya a su pico de extracción, debe disminuir.
Hemos de reducir las emisiones que están acelerando la elevación de la
temperatura en los últimos siglos. Pero también adaptarnos a él para
mitigar sus efectos. Focalizar los esfuerzos exclusivamente en nuevas
fuentes de energía (eólica y solar) no puede ser una excusa para justificar
los efectos negativos de su despliegue incontrolado en el territorio. La
sociedad precisa también de los servicios ecosistémicos proporcionados
por estos espacios donde se pretende instalar.
El ritmo de la evolución biológica no permite a la fauna y la flora
adaptarse a la implantación de murallas como las que suponen las
alineaciones de aerogeradores. Las cumbres de las sierras del sur del
Sistema Ibérico albergan hábitats típicos de la alta montaña mediterránea
con una gran diversidad de especies. Un paisaje único y unos tipos de
vegetación singulares reconocidos por la Unión Europea como hábitats
de interés comunitario, espacios incorporados a la Red Natura 2000. La
mariposa apolo conserva sus mejores poblaciones europeas en estos
lugares. La instalación de los molinos impacta en los imagos o elimina
plantas nodrizas de las que se alimentan las orugas. La creación de pistas
en zonas montañosas hasta ahora intactas favorecerá el acceso de los
vehículos a motor y la siniestralidad de los adultos por el incremento de
riesgo de colisión. Precisamente en las cumbres altas, esta y otras
mariposas suelen reunirse para practicar un comportamiento territorial
denominado hilltoping, en el que los machos compiten para lograr ser
elegidos por las hembras. Otra especie amenazada e incluida en el listado
de especies silvestres en régimen de protección especial es la alondra
ricotí. En las trampas de las aspas de los aerogeneradores mueren
cientos de aves amenazadas y de murciélagos, afectados por la distorsión
que las aspas móviles crean en sus sistemas de localización y orientación.
No somos capaces de valorar el daño global que estas infraestructuras
producen en los ecosistemas, y desconocemos el papel que desempeña en
ellos cada una de las especies. Pero los ejemplos anteriores muestran
claramente su impacto sobre la fauna y la flora. Por ello necesitamos que
los espacios naturales, las reservas de biodiversidad, se conserven en su
estado actual.
Nos agarramos a un clavo ardiente para no cambiar nuestros hábitos.
Asumimos, como dijo Ulrich Beck, vivir en una sociedad del riesgo.
Cerramos los ojos ante el colapso al que nos dirigimos si continuamos con
este rumbo.
Ángel Marco Barea
Colectivo Sollavientos
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