A menudo se tiende a pensar que el impacto del despliegue de las energías renovables, tanto molinos, como placas solares, centrales hidroeléctricas reversibles, líneas de evacuación de energía, etc., se produce en un único plano: la superficie terrestre sobre la que están ubicados. Es el plano del paisaje, del impacto visual, de los desmontes y movimientos de tierra, de la alteración de la vegetación, del condicionamiento de los usos del suelo…
Junto al anterior, en esta serie de artículos se han señalado otros planos, singularmente el aéreo, con la afección a valiosas especies esteparias, a grandes aves (buitres leonados, águilas perdiceras, quebrantahuesos…), a murciélagos…, por parte de las aspas de los molinos. A estas se podría añadir el efecto de masa de agua que generan los mares de placas brillantes para las aves acuáticas, que las invita a zambullirse en sus migraciones (como están detectando recientemente los biólogos). O el efecto del ruido sobre animales y personas. O los efectos meteorológicos a nivel local de la disminución de la velocidad del viento, con un menor enfriamiento del suelo, aumento de la temperatura y reducción de las precipitaciones.
Un tercer plano, en general poco señalado, es el de la alteración de los suelos. En esta esfera, trascendental para los ecosistemas, la palabra clave es “contaminación”. La pregunta esencial es si contamina más un uso agrícola o ganadero, con sus problemas de nitrificación, entre otros, o bien la degradación paulatina de los componentes de las placas y los aerogeneradores. Es una pregunta difícil de responder, pues lo primero está muy estudiado y lo segundo empieza ahora a hacerse. Cuando se conozcan las ingentes cantidades de microplásticos generadas por la degradación de las aspas de los molinos, quizá tengamos ya una clara contestación que incline la balanza.
Y finalmente tenemos la esfera olvidada, que es la de las aguas subterráneas. La degradación del aire, del paisaje y del suelo, puede observarse y medirse. Pero el gran problema de esta cuarta esfera es que detectar la contaminación de los acuíferos es tarea a largo plazo. Solo cuando, tras su lento discurrir, el agua subterránea salga a la luz (y quizá para beberla), podrá detectarse la polución en las aguas que se infiltran: por las tareas de instalación y mantenimiento de los parques, por las enormes cantidades de lubricantes que necesitan los rotores de los molinos, por vertidos accidentales, por contaminantes generados a causa de la degradación de los artilugios de las energías renovables (destacadamente microplásticos)...
No piensen que se trata de escenarios teóricos, ni poco frecuentes, ni de problemas inocuos. En muchas alegaciones se ha denunciado esta circunstancia, pues gran parte de ellos se instalan en zonas de recarga de los acuíferos. Son los casos, por ejemplo, de la posible afección a los pozos de suministro de agua potable de El Pobo por la contaminación vertida en la sierra de Hoyalta, al manantial de Nacelagua de Camarillas, o a las grandes surgencias de Cella y Monreal por los aerogeneradores del clúster del Jiloca. Ocurre que las tierras donde se plantan muchos de los molinos y placas son de materiales carbonatados, y actúan como esponjas para el agua de lluvia. Los estudios de impacto ambiental omiten el análisis de dicho riesgo para la salud humana y no conocemos ninguna Declaración de Impacto Ambiental del Inaga o del MITECO que lo haya valorado. Sin embargo, los habitantes de estos territorios tienen la mala costumbre de beber estas aguas.
Y si creen que es un tema baladí, les recomiendo que lean algún manual de geología médica, una disciplina emergente, que pone el énfasis en la importancia de la relación entre la geología y la vida, entre la tierra y la salud, a través de las aguas subterráneas.
Alejandro J. Pérez Cueva
Colectivo Sollavientos
1 comentario:
¿Conocéis alguna empresa qué tenga algún sistema de limpieza automática de placas solares?
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