En febrero de este año 2023 la prensa refería que la pareja Sinforosa Sancho y Juan Colomer, durante décadas últimos habitantes de la aldea en torno al Santuario de la Virgen de la Estrella, abandonaban la población, debido a los problemas de salud de la mujer.
La vivienda, sin agua corriente, se ubica en el interior de la Casa Vieja, antigua hospedería de peregrinos que es propiedad del obispado. En los últimos años, una placa solar le proporcionaba iluminación. Esta casona, con un reloj de sol y colorida decoración en su fachada, es lateral de la plaza, (a la entrada se ataba las caballerías y se ve un espectacular, por su largura, arco rebajado). Son los otros límites de la plaza la fachada de la iglesia, un muro, como protección del río, recorrido por un asiento de piedra en su base, y otra mansión, la Casa Nueva, enfrente de la iglesia, con una escalera de acceso y su frontal igualmente decorado con primor, con una placa de cerámica que recuerda al torero Silvino Zafont Colomer, el “Niño de la Estrella”, nacido en la localidad en 1908, represaliado político y colaborador de la guerrilla republicana. En La Estrella hay quien se ha restaurado la casa y al otro lado del río se está construyendo otra de cierto poderío.
Hoy Sinforosa, con depresión, vive en una residencia de Morella y Juan vive en Vistabella del Maestrat. Con el buen tiempo, a sus 90 años, desciende 1000 m con su veterana furgoneta Citroën por una vertiginosa pista tres veces por semana a pasar el día donde vivió tantas decenas de años. Allí atiende a sus 15 o 16 gatos, y comparte el día con su buenazo perro de dos años, Campuchino, al que le encanta el tomate. La zorra se encarga de limitar la colonia gatuna, cazando a los neonatos. Cuenta el cuidador que una cría regalada por él, tras un largo viaje, regresó sola a su casa.
Juan Colomer Pallarés, conocido en la contornada y más allá como “Martín”, es el guía local, a la espera de los esporádicos visitantes. Su persona rezuma paz y bondad y hace gala de una gran sociabilidad. Su padre murió fusilado por los ganadores de aquella contienda de los años 30 no superada. Cuando recuerda a su hija Rosa Ana, que con 12 años murió de un derrame cerebral cuando acudía a la escuela, hace más de cuatro décadas, Martín se emociona. La pareja tiene tres hijos, no demasiado interesados por este mágico lugar. Uno de ellos se gana sobradamente la vida de pintor, y colaboró en la restauración de la pintura del santuario.
El lugar, denominado “la villeta”, en el límite de las tierras de Teruel, término de Mosqueruela, asentado en un pequeño valle a unos 700 m sobre el nivel del mar y rodeado de escarpadas montañas, está separado de la provincia de Castellón por el cauce pedregoso y seco del río Montlleó o río Seco. La sequía que castiga el paraje, descrita por Martín, se puede calificar de pertinaz, como aquella del No-Do. Aquí hicieron acto de presencia los maquis en la terrible posguerra.
El acceso a La Estrella desde el desvío de la carretera desde La Iglesuela hasta Mosqueruela, es una pista descendente de 12 km, solo asfaltada en su último tramo, donde el vértigo se apodera del automovilista inseguro: no es posible cruzarse con otro vehículo y la caída es de película de acción. A la entrada se sitúa el cementerio y más adelante un peirón de 1799. Pegados al muro del río están el lavadero doble cubierto y la milagrosa fuente de la Virgen.
Según cuenta Martín, el lugar llegó a albergar más de 70 habitantes en la década de los cuarenta. Las escuelas, a las que acudían chicos y chicas de las masadas del entorno (unas 60, actualmente deshabitadas), acogieron a más de 25 alumnos y un número similar de alumnas, por supuesto separados. Fue el maestro Feliciano Durbán Montolíu y sus alumnos quienes plantaron en 1930 la robusta morera que preside la plaza. A su sombra reposa la furgoneta y el viejo Land Rover.
Sobre un bello y original empedrado, Martín abre la puerta de la iglesia de tres naves del primer tercio del s. XVIII, meta de las romerías de mayo y noviembre y desvelo de la Cofradía.
Detrás del altar mayor se exponen los exvotos: fotografías, miembros de cera, trajes de la primera comunión, hasta una gorra militar de faena… Martín señala el expolio de azulejos en el suelo. En
un cuarto contiguo se queja de la exposición a la humedad de una valiosa arca. Al abrir la puerta de acceso a una de las torres, un murciélago emprende el vuelo. En un lateral externo un grafiti recuerda las 17 casas destruidas y las 26 personas muertas por el diluvio del 9 de Octubre de 1883.
Hay que decir, que este hombre no recibe ninguna remuneración por los servicios que presta de cuidado y guía del templo y su pensión de jubilación apenas supera los 700 €.
Compartiendo la comida a la sombra del lavadero, Martín va exponiendo algunos de sus conocimientos basados en sus experiencias en este medio: la rasina es efectiva curando y cicatrizando heridas importantes en personas y animales; la coscollina lo es para equilibrar la tensión; el tàrrec (salvia) tiene diversas propiedades medicinales; el estiércol de caballo es el mejor, y el de vaca, el peor… Me sorprende el uso de la palabra capolla para referirse a la copa de un árbol. En medio de la conversación intercala este refrán: “si no llegas a una gotera, luego llegarás a la casa entera”. Llega el momento del humor a través de esta adivinanza:
Por un gusto y otro gusto
y el gusto de una mujer
por un aujero pequeño
entra carne sin cocer.
Tras una emotiva despedida, me dispongo a emprender el camino de regreso con algunos grados de miedo.
Solución a la adivinanza: la sortija
Gonzalo Tena Gómez
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