sábado, 9 de abril de 2011

A nuestro amigo Juan

Teruel ya no verá pasear por sus calles a uno de sus apasionados defensores. Al alba Juan Paricio ha levantado el vuelo con la brisa de esta lenta primavera turolense, poquito a poco como los resistentes amantes, dejándose la vida en una lucha discreta y tenaz por la vida y Teruel.

Demasiado joven, compañero, demasiado joven para, a pesar de todo, no pensar en tantas cosas bellas que esperaban tu aliento y tu sabiduría, tu sonrisa y palabra de hombre cabal, juicioso, sólido y entero en estos tiempos tan escasos de sabios generosos, tan raros en lógica y razones, tan necesitados de tu diálogo fino y sereno y por eso rotundo y pleno, tan precarios en constancia ciudadana, conciencia solidaria y visión de futuro, tan míseros en coherencia y amistad sincera que aportabas siempre a manos llenas.

Luchador incansable hasta el último suspiro: te has llevado al adentro de la Tierra más conforme consigo misma, esas, hoy, extrañas cualidades para tal vez plantarlas al mañana con el empeño y la esperanza de que germinen, renazcan, broten, surjan en esta primavera tan lenta y silenciosa de Teruel, y crezcan, crezcan.

Así podrán detenerse tus amigos turolenses del mundo al ver un nuevo árbol de reflexión incombustible al desaliento revivir por encima de toscos egoísmos, enrarecidos conformismos y torpes decisiones.

Nosotros te queremos y en primavera regaremos ese árbol sobre esta tierra.

Y ahora, vuela, vuela a diez mil metros sobre el mar, pensando en ella, vuela.



Lucía Pérez
Colectivo Sollavientos

1 comentario:

Anónimo dijo...

Juan ha sido para mí un amigo intermitente y hondo a la vez. Prácticamente sólo nos hemos tratado de forma asidua en dos etapas de nuestra vida, pero han sido dos etapas importantes. Una fue en los primeros años 80, cuando terminaba su carrera, se iniciaba en la investigación haciendo conmigo su Tesis de Licenciatura y, al poco tiempo, encontraba su primer trabajo en una empresa minera de León. La distancia geográfica hizo que a partir de entonces nuestro contacto disminuyese; pero había tenido tiempo suficiente para formarme de él la imagen de un profesional concienzudo, de un científico sensato y de un compañero entrañable.
Cuando nos reencontramos al cabo de los años en Teruel, Juan estaba ya jubilado y metido de lleno en su lucha contra la enfermedad. Estos aproximadamente cinco años en que hemos vuelto a vernos con bastante frecuencia han sido intensos. Lejos de apocarse, el retiro laboral y la enfermedad han arrancado quizá lo mejor de él. Han sido tiempos de preocupación y lucha por una tierra cuya estima compartimos, en los que Juan ha buscado cualquier oportunidad para ser útil, para tejer lazos, para aportar puntos de vista nuevos y personales, para construir, para buscar salidas a los atascos… Sin prejuicios, sin ataduras, llamando a las cosas por su nombre. Varias veces sentí su ayuda cercana, en situaciones concretas en las que amigos míos de más largo recorrido no podían prestármela, y la sentí tan afectiva como eficaz, tan tierna como práctica. Derroche de capacidades, mientras por dentro libraba la otra lucha personal, la épica y desigual pugna de su cuerpo y su mente contra el enemigo inclemente.
Su enfermedad ha coincidido en el tiempo con la de mi esposa Inmaculada. Durante algo más de tres años compartieron la misma trinchera, cada cual contra lo suyo. Se vieron varias veces e intercambiaron correos electrónicos hablando de ciencia y pseudociencia, de alimentación sana y poder mental, de esperanzas y desesperanzas. Ambos afrontaron la lucha con el mismo arrojo, firmeza y dignidad. A ambos, la muerte los encontró (un 7 y un 8 de abril, respectivamente) simplemente viviendo.

José Luis Simón