José Luis Simón
Colectivo Sollavientos
Hace poco he tenido el inmenso honor de
recibir el Premio José María Savirón de Divulgación Científica en su modalidad
de ámbito aragonés, seguramente más por afecto de quienes propusieron mi
candidatura o emitieron el fallo que por méritos personales míos. En la
concesión del premio veo el respaldo a un movimiento colectivo, al que yo llamo
Geología popular, desarrollado en las
últimas dos décadas en España y en otras partes del mundo. Este movimiento
tiene tres ingredientes básicos: (1) ha hecho que muchos geólogos hayamos
empezado a hacer divulgación sobre el terreno: no hace falta presenciar en la
televisión fenómenos espectaculares; cualquier montaña anónima guarda las claves
de una parte de la historia de la Tierra, sólo hay que saber descifrarlas; (2)
supone una apuesta de los investigadores por la transmisión personal y directa
de los contenidos de la ciencia, una forma de salir de nuestra urna académica y
pisar el barro; (3) ha posibilitado sinergias con el movimiento de desarrollo
rural, agregando valor al patrimonio natural y cultural de territorios
olvidados, y autoestima a sus pobladores.
Pero
quiero pensar que el premio también reconoce otra vertiente de la divulgación
científica que yo quiero reivindicar como una continuación natural y obligada
de la anterior. Me refiero a la vertiente crítica, a la ciencia que nos
interroga, al saber que nos hace libres. Tristemente, en pleno siglo XXI tengo
a veces la sensación de estar en una ‘sociedad del desconocimiento’, casi del
oscurantismo, más que en la ‘Sociedad del
Conocimiento’ que insistentemente nos pregonan. Lo vemos en el predicamento
que tienen a veces las pseudociencias, con su cohorte de adivinos y chamanes.
En relación con la Geología, lo vemos con frecuencia en la actitud de nuestros
gobernantes ante determinadas catástrofes naturales y en su nula capacidad de
abordar con rigor una gestión preventiva de las mismas. Se ignoran los
peligros, se arremete contra la tierra con obras innecesarias o
innecesariamente agresivas que interfieren con su dinámica, y luego se lamentan
las consecuencias con tópicos: “Quién iba
a poder pensar que algún día ocurriría… Ni los más viejos del lugar…”
En
los últimos meses hemos visto cómo temas intrínsecamente geológicos han estado
de actualidad y han sido motivo de controversias sociales y políticas, algunos
de ellos en relación directa con el territorio de Aragón: los proyectos de fracking y sus enormes impactos
medioambientales; el riesgo sísmico del proyecto del nuevo hospital de Teruel;
la sismicidad inducida por la inyección de gas en el almacén ‘Castor’ de la
costa castellonense. En estos mismos días, aunque más en la lejanía, se ha
añadido la polémica creada por las obras de ampliación del Canal de Panamá.
Todos tienen un nexo común: la lastimosa imprevisión en los estudios geológicos
previos, propiciada por procedimientos y controles administrativos que
seguramente necesitan profundas revisiones, pero también por una falta de cultura
científica, en primer lugar, de muchos de quienes tienen que tomar decisiones
al más alto nivel. Tras ese déficit técnico inicial, polémicas desenfocadas y
estériles sustituyen con frecuencia a los debates serenos y bien documentados.
En lugar de escuchar y creer a los científicos, con frecuencia se usan sus
informes o sus llamadas de alerta como arma arrojadiza en la arena política.
“Maldigo la poesía concebida como un lujo
cultural por los neutrales… Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta
mancharse”. Donde dice poesía, bien podríamos leer ciencia.
Parafraseando a
Gabriel Celaya, me atrevo a afirmar que ‘la
Geología es un arma cargada de futuro’. Cada vez más, se hace necesaria una
ciencia comprometida menos con el poder y más con la liberación del ser humano;
una ciencia que sea parte sustancial de la cultura de una sociedad sabia, no
instrumento de dominación de una sociedad embrutecida. En el caso concreto de
la geología, una ciencia comprometida con la conservación y defensa del medio ambiente
y del patrimonio natural y cultural, y no para su explotación sin medida. Tal
como reza el manifiesto Geología para una
Nueva Cultura de la Tierra, “se hace
necesaria una Nueva Cultura de la Tierra, una nueva mirada sobre nuestro
planeta que sustituya la depredación de sus recursos materiales por la búsqueda
honesta de la sabiduría que emana;…que sustituya el espejismo de su explotación
ilimitada por la conciencia de su finitud; que descubra el inmenso beneficio
que nos reporta nuestra colaboración con este planeta que nos acoge. No es
casualidad que este manifiesto se gestara en una jornada cultural en un pequeño
pueblo de nuestra provincia, Aguilar del Alfambra; es más bien una metáfora de
cómo este movimiento no nace sólo del mundo académico sino de abajo, de la
gente que habita y redescubre el territorio.
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