martes, 14 de abril de 2015

EDUCAR PARA LA PARTICIPACIÓN CIUDADANA

     

Los últimos años se habla mucho de participación ciudadana y se ofrecen distintos instrumentos, medios y formas de llevarla a cabo, con resultados muy variados en función de quien los analiza o de las propuestas ejecutadas.

Es posible que la intención y la voluntad de dar participación a la gente en distintos planteamientos, tenga una motivación buena de recoger  las iniciativas, las propuestas y las ideas de los participantes; o que simplemente, en algunas ocasiones, se quiera quedar bien sin tener excesivo interés en las aportaciones realizadas.

De lo que no cabe duda es de la queja generalizada de la falta de participación y la dificultad para llevar a cabo los procesos que se ponen en marcha, por el desinterés o la falta de motivación de quienes ni siquiera acuden a los mismos.

Buscando causas de por qué las cosas suceden así, una de las posibles vías a explorar es la educación que se ha dado para aprender a participar.  Otra sería analizar si en los objetivos y metodologías de los distintos ámbitos de la educación se ha tenido en cuenta y cómo se ha desarrollado. Esto supondría un estudio largo y concienzudo, fuera de las pretensiones de este artículo, por lo que sólo aportaré unas reflexiones sencillas.

Dentro  del ámbito familiar la participación en los procesos de gestión es muy directa y se interactúa de forma permanente, pero quizás no es tan normal animar y educar para salir a otros ámbitos de actuación y, salvo excepciones, no se incita a incluirse en los procesos de participación existentes.

En el ámbito escolar hay propuestas interesantes de participación, pero habitualmente aisladas y no incluidas en el currículo de forma permanente. La duda es si se educa en la necesidad de proponer y actuar en la vida social y en la toma de decisiones tanto en el Centro Escolar, como en el entorno más cercano. Esta carencia educativa puede ser una de las causas de la falta de implicación que se manifestará en etapas sucesivas. Procesos como la Agenda 21 escolar, de plena participación en la gestión del Centro, ha tenido muy poca implantación y con desiguales resultados. Sirva sólo como un ejemplo.

Desde las administraciones, los procesos participativos nacen sesgados por la premisa de que no se tendrán en cuenta necesariamente las aportaciones de la ciudadanía.   Además se reducen estos procesos, para llegar a convertirse en reafirmación de lo realizado.     Si bien esto  es cierto, no hay que ponerlo como punto de partida para desmotivar. Por otra parte se tiene un cierto miedo a estos  procedimientos y no es raro lo que una vez escuché: “mejor que vengan pocos porque así no nos pondrán verdes”; se trataba de una reunión para aportar sobre la realidad de un municipio.

Sólo son unas pinceladas rápidas, que deberían ser profundizadas y analizadas con más pausa, para ver  en qué medida la educación ha facilitado o perjudicado la  participación ciudadana y si debería ser mejorada para crear ciudadanos y personas más participativas. A este respecto, añadir que la nueva ley educativa con eliminación de valores de formación ciudadana, no dibuja un futuro muy halagüeño, por decirlo suavemente.


Javier Oquendo
Colectivo Sollavientos



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