Los últimos
años se habla mucho de participación ciudadana y se ofrecen distintos
instrumentos, medios y formas de llevarla a cabo, con resultados muy variados
en función de quien los analiza o de las propuestas ejecutadas.
Es posible
que la intención y la voluntad de dar participación a la gente en distintos
planteamientos, tenga una motivación buena de recoger las iniciativas, las propuestas y las ideas
de los participantes; o que simplemente, en algunas ocasiones, se quiera quedar
bien sin tener excesivo interés en las aportaciones realizadas.
De lo que no
cabe duda es de la queja generalizada de la falta de participación y la
dificultad para llevar a cabo los procesos que se ponen en marcha, por el
desinterés o la falta de motivación de quienes ni siquiera acuden a los mismos.
Buscando
causas de por qué las cosas suceden así, una de las posibles vías a explorar es
la educación que se ha dado para aprender a participar. Otra sería analizar si en los objetivos y
metodologías de los distintos ámbitos de la educación se ha tenido en cuenta y
cómo se ha desarrollado. Esto supondría un estudio largo y concienzudo, fuera
de las pretensiones de este artículo, por lo que sólo aportaré unas reflexiones
sencillas.
Dentro del ámbito familiar la participación en los
procesos de gestión es muy directa y se interactúa de forma permanente, pero
quizás no es tan normal animar y educar para salir a otros ámbitos de actuación
y, salvo excepciones, no se incita a incluirse en los procesos de participación
existentes.
En el ámbito
escolar hay propuestas interesantes de participación, pero habitualmente
aisladas y no incluidas en el currículo de forma permanente. La duda es si se
educa en la necesidad de proponer y actuar en la vida social y en la toma de
decisiones tanto en el Centro Escolar, como en el entorno más cercano. Esta
carencia educativa puede ser una de las causas de la falta de implicación que
se manifestará en etapas sucesivas. Procesos como la Agenda 21 escolar, de plena
participación en la gestión del Centro, ha tenido muy poca implantación y con
desiguales resultados. Sirva sólo como un ejemplo.
Desde las
administraciones, los procesos participativos nacen sesgados por la premisa de
que no se tendrán en cuenta necesariamente las aportaciones de la
ciudadanía. Además se reducen estos
procesos, para llegar a convertirse en reafirmación de lo realizado. Si bien esto es cierto, no hay que ponerlo como punto de
partida para desmotivar. Por otra parte se tiene un cierto miedo a estos procedimientos y no es raro lo que una vez
escuché: “mejor que vengan pocos porque así no nos pondrán verdes”; se trataba
de una reunión para aportar sobre la realidad de un municipio.
Sólo son unas
pinceladas rápidas, que deberían ser profundizadas y analizadas con más pausa,
para ver en qué medida la educación ha
facilitado o perjudicado la
participación ciudadana y si debería ser mejorada para crear ciudadanos
y personas más participativas. A este respecto, añadir que la nueva ley
educativa con eliminación de valores de formación ciudadana, no dibuja un
futuro muy halagüeño, por decirlo suavemente.
Javier
Oquendo
Colectivo
Sollavientos
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