Javier
Oquendo*
Se
habla mucho últimamente sobre la despoblación, sus causas, sus consecuencias y
sus repercusiones, pero casi siempre desde una óptica económica o sociológica, claramente
necesarias. Pero el aspecto medioambiental no se suele incluir en estas
reflexiones o propuestas.
Como
premisa, apuntar que no se puede entender el ser humano sin su medio y tampoco
el medio sin él, pues ambos son parte de un todo y la visión antropocéntrica
del homo sapiens como dominador y
poseedor del medio ya está superada: el ecosistema terrestre acoge a los
humanos como seres integrados y dependientes.
La
despoblación supone muchas veces una degradación del medio ambiente, aunque
parezca paradójico, pues el abandono de terrenos de cultivo, de construcciones
que se van deteriorando, de infraestructuras que se quedan inservibles, supone
una pérdida de esos espacios antropizados. El abandono del pastoreo supone una
excesiva vegetación en montes y campos que en otros tiempos estuvieron
trabajados, y esto ocasiona una gran cantidad de material vegetal que propicia
los incendios y también su mayor virulencia. Los cultivos de las poblaciones
rurales eran más diversos para satisfacer el autoconsumo. En las labores
realizadas por agricultores desplazados desde lejos, se tiende a concentrar
campos y a poner en marcha monocultivos, por lo que hay una pérdida de
biodiversidad. En este mismo sentido, el abandono del campo ha hecho que
proliferen ciertas especies sin control, con poblaciones muy abundantes de
jabalíes, cabras, corzos, que encuentran mejores condiciones para su
supervivencia y sufren sólo un control cinegético. Se podrían añadir algunos
ejemplos más.
Pero
lo más preocupante es lo que puede producir en el medio una política mal
planteada para dar solución al problema de la despoblación. Se deberían marcar
unos criterios de conservación y mejora del medio que sirvieran de líneas
rojas. No se puede admitir y apoyar cualquier proyecto en aras de atraer
habitantes a las zonas rurales. Los grandes núcleos urbanos intentan alejar las
industrias y actividades contaminantes, pero el medio rural no puede recibirlas
con los brazos abiertos como solución a la despoblación. No se puede destruir
el paisaje y la calidad ambiental con el noble propósito de asentar población
en los núcleos rurales. No se debe afectar a los acuíferos y a las aguas
superficiales de ríos con actividades que necesiten mucho caudal y no las
retornen en el mismo estado, o que directamente afecten a su calidad. Lo mismo
si afecta a la biodiversidad, al patrimonio cultural, tanto material como
inmaterial, o a las tareas tradicionales. Cualquier actividad que degrade el
medio o lo deje en peores condiciones que estaba no debería ser considerada apta
para solucionar el problema de la despoblación.
No
debemos deducir de todo lo expuesto que la solución es dejar morir los pueblos,
porque todo sea contrario a la calidad ambiental de sus entornos, ni que “los
ecologistas y el ecologismo nos llevan a la muerte”. Nada más lejano de la
realidad. Lo que se debería hacer es apostar por actividades ligadas a la
agroecología, al ecoturismo, a los productos alimentarios de calidad, a las
nuevas tecnologías, al aprovechamiento forestal sostenible, a la pequeña producción
artesanal, la logística, la producción energética de proximidad, la
rehabilitación del patrimonio, en definitiva apostar por los llamados empleos
verdes, por la conservación de los espacios como valor ambiental y por dotar de
valor a los servicios ambientales que prestan los mismos. Como se ve, no es que
falten propuestas, sino que hay que elegir las más adecuadas para el
mantenimiento del espacio rural, conservando toda su riqueza.
Añadir
que todas estas actividades deberían tener la consideración de acciones
sociales para el sustento y la calidad de vida de los centros urbanos, por lo
que se les tendrían que aplicar unos incentivos y una discriminación positiva
para lograr su mantenimiento, su potenciación y su desarrollo.
Lucha
contra la despoblación por supuesto, pero no a cualquier precio y menos creando
las condiciones para un abandono definitivo del mundo rural.
*Colectivo
Sollavientos
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