La energía eólica es atractiva para muchos
ciudadanos: “visualmente” atractiva, por los blancos y esbeltos molinos y su
moderna estética; “ecológicamente” atractiva, porque es
falsamente considerada una energía limpia; “tecnológicamente” atractiva, pues
se considera no solo renovable, sino también eficiente, y “económicamente”
atractiva, pues pensamos que nos abarata el coste de la energía, al ser gratis
la materia prima.
Los turolenses, en general, y seguro
que muchos de los lectores de esta columna, en particular, es posible que
reconozcan todos o algunos de estos “atractivos”. El primero de ellos es una
cuestión de gustos personales, sobre la que hay poco que decir, pero las tres
ideas restantes son muy precisables y discutibles.
Desde un punto de vista ecológico se
tiende a pensar que los inconvenientes de los aerogeneradores se centran en su
fuerte impacto en el paisaje y sobre las aves. Esto es cierto, y nada despreciable,
pero no es lo único poco ecológico de los molinos. Para construirlos ha hecho
falta energía, mucha energía: minería y fundiciones para los componentes,
apertura de pistas en montaña, hormigón, transporte de operarios y material,
líneas de alta tensión para la evacuación de energía…
Si medimos la ecología de la
electricidad de origen eólico por su tasa de retorno energético, se constata ya
su baja eficiencia: se estima que un molino produce, en sus 30 años de vida
útil, entre dos y cuatro veces la energía que ha hecho falta para ponerlo en
funcionamiento. La “tasa de reproducción” energética de los molinos,
simplemente, crece mucho más lenta que la demanda de energía, por lo que la
energía para iniciar el sistema, y para que mantenga el ritmo de la demanda,
exige enormes cantidades de energía “sucia”. Es más, su propio carácter hace
que no pueda utilizarse la energía que generan sin una tasa de respaldo muy
alta: por cada megawatio de potencia instalada en forma de energía eólica se
necesitan otros cuatro o cinco megawatios de otro tipo de energía menos
“caprichosa”, pues el sistema eléctrico no puede sufrir sobretensiones ni
infratensiones:saltaría, produciendo apagones que los
usuarios no están dispuestos a admitir. En gran medida esta energía de respaldo
la proporcionan las centrales térmicas. Son las que han llegado a denominarse
las “novias feas” del molino: él es un dandy
caprichoso y elegante que funciona cuando quiere, haga falta o no su energía,
mientras que ella, quemando carbón, se encarga del trabajo sucio para ajustar
la oferta a la demanda.
Un dato normalmente desconocido de la
construcción de los molinos es que utilizan neodimio en los imanes del rotor.
El neodimio es una “tierra rara”, es decir, un mineral con tan baja
concentración que hace falta lavar toneladas de material para producir las
pequeñas cantidades necesarias. Y estos procesos de lavado son complejos y
altamente tóxicos. También se necesita cerio, aluminio…
Por lo dicho hasta el momento, puede
ya vislumbrarse que no se trata de una tecnología tan eficiente ni rentable
como se piensa. De hecho, para aumentar su eficiencia deben ser cada vez más
grandes (al revés que la mayor parte de la tecnología) y localizarse en sitios
muy favorables (el mar o la parte alta de las montañas, es decir, en lugares
difíciles, con la consecuente pérdida de tasa de retorno energético). Esta
ineficiencia tecnológica de los molinos “de palo y aspas” se agrava si pensamos
que ya hay otras tecnologías eólicas desarrolladas o prometedoras, como la
Maglev (basada en la levitación magnética sobre un eje de rotación vertical).
Pero hay otra característica de esta
energía que la hace altamente ineficiente, con tasas de producción de energía
que apenas superan el 30% de su potencial: su incorporación al sistema
eléctrico debe seguir unas pautas de predicción meteorológica de “viento mínimo”,
en otras palabras, solo aportan lo que es seguro que pueden garantizar aportar.
Si hace más viento del previsto, o se paran los aerogeneradores o se disipa
parte de la energía producida, pues si se mete esa energía se crearían
sobretensiones de la red. Peor sería si se hiciese una sobrevaloración de lo
que pueden aportar y no estuviesen preparadas otras energías de respaldo:
caería la red por infratensión. Esto explica porqué los días de fuerte viento,
en las que se sobrepasan con mucho las predicciones mínimas de viento, muchos
molinos están parados, a veces hasta un tercio o más del parque. Y otros
produciendo y disipando energía, hasta que el sistema eléctrico la necesite.
La energía eléctrica es muy difícil y
costosa de acumular. También es costoso e impactante transportarla. La que se
genera lejos de donde se consume acaba siendo más cara, más ineficiente y menos
ecológica. Por ello, la mejor forma de utilizarla es con unidades de producción
pequeñas y muy cercanas al lugar de consumo (viviendas particulares, huertos,
pequeñas comunidades de vecinos o de población…), algo diametralmente opuesto
al modelo actual.
Aunque Teruel se cubriese de parque
eólicos, no se estaría apostando por un modelo de energía autóctona, sostenible
y verde. Cederíamos nuestro territorio para que unas grandes empresas cerrasen
unos beneficios con una energía cuestionable que consumirían fuera. Mientras,
nuestra demanda específica se cubriría como se hace con todo el mundo: con un mix de energía térmica, nuclear, gas
natural, algo de hidroeléctrica y muy poco de solar. ¿Vale la pena?
Alejandro J. Pérez Cueva
Colectivo Sollavientos
No hay comentarios:
Publicar un comentario