En
Cerveruela (Campo de Daroca), en la primavera de 2010, se celebró un encuentro
de carboneros organizado por la Asociación cultural “La Chaminera que humea”.
Montaron la carbonera o “calera” y revivieron la vida de sus antepasados. Esta
práctica ancestral, que ha pervivido en nuestro territorio hasta hace pocas
décadas, es un buen ejemplo de un modelo energético de aprovechamiento de la
biomasa. Y ha dejado recuerdos y herencias. Los primeros se desvanecen poco a
poco; los restos de la actividad son efímeros, pero quedan documentos que la
atestiguan, topónimos que acreditan su importancia (Carboneras de Guadazaón, en
Cuenca, por ejemplo) y, sobretodo, una vegetación actual, con una estructura de
plantas tallares, de porte arbustivo, que pone de manifiesto la amplia
extensión de esta actividad en la provincia y la necesidad de intervenir sobre dichas
plantas para que recuperen parte de la funcionalidad perdida.
No son muy
frecuentes los documentos que atestigüen la actividad, pero tampoco podemos
decir que ésta no haya dejado rastro en la historia turolense. Hay algunos en
los archivos históricos, en particular de los últimos siglos de la Edad
Moderna, aunque indudablemente reflejan una práctica que se hacía ya con
anterioridad, al menos desde el medievo.
A tenor de
las referencias documentales, este aprovechamiento se localizaba sobre todo en
las zonas más altas y húmedas (como Gúdar-Javalambre, Albarracín, Maestrazgo…).
El territorio se especializaba en función de su aptitud, y eso nuestros
antepasados lo controlaban muy bien. Es cierto que, en otras comarcas, como la
del Martín o la del Jiloca (piénsese en la producción de hierro en esta última
área), también había un aprovechamiento intenso de los carrascales. Pero, aunque
no es descartable que pudiera darse en alguna medida el carboneo, puede que se
trate solo de acopio doméstico de leña, una necesidad básica de subsistencia.
Para los
concejos era una fuente de ingresos estupenda en la financiación de sus
servicios. Dejaban madurar los bosques y, llegado el momento, cedían los
derechos de tala y carboneo a cambio de dinero. Luego, el espacio se cerraba
para que se regenerara. A esto se añadía la limpia, poda y entresaca regular de
las superficies forestales para carboneo.
Las especies
afectadas no podían ser cualesquiera, sino árboles con abundante y enérgico
rebrote tallar, si se cortaba su eje principal, y de madera con alto poder
calorífico. El roble (Quercus faginea,
principalmente) y la carrasca (Quercus
ilex) eran los preferidos, pero no los únicos.
El
aprovechamiento de los carrascales y rebollares en forma de porte tallar está
muy extendido en amplias zonas montañosas del sur de Aragón, en donde estas
especies forestales son dominantes. Es un sistema de gestión forestal de gran
interés ambiental. Los estudiosos británicos de ecología del bosque le conceden
mucha más importancia que los ibéricos, para quienes estos sistemas vegetales
son una fórmula degradada de las dehesas, olvidando su representatividad en el
paisaje en amplias zonas de la Península y sus funciones ambientales.
En la actualidad hay pocos encinares en Teruel que no
sean montes bajos. El Dr. Montserrat hablaba de montes “butaneros” para
referirse a los que habían evolucionado a partir de la aparición de la bombona
de butano y el consiguiente cese del carboneo, y el relajamiento en el
aprovechamiento de leñas (años 1950). Probablemente, ambas formas de
explotación, carboneo y acopio de leña, implicaron la eliminación de especies
arbóreas de menor interés para la gente (arces, serbales...) y un cambio en la
estructura de los árboles. En un curso de la Universidad de Verano de Teruel,
Carlos Gracia, de la Universidad de Barcelona y CREAF (Centro de Investigación Ecológica y
Aplicaciones Forestales), explicó que
estas carrascas rebrotadas desde la raíz, con numerosos tallos desde abajo (simpódicas dicen los botánicos) eran más
vulnerables a la sequía. La causa es que en ellas aumenta la proporción de
tallos y ramas (tejido leñoso que consume energía) respecto a la de hojas
(tejido que la produce). El problema se soluciona con una práctica que los
forestales llaman resalveo, que
consiste en cortar varios de los tallos y dejar 2 ó 3 para que la carrasca
adquiera un porte más arbóreo (monopódico).
En el Parque Natural de la Dehesa del Moncayo, el ingeniero de la DGA Enrique
Arrechea resalveó una masa de rebollos y mostró reveladoras imágenes tras un
año de sequía: la masa resalveada estaba verde y la no resalveada marrón,
afectada por la falta de agua.
¿Qué hay que hacer en estos bosques herederos de este
modelo energético y actualmente vulnerables a las sequías, cada vez más
frecuentes? ¿Qué habría que hacer tras el cese del aprovechamiento de una
fuente de energía tradicional (el carbón vegetal y la leña) para mejorar la
salud de los carrascales intervenidos durante siglos y que ahora presentan una
descompensación entre troncos y hojas? Al igual que, después del uso del carbón,
hay que restaurar el paisaje minero, tras el uso del carbón vegetal hay que
"restaurar" los carrascales, reduciendo su
biomasa, modificando la arquitectura de los árboles y, quizá, incorporando
nuevas especies que enriquezcan la biodiversidad. En definitiva, gestión,
gestión de nuestros montes, para que nos sigan dando beneficios, empleo y
actividad en nuestros pueblos.
Ivo Aragón, Aguilar Natural y
Colectivo Sollavientos
José Manuel Nicolau, Colectivo
Sollavientos
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