martes, 24 de julio de 2018

SERIE MET IX: la herencia del carboneo.


En Cerveruela (Campo de Daroca), en la primavera de 2010, se celebró un encuentro de carboneros organizado por la Asociación cultural “La Chaminera que humea”. Montaron la carbonera o “calera” y revivieron la vida de sus antepasados. Esta práctica ancestral, que ha pervivido en nuestro territorio hasta hace pocas décadas, es un buen ejemplo de un modelo energético de aprovechamiento de la biomasa. Y ha dejado recuerdos y herencias. Los primeros se desvanecen poco a poco; los restos de la actividad son efímeros, pero quedan documentos que la atestiguan, topónimos que acreditan su importancia (Carboneras de Guadazaón, en Cuenca, por ejemplo) y, sobretodo, una vegetación actual, con una estructura de plantas tallares, de porte arbustivo, que pone de manifiesto la amplia extensión de esta actividad en la provincia y la necesidad de intervenir sobre dichas plantas para que recuperen parte de la funcionalidad perdida.

No son muy frecuentes los documentos que atestigüen la actividad, pero tampoco podemos decir que ésta no haya dejado rastro en la historia turolense. Hay algunos en los archivos históricos, en particular de los últimos siglos de la Edad Moderna, aunque indudablemente reflejan una práctica que se hacía ya con anterioridad, al menos desde el medievo.

A tenor de las referencias documentales, este aprovechamiento se localizaba sobre todo en las zonas más altas y húmedas (como Gúdar-Javalambre, Albarracín, Maestrazgo…). El territorio se especializaba en función de su aptitud, y eso nuestros antepasados lo controlaban muy bien. Es cierto que, en otras comarcas, como la del Martín o la del Jiloca (piénsese en la producción de hierro en esta última área), también había un aprovechamiento intenso de los carrascales. Pero, aunque no es descartable que pudiera darse en alguna medida el carboneo, puede que se trate solo de acopio doméstico de leña, una necesidad básica de subsistencia.

Para los concejos era una fuente de ingresos estupenda en la financiación de sus servicios. Dejaban madurar los bosques y, llegado el momento, cedían los derechos de tala y carboneo a cambio de dinero. Luego, el espacio se cerraba para que se regenerara. A esto se añadía la limpia, poda y entresaca regular de las superficies forestales para carboneo.

Las especies afectadas no podían ser cualesquiera, sino árboles con abundante y enérgico rebrote tallar, si se cortaba su eje principal, y de madera con alto poder calorífico. El roble (Quercus faginea, principalmente) y la carrasca (Quercus ilex) eran los preferidos, pero no los únicos.

El aprovechamiento de los carrascales y rebollares en forma de porte tallar está muy extendido en amplias zonas montañosas del sur de Aragón, en donde estas especies forestales son dominantes. Es un sistema de gestión forestal de gran interés ambiental. Los estudiosos británicos de ecología del bosque le conceden mucha más importancia que los ibéricos, para quienes estos sistemas vegetales son una fórmula degradada de las dehesas, olvidando su representatividad en el paisaje en amplias zonas de la Península y sus funciones ambientales.

En la actualidad hay pocos encinares en Teruel que no sean montes bajos. El Dr. Montserrat hablaba de montes “butaneros” para referirse a los que habían evolucionado a partir de la aparición de la bombona de butano y el consiguiente cese del carboneo, y el relajamiento en el aprovechamiento de leñas (años 1950). Probablemente, ambas formas de explotación, carboneo y acopio de leña, implicaron la eliminación de especies arbóreas de menor interés para la gente (arces, serbales...) y un cambio en la estructura de los árboles. En un curso de la Universidad de Verano de Teruel, Carlos Gracia, de la Universidad de Barcelona y CREAF (Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales), explicó que estas carrascas rebrotadas desde la raíz, con numerosos tallos desde abajo (simpódicas dicen los botánicos) eran más vulnerables a la sequía. La causa es que en ellas aumenta la proporción de tallos y ramas (tejido leñoso que consume energía) respecto a la de hojas (tejido que la produce). El problema se soluciona con una práctica que los forestales llaman resalveo, que consiste en cortar varios de los tallos y dejar 2 ó 3 para que la carrasca adquiera un porte más arbóreo (monopódico). En el Parque Natural de la Dehesa del Moncayo, el ingeniero de la DGA Enrique Arrechea resalveó una masa de rebollos y mostró reveladoras imágenes tras un año de sequía: la masa resalveada estaba verde y la no resalveada marrón, afectada por la falta de agua.

¿Qué hay que hacer en estos bosques herederos de este modelo energético y actualmente vulnerables a las sequías, cada vez más frecuentes? ¿Qué habría que hacer tras el cese del aprovechamiento de una fuente de energía tradicional (el carbón vegetal y la leña) para mejorar la salud de los carrascales intervenidos durante siglos y que ahora presentan una descompensación entre troncos y hojas? Al igual que, después del uso del carbón, hay que restaurar el paisaje minero, tras el uso del carbón vegetal hay que "restaurar" los carrascales, reduciendo su biomasa, modificando la arquitectura de los árboles y, quizá, incorporando nuevas especies que enriquezcan la biodiversidad. En definitiva, gestión, gestión de nuestros montes, para que nos sigan dando beneficios, empleo y actividad en nuestros pueblos.

Ivo Aragón, Aguilar Natural y Colectivo Sollavientos

José Manuel Nicolau, Colectivo Sollavientos

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