jueves, 14 de febrero de 2019

EL RETO DE LA DESPOBLACIÓN (IV)






El enfoque cultural y sus contradicciones

Coincido con Víctor Guíu cuando, en uno de los artículos publicados en el Diario de Teruel y recopilados luego en la obra coral “Teruel por sí mismo”, pone el foco en las razones culturales de la despoblación del medio rural: “la gente se marcha de él simplemente porque se siente atraída por un estilo de vida, de ocio, por una búsqueda de oportunidades que nuestra sociedad asocia de forma acrítica al medio urbano. En estas motivaciones nada tienen que ver las infraestructuras, ni la economía, ni el empleo…”. Hay hechos objetivos que constituyen la ‘prueba del algodón’ de la solidez de esa tesis: muchos médicos o maestros con contrato o plaza fija en un pueblo no residen en él, y no lo hacen por razones laborales; la lista de espera para que un albañil o un carpintero te haga una reforma en casa puede ser de meses o años, lo que muestra bien a las claras un nicho potencial de empleo que nunca se cubre…

La despoblación y el declive de la cultura rural son procesos que se alimentan recíprocamente. Desde hace tres o cuatro generaciones se nos viene inoculando el american way of life (que ha derivado en urban way of life) a través del cine, la televisión, la publicidad, el glamour de los grandes centros comerciales o la ‘ruta del bacalao’. Lo tenemos tan mamado, es tan difícil nadar contra esa poderosa corriente, que la decisión de vivir en un pueblo se convierte en un acto de heroísmo. La hidra de siete cabezas de la globalización capitalista y cosmopolita ha engullido literalmente al mundo rural y se halla en un proceso de digestión que nadie sabe en qué acabará.

Siendo esto cierto, resulta extremadamente (y felizmente) contradictorio que nunca la cultura popular del mundo rural había tenido la visibilidad y el tirón que tiene en la actualidad. Prestigio en el plano estrictamente cultural/ritual, sí; tirón sólo en su dimensión turística y de ocio, sí; pero vale más eso que nada. Se restauran ermitas y caminos; se recuperan romerías, bailes y toques de gaitero; se rescatan juegos o carreras populares que llevaban décadas sin celebrarse; se abren decenas de centros de interpretación donde se encapsulan páginas de la nuestra memoria histórica o antropológica; los centros de estudios locales publican decenas de trabajos sobre leyendas o variantes lingüísticas de nuestros pueblos y comarcas.

Los caminos serán usados por senderistas y no por arrieros; la música folk sonará en conciertos y no en los bureos de las masías, porque en las masías no quedará gente; las herramientas del herrero serán piezas de museo, porque no habrá caballerías que herrar; nadie correrá en calzones y alpargatas para ganar un pollo, sino en zapatillas con amortiguación y por el anhelo de una medalla de falso metal; las leyendas se transmitirán en pdf por correo electrónico, y no relatándolas a la luz de la chimenea…

Los humanos somos así de contradictorios. La cultura es algo vivo y multicolor. La de nuestro mundo rural pervivirá si así lo queremos, pero necesariamente coexistirá y se hibridará con otras culturas. Lo importante es que su esencia quede en nuestra memoria colectiva, siga formando parte de nuestra identidad y perviva en as generaciones venideras.

Colectivo Sollavientos

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