El enfoque cultural y sus contradicciones
Coincido con Víctor Guíu cuando, en uno
de los artículos publicados en el Diario de Teruel y recopilados luego en la
obra coral “Teruel por sí mismo”, pone
el foco en las razones culturales de la despoblación del medio rural: “la gente se marcha de él simplemente porque
se siente atraída por un estilo de vida, de ocio, por una búsqueda de
oportunidades que nuestra sociedad asocia de forma acrítica al medio urbano. En
estas motivaciones nada tienen que ver las infraestructuras, ni la economía, ni
el empleo…”.
Hay hechos objetivos que constituyen la ‘prueba del
algodón’ de la solidez de esa tesis: muchos médicos o maestros con contrato o
plaza fija en un pueblo no residen en él, y no lo hacen por razones laborales;
la lista de espera para que un albañil o un carpintero te haga una reforma en
casa puede ser de meses o años, lo que muestra bien a las claras un nicho
potencial de empleo que nunca se cubre…
La despoblación y el declive de la
cultura rural son procesos que se alimentan recíprocamente. Desde hace tres o
cuatro generaciones se nos viene inoculando el american way of life (que ha derivado en urban way of life) a través del cine, la televisión, la publicidad,
el glamour de los grandes centros
comerciales o la ‘ruta del bacalao’. Lo tenemos tan mamado, es tan difícil
nadar contra esa poderosa corriente, que la decisión de vivir en un pueblo se
convierte en un acto de heroísmo. La hidra de siete cabezas de la globalización
capitalista y cosmopolita ha engullido literalmente al mundo rural y se halla
en un proceso de digestión que nadie sabe en qué acabará.
Siendo esto cierto, resulta
extremadamente (y felizmente) contradictorio que nunca la cultura popular del
mundo rural había tenido la visibilidad y el tirón que tiene en la actualidad.
Prestigio en el plano estrictamente cultural/ritual, sí; tirón sólo en su
dimensión turística y de ocio, sí; pero vale más eso que nada. Se restauran
ermitas y caminos; se recuperan romerías, bailes y toques de gaitero; se
rescatan juegos o carreras populares que llevaban décadas sin celebrarse; se
abren decenas de centros de interpretación donde se encapsulan páginas de la
nuestra memoria histórica o antropológica; los centros de estudios locales
publican decenas de trabajos sobre leyendas o variantes lingüísticas de
nuestros pueblos y comarcas.
Los caminos serán usados por senderistas
y no por arrieros; la música folk sonará en conciertos y no en los bureos de
las masías, porque en las masías no quedará gente; las herramientas del herrero
serán piezas de museo, porque no habrá caballerías que herrar; nadie correrá en
calzones y alpargatas para ganar un pollo, sino en zapatillas con amortiguación
y por el anhelo de una medalla de falso metal; las leyendas se transmitirán en pdf por correo electrónico, y no
relatándolas a la luz de la chimenea…
Los humanos somos así de contradictorios.
La cultura es algo vivo y multicolor. La de nuestro mundo rural pervivirá si
así lo queremos, pero necesariamente coexistirá y se hibridará con otras
culturas. Lo importante es que su esencia quede en nuestra memoria colectiva,
siga formando parte de nuestra identidad y perviva en as generaciones venideras.
Colectivo Sollavientos
No hay comentarios:
Publicar un comentario