¿Quiénes son los habitantes de nuestros pueblos?
La despoblación es, en sí misma y antes
que nada, un hecho demográfico. Como tal, lo primero que hemos de considerar
son los datos estadísticos. La población que se computa para calcular
densidades demográficas es la población de derecho de los municipios, la suma
de personas empadronadas en él. Ahí tenemos una primera fuente de incertidumbre
de los datos y, por tanto, de debilidad del análisis. En el padrón municipal no
son todos los que están ni están todos los que son.
En primer lugar, muchas de las personas
empadronadas en los pequeños municipios turolenses no viven en ellos. La
costumbre, pequeños beneficios económicos como los del impuesto de circulación,
o una sincera voluntad de mejorar el ‘peso político’ del municipio, hacen que
muchas personas que emigraron continúen empadronados en su pueblo y engrosen
datos demográficos que resultan así falseados.
Estén o no empadronados, entre quienes no
viven en el pueblo hay diferentes categorías en función de los lazos que
mantienen con él. Por un lado, están quienes viven en un pueblo grande cercano
o en la capital, a una distancia que les permite ir al pueblo casi a diario,
seguir trabajando las tierras o el huerto, y dar vuelta por la casa; casi se
puede decir que viven en el pueblo y duermen fuera. Otros parten la semana
entre el pueblo y la ciudad: acuden los fines de semana (o más días, según su
situación laboral), y también ellos labran los bancales, cultivan el huerto,
cogen las aceitunas, van de caza, buscan setas, o atienden una casa rural.
Otros hacen eso mismo pero sólo en los puentes y vacaciones. Otros acuden sólo
en verano y en fiestas patronales. Otros, sólo esos dos o tres días de la
Virgen de Agosto en que el pueblo bulle en fiestas y se celebra la gran cena de
hermandad en el pabellón. El número de asistentes a esa cena puede decuplicar
perfectamente el de la población permanente.
Estén o no empadronados, pasen en el
pueblo 1 ó 100 noches al año, entre quienes no viven en el pueblo hay también
diferentes niveles de compromiso. Hay quienes son alcaldes o concejales y echan
horas sin conocimiento para mejorar la vida de los vecinos. Hay quienes
arreglan la casa de los abuelos, contratando para ello albañiles y carpinteros
del entorno, usando los usos y materiales tradicionales. Hay quienes crean,
presiden o dinamizan asociaciones, promueven y ejecutan mejoras en las fuentes,
el lavadero, la ermita y los peirones, plantan árboles y ponen columpios para
los niños en el merendero. Hay quienes estudian y publican sobre la historia,
las costumbres o la biodiversidad del municipio. Hay quienes se movilizan para
defender su patrimonio y su paisaje ante el peligro de proyectos exógenos que
puedan destruirlos. Hay quienes recuperan música, dances, fiestas, deportes que
se habían perdido. Hay quienes se limitan a asistir como público a algunos
eventos festivos o, en verano, a alguna actividad de la semana cultural.
De hecho, de derecho, en cuerpo o en
espíritu, el concepto de ‘población’ (y, mas aun, el de ‘población con
arraigo’) es mucho más complejo y multicolor que lo que dibujan las
estadísticas demográficas.
Colectivo Sollavientos
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