Génesis I. “Y
Dios creó al ser humano a su imagen (…). y lo bendijo con estas palabras: Sean
fructíferos y multiplíquense; llenen la tierra y sométanla; dominen a los peces
del mar y a las aves del cielo…”. Lo que empezó como una bendición… ¿acabó
siendo una profecía, un mandato, o más bien una maldición?
Al principio el ser humano fue poco eficiente en
eso de multiplicarse. Le costaba mucho duplicarse. Han sido necesarias muchas
duplicaciones y mucho tiempo para llegar a la cantidad actual de humanos. Tanto
si partimos de Adán y Eva o de escasos individuos de Homo sapiens, hacen falta unas 10 duplicaciones para ser unos 1000
individuos (2x2 igual a 4, 4x2 igual a 8, luego 16, 32, 64, hasta 2 elevado
a 10, para pasar a ser 1024). Y 20 duplicaciones para conseguir el primer
millón de humanos.
En tiempos de Jesús éramos unos 200 millones, y los
primeros mil millones (unas 30 duplicaciones) se consiguieron a principios del
siglo XIX. Habían pasado casi 150.000 años desde que el Homo sapiens empezó a corretear y otras cosas en los altiplanos
africanos de Kenia, Tanzania y Etiopía. Hoy somos casi ocho mil millones, unas
33 duplicaciones. Nos hemos multiplicado por ocho en poco más de 200 años. Es
decir, en términos medios hemos conseguido ser mil millones más cada 25 años: lo
que antes nos costó, como especie, 150.000 años. Ahora sí que somos eficientes,
pero ¿por qué?
Los biólogos comparan estas cifras de la evolución
demográfica humana con el comportamiento típico de una plaga, de una especie
que encuentra una fuente de alimentos infinita (al menos a medio plazo) y que
no tiene depredadores o son muy escasos: como las langostas africanas o los
conejos en Australia. Nuestra fuente aparentemente infinita de alimentos son
los combustibles fósiles. ¿Crecemos porque ‘comemos’ petróleo? Pues… sí. Desde
el momento en que el petróleo sirve para producir alimentos (la moderna
agricultura tecnificada) y los alimentos sirven para hacer petróleo (por
ejemplo, los biocombustibles), el petróleo y los alimentos son básicamente lo
mismo. Sus precios, su disponibilidad, su escasez… irán a la par. Esto es lo
que nos ha hecho tan eficientes demográficamente hablando. Pero el problema es
obvio. Sólo tenemos que preguntarnos cómo se extinguen las plagas y tener en
cuenta que la mayor parte de ellas colapsan antes de llegar a la duplicación
número 30.
Crecer de 2 individuos a mil millones en 150.000
años da unas tasas de crecimiento ridículamente bajas. Pero crecer de mil millones
a ocho mil millones en 200 años, tampoco crean que es tanto: son tres
duplicaciones más, es decir, una media de una cada 67 años, lo que equivale a
un crecimiento demográfico de tan solo un 1% al año. ¿Es esto lo que le pedimos
a nuestra economía?... No, en absoluto. Le estamos pidiendo crecer como mínimo
un 3% para poder crear empleo, y si puede ser un 5%, mejor.
Pues bien, crecer un 3’5%, por ejemplo, equivale a duplicarse en ¡¡20 años!!
Hay una terrible fórmula aritmética para calcular
cada cuánto tiempo nos duplicaremos en función de nuestra tasa de crecimiento.
Cojan 70, divídanlo por la tasa de crecimiento deseada, y obtendrán los años de
duplicación. Si queremos crecer un ‘modesto’ 2%, ello supondrá que en 35 años
seremos 16mil millones de humanos, y en 70 años, antes de que acabe este siglo,
32mil millones. Ello es debido a que todo crece al unísono: población, consumo
de energía, de recursos, de agua, de espacio urbanizado…
Pero mucho antes la carroza se habrá convertido en
calabaza. La bendición bíblica será una maldición. Y es que, nunca antes, una
plaga, una epidemia, las células de un cáncer…, habían llegado a la duplicación
35.
Alejandro J. Pérez Cueva
Colectivo Sollavientos
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