jueves, 12 de septiembre de 2019

CRECIMIENTO versus BIENESTAR (VII): “¿MÁS BIENESTAR CONSUMIENDO MENOS RECURSOS?”





Nuestra civilización está en una encrucijada difícil. Oficialmente nadie cuestiona el sagrado paradigma del desarrollo-crecimiento-progreso. La vinculación entre esos tres conceptos se da por cierta, y todos ellos se consideran condición necesaria para el mantenimiento de nuestro bienestar (si un partido quiere perder las elecciones, no tiene más que proponer en su programa electoral que el PIB baje un 5% en la próxima legislatura). Pero el consumo creciente de energía y materias primas que ese progreso exige es imposible en un planeta finito. El corolario es claro: nuestra especie está condenada, más a medio que a largo plazo, al declive de su bienestar.
¿Es posible romper esa ecuación, crecer en bienestar disminuyendo nuestro consumo de recursos no renovables? La respuesta es sí. En primer lugar, hay bienestar que se logra sin pasar por la contabilidad del mercado y el PIB. Se puede ser feliz en compañía de un grupo de amigos sin necesidad de consumir envases de plástico, gasolina, kilovatios de sonido y ciclópeas carpas que se montan y desmontan para las macrofiestas del verano. Y a la inversa: hay productos, como los cigarrillos y las bombas de racimo, que computan en el crecimiento económico y cuyo uso no contribuye al bienestar nadie. 
En segundo lugar, tenemos un amplio margen para reducir y optimizar el consumo de bienes materiales. Podemos tener cubiertas nuestras necesidades con herramientas, electrodomésticos, móviles o juguetes que sean más duraderos, en lugar de comprarlos en el bazar de las gangas y deshacernos de ellos a la primera avería. Podemos reducir el uso de materiales edificando casas más robustas y primando la rehabilitación sobre la nueva construcción. Y a la inversa: el crecimiento de la economía basado en consumir productos baratos o en inflar la burbuja inmobiliaria no puede sino mermar el bienestar de personas que en países lejanos manufacturan en régimen de semiesclavitud, o que en territorios más cercanos ven destruir su paisaje y su identidad por montañas de basura y escombros, o por canteras de arcilla y losas explotadas con más codicia que racionalidad. 
En tercer lugar, incluso con las reglas de la economía de mercado, es posible imaginar un crecimiento económico con un menor consumo de recursos. Para ello, en nuestro PIB deben ganar peso los bienes y servicios que requieran menos materias primas y energía (aunque sí, generalmente, más mano de obra). En el actual contexto de economía ‘virtual', donde marcas como Google tienen un valor en bolsa de cientos de miles de millones de dólares sin saber muy bien por qué, es posible que la ingeniería contable-financiera sepa ofrecer a la sociedad unos números de crecimiento económico compatibles con una reducción en el consumo de energía y materias primas. 
En este momento, tratar de que te arreglen un secador de pelo o la cremallera de una mochila es causa perdida: “Es mejor que compre usted una nueva”. Esto implica que alguien fabrica en China el secador o la mochila, que luego se importa, transporta y vende en España. Todo ello consume más materias primas y energía, y genera más riqueza fuera de España, que lo que supondría arreglar, a dos manzanas de mi casa, el contacto eléctrico del secador o la cremallera de la mochila. Sin embargo, mi satisfacción como cliente sería prácticamente la misma.
Cuestionar el paradigma del desarrollo-crecimiento-progreso no es querer volver a las cavernas. Ese mantra ya no se sostiene. Las nuevas tecnologías deberían ayudarnos: las videoconferencias sustituyen a las reuniones presenciales y disminuyen el consumo de combustible en viajes; las webs de compra-venta de productos de segunda mano reducen el uso de materiales de fabricación y los residuos que nuestra civilización amontona en sus extrarradios. Mientras tanto, territorios rurales como Teruel han llegado hasta el siglo XXI dando un ejemplo permanente de austeridad y resiliencia que los sitúa en condiciones mucho más ventajosas que otros para afrontar esta encrucijada.


José Luis Simón
Colectivo Sollavientos

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