Los conceptos y teorías relativas al crecimiento y el
bienestar son propios de la contemporaneidad. En el pasado no existían per se, o al menos, tal y como los
concebimos hoy. Esto no quiere decir que las sociedades no estuvieran
preocupadas por producir bienes o vivir de acuerdo con determinados parámetros
materiales y sociales. La historia de los pueblos turolenses da ejemplo de cómo
desde las comunidades vecinales se abordaron estas preocupaciones. Una
perspectiva que, por ser diferente, puede contribuir a oxigenar la reflexión
sobre crecimiento económico y bienestar social.
Las actividades relacionadas con ambos conceptos se
incardinaron desde mediados del siglo xiii,
hasta bien entrado el xix, en un
contexto del que vamos a citar unos pocos rasgos que fueron más o menos
constantes. En primer lugar, el imperativo de la perpetuación del grupo vecinal
en el seno del orden establecido, el de la progresión del grupo familiar más
que la simple subsistencia, y la importancia del valor social de la actividad productiva
más allá de la estricta finalidad de la acumulación de riqueza. Del rico
mosaico social e institucional nos interesa la autonomía y la centralidad de
las comunidades de vecinos en la gestión, además de una estructura social
claramente jerarquizada, pero con notables vías de inclusividad, aunque también
de exclusión y estigmatización.
El crecimiento económico se basó a escala local, muy
destacadamente, en la formación y adaptación a las condiciones físicas e
históricas de sistemas agrarios que, en el caso de las sierras de Teruel,
destacaron por sus producciones de lana y carne, pero también de cereales. A parte,
las economías familiares conocieron una apreciable diversificación y una
crucial y creciente apertura a los mercados, lo que explica la importancia que
adquirieron las manufacturas textiles domésticas, la trajinería, el cultivo de
especies netamente exportables –como el azafrán–, el pluriempleo –tanto masculino
como femenino– y la profesionalización en todo tipo de labores artesanales, servicios
domésticos y albañilería. Por último, el endeudamiento jugó también, para bien
y para mal, un papel muy importante.
Lógicamente el modelo no fue constante en el tiempo, y el
crecimiento se vio interrumpido por fases de crisis y depresión en las que, tanto
los factores endógenos como los exógenos, tuvieron una incidencia variable. Sin
embargo, la adaptabilidad de las prácticas puestas en juego, así como la
existencia de válvulas de escape como la emigración, permitieron su
perdurabilidad.
La piedra angular del crecimiento, los sistemas agrarios, pudieron
tener problemas, pero se trató más de casos de sobrexplotación que de falta de
sostenibilidad, puesto que fueron funcionales hasta el final del periodo. Asimismo,
actividades como la producción de textiles y la comercialización de las
materias primas alcanzaron cotas muy brillantes. Su ocaso se explica más por la
integración de la economía de las sierras turolenses en los mercados
capitalistas del siglo xix, su
sujeción a las políticas liberales de un Estado-nacional en construcción y,
acaso, porque el modelo tradicional no podía procurar, precisamente, un mayor crecimiento.
Todo este despliegue contribuyó antes de la crisis de la
contemporaneidad a un contexto de crecimiento económico más amplio. En los
siglos medievales, tal y como explica el profesor Carlos Laliena, las
tentativas de medición del producto interior bruto español parecen apuntar a que
alrededor de 1500 el PIB per cápita estaba únicamente por debajo del italiano y
del flamenco. Esta perspectiva general es o debe ser particularmente cierta con
respecto a los territorios de la Corona de Aragón en la que se integraban las
sierras turolenses. En los siglos de la Edad Moderna, Jeffrey G. Williamson ha
expuesto recientemente que el PIB per cápita de los países del norte de Europa
va a crecer a mayor velocidad y se va a distanciar de los países del sur, si
bien en éstos continuó aumentando, siendo el segundo más abultado del planeta.
Si tomamos la anterior tendencia como punto de partida, resulta
lógico pensar que parte de dicho crecimiento se enfocara a nivel local por
parte de unos concejos y comunidades con un estimable nivel de autonomía al
‘bienestar social’ de las vecindades, un bienestar que, a su vez, contribuiría
a alimentar las dinámicas de crecimiento. Dicha aportación fue continuada y
creciente.
Ivo-Aragón Inigo
Colectivo Sollavientos
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