miércoles, 18 de septiembre de 2019

CRECIMIENTO vs BIENESTAR (VIII) UNA PERSPECTIVA HISTÓRICA DESDE LOS PUEBLOS DE TERUEL: I) EL CRECIMIENTO





Los conceptos y teorías relativas al crecimiento y el bienestar son propios de la contemporaneidad. En el pasado no existían per se, o al menos, tal y como los concebimos hoy. Esto no quiere decir que las sociedades no estuvieran preocupadas por producir bienes o vivir de acuerdo con determinados parámetros materiales y sociales. La historia de los pueblos turolenses da ejemplo de cómo desde las comunidades vecinales se abordaron estas preocupaciones. Una perspectiva que, por ser diferente, puede contribuir a oxigenar la reflexión sobre crecimiento económico y bienestar social.
Las actividades relacionadas con ambos conceptos se incardinaron desde mediados del siglo xiii, hasta bien entrado el xix, en un contexto del que vamos a citar unos pocos rasgos que fueron más o menos constantes. En primer lugar, el imperativo de la perpetuación del grupo vecinal en el seno del orden establecido, el de la progresión del grupo familiar más que la simple subsistencia, y la importancia del valor social de la actividad productiva más allá de la estricta finalidad de la acumulación de riqueza. Del rico mosaico social e institucional nos interesa la autonomía y la centralidad de las comunidades de vecinos en la gestión, además de una estructura social claramente jerarquizada, pero con notables vías de inclusividad, aunque también de exclusión y estigmatización.
El crecimiento económico se basó a escala local, muy destacadamente, en la formación y adaptación a las condiciones físicas e históricas de sistemas agrarios que, en el caso de las sierras de Teruel, destacaron por sus producciones de lana y carne, pero también de cereales. A parte, las economías familiares conocieron una apreciable diversificación y una crucial y creciente apertura a los mercados, lo que explica la importancia que adquirieron las manufacturas textiles domésticas, la trajinería, el cultivo de especies netamente exportables –como el azafrán–, el pluriempleo –tanto masculino como femenino– y la profesionalización en todo tipo de labores artesanales, servicios domésticos y albañilería. Por último, el endeudamiento jugó también, para bien y para mal, un papel muy importante.
Lógicamente el modelo no fue constante en el tiempo, y el crecimiento se vio interrumpido por fases de crisis y depresión en las que, tanto los factores endógenos como los exógenos, tuvieron una incidencia variable. Sin embargo, la adaptabilidad de las prácticas puestas en juego, así como la existencia de válvulas de escape como la emigración, permitieron su perdurabilidad.
La piedra angular del crecimiento, los sistemas agrarios, pudieron tener problemas, pero se trató más de casos de sobrexplotación que de falta de sostenibilidad, puesto que fueron funcionales hasta el final del periodo. Asimismo, actividades como la producción de textiles y la comercialización de las materias primas alcanzaron cotas muy brillantes. Su ocaso se explica más por la integración de la economía de las sierras turolenses en los mercados capitalistas del siglo xix, su sujeción a las políticas liberales de un Estado-nacional en construcción y, acaso, porque el modelo tradicional no podía procurar, precisamente, un mayor crecimiento.
Todo este despliegue contribuyó antes de la crisis de la contemporaneidad a un contexto de crecimiento económico más amplio. En los siglos medievales, tal y como explica el profesor Carlos Laliena, las tentativas de medición del producto interior bruto español parecen apuntar a que alrededor de 1500 el PIB per cápita estaba únicamente por debajo del italiano y del flamenco. Esta perspectiva general es o debe ser particularmente cierta con respecto a los territorios de la Corona de Aragón en la que se integraban las sierras turolenses. En los siglos de la Edad Moderna, Jeffrey G. Williamson ha expuesto recientemente que el PIB per cápita de los países del norte de Europa va a crecer a mayor velocidad y se va a distanciar de los países del sur, si bien en éstos continuó aumentando, siendo el segundo más abultado del planeta.
Si tomamos la anterior tendencia como punto de partida, resulta lógico pensar que parte de dicho crecimiento se enfocara a nivel local por parte de unos concejos y comunidades con un estimable nivel de autonomía al ‘bienestar social’ de las vecindades, un bienestar que, a su vez, contribuiría a alimentar las dinámicas de crecimiento. Dicha aportación fue continuada y creciente.


Ivo-Aragón Inigo
Colectivo Sollavientos

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